martes, 20 de diciembre de 2016

Viaje al hemisferio sur

Viaje al hemisferio sur
  por Kurt Schleicher

    La verdad es que no sabía cómo titular esta reseña de viaje; llamarlo “Viaje a Sudáfrica” en genérico no era del todo correcto, al haber sido a tres países distintos, Sudáfrica, Zimbabwe (por las cataratas Victoria) y Mauricio. Lo de “hemisferio sur” resulta demasiado amplio, pero como Mauricio es una isla a una buena distancia de África, tampoco podía llamarlo “África del Sur”. Titularlo así me ha recordado lo que comentaban los defensores de La Tierra Plana, que no sabían cómo explicar que los habitantes del hemisferio sur no “se cayeran” al vacío, pues estaban “abajo”. No os riáis, que de eso no hace tanto tiempo y todavía hoy hay defensores de esta teoría, alegando entre otras cosas que los viajes al espacio no son más que propaganda yanqui.
                                          
   
                                                     Sudáfrica, Zimbabwe y Mauricio

    En cuanto a los países en sí, ofrecen varias curiosidades en el aspecto histórico, político y económico. Los tres formaron parte de la Mancomunidad de Naciones, antigua Commonwealth, pero Zimbabwe fue excluída desde 2003 y Sudáfrica lo fue asimismo en los tiempos del “Apartheid” entre 1961 y 1994, fecha ésta última en la que ganó las elecciones (las primeras de verdad generales) el héroe nacional Nelson Mandela. Actualmente, el país sufre un nivel de paro del 25%, lo que ha provocado un importante incremento de la criminalidad y cierta inseguridad ciudadana, especialmente en Johannesburgo, donde se recomienda a los turistas que no anden solos por la noche, incluyendo zonas céntricas. Sin embargo, en otras ciudades como Cape Town (Ciudad del Cabo), se respira un ambiente bien distinto, pletórico de prosperidad. Pese a ser uno de los dos países con mayor índice de criminalidad (el otro es Brasil), recientemente el incremento de turismo ha sido espectacular, cosa que en mi opinión pudiera deberse a que el terrorismo allí es inexistente. Se nota que la comunidad autóctona negra se ha integrado bien, aunque mi impresión es que los negocios con mayor éxito siguen estando regentados por blancos, cosa que muy probablemente irá cambiando. Nadie se rasga las vestiduras, no he visto vestigios de Apartheid ni de revanchismo negro y en este aspecto toda aquella época de segregación racial ha pasado al olvido; sin embargo, he oído comentar que la tasa de abandono del país por parte de los “blancos” sigue aumentando o al menos no disminuyendo. Lo que sí es cierto es que existe un auténtico culto a la imagen de Nelson Mandela, en especial en la capital administrativa, Pretoria, en donde una gran efigie del famoso Nobel de la Paz preside la ciudad con sus (largos) brazos extendidos. Otro ejemplo de este fervor pudiera ser la organización de visitas turísticas a la isla de Robben frente a Ciudad del Cabo, lugar en el que Nelson Mandela estuvo confinado durante 18 años, a los que siguieron otros 9 más hasta su excarcelación; lo notable es que las visitas a la isla están reservadas con varios meses de antelación, sorprendente al tratarse de una cárcel sin mayor atractivo turístico, exceptuando la magnífica vista de la Ciudad del Cabo que se divisa desde allí. He de decir que pudimos visitarla gracias a la cancelación de una reserva a última hora.

    En cuanto a la historia de Sudáfrica, por un lado es muy antigua, pues es bien conocido que el país se ha distinguido por los hallazgos antropológicos de los primeros homínidos. Por otra parte, su historia comienza realmente tarde, a mediados del siglo XVII con los conquistadores portugueses, pronto reemplazados por los holandeses, que se dedicaron a formar repúblicas al estilo de las reinos de Taifas y asentarse en grandes latifundios; a estos colonos holandeses se les llamó bóers y son los responsables de uno de los idiomas oficiales del país, el afrikaans, una especie de jerga germánico-neerlandesa con ribetes zulús que todavía se habla. Un siglo más tarde, a finales del XVIII,  llegaron los ingleses, quienes se enfrentaron a los holandeses en las guerras del mismo nombre y pronto se hicieron con el dominio del joven país. No es de extrañar el interés por él, pues allí abundaban entonces las minas de oro y diamantes, hoy ya muchas de ellas abandonadas, si bien algunas todavía dan trabajo a los sudafricanos.   
      
