viernes, 22 de diciembre de 2017

Una Nochebuena muy peculiar

Una Nochebuena muy peculiar, por Kurt Schleicher

—“Ya estamos en Navidad; ¡qué horror!” — me dije aquella fría mañana de diciembre de 2017.
A mi alrededor todo está oscuro. Trato de vislumbrar algo, pero no puedo ver los detalles. Parece que estoy confinado en un pequeño cuarto, eso sí, con muchas comodidades  frente a lo que tenía por costumbre, de forma que aún debería darme por contento. Antes de estar aquí estuve en una especie de campo de concentración junto con otros compañeros de infortunio; aquello era desde luego más desagradable. Lo malo es que ahora estaba muy solo, sin la compañía que me hacían los demás, pero también la comida era mejor; vaya lo uno por lo otro.
Asomando con dificultad la cabeza, podía ver que el lugar en el que me encontraba era un amplio chalet aislado en una rica urbanización cerca de Madrid. Los dueños eran una familia “bien”, con posibles, como se decía antes. El padre parece ser que es un afamado médico, creo que cirujano plástico, de ésos que ganan un pastón por quitar un par de lonchas de grasa y hacer creer al enfermo (mejor llamarle víctima) que ya tiene un aspecto magnífico, pese a la multitud de colgajos que le han dejado. La verdad es que se comporta conmigo con displicencia, manteniendo las distancias; sin embargo, no me gusta nada cómo me mira. No me fío de él. La madre, por el contrario, es toda una señora, me trata con disimulado afecto, pero también manteniendo distancias, como si yo fuese un ser inferior poco digno de relacionarme con ella.
Luego están los niños, bueno, ya no tan niños; el pequeño tiene quince años y es una especie de mula parda, grande y rechoncho. Además es un cobardica; cada vez que me mira rehúye la mirada ¡como si fuera yo a hacerle algo, pobre de mí!
Falta la niña, un año mayor, con unos esplendorosos dieciséis años. Ésta sí que es un encanto; es preciosa con sus ojos de color mar al atardecer y me ha demostrado varias veces ya que me tiene cariño. No parece que me tenga miedo y suele acercarse a mí para consolarme, como si supiera de mis penurias anteriores.  Me da la sensación de que me estoy enamorando, pues mi única ilusión de cada día es poder verla. Su presencia es lo que me mantiene vivo; gracias a ella no pierdo la esperanza. Ya sé que es muy joven, que es imposible que pueda alguna vez mantener una relación con ella, y mucho menos yo, con lo feo que soy. No debo olvidar que soy de otra raza y mi aspecto me delata enseguida, pues soy negro, y además de un negro zaíno, como los toros. No soy un negro lustroso, como algunos que se ven por ahí.
La verdad es que soy un paria. En estas fechas en las que los cristianos – yo no lo soy – celebran eso que llaman “Navidad” y presumen de dar calor al prójimo y proteger al necesitado, la impresión que tengo es que sólo piensan en comer, pero para ellos mismos, no para los demás. ¿Es que la Navidad sólo se puede celebrar comiendo?
Que en pleno siglo XXI exista todavía esclavitud, no deja de ser sorprendente. La verdad es que nunca he entendido bien lo que significa ser un esclavo, pero yo lo debo ser, pues mi amo, el médico, tengo entendido que me ha comprado; estoy casi seguro. Hombre, me ha hecho un favor al sacarme del campo de concentración aquél, pero no sé lo que pretende de mí; no me lo ha dicho. Mi única esperanza de salvación es mi amada, que me ha demostrado siempre cariño; espero que no me falle.
Cada vez que lo pienso, me irrito más; ¡estoy aquí encerrado y no he hecho nada para merecerlo! ¡Yo también tengo mis derechos constitucionales! ¿Por qué no puedo ser libre? Tengo varios primos, eso sí, más guapos que yo, que gozan de una libertad envidiosa. ¿Es que no tengo derecho a ser como ellos?
Estábamos ya en vísperas de Nochebuena. Empecé a oír voces, que me sacaron bruscamente de mis reflexiones. Agucé el oído. Era una voz masculina, fuerte y ronca. Se trataba de D. José, el pater familiam.
—A ver, Susana y Carlos — el tono del padre era autoritario, como siempre, dirigiéndose a sus hijos — mamá y yo tenemos que salir, pero es mejor que no vengáis; primero tengo que pasar por la consulta y después nos meteremos en el follón del centro de Madrid para comprar unas chucherías que nos faltan. No tardaremos mucho, pero es posible que se nos haga tarde. Que no me entere yo de que habéis hecho alguna trastada; mucho ojo, o me las pagaréis…
—Podéis aprovechar y ver la televisión o jugar con la consola; hoy os damos permiso ilimitado — intervino Carmela, la madre, conciliadora y tratando de quitar hierro a las amenazas de su marido con una leve sonrisa.
—Sí, papá, gracias mamá — dijeron los dos a coro, como si se hubieran puesto de acuerdo, eso sí, con cara de aburridos y mirando al cielo con resignación.
“Parece que ya se han marchado”, me dije a mí mismo al oír el ruido de la puerta cerrándose.
Me figuraba yo que iba a tener una tarde aburrida, si es que los chicos se fueran de verdad a jugar. “¡Cómo me gustaría que viniera Susana a verme!”, pensé con ensoñación, pero con pocas esperanzas de ello.
Volví a mis reflexiones. La verdad es que me sentía muy solo, y más desde que ya se había echado la noche encima. Me parecía ser un pájaro enjaulado, andando de una punta a otra del cuartucho en el que estaba. Yo me había creído que en los tiempos actuales, las costumbres habrían evolucionado y que la gente fuera más civilizada, pero no era así. Con los de mi raza no tenían piedad; ¡qué mal les habíamos hecho! ¡Ni en Navidad cambiaban!
De repente, oí un ruido en la puerta del cuarto. ¡Alguien estaba queriendo entrar! ¿Sería Susana? Mi gozo en un pozo; era el animal de Carlos. Me acurruqué al fondo del cuartucho. La forma que tenía de mirarme no me gustaba nada; hasta creí ver un poco de saliva que le salía por las comisuras de la boca. Entró levantando los brazos de forma amenazadora; era más alto que yo y estaba claro que era más fuerte.
—Ahora verás — me dijo sin perder su aviesa sonrisa — no te preocupes, que no te va a doler. Les voy a hacer un favor a los demás, pues cuando vuelvan ya estará todo hecho. Y mi hermana no se va a enterar…
Empecé a asustarme de verdad; el gamberro de Carlos se acercó a mí, me agarró por el cuello con una mano y con la otra me cogió la cabeza, girándola como si fuese un sacacorchos alrededor de mi propio cuello… ¡me estaba asfixiando! Intenté defenderme, pero el animal aquél se me echó encima inmovilizándome y continuó con sus maniobras asesinas.
En ése momento, probablemente por el ruido que estábamos haciendo, apareció Susana en el quicio de la puerta con una escoba en las manos, con la que le arreó a su hermano con todas sus fuerzas.
—¡Eres un mamón! ¿No te he dicho que le dejes en paz?
Afortunadamente, tras el golpe, Carlos me soltó y mi cabeza deshizo el par de vueltas que ya llevaba encima y por fin pude volver a respirar. ¡Qué poco había faltado! Menos mal que mi cuello es muy flexible y no se partió. ¡Qué bruto el chaval!
Susana se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, acariciándome la cabeza; yo me dejé hacer, emocionado como estaba.
—Pobrecito — me dijo ella — conmigo estás a salvo. No dejes que se te acerque otra vez el bruto éste…
Puse mi cabeza en su regazo, cerré los ojos y me sentí feliz; ya ni me acordaba del mal momento que había pasado.
Pero las sorpresas de aquél día no se habían terminado. De repente, los tres oímos ruido de cristales rotos en una de las ventanas, una más pequeña que había en el baño y que no tenía barrotes, por falta de previsión en su día.
—¡¡Son ladrones!! — gritó Susana, muy asustada.
Carlos nos miró a los dos y salió corriendo, pero no a donde creímos que iba, a ver quién era, sino que tiró a toda velocidad para el piso de arriba. Estaba claro que iba a esconderse, el muy cobarde.
Susana se quedó petrificada, permaneciendo en la cocina, sin hacer ruido.
Por la ventana aquella habían entrado dos individuos con un pasamontañas; al oír los pasos del chaval subiendo la escalera, se alarmaron.
—¿No me habías dicho que aquí no iba a haber nadie? — soltó uno de los intrusos, dirigiéndose a su compañero.
El otro se mordió los labios; con el pasamontañas no se notaba.
—No conté con que los niños se quedaran aquí solos… vamos a ver dónde están. Tú mira arriba entre que yo voy a la cocina…
Mientras que el primero subía despacio las escaleras, el otro se dirigió a la cocina, donde Susana se había escondido debajo de la mesa. Lo malo es que se la distinguía demasiado bien, por lo que el tipo no tuvo más que meter la mano debajo y agarrarla por los pelos. La joven empezó a resistirse, pero el otro no la soltó. Harto de la resistencia de la chica, le dio una bofetada.
—¡Cállate! ¡Ya me estás diciendo dónde guardan tus padres las joyas y la pasta!
La bofetada encendió a la chica y la rabia pudo más que el miedo; sobre la encimera había un cuchillo, lo agarró e intentó clavárselo al ladrón, pero éste logró apartarse a un lado a tiempo, sin poder evitar recibir un corte profundo en un brazo.
El ladrón, enfurecido, agarró a Susana y la tiró al suelo.
Al ver aquello desde mi cuartucho aledaño a la cocina, que mi querida niña estaba siendo atacada y maltratada de aquella manera, se me nubló la vista de rabia, salí del habitáculo que con el jaleo se había quedado con la puerta abierta y me abalancé sobre el canalla aquél, que no se esperaba a un tercero en discordia. Con mis afiladas garras rompí el pasamontañas, le rajé la cara y le clavé el pico en un ojo, que salió de su órbita y se quedó colgando fuera. La imagen resultaba grotesca, pero no para el ladrón, que empezó a aullar como un poseso, corriendo de un lado a otro del salón, sin saber por dónde iba. Yo le perseguí a grandes saltos, me subí al armario sin darme cuenta de que tiraba todo el cacharrerío que había encima, de ahí volé a la lámpara rompiendo varias bombillas y desde esa elevada posición piqué contra el intruso agarrándome a su cabeza, clavándole mis garras todo lo hondo que pude, haciendo que se fuera al suelo sin poder ya defenderse.
En ese momento apareció el otro bandido, que había bajado por la escalera llevando cogido a Carlos de un brazo, atónito por lo que estaba viendo. El muchacho, al notar que la presión en su brazo disminuía, se soltó de golpe y con todas sus fuerzas le atizó una patada en la espinilla, haciendo que el ladrón se retorciera de dolor; Susana, al mismo tiempo, agarró la escoba y le dio un fuerte escobazo. Al ver la reacción de la chica desde la lámpara en la que yo estaba subido, decidí repetir la misma maniobra aeronáutica, subiéndome encima de la cabeza del intruso y clavándole el pico repetidamente. Al mismo tiempo, el chaval le estaba pegando unas tremendas patadas en las costillas y Susana le metía el palo de la escoba en salva sea la parte, haciendo que el intruso perdiera el sentido de puro dolor.
El primer bandido rebulló y se levantó con dificultad intentando escapar, agarrándose el ojo que llevaba fuera. Me dije que eso no estaba bien y volví a lanzarme “a estilo cóndor” sobre él, subido en sus hombros y clavándole el pico; el hombre iba de un lado al otro del salón sin ver, rompiendo la cristalería y todo lo que pillaba en su camino; tropezó con una silla y se terminó golpeando la cabeza contra una esquina de la enorme y maciza mesa, perdiendo también el sentido.
Ya más tranquilos, nos quedamos los tres sentados en el suelo, jadeantes; los chicos me estaban mirando con asombro. Susana, con los ojos muy abiertos, se acercó a mí reptando sobre sus rodillas y me abrazó. Naturalmente, yo me acurruqué en su regazo, cerrando los ojos y sintiéndome feliz.
—¡Nos has salvado la vida! — me susurró la muchacha acariciándome la cabeza con ternura.
—¡Todavía no me puedo creer que le debamos la vida a un pavo que nos íbamos a comer mañana! — añadió por su parte el chico, alargando su mano hacia mi ala derecha — perdona, macho, te juro que no volveré a intentar matarte...
Ni se daba cuenta el chico que le estaba hablando a un pavo…
Y es que yo, me da vergüenza decirlo, soy un pavo, feo y negro zaíno, con un plumaje ralo y despeinado, no como mis primos, mucho más guapos, que campan libres por los idílicos jardines del Palacio Real; a lo mejor se llaman “pavos reales” también precisamente por eso…
En ese momento, se oyó el ruido de una llave en la puerta de la casa; ¡llegaban los padres!
Cuando don José y su mujer entraron en el salón, no se podían creer lo que estaban viendo; allí parecía que se había desencadenado una batalla campal, cristales por todo el suelo, la lámpara medio rota, las sillas volcadas, y a sus chicos sentados en el suelo con el pavo que se iban a comer al día siguiente retozando en el regazo de su hija.
—Pero… ¿qué ha pasado aquí? — inquirió D. José, todavía atónito, mirándome a mí con alevosía, pues todo indicaba que el causante de aquél destrozo había sido yo — ¿Por qué habéis sacado al pavo de su recinto?
Justo cuando decía eso, se dio cuenta de la presencia de los dos ladrones tumbados sin sentido y con la cara ensangrentada. Tanto el padre como la madre pegaron un sonoro respingo.
—¿Y éstos? ¿Quiénes son? ¿Qué pintan aquí?
—Pues que a lo mejor gracias a este pavo, que nos ha salvado la vida, seguís teniendo hijos, aparte de las joyas y el dinero que estos tipos se hubieran llevado — le respondió Susana con firmeza, mirando de reojo también a su madre.
—Bueno, yo le he pegado a éste unas cuantas patadas… — interrumpió el chico, queriendo llevarse algún mérito.
—Sí, pero cuando el trabajo ya lo había hecho el pavo como una furia divina y habiéndole sacado el ojo a uno… ¡no te digo, el valiente, escondido bajo la cama! — Susana estaba lanzada — Desde luego, el que pretenda matar a este pavo, tendrá que pasar primero por encima de mi cadáver!
De repente, a la muchacha le entró la risa floja.
—¿De qué te ríes? — le preguntó doña Carmela.
Su hija le respondió entre lágrimas de risa.
—¡Pues que me estoy imaginando la cara que van a poner los de la policía cuando vengan a llevarse a estos tipos y les contemos que el héroe ha sido el pavo!
Poco a poco, los padres fueron digiriendo lo que había pasado, aunque todavía les costaba creerlo; al principio, viendo el desastre en el salón, habían creído que estaban siendo engañados, pero a la vista de los dos ensangrentados individuos, no había duda.
Lo cierto es que D. José ya me miraba de otra manera; se le veía profundamente conmovido y agradecido, lo mismo que doña Carmela.
                                                       * * *

