Tras las huellas del P.
Mindán… por Kurt
Schleicher
Don
Manuel Mindán y Calanda. No es que se apellide así (al estilo Francisco Pi y
Margall), sino Manuel Mindán Manero y sus huellas las encontré en Calanda (Aragón, Teruel). Allí vio la primera luz el
12 de Diciembre de 1902, a menos de 100 metros de la casa natal de Luis Buñuel,
dos años mayor que él y amigo de la infancia. Buscando al uno encontré el
rastro del otro, nuestro P. Mindán del Ramiro.
Una matización sobre lo del “Don” y lo de
“Padre” para lo que sigue; resulta que fue clérigo secular y por ello le
correspondía el título de Don, pues el de Padre se reservaba al clero regular
(ej., los frailes); sin embargo, todo el mundo le conoce como “Padre Mindán”,
más cercano. También se le podría llamar “Mosén” (Mosén Mindán desde luego suena
algo extraño), pues resulta que este título está asociado de alguna forma a los
aragoneses y Mindán lo era.
Me tropecé con las huellas del Padre Mindán
por pura casualidad; veamos por qué. Yo simplemente me dirigía por motivos
turísticos a Alcañiz procedente de Teruel. ¿Por qué Teruel? Pues porque en
alguna ocasión vamos, en especial en verano, por el reconocido sano y fresquito
clima en Julio que lo hace más llevadero y sin perder el ambientazo tradicional
durante las fiestas del Ángel con cierto sabor a los sanfermines. La verdad es
que debe ser la capital más pequeña de España (“¿Teruel existe?”) y tiene un
marcado acento mudéjar; quizás sea más conocido Albarracín que el propio Teruel.
Menos conocido es el Maestrazgo, con lugares pintorescos e impresionantes como pueda ser Villarluengo
con los Órganos de Montoro, Alcalá de la Selva, Rubielos de Mora y su capicúa,
Mora de Rubielos, la comarca de Javalambre, La Iglesuela del Cid y otros muchos
que ya no cito por no cansar. Uno de ellos es la Gruta de Cristal, que vi hará
ya unos 15 años y que me impactó por su espectacular contenido que le da el
nombre y decidí que era el momento indicado para volver. Me costó encontrar el
lugar, cerca de un pequeño y recoleto pueblo llamado Molinos. Al consultar el
mapa, resulta que estaba relativamente lejos de Teruel pero ya muy cerca de
Alcañiz, (a 150 km. de Teruel), localidad que nunca había llegado a visitar y
que prometía ser interesante. Decisión, pues: excursión a Alcañiz, pasando por
la Gruta de Cristal, de la que no me resisto a mostrar alguna foto, más auto-explicativa
de lo que pueda contar. Dado que la Gruta se visita con guía, se nos hizo tarde
y ya comimos en el mencionado pueblecín, que solamente consta de dos
restaurantes, lo que facilitaba la elección. Sin entrar en detalles, comimos
bien “de pueblo”, cosa que tampoco deja de ser una experiencia.
Gruta de
Cristal
Después
del yantar, al objetivo, que ya no estaba muy lejos: Alcañiz. De camino y ya
muy cerca, pasamos por Calanda. ¡Hombre, la Calanda de Luis Buñuel! (y
de alguien más, que no recordaba en ese momento). Decidí que no podía detenerme
allí y que trataría de hacerlo a la vuelta; tampoco vi ningún cartel en la
carretera que hiciera referencia a la casa de Luis Buñuel, cosa que me extrañó,
de forma que había que salirse de la ruta y buscarlo por el centro histórico a
pedal; no tenía tiempo para eso en aquél momento.
Alcañiz
me sorprendió agradablemente, con su iglesia de Santa María, imponente con sus
cuatro torres, estando muy cerca su castillo, en parte Parador, dominando ambos
claramente la ciudad. Como es natural, había que dedicar a su visita el
suficiente tiempo para saborear estos monumentos.