   Más sorprendente todavía es Zimbabwe, al que llamaría el país de los récords por dos razones: el actual presidente, Robert Mugabe, por acumular ya treinta años gobernando el país (hay otros que han estado aún más tiempo, pero en los tiempos actuales eso ya se estila menos, si exceptuamos Cuba). El otro récord es la devaluación de la moneda, que llegó a ser del “14 millones %”, cosa que me ha recordado a la Alemania de 1923. Hoy en día allí solamente se manejan los dólares americanos, incluso por la población autóctona, no como en Cuba, donde hay dos monedas. Frecuentemente te paran por la calle ofreciendo billetes antiguos de tropecientos millones, que no tiene  más valor que el anecdótico. No dejo de preguntarme cómo ha sido posible sobrevivir a algo así, en especial por los ahorradores. Tampoco me explico la supervivencia de Mugabe como líder del país tras un desastre económico como ése, del que es responsable. Como ya ha cumplido los noventa años, me da la impresión que se esperan cambios automáticos en cuanto la ley de vida se imponga, pero hoy por hoy sigue en la brecha. Sorprendente, en cualquier caso.

   En cuanto a Mauricio, es todo un país, hoy república democrática independiente. No es sólo una isla, sino que abarca unas cuantas más en la cercanías, entre otras la de Reunión. Su historia comienza siendo pareja a la de Sudáfrica, con entrada de portugueses y después holandeses, que fueron quienes dieron nombre a la isla en honor al príncipe Mauricio de Nassau. Cuando la isla fue abandonada a finales del siglo XVII por los holandeses (al parecer porque consideraban la tierra poco fértil, cosa difícil de entender viendo el verdor del país en general), fue colonizada por los franceses, pasando a llamarse Île de France. Como colonia francesa aguantó casi dos siglos, hasta que les fue arrebatada por los británicos en las horas bajas de Napoleón en 1810. Es sorprendente que hoy en día, otros dos siglos más tarde, la cultura, los nombres de los diferentes lugares y el idioma sigan siendo franceses y todo el mundo asocia Mauricio con Francia, al revés de lo que sucede en el resto del mundo, tan influenciado por la cultura anglófila.

   Tras este superficial rollete cultural, pasemos a las impresiones turísticas. El viaje fue en total de 17 días, en el mes de noviembre de 2016.

   El viaje a Johannesburgo decidimos hacerlo vía Dubai, pues con la compañía Emirates se puede volar en A380 (igual que la vuelta desde Mauricio) y el que suscribe quería aprovechar la oportunidad de experimentarlo en ruta comercial. 


                                                                             A380

   Pude constatar con satisfacción que el avión tiene buena fama y bastante demanda preferente de plazas; creo que es bien merecida, dada la “quietud” que se siente dentro durante todo el vuelo (la anécdota a este respecto es de mi mujer, siempre nerviosa en los despegues, que me preguntó al cabo de un buen rato volando si el avión estaba ya en el aire…). He de decir que esto del gigantismo tiene sus pegas; no se permite a la plebe de la clase económica visitar el piso superior, que es donde está realmente “el lujo oriental” de la compañía aérea; debe ser para no molestar a los privilegiados “de arriba”. El otro problema es que la tripulación de cabina parece algo escasa para poder atender debidamente a tanto pasajero “de abajo” y no dan abasto. En fin, si uno es capaz de comer sin beber no supone mayor problema, pues la oferta cinematográfica es muy amplia y se puede ver una película entre que te traen la bebida pedida. Viendo la cantidad de pasajeros capaces de llenar un A380, no parece que estemos en un mundo en crisis, desde luego; abundan los indios y los chinos, muy por delante de los europeos o americanos, lo que pudiera ser un indicativo de hacia dónde se dirige el centro de influencia mundial.

   La primera parada del viaje programado fué Johannesburgo, que viene a ser el “enclave distribuidor” de Sudáfrica, similar a Frankfurt en Alemania; la mayoría de los vuelos parten de allí, habiéndose convertido el aeropuerto en una especie de Torre de Babel con multitud de recovecos dificultando encontrar las puertas de embarque. El hotel reservado estaba muy cerca del aeropuerto, lo cual no era ninguna casualidad, como se podía constatar al recorrer la zona en la navette del mayorista: allí hay una inmensa zona hotelera, que permite no tener que visitar el centro de la ciudad, si uno no quiere. Tampoco había mucha opción, pues llegando al mediodía tras dos vuelos seguidos totalizando 15 horas, no te apetece salir corriendo a visitar una ciudad en la que tampoco destaca ningún aspecto turístico. En la zona hotelera y sin necesidad de salir ni siquiera a la calle, se puede ir a otros hoteles y además visitar la zona central por medio de túneles profusamente decorados con multitud de restaurantes y hasta un enorme casino, por cierto, lleno hasta los topes. Aquello era igual que Las Vegas. La mencionada zona central pretende emular a una ciudad italiana, Florencia o Roma, con una estatua de David en la plaza central. Como llegamos a la puesta del sol, no nos dimos ni cuenta que había un techo, pues parecía que estábamos en el exterior; se trataba de un techo iluminado simulando el atardecer, con nubecitas y todo. Realmente espectacular. Casi todos los restaurantes disponen de terraza “en el exterior”, pues se había logrado crear un buen ambiente callejero. Si aceptamos que Johannesburgo es un mero lugar de paso, el inmenso centro de ocio al lado del aeropuerto está muy bien conseguido.  