 Al día siguiente, en Nochebuena, nos encontrábamos todos celebrándola en el comedor de la casa, bien engalanada con motivos navideños.
Allí estábamos todos, incluso yo; mi querida niña había colocado un gran cojín encima de una de las sillas de la mesa, a su lado. Formábamos un cuadro enternecedor: el padre, presidiendo la mesa, la madre, poniendo cara de circunstancias sin poder evitar una sonrisa mirando a su “prevista cena”, que era yo,  sentado a la mesa moviendo feliz mi apéndice colorado bajo la nariz (bien se podía decir que la cena no era moco de pavo); el chico, guiñándome un ojo  y Susana sentada a mi lado echándome un brazo por encima del lomo. Y yo feliz, claro.
A los postres, el padre nos miró a todos entre serio y divertido.
—Bueno, teniendo en cuenta lo sucedido, no he tenido inconveniente en que pasemos las fiestas compartiendo nuestra vida cotidiana con tu pavo, hija mía, pero todo tiene un final. ¡No querrás que esta extraña situación dure toda la vida! Está claro que no nos lo comeremos, pero, ¿qué hacemos con él? El pobre bicho tampoco se debe sentir bien en esta situación por mucho tiempo…
Me estremecí; para mis adentros me decía “Yo quiero estar al lado de mi Susanita, para siempre…”, pero no me salían las palabras y sólo era capaz de repetir “glo, glo, glo”, mirando alternativamente a D. José y a mi chica, con cara de pavo degollado.
—¿Alguna idea? — preguntó el padre, mirando a todos.
Susana se me quedó mirando; parecía que hubiera leído mis pensamientos.
—La verdad es que he llegado a querer mucho a este animalito, aparte de lo agradecida que le estoy por lo bien que me ha defendido, pero comprendo que no puedo retenerlo conmigo para siempre. No funcionaría. Sin embargo, tengo una idea que me parece pueda ser la solución.
Todos, hasta yo, la miramos expectantes.
—Primero le vamos a poner un nombre: “Príncipe”. Y luego, te voy a pedir una cosa, papá; si no la haces, Príncipe se quedará aquí conmigo para siempre.
Don José enarcó una ceja, sin adivinar lo que le pediría su hija.
—No me preguntes cómo lo sé, pero Príncipe quisiera ser un pavo real, como ésos tan bonitos que hay en los jardines del Campo del Moro. Tú eres uno de los mejores cirujanos plásticos de España; estoy convencida que si dispones de las suficientes plumas, serás capaz de injertarlas a Príncipe…
Me estremecí; ¡Convertirme en pavo real! ¡La ilusión de mi vida!
Susana me clavó su mirada con los ojos chispeantes; lo único que supe hacer fue mover la cabeza de arriba a abajo y tratar de sacar una mueca que se pareciese a una sonrisa, pero con el pico eso era un rato difícil; sin embargo, lo entendieron.
—Papá, por favoor… — dijo Susana mirando a su padre de forma que éste no pudo negarse.
* * *