Iglesia de
Santa María (Alcañiz)
Plaza de España
Castillo de
Alcañiz y Parador
A mí me seguía quedando la comezón de
Calanda, de forma que tuvimos que renunciar a visitar Alcañiz con más
detenimiento y salir antes de que se hiciera todavía más tarde en dirección a
esta población, a ver qué había de Luis Buñuel.
Aprovechamos para visitar la iglesia del Pilar que domina la ciudad y la
de la Esperanza, enfrente del Ayuntamiento.
Ayuntamiento
e Iglesia de Nª Sª de la Esperanza (Calanda)
Interior de
la Iglesia de Nª Sª de la Esperanza
Ni rastro de ninguna casa de Luis
Buñuel, de forma que tras preguntar a una simpática agente de la Guardia Civil,
ésta nos dirigió al Centro Buñuel (allí por fin apareció un magnífico busto del
cineasta), donde ya estaban a punto de cerrar o al menos sin tiempo para verlo detenidamente, por lo que
nos quedamos en la información charlando con la persona a cargo, una aragonesa
de pro.
Busto de
Luis Buñuel en el Centro que lleva su nombre
En el transcurso de la conversación, mi mirada cayó casualmente en un
panel con varios libros expuestos, que NO eran de Buñuel, sino de un tal Mindán.
Escalofrío y sorpresa: ¡Claro! ¡Eso era! ¡Mindán, que era también de Calanda!
Con la emoción a flor de piel, pregunté a la buena señora que si Mindán era
conocido por allí. ¡Pues nada menos que
hijo predilecto de la Villa, que ella misma lo había conocido, que tenía allí
incluso una Fundación y una placa en su casa natal (si no se había caído, según
sus palabras)! Evidentemente, allí ya no se habló más de Buñuel, sino de
Mindán. Que era un hombre de carácter y muy apreciado por allí, que había
seguido viniendo religiosamente (nunca mejor dicho) con frecuencia acompañado
por sus dos hermanas, que dónde estaba su casa natal, alguna anécdota, etc. Como
es natural, le dije que había sido alumno suyo dos años entre el 1963 y 64;
tampoco pude resistirme a dejarle una caricatura similar a alguna que le hice
en nuestros tiempos con gran alborozo de la buena señora, que de repente se dio
cuenta de lo tarde que era y que ya había sobrepasado casi media hora la de
cierra del Centro, por lo que tuvimos que interrumpir la agradable
conversación.
Caricatura del P. Mindán que acabo de hacer, recordando los viejos
tiempos…
Antes de cerrar, me llevé un libro de los muchos que había allí,
el dedicado a su centenario, que se celebró en Calanda en Diciembre de 2002,
libro homenaje y testimonio de muchos personajes, amigos y sobre todo alumnos,
la mayoría del Ramiro de Maeztu, pero de promociones anteriores a la nuestra en su mayor parte.
Creo que ahí estaban la mayoría de sus obras y ahora lamento no haberme llevado
algún ejemplar más… ¡me los tenía que haber llevado todos! También estaba el de
la “Historia del Instituto Ramiro de
Maeztu” (no lo compré porque ya tengo una copia digital del mismo). Lo
comento también porque si alguien pasara cerca de Alcañiz, recomiendo
encarecidamente que se acerque por Calanda en el Centro Buñuel y eche una
ojeada a todo lo que hay allí de nuestro P. Mindán.
Evidentemente, con las indicaciones de las
respectivas casas natales de Buñuel y Mindán, recorrimos la calle Mayor desde
el Centro Buñuel, y, efectivamente, en una placita a mitad de la calle encima
de un banco, se conserva la casa natal de Buñuel; ésta no es en la que vivió
después, enfrente de la iglesia del Pilar y que también se conserva. De la
plazuela salen dos callecitas; recorriendo una de ellas, la de Jesús, a menos
de cien metros me encontré con una casa antigua encajada entre otras, muy
sencilla, de tres pisos, una ventana por cada uno de ellos, en la que estaba la
placa indicando que era la casa natal de D Manuel Mindán (ver foto). Incluso
hablamos con los residentes actuales, que no tienen nada que ver con la
familia. Tampoco creo que fuese aquí donde pasaba D. Manuel sus visitas
ocasionales a Calanda, pero alguna vez seguro que se acercaría para recordar su
primera niñez. No es raro que de niños jugase con Luis Buñuel y que se
desarrollase cierta amistad, pues repito que ambas casas están a menos de 100
metros. De pequeño le llamaban “Mindancico”. Cuentan que su vocación sacerdotal
- y también la docente- proviene de su
cercanía a la Virgen del Pilar, a la que tenía mucho fervor y a quien
consultaba sus decisiones de niño.
