Consciencia e Inteligencia Artificial
Por Kurt Schleicher
INTRODUCCIÓN
La Consciencia
humana lleva siglos tratando de ser comprendida por los filósofos y más
recientemente por los científicos. La Inteligencia Artificial (IA) es más
moderna y ha cogido cierto protagonismo desde que somos capaces de utilizar el
manejo masivo de datos (Big Data) y
por su irrupción en los medios de difusión. Ambas tienen en común que su
interpretación es de lo más variopinta; en mi opinión, en el futuro debieran
ser capaces de complementarse.
Quiero advertir que
este artículo representa mi opinión personal extrapolando hacia el futuro lo
poco que sabemos y que de ninguna manera pretendo “dogmatizar” al respecto. Me
limito a exponer nuevas posibilidades y sacar algunas conclusiones de ellas,
abriendo ventanas a un posible futuro, cada vez más cercano.
Tratar de entender
la consciencia y su funcionamiento es todo un reto. Personalmente creo que es
explicable neurológicamente, pero su complejidad es tan enorme que se nos
escurre de entre los dedos y seguimos buscando explicaciones y soportes fuera
del cerebro tendiendo a separar mente y cerebro. Yo creo que no es necesario; el cerebro es lo suficientemente complejo y
“potente” como para saber gestionar lo que precise la consciencia humana;
gracias al mapa neuronal, el conectoma humano, podríamos decir que aprende por
sí misma a base de conexiones generando constantemente nuevos nodos neuronales,
cada uno de ellos asociado a la percepción. Un nodo por sí mismo no es capaz de
generar conciencia ni de sostener la noción de individualidad, pero los nodos
se activan y desactivan en función de una serie de “coaliciones de neuronas”
que son las que amplían la capacidad cerebral y generan la conciencia de los
procesos subjetivos y del entorno.
La IA parece que busca lo mismo y asemejarse
así al funcionamiento del cerebro humano, lo que no tiene por qué ser algo
necesario.
Las
aproximaciones al concepto de consciencia van desde la metafísica a la
neurociencia, pasando incluso por la física teórica, como luego veremos.
En cuanto a la aproximación filosófica,
ha habido bastantes, aunque la más conocida es el dualismo de Descartes,
estableciendo un mundo físico aparte de otro ideal, que es en el que se mueve
la consciencia; es decir, la filosofía nos lleva más allá de lo empírico. Separa
la realidad en que nos movemos en dos partes: la res cogitans (la autoconsciencia) y la res extensa (sustancia material). A esto habría que añadir una tercera, la res infinita, al tratar de demostrar la existencia de Dios. Esto
lleva a que muchos conceptos reales, pero no materiales, debieran estar fuera
del cerebro, pero relacionados o conectados de alguna manera –eso sí−
con él. Esta interrelación es lo que entonces se podría llamar consciencia.
Esta extraña interrelación aún no ha podido ser explicada. El “problema
difícil” de la consciencia es descubrir cómo las descargas de millones de
neuronas pueden llegar a producir la experiencia consciente, ésa tan subjetiva y etérea.
Si ser consciente implica la existencia
de un “yo” y este yo es una ficción, ¿qué consecuencias tendría este hecho para
la consciencia? Por otra parte, ¿existe un solo yo? El psicólogo estadounidense
W. James planteó la existencia de al menos tres “yos diferentes”: un yo
material, otro social y un tercero espiritual, en línea con lo anterior.
Además, los enfermos con cerebro escindido han mostrado que tras la separación
del cuerpo calloso les pueden surgir dos yos distintos.
Fascinante, diría yo, pero es que este
dualismo (dejo fuera los aspectos metafísico-espirituales) no ha podido aclarar
aún cómo es posible que un ente inmaterial pueda interaccionar con la materia
que es el cerebro. A lo mejor la física cuántica nos ayuda…
¿QUÉ ES LA CONSCIENCIA HUMANA?