                                                        ¿Florencia o Johannesburgo?


   Al día siguiente salimos temprano hacia la extensa zona de Mpumalanga, permitiendo hacernos una idea del país a través de los diferentes pueblos que atravesábamos, algunos muy antiguos de la época de los holandeses, si es que se puede llamar “antiguo” al siglo XVII. En aquella época se pusieron de moda por su bajo coste y facilidad de construcción e instalación los tejados metálicos corrugados pintados de varios colores; tan es así, que hoy en día se siguen utilizando. Alguna de aquellas casas con más de dos siglos se han conservado bien, aunque ya tendrán alguna mano de pintura. Con mucha frecuencia se veían jacarandas, preciosos árboles con flores violáceas muy típicos de Sudáfrica. 



  La carretera es excelente, pues se trata de una autopista, al menos en gran parte del camino. Quizás la mayor diferencia con las europeas es que no recuerdo haber visto ninguna en nuestro entorno con una reserva de animales, avestruces y rinocerontes. Parecían estar muy acostumbrados a los humanos correteando inocentemente cerca de la valla de separación, a todas luces muy débil para aguantar la embestida de un rinoceronte; eso sí, estaba electrificada como la mayoría de allí (especialmente para evitar robos, no por los animales). Los rinocerontes parecían tan mansos que me preguntaba yo si eso se debía a que les habían desprovisto de su cuerno, no sé si por la misma razón que el afeitado de nuestros toros o si ya se les había capturado con él cortado por motivos del enorme precio que llegan a tener dichos cuernos con fama de ser afrodisíacos.



  Continuamos viaje con destino al Parque Kruger. El primer alto fue en un lugar con un paisaje espectacular: el Blyde River Canyon, que con sus 26 km. de longitud es el tercero en el ranking mundial, tras el del Colorado y el del Fish, éste en Namibia. Se le considera una de las siete maravillas naturales de África. No es posible verlo desde la carretera, pues está en una hondonada y hay solamente unos cuantos lugares para poder apreciarlo en su majestuosidad; éste se encuentra al principio del cañón. A la derecha se pueden contemplar tres formaciones  de más de 700 m. de altura en forma de torre que se llaman “los tres rondavels”, pues semejan una típica choza (rondawel en afrikaans).

                                                             Cañón del Río Blyde



Los Rondawels


  Poco después paramos en el Bourke´s Luck Potholes, que sigue formando parte del cañón; se las llama también “marmitas de gigante” por sus formas cilíndricas circulares, constituyendo un paraje muy original, mostrando de los  que es capaz de hacer la erosión del río Blyde.







   La última parada tuvo lugar en lo que se llama la “Ventana de Dios”, por la amplitud y extensión de la vista desde allí en días claros. Me sorprendió su verdor en el fondo con un bosque muy denso. Por cierto, en aquella zona hay muchos monos que se cuelan entre los tenderetes que hay a la entrada del camino a la “God´s Vindow”.