Casa natal
de Luis Buñuel (Calanda)
Casa natal
de Manuel Mindán; a la vuelta de la esquina está la de Buñuel.
Placa conmemorativa
La Virgen del Pilar del P. Mindán
Iglesia de Nª Sª del Pilar (Calanda)
Tras esto ya abandonamos Calanda y
volvimos a Teruel, pensando que probablemente todos estos lugares – Alcañiz, la
Gruta de Cristal- los habría recorrido
también en su momento nuestro P. Mindán, aparte de Calanda, naturalmente.
Al día siguiente me tragué el
libro-homenaje de una sentada, del que aprendí muchas cosas que no sabía de D.
Manuel Mindán; tanto, que volví a leer –esta vez con más detenimiento- su libro
de la Historia del Ramiro (que
realmente lo usé anteriormente sólo como consulta para la semblanza de Luis
Ortiz Muñoz). De este empapamiento súbito me han venido las ganas irrefrenables
de escribir algo sobre él, en especial tras las impresiones y vivencias que me
han dejado ambos libros.
Recuerdo que sentía cierta timidez al hablar
con él debido a la sotana, pero del poco trato personal que mantuve sé que de
cerca me resultó mucho más amable y cercano que la impresión que me daba en sus
clases, que me producían una extraña mezcla de temor e interés. Lo que estaba
claro es que nadie podría dormirse en ellas; había que estar muy atentos, pues de
vez en cuando hacía preguntas-sorpresa intempestivas. La verdad es que los
temas resultaban interesantes, por lo que suponían de acercamiento de la
filosofía clásica (aristotélica y tomista en especial, sin olvidar a Descartes)
a nuestra cotidianeidad y al despertar de nuestras juveniles e imberbes
conciencias a preguntas trascendentes que nos hacíamos alguna vez; allí
teníamos el campo abonado para ello y a alguien capaz de responderlas
.
Tenemos ya en el blog una buena semblanza de
nuestro Pater Mindán escrita por Manolo Rincón, que sí tuvo la suerte de
mantener algún contacto más directo con él e incluso haber estado en el
homenaje que se le tributó en el Ramiro el 31 de Enero del 2000. Por lo tanto,
trataré de no repetirme para evitar duplicidades, aunque confieso que me
hubiera gustado llevarme el libro de “Testigo
de 90 años de historia” y que, en boca del propio Mindán, constituye la
primera parte de su vida hasta 1942; desde ése año la Historia del Ramiro trata de la segunda. ¡Cuántas cosas es capaz de
contarnos un centenario con una memoria
privilegiada como la suya! Hay que hacer notar que la primera parte data de
1995 (y de 1992 “Recuerdos de mi niñez”)
y que la segunda, la del Ramiro, la terminó en 2001, ya con limitaciones de
vista (tenía que buscar documentos con lupa) y con ayuda, pero con la memoria
intacta.
Un día se me ocurrió que escribir tenía
mucho que ver con la pintura: te enfrentas a un lienzo en blanco y tienes que
llenarlo de pinceladas de forma que te guste el resultado y sobre todo, que le
pueda gustar a los demás. Ni pocas ni demasiadas pinceladas; si para este
cuadro escrito de Mindán y sus huellas me sale alguna pincelada fuera del
cuadro, pido disculpas de antemano.
Hablando de cuadros, lo primero es mostrar
una fotografía de D. Manuel cuando cumplió los 100 años, en la que se le ve que
su mirada seguía siendo admirablemente lúcida. ¡Quién pillara 100 años así!
Bueno, ya estaba algo más encorvado (¡sin
segunda intención, eh!), pero bien podría pasar por un hombre de 30 años menos.