No existe ni
siquiera una definición consensuada de consciencia. Hay muchas. Yo diría que es la capacidad de reconocer nuestro entorno
y saber interpretarlo desde nuestra subjetividad, así como comprender nuestra
propia individualidad. Cada vez que percibimos algo, que sentimos, que vemos,
que nos emocionamos, que establecemos
una relación o una conclusión y que aprendemos o experimentamos algo, vamos
construyendo nuestra propia consciencia, a partir de estímulos exteriores o
interiores.
Es curioso que el mayor
problema al que se enfrenta nuestra consciencia es la propia realidad, pues
tenemos una enorme facilidad para interpretarla erróneamente e incluso
manipularla “consciente o inconscientemente”, como nos explicó muy bien nuestra neurocientífica Raquel Marín en su artículo “El cerebro vive en la ficción”.
El otro gran problema es la limitada energía del cerebro, pues actúa
como un filtro para protegerse él mismo y evitar que nos volvamos locos por
excesiva acumulación de imágenes o pensamientos; al final nuestras experiencias
cognoscitivas se reducen al poso selectivo al que nos lleva nuestro propio
cerebro. Eso no quiere decir que nuestros pensamientos no conscientes se hayan
perdido, sino que están en segundo plano y el cerebro recurre a ellos incluso
“inconscientemente” para nuestra libre toma de decisiones. La cantidad no es
despreciable, pues “lo inconsciente” es del orden del 75% o incluso más.
La IA podría
aprovecharse y sacar ventaja al no estar constreñida por estas limitaciones, dotándose de la apropiada refrigeración, algo que por cierto también
hace nuestro cerebro a una escala menor.
¿Hay diferentes niveles o clases de consciencia?
Aunque hay por ahí muchas otras divisiones, podríamos citar una de ellas, mostrando tres modos diferentes o niveles de conciencia:
- Capacidad
de alarma: atención, alerta, exhibida por animales con sistema nervioso, con
aprendizaje (conductas aprendidas) o sin él.
- Lucidez
(awareness): darse cuenta del entorno, mostrada por animales con sistema
nervioso desarrollado, pero no por animales con conductas innatas, sin
aprendizaje.
- Autoconciencia (consciousness): darse cuenta del mundo y percibir las propias conductas integradas en él.
Una curiosa división
de la consciencia es la que se ve en este gráfico:
¿En qué casos estamos “no-conscientes”?
Pues en estado de coma, estando inconscientes por alguna razón interna (desmayo) o externa, o durante el
sueño cuando no soñamos, pues los sueños con imágenes embebidas es una forma de
conciencia con la ventaja de no estar “polucionada” por la propia realidad.
No deja de ser curiosa la acepción de la palabra inconsciente al referirnos a alguien extremadamente osado en su comportamiento; a lo mejor hasta alguien pudiera tildarme de ello al publicar este artículo tan lleno de lagunas y falto de evidencias contrastadas, pero es que echo mano de una faceta muy humana: el libre albedrío...
No deja de ser curiosa la acepción de la palabra inconsciente al referirnos a alguien extremadamente osado en su comportamiento; a lo mejor hasta alguien pudiera tildarme de ello al publicar este artículo tan lleno de lagunas y falto de evidencias contrastadas, pero es que echo mano de una faceta muy humana: el libre albedrío...
¿Dónde
está localizada o focalizada la consciencia en el cerebro?
A partir de la observación de lo que
deja de funcionar en el cerebro estando en coma, científicos de Harvard han
llegado a determinadas conclusiones. Según
esta observación, la consciencia parece estar localizada en tres lugares interconectados entre sí, aunque se genera en la
parte posterior del córtex cerebral. Según dicen, se focaliza en una pequeña área del
tronco encefálico (Tegmentum pontor
dorsolateral rostral), conectada a su vez con dos lugares que desempeñan un
cierto papel “regulador” de la consciencia:
o
La ínsula
anterior ventral izquierda
o
La corteza
cingulada anterior pregenual
Hay que aclarar que esto no significa que la
consciencia esté constreñida a un determinado lugar del cerebro en el que se delimiten
las actividades relacionadas con ella, ni mucho menos, pues todo el conectoma está involucrado. No hay “un
puesto de control”, sino que la consciencia es el resultado de un “movimiento
continuo”. Esto se ha hecho evidente experimentalmente, visualizando las zonas
de actividad del cerebro en el instante preciso de la “toma de consciencia” de
algo, fuera ya de la propia imagen cerebral pasiva: se produce entonces un
fugaz “destello” en gran parte del
cerebro y además cambiando constantemente de sitio.