El invierno ha pasado y ya estamos en primavera.
Caminaba yo cerca de la fuente que hay en el centro del Campo del Moro, cuando vi a lo lejos a una pavita preciosa que me miraba desde debajo de un banco. El corazón me dio un vuelco; ¡ésa era mi chica!
Me acerqué a ella hinchando el pecho todo lo que pude y procedí a abrir mi cola en todo su esplendor. La pavita se acercó a mí con un tierno “glo, glo”, significando que aceptaba ser mi novia, rendida ante mis encantos.
Al cabo de no mucho tiempo, la imagen de Susana se fue borrando poco a poco de mi memoria, como si se difuminase.
Un día me visitó; al verme tan bien acompañado, sonrió. Y yo también.

KS, Navidad 2017



jueves, 23 de noviembre de 2017

AULA 64 nov 2017 “La transformación del ferrocarril, que cambió nuestra forma de viajar”,

   AULA 64, 22 de noviembre 2017: “La transformación del ferrocarril, que cambió nuestra forma de viajar”. Ponente: Gonzalo Madrid. Por Kurt Schleicher.

  Como siempre, Vicente nos hizo una breve presentación de nuestro ponente, indicándonos que su extenso curriculum no le cabía en una hoja. Pocos más autorizados para hablar del ferrocarril y de Renfe en particular, compañía de la que fue director general nuestro compañero Gonzalo, aparte de un largo etcétera en otras compañías.
  A Gonzalo le tocó vivir una época trascendental en la compañía a finales de los años ochenta con la decisión de entrar en la alta velocidad, en el AVE, para ser concretos. Aquello debió de ser toda una aventura, en la que estuvo acompañado por otro compañero nuestro, Leopoldo “Polo” Iglesias, asimismo presente en nuestra reunión. Las decisiones del cambio de ancho de vía, las dificultades del trazado y el requerimiento de que estuviera todo listo para la EXPO de Sevilla en 1992 supuso todo un reto, pues hubo que recuperar retrasos y tomar decisiones trascendentales para evitar el bochorno que hubiera supuesto no conseguirlo. Y se hizo: el 21 de abril de aquel año entró el AVE en la estación de Santa Justa y al mismo tiempo en la historia. No me extraña que a Gonzalo le gustara esta estación más que ninguna otra.

  Gonzalo nos hizo la exposición sin hacer uso prácticamente de su presentación, que como siempre ya se distribuirá a todos. Se centró en contarnos los modelos de gestión empresarial habidos en la compañía, ilustrándolo con multitud de anécdotas que vivió en vivo y en directo con conocidos personajes, como por ejemplo Josep Borrel y Luis de Guindos. El primero estuvo muy involucrado en el AVE; siendo catalán, sorprende que la primera línea fuese a Sevilla, pero es obvio que lo de la expo tenía mucho peso. Más tarde también se inauguraría el AVE Madrid Barcelona, pero Gonzalo nos comentó que la línea de Sevilla siempre ha sido muy exitosa, bastante más que las expectativas iniciales. También es verdad que en la competencia con el transporte aéreo, el AVE copó todas las rutas menores de 600 km; entrar en Santa Justa, en pleno centro de Sevilla, no es lo mismo que volar a un aeropuerto y después tener que recoger maletas, tomar taxis, etc, con lo que el menor tiempo de vuelo – ya no tan diferente - queda bien compensado por la comodidad. Doy fe de ello, pues yo fui en uno de los primeros días tras la inauguración, renunciando al vuelo. Luego repetí bastantes veces y creo que ya no volví a ir a Sevilla en avión.

  Una sabrosa anécdota que nos contó está relacionada con la transformación que sufrió la empresa en aquellos años ochenta, pasando de una organización focalizada en directores de zona a otra por funciones; le pasaron el “muerto” de tener que contar a aquellos directores  “plenipotenciarios” que de un día para otro dejaban de serlo y que perderían sus prerrogativas.

  Para dar una idea de órdenes de magnitud, Renfe manejaba por entonces del orden de sesenta y cinco mil millones (entiendo que de pesetas) y se enfrentaba con pérdidas que podrían llegar a ser de de los veinte mil millones (cito de memoria; espero no haberme equivocado entre tantos millones). A modo de referencia curiosa, la calle principal de la urbanización de Renfe cerca de Chamartín se llama “la avenida del Déficit”.

   Los modelos de gestión debían de lidiar sobre todo los aspectos económicos, hasta el punto que el 50% de los objetivos personales de los directivos estaban relacionados con este aspecto. La manera de establecer estos objetivos se dirimía en largas reuniones que Gonzalo ha vivido en vivo y en directo, así como en la “lidia” con los representantes de los sindicatos.

   Gonzalo nos mencionó también la situación de la red ferroviaria de alta velocidad, de las primeras del mundo, pese a que ahora surjan protestas  por parte de regiones que “pían” por no haber cerrado todavía las conexiones con Extremadura, por ejemplo (la manifestación reciente en la plaza de España en Madrid da fe de ello). Queda mucho por hacer aún, pero hay que sentirse orgullosos de lo logrado hasta ahora, incluyendo los aspectos de exportación a países del oriente medio, como es bien conocido.
   Asimismo nos mencionó que la organización de los servicios en el AVE fue copiada del transporte aéreo, con sus “azafatas”  y sus servicios de catering, por poner algún  ejemplo.

   También hizo referencia al otro éxito de la compañía, en lo referente a las líneas de Cercanías, a las que dotó de una moderna imagen corporativa que contribuyó muy probablemente a su éxito. Comparativamente, el presupuesto es relativamente menor en relación al número de pasajeros, pero hay que tener en cuenta la amortización de las enormes inversiones relacionadas con la alta velocidad. Nos mostró una tabla con la cantidad de pasajeros; actualmente es del orden de 89 millones de pasajeros pasando por la estación de Atocha, frente a los 27 de la de Sants en Barcelona, lo que da una idea del “poder de la centralización”…

   Está bien claro que los tiempos de los trenes de principios del siglo XX con sus bancos de madera  ha pasado a la historia; recomiendo una visita al Museo del Ferrocarril en Madrid, en el paseo de las Delicias, para darse cuenta de su enorme transformación.