¡Vaya naturaleza!
D. Manuel Mindán, en su centenario
Ya que estamos de representaciones gráficas,
veamos el emblema o escudo y el exlibris que el propio Mindán había preparado de sí mismo y que se
supone que le define en cuanto a lo que era o lo que pretendía ser y que le
sirvió de guía en su vida y que en cierta forma también son sus “huellas”. Tomo
como base para ello las palabras que pronunció el propio Mindán en el acto del
homenaje que le tributó su pueblo natal de Calanda el 22 de noviembre de 1992,
ya casi con 90 años, cuando se le nombró Hijo Predilecto de la Villa.
Escudo
Ocupando todo el escudo está la Cruz, como
señal del Cristianismo centro de su vida y ocupándola por entero. En el centro
de la Cruz está la “M”, “tripitida” en su nombre, significando su compromiso
como sacerdote y seguidor de Jesucristo. En los cuatro campos que deja la Cruz,
hay 4 letras que son las que marcan su vida:
-
Primero,
la V de verdad. Estaba obsesionado con la verdad; decía que “un conocimiento que no sea verdadero,
no es conocimiento”. Estaba preocupado por su propia verdad y se preocupaba
por una verdad que fuese verdad para todos, cosa que debía constituir su leit motiv en la docencia de la
filosofía. (Pienso que ésta era la razón de que fuese tan poco dogmático). Se
dio cuenta de que además de la verdad objetiva (la de la Ciencia), existe una
verdad personal (ideas, creencias y sentimientos) que dirige nuestras
decisiones, por las que se vive y hasta se puede llegar a perder por defender a
aquélla. Se propuso que en su vida lucharía contra los enemigos de la verdad:
la ignorancia, la duda, el error, la hipocresía y la mentira. (Por cierto, por
defender esto, casi le matan en la Guerra Civil).
-
La
segunda es la J de justicia. Como
profesor que fue, esta letra significaba su deseo de absoluto rigor en la
distribución de calificaciones en función de lo aprendido y demostrado, cosa
que seguramente le costó algún que otro dolor de cabeza.
-
En
tercer lugar la A de amor, que va
más allá de la verdad y la justicia. Si el amor es “de verdad”, es el gran
motor que produce todo lo bueno que se hace en el mundo. El amor al que se refiere
especialmente es al procedente de la riqueza personal, entregar y dar lo que
puede convenir a los demás y que les pudiera hacer felices (en cierta forma es
la base de la solidaridad humana). En cuanto al otro amor, más ligado a los
deseos o apetencias propias, siempre se
mostró muy indulgente.
-
Por
último, la L de libertad, como
principio de toda autenticidad y responsabilidad y que procede de la reflexión
racional, debe ser respetuosa con la libertad de otros y estar encauzada por la
ley. ¡Qué buena definición! Sólo le faltó como raíz impulsiva de la libertad
unir la letra L con la V, como queriendo decir: “la verdad os hará libres” (del
evangelio).
Ex-libris
Veamos ahora el
“Exlibris” como concepción de su propia vida; debajo aparece su propio nombre,
como “Emmanuel Mindán”, cosa que no explicó (quizás se refiriese indirectamente
a una cierta admiración por Emmanuel Kant ¿?). El lema que figura es “Bene vixit qui bene latuit” = “Bien
vivió el que bien supo retirarse” (¡esta reflexión pudiera servir muy bien a
los de nuestra Promoción 64!). Aquí se refiere a un dicho de un clásico
español: “un ángulo me basta entre mis lares, un libro y un amigo”, que se
supone es el dibujo alusivo de un monje en la celda, rodeado de libros (¿el
amigo?), la Cruz, la imagen de la Virgen María como amparo, una lámpara como
luz de la razón, unas flores como naturaleza viva, la nocturnidad en la ventana
como señal de persistencia en el trabajo y el búho, que representa la Filosofía,
en la que se consideraba sencillamente “un especialista”.
En su alocución en el
homenaje, dejó claro que había pretendido organizar su vida con arreglo a esos
ideales y concepción, tratando de hacer el bien en la medida de lo posible y
pidiendo perdón en lo que hubiese fallado.