El cerebro no genera consciencia, sino que es consciente; cualquier región del cerebro puede ser consciente si sus circuitos están en un estado apropiado. El cerebro descarta cantidades ingentes de información antes de que tenga lugar la consciencia, aunque esta información descartada tenga después influencia sobre nuestra conducta. Esto significa que la consciencia trata sobre todo de lo que ocurre dentro de nosotros y no fuera. Los datos sensoriales se procesan de acuerdo con estructuras cerebrales y se comparan con los contenidos de la memoria, volviendo a ser procesados, y luego surge una sensación consciente.
La consciencia es en realidad un proceso y funciona como un flujo continuo fluctuante, como veremos después aplicando los estados cuánticos de coherencia y decoherencia.
En realidad, el cerebro "conoce" mucho más de lo que conoce la consciencia, por lo que debe estar dotado de una capacidad enorme y saber gestionarla.
La consciencia es en realidad un proceso y funciona como un flujo continuo fluctuante, como veremos después aplicando los estados cuánticos de coherencia y decoherencia.
En realidad, el cerebro "conoce" mucho más de lo que conoce la consciencia, por lo que debe estar dotado de una capacidad enorme y saber gestionarla.
¿PODEMOS CUANTIFICAR
TODA ESTA ACTIVIDAD?
No es fácil comparar un cerebro humano
con un ordenador convencional en términos de potencia o capacidad. En la práctica, el cerebro funciona como
un sofisticadísimo superordenador. Sólo pesa unos 1.300 gramos, pero contiene
alrededor de 85.000 millones de neuronas, sofisticadas células que constituyen
las unidades básicas del sistema nervioso. Somos capaces de manejar una
ingente cantidad de conexiones a gran velocidad: un máximo de 85.000 millones de neuronas x 10.000 conexiones
por neurona x unas 1.000 conexiones por segundo, resultando 8,5 x 1017conexiones
por segundo, una cifra verdaderamente astronómica. Si unimos esto al crecimiento exponencial
de las interconexiones ya tan sólo por la enorme cantidad de aspectos ligados a
la consciencia, cabe preguntarse si no podríamos llegar a exceder las capacidades
del cerebro si nos limitamos al entorno
de la física “clásica”. En la actualidad, se está desarrollando en China
un superordenador “convencional” de una
capacidad de procesamiento equivalente a la del cerebro humano (del orden de 1018
operaciones por segundo), pero eso no quiere decir ni mucho menos que actúe de
la misma forma.
La pregunta
del millón podría ser: ¿está el cerebro recurriendo YA a las posibilidades que ofrece
la física cuántica? Y otra: ¿es la
informática cuántica la que nos pudiera llevar en un futuro a un desarrollo de
la IA equivalente o superior al cerebro humano?
La
diferencia entre la computación clásica y la computación cuántica radica en
que, en un ordenador tradicional, la información se guarda y procesa en bits que pueden valer 1 ó 0. En
cambio, en un ordenador cuántico la información se guarda y se procesa en los
llamados qubits. Un qubit es un
bit que se encuentra en una superposición de estados, de forma que puede valer
1 y 0 a la vez. Así, al tener múltiples estados simultáneamente en un instante
determinado, el tiempo de ejecución de algunos algoritmos puede reducirse en
una escala de miles de años a segundos.
Stuart Hameroff y Sir Roger Penrose encontraron que la estructura nanométrica de la microtúbulos de las
neuronas gracias a sus dímeros de tubulinas era una manera de aprovechar los
estados de superposición cuántica para aportar un enorme incremento de
capacidades que permitiera el desarrollo continuo de la estructura de la
consciencia a partir de los miles de millones de “momentos” propiciando la
propia evolución de la misma, pero esto no ha sido corroborado todavía por la
experimentación. Quizás estemos cerca de ello, gracias al avance de los
ordenadores cuánticos.