  Hay que agradecer a Gonzalo su magnífica exposición, que más que una conferencia ha sido una lección magistral de gestión empresarial y encima vivida “desde dentro”. Me permito sugerir a Gonzalo que escriba algo sobre ello, pues sus dos horas de exposición en AULA 64 nos han sabido a poco.


  KS, 23 de noviembre de 2017

miércoles, 1 de noviembre de 2017

El salto del ángel

El salto del ángel, por Kurt Schleicher

   Siguiendo las recomendaciones de Vicente, voy a contar una anécdota; es nada menos que de 1970. No soy de los que creen que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero es indudable que entonces estábamos todos en la flor de la vida con nuestros veintitrés añitos y nuestro futuro lo teníamos por delante; ahora disfrutamos de los recuerdos. Esto me ha quedado un poco cursi, pero no deja de ser verdad.

    La anécdota tiene que ver con el deporte y con las “proezas” que éramos capaces de hacer en la plenitud de nuestras condiciones físicas por aquellos ya lejanos años.
    Tiempo antes, en la época del Ramiro, no destaqué mucho en los deportes de competición, pues en el baloncesto mi contribución no resultaba muy brillante; aprendí que había que dar con el balón en un cuadradito para que después rebotase y diera la casualidad que entrara después en la canasta. De ahí no pasé. Además, rodeado por estrellas como Vicente Ramos y Pablo Bergia, aquello quedaba muy deslucido y lo dejé. En el fútbol sí que jugué con frecuencia de “defensa escoba” tratando de amedrentar a los hábiles delanteros como Aparicio, Alcalde, Peiro, etc. en cuanto osaban acercarse a la portería; yo trataba de quitarles le pelota, cosa difícil, pues mi capacidad de regate era nula. Mi táctica era asustarles poniéndome delante para que frenasen su carrera y pillar entonces la pelota dándole un balonazo con todas mis fuerzas con intención de mandarla a la otra portería y que algún delantero de los nuestros tuviera ocasión de marcar gol. Hay que aclarar que yo jugaba con los “suplentes” contra los “titulares”; no recuerdo si llegamos a ganar alguna vez…
   En los últimos años en el Ramiro y habiendo cumplido los quince, encontré una salida en los aparatos del gimnasio, donde podía competir conmigo mismo. Recuerdo que miraba con el rabillo del ojo y cierta sana envidia la elegancia de Juan Antonio Rosas, capaz de volar a una aparente baja velocidad y ejecutar los saltos de forma perfecta, sin despeinarse. Mi forma de saltar era a base de potencia, más tosca que elegante, pero al menos podía ponerme retos que poco a poco iba superando, a veces de forma algo suicida. Por fortuna, detrás de los aparatos había una buena colchoneta y mis trastazos nunca llegaron a tener graves consecuencias. Conseguí, sin embargo, uno de mis retos: saltar el plinto a lo largo con todos los cajones, sin manos y dando una voltereta en el aire, cayendo milagrosamente al otro lado sin tocarlos, pues más de una vez había derrumbado aquella pila de cajones conmigo en medio. Tras este “logro”, me sentía ufano y contento, pues al menos podía contar algo destacable en lo deportivo; este recuerdo no se me olvidó al pasar los años.

     Después de la época del Ramiro, me dediqué a jugar al frontón y al tenis, con éxito mediano. En la universidad destaqué sorprendentemente en los cien metros lisos, pero en carreras largas me cansaba pronto. Estaba claro que lo mío era la “potencia explosiva”.
     Todo esto me sirvió para que en el primer verano (1969) de mi periodo de Milicia Aérea Universitaria (M.A.U.) en Villafría (Burgos), me seleccionaran para competir defendiendo los colores de mi escuadrilla en eventos deportivos. Logré alguna buena marca de nuevo en los cien metros lisos y destaqué en lanzamiento de disco, pese a mi “tosquedad” en hacerlo, a estilo pueblo, o sea, a piñón fijo; nunca aprendí a dar las consabidas vueltas, pero al menos lanzaba granadas de mano más lejos que nadie cuando hacíamos competiciones de patrullas. El capitán encargado de deportes estaba encantado conmigo y pretendía que compitiese “en todo”; de ahí surgiría la anécdota que voy a contar ahora.
   Antes que nada, tengo que aclarar que yo sabía nadar, no muy bien, eso sí, pues dada mi “densidad corporal”, era muy consciente de no ser muy rápido y que no podría ganar nunca en una competición de natación. Intenté convencer de ello al capitán, pero el hombre no quería aceptarlo; tras una larga discusión, llegamos a un acuerdo intermedio: participaría también en natación, pero en saltos de trampolín. “Al menos no tendré que nadar”, me dije. Como no puse objeción a esta opción, el capitán debió suponer que yo debía de ser un fuera de serie en saltos trampolinescos y yo me guardé muy mucho de confesarle que no lo había hecho nunca antes. Para más “INRI”, el hombre sacó sus galones y me requirió hacer varios saltos, por lo menos el del ángel y un mortal con voltereta en el aire; me acordé entonces de mis “heroicidades” con el plinto en el gimnasio del Ramiro y me dije que aquello debía ser lo mismo, pero sin cajones y con agua.
   Llegó el día de la competición. La verdad es que no las tenía todas conmigo; no sabía si tenía más miedo a quedar mal o a pegarme el gran trastazo. Hice de tripas corazón y me dispuse a ejecutar el salto del ángel, que, repito, nunca había hecho hasta entonces. El trampolín era de los de palanca de madera y tampoco estaba demasiado alto, por lo que me dije que si me la daba, no sería muy grave. Me concentré; tomé carrerilla, cerré los ojos, “hay que impulsarse bien”, “ahora debo estirarme y levantar los brazos”, “ahora hay que encogerse y después volver a estirarme cabeza abajo y entrar bien en el agua”… Milagro: me salió bordado. ¡No me lo podía creer!
    —Tras este salto, creo que ya podemos ganar; para asegurarlo, ahora debes hacer el salto mortal — me ordenó el capitán, sin darme opción a protesta alguna.
     También era cierto que me sentía exultante, tras el éxito de mi primer salto y mis compañeros aplaudiendo. Me dije que debía recordar lo del plinto y hacer lo mismo, pero ya habían pasado unos cuantos años…
     Volví a subirme al trampolín. Había expectación entre mis compañeros. Me coloqué al principio de la tabla y tomé carrerilla, llegué al final, pegué el bote pertinente, cerré los ojos, me encogí sobre mí mismo como si fuese la voltereta sobre el plinto y… ¡lo hice! ¡Incluso entré razonablemente bien en el agua!
    Al salir de la piscina, el capitán vino hacia mí aplaudiendo y casi me abrazó, más exultante todavía que yo.
     —Y ahora tienes que hacer el doble mortal; si también te sale bien, barreremos a los de la otra escuadrilla… — volvió a “ordenar” el capitán, con esa fe ciega en mí que nunca llegué a comprender.
      Yo le miré por el rabillo del ojo; ¡lo decía en serio! Reflexioné velozmente; si había hecho el mortal, ¿por qué no iba a ser capaz de ejecutar el doble mortal?  “Pues igual que antes, pero más a lo bestia”, me dije.
      Vuelta a lo mismo; subir por la escalera al trampolín y colocarme al principio de la tabla. “Ahora a correr con más velocidad y después pegar el salto con todas mis fuerzas; debo subir más alto para tener tiempo de dar dos vueltas en el aire”, me dije a mí mismo, tratando de concentrarme en ello.
      Así lo hice; cerré de nuevo los ojos, salí corriendo a todo lo que daba de mí encima de la tabla, me impulsé con todas mis fuerzas hacia arriba, a la vez que intentaba dar las vueltas que pudiera. Tan concentrado estaba, que olvidé que tenía que “amerizar” correctamente con el tren de aterrizaje fuera, es decir, poniendo las manos en “V” tras juntar los brazos. Resultado: no completé la segunda vuelta, debí extender los brazos de alguna forma y olvidé cubrirme la cara. Resultado: tras vuelta y media, lo que salió de allí fue un maravilloso planchazo; me faltó altura para dar las dos vueltas y el golpe fue espectacular al sumarse la velocidad de giro con la de caída. Lo peor fue que gran parte de la energía del golpe se la llevó mi cara. Consecuencias: un derrame ocular y unas maravillosas ojeras sanguinolentas, como si me hubiera pegado con alguien dejándome ambos ojos morados. Lo gracioso del caso es que mis compañeros me aplaudieron a rabiar, pero el capitán ya no tanto. Pese a la pifia, ganamos…

     Días más tarde, ya recuperado y con la fama que había alcanzado, tuve que volver a saltar por la típica apuesta de fin de curso, vestido y jaleado por mis compañeros; ésta es la única evidencia gráfica que ha quedado de todo aquello. Ya puse las manos bien para taparme la cara, claro, pero el planchazo me lo di intencionadamente, con gran regocijo de mi “público”.