Hablando de su vida,
su infancia en Calanda está retratada en su libro “Recuerdos de mi niñez”, comprendiendo los 15 primeros años del
siglo XX. Era hijo de un tejedor en el seno de una modesta familia de varios
hermanos. Aparecen sus recuerdos, sus primeros amigos, destacando Luis Buñuel
al que dedica 8 páginas, sus vivencias en el Seminario de Belchite en 1914 y su
regreso a Calanda en 1915. En el otro libro, el de “Testigo de 90 años de historia”, recorre esta segunda parte de su vida hasta 1939 narrando su
estancia en los seminarios de Belchite y Zaragoza (allí coincidió con el
fundador del Opus, Monseñor Escrivá de Balaguer, con el que al parecer no
coincidía en muchas cosas y alguna vez chocaron), el inicio de su actividad
sacerdotal desde 1925 en Luna, los estudios civiles en la Universidad de Zaragoza
(donde cursó la carrera de historia) hasta su venida a Madrid para estudiar
Filosofía, el comienzo de la guerra civil, su encarcelamiento y su liberación
final. Son muy interesantes los juicios que emite D. Manuel sobre esta
importante parte de nuestra historia de la que fue testigo en relación con la
república y la dictadura. Es curioso resaltar que sin perder un ápice de su
compromiso religioso y sacerdotal en tiempos difíciles, militó temporalmente
hasta en el sindicalismo anarquista de la CNT (fue uno de los fundadores del
sindicato de enseñanza) y hasta sale en alguna foto con el uniforme de
miliciano de la cultura, con el que fue detenido en 1937. Estuvo también en
grave riesgo de que lo mataran, pues siempre dio la cara mostrando honesta y
abiertamente sus creencias, algo bastante peligroso en aquellos tiempos.
Dejando esta oscura
época aparte, lo interesante es su relación directa con filósofos de la época,
primero durante su estancia en Zaragoza con Gaos y ya desde el curso 1934/35 en
la Facultad de Filosofía y Letras con Ortega, Morente, Zubiri, Gil Fagoaga,
Zaragüeta, Besteiro y Aznar; con todos esos maestros, no es de extrañar su
extraordinaria formación filosófica en perfecta convivencia sin embargo con la
tradición clásica recibida en el seminario. Me figuro que estos antecedentes,
unidos a su fervor por la verdad, han marcado su carácter en una continuada
búsqueda de la misma, así como su tercera vocación – la docencia- para impartir
su conocimiento a sus alumnos. Probablemente, esta apertura de ideas con una
filosofía realista abierta a la modernidad contrastando con el dogmatismo
imperante en la postguerra, le costó que se le negase la cátedra en la
Universidad, dando clase allí como profesor solamente. También lo hizo en la
Escuela Superior de Ingenieros de Caminos, por lo que no solamente se rodeó de
alumnos “de letras”. También dio clases como catedrático en un Instituto de
Ávila.
Llegamos así a la
tercera parte de su vida, marcada por el instituto Ramiro de Maeztu, en el que
sí entró como catedrático -¡faltaría más!- en 1941 y estaría hasta su
jubilación en 1973, a lo que hay que añadir unos cuantos años más como Rector
de la Residencia de Estudiantes, hasta 1984. Es curioso resaltar que vino de la
mano de Luis Ortiz Muñoz, que se lo trajo al Ramiro contra la opinión del
propio Ministro de Educación de entonces, Ibáñez Martín (que ya tenía otro
candidato), probablemente por esos mismos antecedentes (lo cuenta el propio
Mindán en su libro). Este hecho fue fundamental, en mi opinión, para que el
Ramiro estuviera dotado de su especial carácter en aquella época, destacando el
que no fuera clasista (se aceptaba por igual a hijos de obreros que a los de
los ministros, a católicos y no católicos (protestantes y musulmanes) y que se
recibiese una educación integral (intelectual, física, de manualidades (los talleres)
y de sensibilidad (música), probablemente algo único en estos aspectos frente a
los otros cinco institutos creados entonces. En mi opinión, esto se lo debemos
a los tres profesores más carismáticos del Ramiro, Antonio Magariños, Jaime
Oliver y el propio Mindán, apoyados por nuestro sempiterno director Luis Ortiz
Muñoz, quien seguramente también ha tenido mucho que ver con que los otros dos entrasen
también en el Ramiro. Mindán siempre estuvo muy orgulloso de haber sabido
mantener cierta independencia de las influencias políticas de la época,
estirando la cuerda al límite. Igual que hay cuatro patas para sostener
óptimamente un banco, estos cuatro irrepetibles profesores fueron clave para
que el Ramiro fuese realmente modélico.