   El Parque Kruger, el destino del viaje, es una zona de reserva de animales, en el que se organizan safaris “light” con jeeps y guía. El objetivo de los safaris es poder localizar a “los cinco grandes”, a saber: león, elefante, rinoceronte, búfalo y leopardo en el mismo día, que es la diferencia con otros safaris en Kenia o Tanzania, programados para al menos una semana. El Parque está organizado para que sea posible lograrlo; de hecho, lo conseguimos, con la excepción del leopardo, más esquivo. Noviembre es un buen mes para un safari, pues dado que en el hemisferio sur las estaciones están invertidas, este mes equivale a nuestro mayo o junio (final de primavera y principios de verano). Sin embargo, los dos últimos años han sido de sequía, los pastos no estaban altos y tampoco había mucha agua, malo para los animales pero más fácil para poder distinguirlos. Vimos bastantes, sobre todo antílopes y elefantes. Tuvimos un incidente: al divisar tranquilamente por el lado derecho del vehículo toda una familia de elefantes, es decir, elefantas y elefantitos juguetones, no nos dimos cuenta que el macho padre no estaba por allí. Falso; mirando al otro lado, me encontré con el papá elefante a pocos metros del jeep mirándonos aviesamente y con las orejas tiesas. El guía se dio cuenta también y con voz trémula nos advirtió que no hiciéramos ruido, para evitar ponerle nervioso. En efecto, al animalito plegó las orejas, nos echó una última mirada displicente y procedió a pasar por delante de nosotros como si no existiésemos y unirse a su familia. Tan cerca estaba que no podía sacarle de cuerpo entero con el zoom de la cámara, pero el momento de la aviesa mirada quedó recogido en la fotografía de la enorme cabeza. También pudimos ver un rinoceronte, esta vez con el cuerno en todo su esplendor, y un búfalo; me sorprendió que ambos fueran en solitario, no en manada.

                                                               









                                                  La mirada entre curiosa y asesina; ¡vaya susto!




  Buscando las charcas con agua, en una divisamos a un cocodrilo zampándose un ave negra de gran tamaño, que no logramos identificar. Un gracioso mencionó que podría tratarse de un misionero y no de un ave.




                                                                      Sin afeitar...



                                                                      El elefante alegre



   De vuelta al día siguiente a Johannesburgo, paramos en Pretoria para hacer un recorrido por la ciudad, destacando la sede del gobierno y la mencionada gran estatua de Mandela con sus brazos desproporcionados. Se la conoce por la “Ciudad de las jacarandas” por la gran cantidad de estos árboles con flores violáceas que se fueron plantando allí en fila por la mayoría de las calles céntricas. La avenida que lleva al palacio del gobierno tiene dos filas a cada lado. Al pasear por la ciudad, nos llamó la atención una nueva señal de tráfico en las calles; todo indicaba que se prohibía vender dólares en aquella zona… ¿o sería “no stop”?

                                                                   Sede del gobierno

                                                                    ¡Vaya brazos!

                                                          Así ven a Nelson Mandela


                                                                   Reflexionando...


¿No dólares o no stop?




  La siguiente etapa, pasando previamente por el aeropuerto de Johannesburgo, sería  Ciudad del Cabo.

  Sorprende la belleza de esta ciudad, a los pies de la llamada “Table Mountain”, montaña en forma de mesa. En mi opinión particular, es una ciudad en Sudáfrica equivalente a lo que significa San Francisco en Estados Unidos: una zona portuaria muy animada, bellas viviendas muy típicas de allí y muchos lugares a visitar en las cercanías, destacando el jardín botánico, uno de los siete mejores del mundo. La mejor forma de moverse por la ciudad es en los autobuses de la City Tour, los mismos que los de Londres. Dado este hecho y la multiplicidad de agencias de viaje, los mayoristas españoles no suelen ofrecer más que excursiones opcionales, para que cada cual se organice como quiera. Nosotros preferimos organizarnos por nuestra cuenta, lo que nos permitió visitar con calma el Jardín Botánico de Kirstenbosch. Para recorrerlo bien, habría que dedicarle por lo menos un día, pues se extiende por varios kilómetros en una suave pendiente ascendente. Hay colecciones de estatuas y toda clase de flores y plantas debidamente clasificadas, con el magnífico fondo de la parte posterior de la Table Mountain. En la parte alta dispone de un largo puente colgante inteligentemente colocado, desde el que se divisan maravillosas vistas. No muy lejos de allí se hace un recorrido por los viñedos, visitando tres bodegas diferentes en medio de una zona de singular belleza, degustaciones incluídas.

                                                                 

                                             La Montaña de Mesa o Table Mountain

                                            El Jardín Botánico de Kirstenbosch










                                                         Viñedos de Ciudad del Cabo




    No hicimos la visita al Cabo de Buena Esperanza con sus focas y pingüinos, pero no siento arrepentimiento por ello; ya vimos suficientes animalitos de éstos en la Patagonia. También tuvimos la suerte de poder hacer la excursión en barco a la isla de Robben, en la que uno de los exprisioneros políticos de la isla nos contó su propia experiencia en sus años de prisión. Evidentemente, hay muchos recuerdos de Mandela, no solamente su celda. La visita es muy detallada, primero a los recintos de la prisión y después en un autobús que da la vuelta a la isla. Particularmente impactante es que se conserva el lugar en el que los prisioneros efectuaban trabajos forzados picando piedra; en medio del lugar, en la planicie, se conserva una pila de piedras en forma de pirámide. Al parecer, en una de las visitas que efectuó Mandela siendo ya presidente del país, recogió una piedra de las laderas y la colocó allí; acto seguido, el resto de los espectadores le imitó hasta formar un buen montón, que ahí sigue.