                                        Planchazo en la piscina de la MAU, vestido.

     Sin embargo, ésta no es la anécdota que pretendo contar; ¡hay más!

     Todo esto había sucedido a finales de agosto de 1970, justo antes de la jura de bandera y de volver a Madrid como flamante alférez de Complemento.
     Un buen día de septiembre, así como a dos semanas de regresar, fui con mis amigos de la “pandilla”, chicos y chicas, a la piscina de la Ciudad Universitaria. Entre ellos creo que estaban algunos de nuestra Promoción 64; si no recuerdo mal, Manuel Limones, Fernando Vega, Juan Miguel Velázquez y quizás alguno más. Puede que recuerden esta anécdota, la que viene ahora, si leen esto.

             En la piscina por aquella época. Yo soy el segundo empezando por la izquierda haciendo de egipcio y Juan Miguel Velázquez de indio el primero por la derecha. 

    Sería un sábado o un domingo; en cualquier caso, había mucha afluencia de gente en la piscina. Hace mucho tiempo que no voy por allí y desconozco si se ha modificado; entonces había un trampolín fijo muy alto y otro de palanca más cerca de la superficie de la piscina, pero todavía a una altura considerable. He encontrado una fotografía antigua en internet, en la que se ve la palanca fuera de su sitio, apoyada detrás.

                      Piscina de la Ciudad Universitaria, hacia 1970, con la palanca desmontada

     Recordé el evento de los saltos de trampolín en Burgos y lo comenté con mis amigos.
    —Pues ahora tienes una fantástica ocasión para demostrarnos tus habilidades — me dijo uno de ellos, retándome a hacerlo.
    No había yo caído en la cuenta que, por presumir ante las chicas, me veía comprometido a aceptar el reto; ya no podía dar vuelta atrás.
    Observé lo que pasaba cerca de allí; estábamos todos sentados en las gradas que hay o había a un lado de la piscina, justo delante de los trampolines. Yo ya había constatado que el trampolín de palanca era más alto que el de Burgos, y en cuanto al otro, al fijo, sería una locura intentarlo, pues a aquella altura y mi nula experiencia, podría dejarme los ojos allí o hasta a reventarme si caía mal. Me decidí por el de palanca.
    Al acercarme sin tenerlas todas conmigo, observé que los que saltaban no lo hacían mal, por lo que debería conseguir al menos un nivel similar. Por la misma razón, me dije, no era momento de hacer experimentos, sino de asegurar el salto. Ejecutaría el salto del ángel, que tan bien me salió entonces y era más fácil. Tuve que esperar un rato, pues había varios delante de mí para subir. Miré hacia las gradas; estaban llenas de gente y vi a mis amigos jaleándome cuando empecé a subir la escalerilla del trampolín.
    Lo primero que se me ocurrió fue que aquella tabla podría ser más o menos elástica que la de Burgos; decidí tantearla primero. Me acerqué despacio al borde y di un par de saltitos para verificarlo. La verdad es que aquello daba auténtico miedo. ¡Qué lejos estaba el agua! Según me daba la vuelta andando despacio encima de la tabla, me di cuenta con un escalofrío que mis pruebecitas de elasticidad habían generado mucha expectación entre el gran número de personas sentadas en las gradas, que estaban guardando un silencio sepulcral para ver el salto que daría aquél tipo, que era yo, aparentemente todo un experto.
     Yo tenía unas ganas locas de bajar, pero eso hubiera supuesto un ridículo espantoso. No había remedio. Me concentré; tenía que tomar carrerilla, como siempre, pegar el brinco al final, levantar los brazos, hacer como que volaba y finalmente girar sobre mí mismo para caer verticalmente cabeza abajo en el agua. Fácil.
     No lo recuerdo bien, pero tras pegar el salto y estar en el aire, estiré los brazos todo lo que pude como si fueran dos alas, a la vez que miraba al cielo. ¡Estaba volando! ¡Qué sensación! ¡Qué maravilla! Aquello era tan placentero que debí prolongarlo más de lo debido y me olvidé de algo fundamental, lo de encogerme sobre mí mismo. Y seguí volando, en efecto, pero ya sin fuerza de sustentación y sin el empuje inicial; estaba tan sólo en manos de la fuerza de la gravedad. Resultado: “americé” estirado como estaba, mirando todavía al cielo con los brazos abiertos como si fuese un crucificado en horizontal. Con mi peso ya cercano a los ochenta kilos en canal y mis hechuras, entré en un rotundo contacto plano con el agua, que se abrió hacia los lados como cuando Moisés pasó el mar Rojo, llegando a salpicar hasta a los que estaban sentados en las gradas.

   Salí del agua pensando en lo acertados que estaban los que decían que la superficie del agua es como una tabla. Me miré el pecho; estaba más colorado que un langostino cocido y me escocía la piel, pero por lo menos, al mirar para arriba, no me había dañado la cara ni los ojos.
    Según subía por la escalerilla, noté que el sepulcral silencio había desaparecido, habiendo sido reemplazado por un ensordecedor griterío y silbidos de todo tipo, a cual más cruel. Me pareció oír algo así como “¡manta!”, “¡cafre!”…
    “Hombre no es para tanto”, pensé, algo mosqueado; “un mal salto lo tiene cualquiera…”
     Me dirigí hacia donde estaban sentados mis amigos, que se estaban partiendo de risa, mientras que las chicas se tapaban la boca para que no las viera reírse también.
    —No sé a qué viene tanto jolgorio — les pregunté, extrañado por lo que me parecía una reacción desmesurada por parte de todo el mundo — sí, me he pegado un buen planchazo, lo reconozco; ya lo repetiré y lo haré mejor… — terminé diciendo, cada vez con más mosqueo.
    A mis amigos ya se les saltaban las lágrimas de pura risa; uno se levantó y se acercó a mí poniéndome su mano en mi hombro, conteniendo a duras penas una carcajada.
    —¡Pero hombre! ¡A quién se le ocurre hacer “eso” en medio de los entrenamientos del equipo olímpico español de saltos de trampolín!
    Ahora todo tenía una explicación; ¡me había colado entre nuestros olímpicos y les había hecho quedar en ridículo! ¡Qué vergüenza!


   KS, noviembre de 2017.

jueves, 19 de octubre de 2017

AULA 64, octubre de 2017

AULA 64, 18 de octubre de 2017

“EMPRESAS Y PROFESIONALES” Ponente: José Ramón Aranda,     por Kurt Schleicher

   Antes de empezar, Manolo Rincón nos informó de la finalización de los trabajos de restauración del telescopio ramirense y que nos enviaría la invitación para la fecha de la inauguración, presumiblemente el mes que viene. Hay que agradecer a Manolo su dedicación a este logro, con el apoyo particular de nuestra Promo 64 entre otras, haciéndolo realidad. Ya podemos ver, pues, las estrellas desde el Ramiro, lo que no deja de ser también una mirada al pasado.

  Vicente nos contó que había visitado a nuestro querido compañero Rafael Gª Fojeda, prácticamente confinado en su casa y que por lo tanto no ha podido asistir. Rafa nos sigue con fruición a través del blog y “está ahí” con todos nosotros.