Además de catedrático
de filosofía, ejerció otros muchos cargos: Secretario, miembro de la Junta Pedagógica,
Jefe del servicio Psicopedagógico (y por ende consejero vocacional de los
alumnos…), Catedrático Tutor de la Escuela de Formación del profesorado, asesor
de la Dirección y hasta Rector de la Residencia de Estudiantes tras la muerte
de Magariños.
La jubilación del
Ramiro del P. Mindán en 1973 no fue realmente tal, pues continuó impertérrito
sus actividades docentes en el C.E.U. hasta los 86 años. Época muy fecunda
también, ya en la Democracia del 78, manteniendo su carácter fuerte y
resolutivo sin temor a ser confundido por “adicto al Régimen” y ganándose el
respeto de sus alumnos.
“Foto de escalinata” con los invitados en el acto de la
jubilación del P. Mindán en el Ramiro de Maeztu, en 1973. Se distingue con
cierta dificultad a varios, a José Navarro Latorre, a Pedro Dellmans y con
muletas a Luis Ortiz Muñoz, que se jubilaría también año y medio más tarde y fallecería
poco después.
Así entramos en la cuarta época de su vida, ya
nonagenario y hasta centenario, en la que tampoco podía pararse y se dedicó a
escribir la mayoría de sus libros (del 1991 al 2001), sin contar con la
multitud de artículos que también nos ha dejado y que ya no cito, si acaso,
señalar que fundó la “Revista de Filosofía” del C.S.I.C. y que fue cofundador
(y secretario) del Instituto “Luis Vives” de Filosofía.
o
Andrés Piquer
o
Recuerdos de mi niñez
o
Personalidad filosófica de José Gaos
o
Testigo de 90 años de historia
o
Conocimiento, verdad y libertad
o
Historia del instituto Ramiro de Maeztu
El 31 de Enero del
2000 se celebró un acto muy especial en la sala de Música del Instituto Ramiro
de Maeztu con ocasión de la concesión al P. Mindán de la Encomienda de la Orden
de Alfonso X el Sabio. Por cierto, era poseedor de algunas distinciones más a
lo largo de su vida, entre las que destaco un Premio Nacional, la Cruz de S.
Jorge en Teruel y la Medalla de oro al Mérito del Trabajo.
En cuanto a su carácter, desde luego que a
nadie le ha dejado indiferente. Para unos, fue un personaje seco, huraño,
distante y hasta vanidoso; quizás fuera algo de todo eso, pero los que le han
conocido un poco más de cerca cuentan que no le hace justicia; gran
conversador, amante de la buena vida sin ostentaciones, trato cálido con el
interlocutor, dejando a éste la iniciativa del modo en el trato y con
afabilidad contenida, también son características suyas. No era amigo de crear
conflictos, pero siempre entraba al trapo cuando decidía que era preciso
hacerlo.
(Es probable que haya una gran diversidad
de opiniones sobre estos aspectos de su carácter, lo que le convierten en un
personaje controvertido).
En cuanto a su estilo de docencia, lo
primero que hay que destacar es la claridad expositiva, muy de alabar en una
disciplina como es la Filosofía.Es evidente que irradiaba un respeto imponente
a sus alumnos, a los que siempre pretendía calificar con absoluto rigor y
justicia, a la vez que se preocupaba por la personalidad del propio alumno,
aunque esto lo hacía más con sus “elegidos”. Alguien dijo de él algo que me
parece muy acertado: “Maestro de vida”.