                                                                       El puerto


                                                Vista de Ciudad del Cabo desde el mar




                                                          Celda de Nelson Mandela

                                                               Cantera de trabajos forzados

                                     Vista de Ciudad del Cabo desde la isla Robben

Colonia de cormoranes


     El autobús de City Tour efectúa dos recorridos principales; uno de ellos lleva a la colina desde la que sale el teleférico para la Table Mountain, pero desafortunadamente aquellos días hacía demasiado viento y allí son muy estrictos por el peligro que puede representar para las cabinas y sus pasajeros; total, que no pudimos subir. Existe el riesgo de que el viento arrecie de sopetón y, en tal caso, el teleférico ya advierte que no se hace responsable de los que se queden tirados allí arriba, pues no hay alternativa para la bajada. No tendría gracia quedarse en el picacho y no poder volver hasta que amaine el viento. En mi opinión, tampoco nos perdimos tanto, pues la vista desde lo alto de la colina que domina la ciudad ya es de por sí impactante. La vuelta al centro se hace por el escarpado borde del mar, siguiendo la cadena montañosa de los “Doce Apóstoles” y disfrutando de vistas excepcionales. Al ser días de viento, las olas que se divisaban en las playas eran bastante grandes, deshaciéndose entre una nube de agua pulverizada. Por allí se ven mansiones espectaculares de millonarios y en la parte baja, en las playas, se adivina un buen ambientazo.

                                                    Barrio marginal en Ciudad del Cabo

                                                              Barrio de millonarios

                                                              Ambientazo en la costa







                                                      Panorámica de Ciudad del Cabo




                                                                       Teleférico


                                                                Los Doce Apóstoles









                                                             Los Doce Apóstoles



   Después de las visitas, lo que se tercia es visitar el “Waterfront”, que es la zona portuaria, con ocio, restaurantes y tiendas, constituyendo todo un espectáculo. Al lado está el hospital Somerset, en el que el Dr. Barnard realizó el primer trasplante de corazón en 1967.




                                                                 Hospital Dr Barnard

                                                                          Buen humor


                                                                           Waterfront



                                                    Panorámica de Ciudad del Cabo desde el aire



  El siguiente destino implicaba cambiar de país: las cataratas Victoria, entre Zimbabwe y Zambia

  Las cataratas se han formado en una larga falla del terreno de 1,7 km. de larga y 100 m. de profundidad, pero bastante estrecha. Es como un enorme tajo en el terreno; a un lado lateralmente está Zambia (desde allí cae el agua del río Zambeze) y la otra ladera pertenece a Zimbabwe, que es por donde se las visita, para poder ver mejor las caídas en el otro lado. Se echa de menos algún observatorio en voladizo, pues desde los bordes del acantilado te juegas la vida si pretendes ver el fondo; de hecho, me llamaron la atención cuando me acerqué a un paso del precipicio para hacer una foto y llegué a sentir la atracción del vacío. Por tamaño, especialmente debido a la longitud, las cataratas Victoria son el doble de grandes que las del Niágara (con el caudal al máximo, es la más larga del mundo con sus casi dos km. de longitud), pero, en mi opinión, al estar tan encajonadas, tienen menor impacto visual. Tampoco son navegables como aquéllas. Las de Iguazu son comparables en tamaño, pero también más majestuosas. Cierto es que en noviembre hay menos caudal, pues la época de lluvias es realmente de diciembre a abril; si además se junta que los últimos dos años han sido muy secos, el volumen de agua todavía era menor. Más de la mitad del “tajo” estaba en seco; al parecer, cuando están en su esplendor, es tal la niebla que se forma que son difíciles de fotografiar, mientras que así este problema sólo aparece localmente. Es un consuelo y además el tajo en sí, donde está sin agua, es igualmente impresionante.  Aún así, el nombre que han recibido por los lugareños es “El humo que truena”, por el ruido que producen en la zona de caída; el nombre de Cataratas Victoria se las dio Livingstone en 1855 cuando las descubrió, en honor a la reina británica. El hotel más antiguo, de un siglo aproximadamente, tiene el mismo nombre. En mi opinión, viajando al sur de África, es imprescindible realizar esta visita.