  Emilio S. Direitinho nos contó a su vez quién fue el famoso Jalifa del que nos habló Manolo en el último Aula 64. Sólo hubo dos, entre 1913 y 1956, encarnando de forma más bien simbólica el reinado del Marruecos español, ratificando las decisiones del alto comisario español. Estaban emparentados con la realeza marroquí; el hijo del Jalifa que nos visitó en el Ramiro y se pasó una temporada allí era sobrino de Mohamed V.  

   Y ya, por fin, pudo empezar José Ramón con su ponencia.

   Es ingeniero industrial. Su vida profesional ha estado marcada por haber pertenecido nada menos que a once empresas en puestos de alto nivel, especialmente en el área de recursos humanos y siendo todo un experto en negociación de convenios, lo que le confiere una indudable experiencia empresarial. Ahora, tras su jubilación, asesora a emprendedores que han decidido abrir un negocio o empresa, organizando también asesorías de formación, impartiendo conferencias, etc.

                                                                José Ramón Aranda

   En lugar de hacernos una presentación “al uso”, ha preferido enviarnos unos cuantos “flashes” de su experiencia profesional.
    El primero se refiere al riesgo y oportunidad, como aspectos más inherentes a la empresa en general. El siguiente aspecto es la importancia de la innovación, que no debe confundirse con el I+D, pues aquélla es un aspecto más genérico desde que el hombre empezó a usar utensilios, cosa que me recuerda a la famosa escena primera de “2001, la odisea en el espacio” de Kubrik. Como ejemplos de innovación españoles nos habló del AVE y su éxito desde 1992, así como la logística desarrollada por ZARA como aspecto innovador y clave en su éxito mundial.




    No podía faltar una referencia a Cataluña, a tenor de los tiempos que corren. Trabajó allí más de diez años en épocas muy distintas, una ya muy lejana (1979-1982) y la otra entre 2008 y 2010, destacando que el entorno catalanista había cambiado bastante. Sin embargo, ya desde la primera época, su impresión es que los catalanes siempre han vivido “en su mundo”, mirando a Madrid desde lejos. Una forma de encresparles era la referencia a las autopistas gratuitas en la capital y la otra su incapacidad de admitir una derrota del Barça, pues si ganaba el Real Madrid tenía que ser gracias al árbitro. Ah, y que la figura del “Honorable” es para ellos un personaje intocable (lo que explica probablemente lo difícil que es meter en cintura ahora a los Pujols).

                                       
   José Ramón terminó su exposición con una invitación a una conferencia en el Instituto de Ingeniería de España el 6 de noviembre próximo (ver foto).



   A partir de este momento, los honorables asistentes nos enzarzamos en comentar el tema de moda y lo de las empresas pasó a un segundo plano, al menos hasta la cena. Allí, en el restaurante habitual del CSIC, se formaron los clásicos corrillos al ser una mesa larga, en los que no faltaron tampoco las referencias al asunto catalán.

   Acordamos a propuesta de Vicente que, a partir de diciembre, las sesiones de Aula 64 pasarían a los lunes, por tratarse de un día menos complicado a la hora de coincidir con otros eventos.

   Y ya, cerca de la madrugada, los honorables asistentes hicimos mutis por el foro tras pasar de nuevo una agradable velada, disfrutando de algo tan sencillo como el placer de vernos de nuevo. (Lamento no poder incluir fotos de la cena, pues estábamos tan enzarzados que se me pasó por completo hacerlas...).


   KS, 19 de octubre de 2017

sábado, 14 de octubre de 2017

El queso.

   El queso, … por Kurt Schleicher

  Prólogo.
   Noticia de 2009 (ver anexo):El queso más grande del mundo no es francés, ni sueco, ni holandés… El queso más grande del mundo es español y procedente de Galicia. Es tan grande -mil kilogramos de peso- que para cortarlo se necesitó una sierra de más de dos metros.
Para la elaboración de esta enorme pieza, de dos metros de diámetro y unos cuarenta centímetros de altura, hicieron falta 8.000 litros de leche entera, 175 kilogramos de sal, y un kilogramo y medio de cuajo.
   Su elaboración se prolongó durante cuatro meses y, además de tener que construir un molde especial,  tuvieron que utilizar una grúa con una pala para darle la vuelta y poder completar su curación.”

   Esto no es cuento, pero lo que sigue sí lo es, inspirado en esta noticia y los recientes acontecimientos en los albores de este calenturiento otoño de 2017.

* * *
  

    La familia de Mariano y Petra era numerosa; hace unos cuantos años se les hubiese concedido uno de aquellos premios que se establecieron para las familias más prolíficas y que siempre aparecían en los medios de comunicación como ejemplos de convivencia.  Incluso se hicieron dos películas en los comienzos de los años sesenta, protagonizadas por Alberto Closas, Amparo Soler Leal y Julia Gutiérrez Caba. Entrañable, ¿verdad? Nadie dudaba de la unión entre los diferentes miembros de aquella familia, aunque problemas no faltaban, siguiendo el guión de la película. El final, sin embargo, siempre era feliz, brindando todos con cava, catalán, naturalmente, nada de champán francés. El personaje del padre era siempre el mismo actor de moda en aquella época, mientras que la madre había sido interpretada por actrices diferentes, las dos mencionadas.

   Volviendo a la familia de Mariano, Petra era su segunda mujer. Anteriormente había estado casado con otra de su misma edad llamada Alfreda, pero el azar quiso que cayera en las redes de la segunda, bastante más joven y guapa. Al principio hubo muchas disensiones, pero después poco a poco la familia fue aceptando a su segunda madre, que vista desde el exterior poseía un indudable encanto.
    Mariano era el patriarca de la familia y daba además esa imagen, pues llevaba una barba blanquecina que le hacía parecer mayor. Procedía de una familia gallega de industriales en el ámbito de la alimentación. Un buen día, hartos de que los quesos españoles más conocidos fueran manchegos, asturianos o vascos, aquella familia pensó en preparar uno gallego y hasta batir el récord Guiness en peso; no lo lograron, por no cumplir todas las condiciones, pero nadie dudó de que, efectivamente, el queso aquél era muy posiblemente el más grande del mundo, pues no se encontraron noticias que demostrasen lo contrario, ni siquiera en Holanda o Italia.
   La familia de Mariano era acomodada, viviendo en un típico gran caserío al que se llamó desde el siglo XVII  “Moncloa” y que se construyó como hogar para un bisnieto del conde duque de Olivares llamado nada menos que Gaspar Méndez de Haro-Guzmán y Aragón-Cardona-Córdoba. Este personaje consiguió que el rey de España sujetase a los catalanes sublevados por entonces, mientras que Portugal se independizaba de la monarquía española. Es curioso constatar que, siglos más tarde, en 2011, uno de los padres de la Constitución, Gregorio Peces Barba, declaró durante un acto público que “hubiera sido preferible que la corona hubiera renunciado entonces a Cataluña y no a Portugal”, provocando las iras de unos abogados catalanes, que no se tomaron a bien la broma de D. Gregorio y abandonaron indignados el local. La historia sigue a veces unos cursos sorprendentes…  (ver anexo).