Por otra parte, los sentimientos producidos
por sus clases van desde el terror a la admiración; se le podría catalogar de
“hueso”, pero eso sucede con la mayoría de los profesores que se preocupan
realmente de la formación del alumno. Si él se exige a sí mismo, también les
exige a ellos. Afable y cercano en las cortas distancias y seco y duro en las
largas… En cualquier caso, siempre pretendía sacar petróleo de cualquier alumno
y que éste fuera capaz de desarrollar su pensamiento e inquietudes; lo que
sucede es que no todos son iguales y yendo con un cero por delante o con
exámenes sorpresivos, tanto orales como escritos, no todos reaccionan igual.
Anécdotas seguramente hay muchas. Ahí van
algunas que hacen entrever su carácter y modo de pensar:
– En cierta ocasión, en el Ramiro, no se sabía el aula en que se celebraría el
examen final. Para informar de ello, Mindán convocó a los alumnos “en la Plaza
del caballo”, evidentemente la del Caudillo. Se dio la circunstancia que en
aquella Promoción estaba un hijo de un ministro de Franco, quien protestó
atropelladamente por este a su parecer desprecio al insigne Jefe del Estado.
Don Manuel, sin perder la calma y con una leve sonrisa beatífica, recordó una
serie de reglas de la lógica que él mismo había enseñado en su clase,
reiterando que la mejor forma de señalar inequívocamente el lugar para una cita
era por referencia al elemento de mayor tamaño, que evidentemente era el
caballo y no el ilustre jinete…
– En otra ocasión, al explicar la Teoría del
Conocimiento, se trataba de aclarar las razones por las que se podría aceptar
legítimamente que algo en nuestro conocer es evidente y puede crear un
tranquilizador estado espiritual, que es la certeza. Si esto no fuese cierto,
la duda epistemológica nos podría llevar a un estado de angustia imponente.
Ilustrando este fenómeno cognoscitivo, D. Manuel juntaba las manos alrededor de
su propio cuello como si alguien quisiera ahogarle y lo hizo con tal realismo
que un alumno no pudo evitar soltar una sonora carcajada. En lugar de
expulsarle por falta de respeto, lo que hizo fue soltar otro estallido de risa
al verse a sí mismo de esa guisa, con lo que se contagió el resto de la clase.
La verdad es que esto no era muy habitual, pero…
– Desconozco su reacción el día que le avisaron que
tenía que ir urgentemente a otro lugar y salió de la clase con sotana al viento
diciendo “Voy volando…”, origen probable de su bien conocido epíteto
relacionado con cierta oscura ave voladora, al tener en cuenta su marcado
perfil.
– Para él no había tabúes. En cierta ocasión –en los
años 50 - le preguntaron por la licitud moral del método del control de
concepción natural de Ogino-Knaus. Casi nadie había oído hablar de ello por
entonces, pero sonaba “un poco fuerte”. Respuesta de Mindán: clara exposición
del ciclo biológico de la fertilidad humana y de las posibilidades de programar
la contraconcepción natural, defendiendo la licitud ética de la utilización del
método, legitimado encima por su condición de sacerdote. Se deduce de esta
anécdota que realmente fue un adelantado a su tiempo, igual que el día que dijo
que para dedicarse a la Filosofía había que tener resuelto el problema
económico y también el sexual…
– En 1966 tuvo un accidente de coche (no fue el único)
por el que casi se mata, al bajar un puerto de montaña en línea recta y sin
usar las ruedas. Afortunadamente salió con bien tras serias dificultades.
– Un médico le pronosticó siendo todavía joven, cuando
se peleaba con una enfermedad pulmonar, que su vida sería corta si no tomaba
medidas. Debido a esto, se aficionó a paseos por la montaña, manteniendo una
buena forma física hasta bastante mayor. Habiendo llegado a centenario, parece
claro que el médico no estuvo muy acertado.
D. Manuel falleció tras cumplir 103 años. Descanse,
pues, en paz un profesor extraordinario
a la vez que controvertido, al que seguramente debemos mucho todos los
del Ramiro.
KS,
Julio 2014