                                                 Comienzo del camino a las cataratas












                                                         La extensa y larga parte seca





                                                                  ¡Uuuuuuuuuuuuufff...!












                                                                        Livingstone

   La pequeña población de Victoria Falls al lado de las cataratas está prácticamente enfocada al turismo. Existe un amplio mercado de tiendas varias en el mercado “Elephant´s walk", que merece la pena visitar. Me ha llamado la atención que dentro de la misma población, monos y jabalíes deambulan libremente, mezclados con los humanos; con los monos me sorprende menos, pero los jabalíes parecen mansos, aunque si te acercas a menos de tres metros de los jabatos, la madre empieza a gruñir, pero sin grandes aspavientos. Es lo que sucedió cuando una familia, madre y jabatitos, se acercó a un lugar en que un trabajador estaba echándose una plácida siesta bajo un árbol; los pequeños olisqueaban al señor, que no se enteraba de nada y que no podía figurarse que los lametazos que recibía eran de jabalí. Este mismo fenómeno se producía en el hotel, en el que se avisaba que no se dejasen las ventanas abiertas, pues los monos entrarían llevándose lo que les apeteciera, especialmente collares y cosas así. También se veían jabalíes deambulando y a primeras horas de la mañana incluso pasó al lado del hotel una manada de elefantes; el trompeteo me despertó. En aquella zona hay también muchos mosquitos, otra razón para no abrir las ventanas. Aún así, se duerme con mosquitera. Esto es África…



                                                       Rinoceronte hecho de latas viejas

                                                                  ¿Cuál es el jabato?

    La única moneda que se usa es el dólar americano, aunque la mayoría de los billetes están ya tan manoseados que no los aceptan en los bancos, de forma que es conveniente gastárselos antes de salir del país.

   Por la tarde se organiza normalmente un crucero por el río Zambeze, pero lejos de las cataratas. En cierto modo es también un safari, pues desde el barco se pueden ver hipopótamos, cocodrilos y otros animales en las orillas. Dicen que el hipopótamo es con diferencia el animal más peligroso, teniendo en cuenta su número de víctimas. Tuvimos la suerte de ver una gran manada de elefantes dedicados a sus cosas, pues se daban cuenta que los barcos eran inofensivos y no se ponían nerviosos. 
   El crucero es muy agradable, pues el río está muy tranquilo; te sirven combinados con “tapas” del país “free of charge” y las veces que quieras; se ve que esta costumbre española del tapeo ha llegado incluso a Zimbabwe. El otro objetivo del crucero es observar la romántica puesta del sol desde el centro del río; poco después, todavía con una tenue luz de día, apareció una enorme y roja luna llena. Un atardecer seguido de un “alunecer” inolvidables, desde luego.


                                                                     Servicio a bordo









                                                            Puesta de sol en el Zambeze



                                                                        El "alunecer"


   Al día siguiente, vuelta otra vez a Johannesburgo para desde allí continuar al próximo destino. Para la mayoría de los compañeros de viaje, esto era el final del mismo, pero nosotros hicimos un añadido de una semana más en la isla Mauricio, con el doble motivo de descansar de tanto ajetreo y de conocer la isla, que según las informaciones previas, tenía bastante que visitar.

  Nuestro hotel previamente seleccionado dentro de la enorme panoplia de hoteles que hay a lo largo de todas las costas de la isla, era en una pequeña península en forma de “T” que existe al suroeste de la isla. Por lo que había leído, era conveniente elegir la costa oeste para evitar los vientos que azotan especialmente la costa este, pero luego nos dimos cuenta que la pequeña península era un paraíso para los surfistas, dado que allí también solía soplar un viento considerable. Por lo que he podido aprender, todas las costas tienen sus pros y sus contras; el este y el sur suele ser más ventoso, pero con playas exquisitas en especial en el este, pero la oeste, más al abrigo de vientos, era también la más densamente poblada de hoteles. Las playas, aparentemente, son todas similares, aunque la mayoría están rodeadas por una barrera de coral que evita que penetren grandes olas.

                      Localización del hotel sobre una foto de internet, destacando el monte Brabant


                                                                            Hotel 

                                                       
   En el centro de “nuestra” península se encuentra el bien conocido monte Brabant, uno de los iconos de la isla. 