  Volviendo a D. Mariano y su amplia parentela, estaba constituida por diecisiete hijos, casualmente la misma cantidad que las autonomías españolas. Con ellos convivían un par de tíos que se habían ido a vivir con la familia; uno era el tío Pablito por parte de la madre y otro el tío Albert por parte del padre.
   Tras haber conseguido aquél gran queso, decidieron celebrar en familia la fiesta del 12 de octubre y meterle mano. En el gran salón de la casa habían colocado una gran mesa redonda en la que cabía el queso y a su alrededor holgadamente toda la familia; aquella mesa era muy antigua y conocida por “la Tabla Redonda del rey Arturo”, si bien se habían levantado algunas protestas proponiendo cambiar el nombre de Arturo por el de Felipe, pero al final se impuso la tradición británica. Se rumoreaba que aquella mesa se había donado a cambio de Gibraltar, pero debía ser un bulo sin fundamento. En los tiempos de aquél rey, la tradición exigía que cada comensal tuviese una espada señalando hacia el centro; a falta de espadas para tantos hijos, la familia de Mariano y Petra decidió colocar los cuchillos dirigidos hacia el centro de la mesa. Para evitar discusiones a la hora de repartirse el queso y el trozo que le correspondería a cada uno, el cuchillo señalaría el punto exacto del queso que les tocaría a la hora de repartir; lo malo era que aquél método no identificaba el tamaño de cada pedazo. Se suponía que se repartiría a partes iguales, pero los hijos eran unos más creciditos que otros y surgieron protestas en muchos de ellos de que esa forma de repartir no era muy justa. A partir de ahí, cada uno demostró tener una personalidad bien diferente. El más contestatario era Carles, uno de los hijos mayores; era muy trabajador, eso sí, habiendo contribuido en gran medida con su esfuerzo al desarrollo del queso.
      Carles llevaba tiempo dejando caer que se quería independizar de la familia, pues estaba harto de dar el callo y que siguiera sin reconocerse que él tenía derecho a más trozo de queso. Aquello fue a más por la influencia de los amigotes de los que se había rodeado últimamente, que le animaban a que reclamase su gran trozo de queso para luego repartírselo por la noche para el botellón. Mariano y Petra estaban preocupados por la catadura de aquellos amigotes y las malas costumbres que estaba adoptando su querido hijo, pues tenían miedo que eso no solamente influyese de forma negativa en su carácter, sino que se transmitiese a otros de los hijos, pues ya había varios que también habían manifestado su disconformidad y habían dejado caer que si los trozos de queso que les correspondieran seguían siendo tan escasos, se buscarían también la vida por ahí.
   Es evidente que los padres no deseaban una disgregación de la familia, pues aquella gran unión entre todos había sido la raíz de su prosperidad; el que la familia se rompiese, no sólo sería fuente de eventuales problemas, sino que además el futuro de los hijos sin el apoyo de los padres resultaría asimismo muy preocupante.  Susana, la hija mayor, había engordado y era una de las que tenía mayor apetito, pero siempre se había conformado con seguir una dieta para estar más guapa; en eso había gozado del apoyo de su madrastra Petra, aunque habían tenido frecuentes roces.
    Aquél día, Carles se había levantado declarando ante todos que no estaba satisfecho con su parte del queso y que se marcharía, pero ante la severa mirada del padre se aturulló un poco y no se le entendió bien. Por si fuera poco, justo cuando estaba manifestando todo aquello, sonó su móvil, debiendo excusarse ante los demás. Era evidente que se trataba de sus amigotes, que sabían dónde estaba y le instaban a que no cejase en su insistencia en reclamar más trozo de queso, pues de otro modo no iban a tener cantidad suficiente para el botellón y los cubatas les podrían sentar mal. Esto inflamó a Carles, muy gallito entretanto volvía a la mesa, pero viniéndose abajo de nuevo al ver la cara de su padre y que su querida madre también parecía que se había puesto de su parte en contra de él; por todo ello, sus posibilidades de salir con bien de allí habían disminuido notablemente. Al final, entre balbuceos que ninguno de los asistentes acertó a entender, se volvió a sentar, pero tras comerse malhumorado el trozo que le correspondía junto con un mal trago de vino, se levantó de la mesa desapareciendo para irse con sus amigotes.
   Esa misma noche, llamó a casa para indicar que no sabía muy bien cuándo volvería de la juerga. Su padre, ya más calmado, le dijo que si no volvía a casa antes de la seis de la mañana, ya se podía ir despidiendo de la paga del mes y que tenía que decidir ya de una vez entre los amigotes y la familia.
   El tío Pablo, desde el fondo de la sala, clamaba “déjale, déjale; es un pobre desgraciado; hay que tener compasión de él”, mientras que Petra, la madre, se puso por una vez de parte del padre, aunque por lo bajo le decía al oído que si no la satisfacía como era debido esa misma noche en la cama, no le haría la comida al día siguiente y pensaría seriamente en la separación, por falta de cumplimiento con los deberes matrimoniales. Mariano se estremeció, pues sus ínfulas guerreras ya habían menguado mucho y era consciente de sus limitaciones a la hora de levantar el mástil debidamente; los saltos de tigre desde el armario hacía tiempo que no eran ya lo suyo, prefiriendo mostrarse prudente y no excederse. Eso sí, cada mañana se ponía a andar a paso vivo para mantenerse mínimamente en forma, pero eso no evitaba sus frecuentes gatillazos.
   Por otra parte, el tío Albert no dejaba de echar más leña al fuego, tirando de la levita a su hermano Mariano para que se siguiera mostrando intransigente por el bien de la familia.
   El resto de los hijos se mostraban obedientes, si bien sus caras denotaban con bastante claridad, en unos más que en otros, su forma de pensar.
  La cena del  Día de la Hispanidad terminó satisfactoriamente, aunque al final otros dos de los hijos no terminaron la cena y se fueron igualmente de farra, uno a un restaurante vasco y el otro a uno navarro, pues con el trozo  de queso que les había tocado en suerte, aducían que se habían quedado con hambre.

   Mariano, al amanecer del día siguiente y constatando que su hijo Carles todavía no había dado señales de vida, se sintió muy preocupado. ¿Volvería a casa con la familia?
   Petra, a su lado en la cama, se le quedó mirando con lágrimas en los ojos al constatar que pasaba el tiempo y que Carles seguía sin aparecer.
        —Mariano, creo que deberíamos darle otra oportunidad — le dijo Petra — ten en cuenta que se ha metido en una especie de secta, que es lo que son esos amigotes suyos, y le están comiendo el coco. Deberíamos tratar de convencerle para que se le abran los ojos y hacer lo posible para desligarle de esa mala influencia. A mí no me importaría darle algo más de queso si se portase bien…
       —No sé — respondió Mariano, vacilante — incluso no me extrañaría que intentaran separarle de nosotros para siempre, aduciendo que él es también superior a los demás, como ellos mismos se creen que son. Vamos a darle una semanita más cuando vuelva, ¿te parece? Si vemos que ha reflexionado y se arrepiente, aquí no ha pasado nada; entonces, paz y después gloria. ¿Vale?
        Petra asintió, cogiendo amorosamente la mano de Mariano con sonrisa cinematográfica; a saber lo que estaría pensando.
         * * *

        El cuento no tiene todavía final.
        Posibles opciones:
a)      Carles vuelve con el rabo entre las piernas, tras sopesar las consecuencias. En este caso, se daría lo de paz y gloria, si bien lo segundo sería muy cuestionable.
b)      Carles vuelve aturullado y confuso, pero aduciendo que sí, a lo mejor no, quizás mañana y que ya vería…  En tal caso, Mariano ya había pactado con su mujer que esperaría a que terminase la semana de plazo y después le ofrecería un poquito del queso para contentarle. A partir de ahí, pelillos a la mar.
c)      Carles no vuelve y se mantiene en silencio, enfurruñado. Al cabo de una semana, manifiesta que se lo ha pensado mejor y que se queda en la familia. En este caso, Mariano, aliviado, le da igualmente más queso, aunque decide, mirándole de reojo, que tendría que mantenerle bajo estrecha vigilancia
d)      Lo mismo que c), pero al cabo de la semana Carles vuelve a casa, requiriendo más queso para poder independizarse. En este caso, Mariano se pone muy serio y le requiere que debe elegir entre el queso y marcharse, pese a las lágrimas de Petra y del tío Pablito.
e)      Carles se arrejunta con la secta y se enfrenta a la familia. Mariano entonces le apercibe de nuevo que él sigue siendo su padre, que tiene la patria potestad y le amenaza con darle 155 latigazos. Petra y tío Pablo lloran desconsoladamente, pero Mariano, sorprendentemente, sigue firme.
f)       Carles no da señales de vida y a la semana, desde las barricadas con sus amigotes, amenaza a la familia directamente, enfrentándose a ellos. Mariano sale indignado con el látigo en la mano seguido por toda la familia, menos por el tío Pablo, que en el fondo es de su misma cuerda y decide marcharse apoyando a su sobrino Carles.
g)      Mariano, apoyado por la familia (excepto por el tío Pablito) y por las fuerzas vivas, coge prisionero a su hijo Carles, le mete en el cuarto oscuro y le atiza los 155 latigazos prometidos. Carles, hecho un Cristo, reniega de su familia y se une a la secta definitivamente. Nadie sale contento, excepto el tío Pablito, que saca petróleo de la situación y logra apoyos en la familia. Mariano y Petra, tristes, quedan en descrédito y el nuevo líder es desde entonces el tío Pablo.


  RECOMENDACIONES:
  1.- Vigila a tus hijos y si descubres o sospechas que anda en malas compañías, toma cartas en el asunto de inmediato; no lo dejes para más adelante, o todo tenderá a complicarse de forma inesperada.
  2.- Si tu hijo adolescente te dice que asiste a una congregación cristiana y te viene con extrañas propuestas revolucionarias relativas a educación y restricciones de la lengua vernácula, no te creas nada de lo que dice y trata de anticiparte, pues atufa a secta.
  3.- Desconfía de los “tíos Pablo” que defienden sin razón aparente a los vástagos transgresores.

MORALEJA:
  España es como este queso, único y grande. Lo de libre en un deseo ferviente de todos. Eso sí, está buenísimo para los que gocen de un buen paladar y sean capaces de reconocerlo.

   KS, 14 de octubre de 2017.



  ANEXOS. (De internet)
ANEXO 1.
http://www.loscameros.es/cultura-queso/el-queso-mas-grande-del-mundo/
El queso más grande del mundo no es francés, ni sueco, ni holandés… El queso más grande del mundo es español; concretamente, de la localidad coruñesa de Arzúa. Y era tan grande -mil kilogramos de peso- que para cortarlo se necesitó una sierra de más de dos metros.
Para la elaboración de esta enorme pieza, de dos metros de diámetro y unos cuarenta centímetros de altura, hicieron falta 8.000 litros de leche entera, 175 kilogramos de sal, y un kilogramo y medio de cuajo.
Su elaboración se prolongó durante cuatro meses y, además de tener que construir un molde especial,  tuvieron que utilizar una grúa con una pala para darle la vuelta y poder completar su curación.
Seguro que este super queso hizo las delicias de las 15.000 personas que tuvieron la suerte de catarlo.


Pesaba mil kilos y han necesitado una sierra de más de dos metros para cortarlo. Pero esto no supuso ningún problema para las 15.000 personas que se acercaron este fin de semana a la localidad coruñesa de Arzúa para degustar el queso más grande del mundo. El queso fue elaborado hace cuatro meses para promocionar el producto El queso fue elaborado hace cuatro meses para promocionar el producto con el que se identifica esta localidad coruñesa. La enorme pieza medía aproximadamente dos metros de diámetro y cuarenta centímetros de alto. Aunque el queso no ha sido valorado para entrar en el Libro Guinness, hubiese pasado la prueba. Se elaboró con ocho mil litros de leche entera, 175 kilos de sal, y uno y medio de cuajo. La Asociación Cultural Nosa Señora do Carme llevaba desde enero trabajando en el gigantesco queso, y necesitaron de la construcción de un molde especial. Pero lo más complicado de todo el proceso ha sido darle la vuelta para que se curase. Para ello utilizaron una grúa con una pala que les permitió darle la vuelta y que el proceso de curado se completase a la perfección.

Ver más en: 
http://www.20minutos.es/noticia/467732/0/queso/mas/grande/#xtor=AD-15&xts=467263




Anexo 2.   
27/10/2011 16:17 | Actualizado a 28/10/2011 15:59

Barcelona. (Redacción y agencias).- Uno de los padres de la Constitución y ex presidente del Congreso de los Diputados, el socialista Gregorio Peces-Barba, ha provocado la indignación de un grupo de abogados catalanes presentes en su conferencia en el X Congreso Nacional de la Abogacía que se celebra estos días en Cádiz. El motivo, unos comentarios pretendidamente jocosos sobre si a España le hubiera ido mejor si hubiera concedido la independencia a Catalunya y no a Portugal durante las revueltas que tuvieron lugar en el siglo XVII.
"Siempre me pregunto medio en broma qué hubiera pasado si nos hubiéramos quedado con los portugueses y hubiésemos dejado a los catalanes. Quizá nos hubiera ido mejor", ha comentado. Tras ello y con el mismo tono, ha indicado que "hubiera habido un gran problema" que no es otro que "no se hubiese podido jugar el Madrid-Barça".
El ex presidente del Congreso se refería a los hechos acontecidos alrededor de 1640, tiempo en el que a la corona española le coincidieron dos revueltas de carácter muy similar en Portugal y Catalunya, la llamada Guerra de la Restauración portuguesa y la Guerra dels Segadors. El mismo Peces-Barba lo ha contextualizado con estas palabras: "Cuando el Conde-Duque de Olivares se encontró al mismo tiempo con el alzamiento de los catalanes -que, por cierto, celebran las derrotas como sus fiestas llamadas nacionales- y los portugueses, se tomó una decisión: dejar a los portugueses y quedarnos con los catalanes".
Ante estos comentarios, abogados catalanes presentes en el acto han abandonado la sala en señal de protesta. Peces-Barba se ha dado cuenta y se ha limitado a pedir que se dejara "salir a los que tienen que salir" provocando los aplausos del resto del auditorio. La asociación Joves Advocats de Catalunya ya ha anunciado que presentarán una queja formal al Consejo General de la Abogacía. Las palabras de Peces-Barba también han llegado a la red social Twitter, donde proliferan los comentarios críticos.

"No hará falta volver a bombardear Barcelona"
Las reflexiones de Peces-Barba se han producido después de que el otro padre de la Constitución que ha participado en la conferencia, José Pedro Pérez Llorca, alertara de la posibilidad de que nos encontremos ante una España fragmentada por procesos independentistas, lo que significaría que ellos, como redactores de la Carta Magna de 1978, habrían fracasado porque perseguían la unidad.
Ha sido en ese momento cuando Peces Barba se ha declarado más optimista y ha señalado que ve imposible que se produzca esa situación con esos efectos tan negativos. "No soy pesimista, estaremos en mejores condiciones que en otras épocas. No se cuántas veces hubo que bombardear Barcelona.(...) Creo que esta vez se resolverá sin necesidad de bombardear Barcelona", ha espetado en otra frase polémica.
Indignación entre los abogados catalanes
El enfado del colectivo de abogados catalanes se ha reflejado posteriormente en el comunicado de los decanos de Catalunya, que entienden que la libertad de expresión o de opinión no puede ser un ataque a personas, territorios o comunidades, y que las declaraciones de Peces-Barba son un menosprecio absoluto y no vale que diga que son en tono jocoso.
Los decanos de los colegios de abogados catalanes han expresado así su "indignación" y han sostenido que la libertad de expresión "no puede amparar la ofensa y el desprecio".
El Consell de la Abogacia Catalana considera que "no se puede incurrir en la banalización de expresiones que nos ofenden directamente" y agradece las muestras de apoyo recibidas por parte de compañeros de otros colegios de abogados del Estado.
"Los catalanes no deberían ser tan susceptibles"
Posteriormente, en una entrevista a la Cadena Ser, Peces-Barba se ha disculpado aunque también ha entendido que "los catalanes no deberían ser tan susceptibles a las bromas". El padre de la Constitución ha explicado que "se trataba de una broma que no les ha parecido bien, pero que después hemos arreglado. Le he explicado al jefe de los decanos que me gustaba hablar con humor pero que, si a pesar de esta explicación se sentía molestos, les pediría excusas".
Siguiendo su broma deportiva, el ex presidente del Congreso de los Diputados ha afirmado además que "lo único que me diferencia de los catalanes es que soy del Madrid". Una rivalidad futbolística que Peces-Barba ha celebrado, ya que, "jugar contra el Oporto hubiera sido aburrido".

Ref:  http://www.lavanguardia.com/politica/20111027/54237244306/peces-barba-quiza-nos-hubiera-ido-mejor-con-los-portugueses-y-sin-los-catalanes.html