                                                                  Monte Brabant

     La playa se conoce como de “Le Morne”. Lo primero que hay que decir que eso del “turismo de playa” allí es algo diferente a lo que estamos acostumbrados en España, así como las propias playas. Ya el primer día nos llamó la atención que pese a la excelente temperatura (máximas cercanas a los 30º), casi no se veían bañistas. Descubrí pronto los motivos: cerca del borde hay usualmente multitud de piedrecitas que el oleaje suele llevar procedente de la barrera de coral, de forma que andar por el borde del agua no es muy agradable si no se llevan unas sandalias de playa cerradas y con buena suela. El segundo motivo era que al menos allí la pendiente al entrar al agua suele ser fuerte, aunque más tarde, según te acercas a la barrera de coral, ya vuelve a subir, pero con grandes corales con los que te puedes tropezar y hacerte daño, tanto nadando como andando. Resultado: que lo que allí se lleva es tumbarse bajo la arboleda frente al borde del mar o bajo los toldos en la enorme piscina, el surf-paddle, el surf con parapente cuando hace más viento, el “snorkeling” (mejor desde una barca) o el kayak. Yo me incliné por esto último, especialmente cuando no hacía mucho viento. El problema fue que el último día que hice kayakismo (¿se dice así?) súbitamente arreció el viento, de tal manera que hubo un cambio de escenario en muy poco tiempo: los del surf-paddle desaparecieron y se comenzaron a ver inmediatamente los “locos” del parapente. Dentro de mi pequeño kayak empecé a tener dificultades de remar contra el viento, que me llevaba donde quería éste, haciendo yo de “vela”. Afortunadamente, la dirección del viento era hacia el noroeste y con no demasiado esfuerzo y unas cuantas correcciones de rumbo, pude llegar sin novedad a la playa. Si la dirección del viento hubiera sido hacia el oeste, ahora mismo todavía me seguirían buscando por las costas de Madagascar (a más de mil kilómetros) o con suerte en la isla Reunión (a sólo 220 km. al oeste, que tampoco está mal).








                                               Restaurante y zona de actuaciones en vivo

   El hotel, situado en el esquinazo suroeste de la península, se compone de dos hoteles; uno para mayores y el otro para familias, separados por una frontera accesible. Es evidente que el primero es más tranquilo; en el segundo se encuentran el teatro, los deportes acuáticos, la enorme piscina y el restaurante buffet general. El paso de uno a otro se hace por un romántico camino semi-iluminado bordeando la playa. Ambos hoteles abarcan un kilómetro de punta a punta; desde uno de los extremos pude ir andando al monte Brabant, paseo por el que no suele haber nadie, sólo pájaros. Desde el otro extremo también se puede ir andando hasta el siguiente hotel por la playa e incluso llegar a bordear toda la península por el oeste y el norte.

                                                                 El trío Picotazos

  Los hoteles están bien preparados para pasar una semana sin aburrirse: deportes acuáticos, juegos, actuaciones en vivo, teatro, discoteca, etc. Lo mejor que se puede hacer es: levantarse al amanecer (antes de las 6:00), dar un buen paseo, desayunar, algún deporte acuático (ej. Kayak viendo los corales), piscina, almuerzo, siesta, actuaciones en vivo en ambos hoteles, cena, teatro y discoteca. Hay un grupo de animadores y animadoras que se encargan de ello y no lo hacen mal. 
    El mayor peligro es el buffet y los bares con sus combinados, pues la tentación del “todo incluído” es muy fuerte.


                                                      Animadores y sobre todo, animadoras...  


   En cuanto a la isla, hay muchas cosas que ver, pero en nuestro caso y con tanta oferta hotelera en el día, decidimos concentrar las visitas en un sólo día; alquilamos un para ello un taxi, la mejor opción, organizando un recorrido lógico con los lugares a visitar. 




  Afortunadamente, las bellezas naturales las teníamos cerca, ya que el Parque nacional del Black River con sus cascadas y sus impresionantes vistas también están en el suroeste de la isla, cerca de “nuestra” península. Lo primero que yo quería ver era la Tierra de los Siete Colores; la extraña y única composición química del terreno ha conformado un lugar paraíso de fotógrafos y pintores, con rojos, marrones, violetas, amarillos, verdes, azules y morados. Se trata de dunas de arcilla en las que por efecto erosivo al cabo de mucho tiempo se han formado diversas capas de diferente composición, de tal forma que tienden a separarse unas de otras. Tan es así, que si se mezclan, al cabo del tiempo se vuelven a separar. 
  

                                                             Panorámica de la costa oeste
    
                                                             La Tierra de los Siete Colores






  Al lado hay una granja con tortugas gigantes terrestres, de ésas que si les pides permiso te pueden llevar sentado encima. Lo normal es que se nieguen a hacerlo; como no hablan, lo indican con la cabeza diciendo que no. Hay una siamesa que por un defecto genético tiene dos cabezas, por lo que tiene más dificultades para negarse por señas. También se ven caracoles gigantes; se podrían preparar tapas de caracoles, ¿verdad?


                                                               Tortuga gigante bicéfala



                                                                    Caracol gigante


  Muy cerca de este fenómeno natural de los colores está la cascada de Chamarel, dentro de una gran hondonada del terreno de origen volcánico, conformando también un lugar único. En toda la zona se pueden divisar pajarillos de bellos y llamativos colores (¿mimetización de la tierra de los colores?)


                                                                     Cascada Chamarel




                                                             Pajarito de los siete colores



  Tras estas dos visitas nos dirigimos al parque nacional del Río Negro, desde el que se pueden observar impresionantes vistas hasta gran distancia. Quizás debido a que era un domingo, nos encontramos en varias ocasiones con familias de indios y sus bonitas vestimentas de colores. Les gusta que les hagan fotos, aunque sienten algo de vergüenza cuando procedo a elegir con discreción a alguna muchacha de singular belleza para “inmortalizarla”. Hay múltiples senderos para recorrer andando, plagados de verdor. En el camino se encuentran unos extraños árboles en los que las ramas se retuercen formando figuras; con un poco de imaginación nos pueden sugerir cualquier cosa. Uno de ellos me inspiró una postura erótica. ¡Éstos árboles siempre pensando en lo mismo!




                                                              Garganta del Río Negro




                                                      No sólo los paisajes son bellos...


                                                                  Árbol erótico



   Cerca están las cascadas de Alexandra, lugar desde el que también hay buenas panorámicas.

   Llegamos poco después a un templo hindú; en realidad son varios templos y figuras alrededor de un lago volcánico, el Ganga Talao, también llamado Grand Bassin, donde se constata el fervor religioso de los hindúes. Ahí estaban representaciones de todos sus dioses, desde una colosal estatua de 30 m. de altura dedicada al dios Shiva hasta multitud de figuras más pequeñas, destacando la de Ghamesa, el dios elefante, y otras muchas. Los visitantes hindúes dan vueltas alrededor de estas figuras y les hacen ofrendas. Suelen verse monos sueltos que buscan alimentos de los visitantes, coincidiendo con el animal más abundante en Mauricio: el perro. Andan sin dueño por cualquier sitio.


                                                                    Estatua de Shiva










                                                                           Ofrendas






                                                          ¿Y tú quién eres? Yo perro...



   Desde allí nos dirigimos más al norte para ver un volcán apagado: Trou aux Cerfs. Se dice que es el cráter más bonito de Mauricio con sus más de 300 metros de diámetro y 80 metros de profundidad, con un lago en el centro y de nuevo rodeado por un denso follaje. El volcán se encuentra al lado de una de las poblaciones más grandes de Mauricio, Curepipe, y desde allí hay asimismo fantásticas vistas a las extrañas formaciones montañosas, que evidencian un pasado volcánico.


                                                       Volcán apagado Trou aux Cerfs




                                                                 Curepipe y sus montañas



   No lejos está el jardín Botánico de Curepipe; no confundir con el más conocido y más importante del de Les Pamplemouses, que está lejos de allí, mucho más al norte. El de Curepipe es modesto, aunque sus extraños árboles y su multitud de lianas harían las delicias de Tarzán. 


                                                       Jardín botánico de Curepipe

  Con esto dimos por terminada la excursión, volviendo al hotel por la costa oeste desde Flic en Flac. Hubiéramos querido ir a la capital, Port Louis, pero estaba demasiado lejos y según nos habían manifestado, ya no conservaba el tipismo de antaño con sus mercadillos, sino que se había convertido en una ciudad moderna, paraíso de compras.


  Durante los últimos días, tuvimos la suerte de ver un espectáculo impresionante, al levantarse un viento bastante fuerte. Eso hizo que los surferos salieran corriendo a por sus equipos, inundando el precioso paisaje del monte Brabant con centenares de coloristas parapentes. Al mismo tiempo tuvimos ocasión antes de abandonar este pequeño paraíso de contemplar un par de bonitas puestas de sol. 


                                                                           Parapenting








  


                                                                      Transparencias


  






    Pedí permiso a una guapa muchacha para hacerle un primer plano, contrastando la morenez de su cutis con los colores del atardecer, una vez que el sol había desaparecido en el horizonte. Sabía posar y sonreír; con una sola foto salió perfecta.
   Resulta un bonito final para esta reseña de viaje.

                                                                     ¡Hasta la vista!


KS, diciembre 2016