Las
comparaciones son odiosas, pero ahí van dos:
- Google estima que un ordenador cuántico basado
en todas las posibles superposiciones de 0 y 1 será del orden de 10 x 107 veces
(100 millones de veces) más rápido que su equivalente convencional.
- Puesto que cada neurona contiene cientos de
miles de microtúbulos, el poder de computación del cerebro apoyándose en la
física cuántica se incrementaría en el momento de entrar ésta en
funcionamiento en un factor de 1013
Esto ya nos proporcionaría un amplio
margen de maniobra con vistas a la consciencia… y un nuevo reto para la IA.
Hoy en día ya existe el ordenador cuántico, pero todavía no se ha llegado a desarrollar sus capacidades hasta los límites previsibles. Tiempo al tiempo...
Hoy en día ya existe el ordenador cuántico, pero todavía no se ha llegado a desarrollar sus capacidades hasta los límites previsibles. Tiempo al tiempo...
Quantum
Brain Project
Mattheuw Fisher, un reconocido físico de la universidad de California, ha puesto en marcha este proyecto para determinar si el
cerebro funciona como un ordenador cuántico, incluyendo en él pruebas
experimentales.
Fisher postula que los átomos de fósforo,
uno de los elementos más abundantes del cuerpo, podrían funcionar como
auténticos qubits bioquímicos,
gracias a una característica de su spin o estado de rotación. Se pretende analizar las propiedades cuánticas de dichos átomos, cuando sus espines se
encuentran cuánticamente entrelazados con los espines de otros átomos de
fósforo, dentro de moléculas sometidas a procesos bioquímicos. Esta
“comunicación” instantánea entre los átomos, a través de sus estados de
rotación, podría suponer un modo de procesamiento de información cuántica en el
cerebro. Las moléculas a analizar son las “moléculas de Posner”, de fosfato de calcio y de forma esférica.
Estas moléculas tienen la capacidad de proteger los espines de los “qubits” de
los átomos de fósforo, lo que podría promover el almacenamiento de información
cuántica en ellos.
Por otra parte, Fisher y su equipo estudian
también la potencial contribución de las mitocondrias al entrelazamiento
cuántico entre neuronas. Quieren averiguar si pueden transportar moléculas de
Posner por el interior de las neuronas y de unas neuronas a otras. De ser
así, las mitocondrias estarían propiciando el entrelazamiento cuántico en la red
de las neuronas del cerebro. Este proceso cuántico desencadenaría la liberación
de calcio de las moléculas de Posner, lo que a su vez supondría la liberación
de los neurotransmisores que activan las conexiones sinápticas entre las
neuronas.
Una vez que los espines queden
entrelazados, permanecen así incluso una vez que los átomos se hayan separado
espacialmente; el entrelazamiento cuántico es independiente del tiempo y de la
distancia en que se encuentren entre sí una partícula y su “gemelo” cuántico,
propiedad cuántica que se podría aplicar a los microtúbulos y sus tubulinas al movernos
a tamaños muy pequeños, a nivel atómico y molecular. El efecto resultante en este proceso
sería “como si” existiese una conexión con el exterior del cerebro, sin
importar la distancia ni el tiempo, lo que propiciaría ese “misterioso” aspecto
de la consciencia en cuanto a la conexión con el mundo exterior que preconizan
los filósofos.
Para obviar la dependencia de un observador
en un proceso cuántico y poder así aplicarlo al cerebro (no deja de ser curioso que un observador pueda modificar la realidad por el hecho de serlo), Penrose y Hameroff han postulado en su teoría lo que
llaman la “Reducción Objetiva Orquestada”.
La consciencia se derivaría entonces de la actividad de las neuronas del
cerebro y dependería de procesos cuánticos biológicamente orquestados
que se desarrollan en (y entre) los microtúbulos (tubulinas) de las neuronas
del cerebro.
Nota: Algunas de las pruebas
esgrimidas por Penrose y Hameroff para su hipótesis han sido el descubrimiento
de vibraciones cuánticas a temperaturas cálidas en los microtúbulos del
interior de las células cerebrales. Estudiando la anestesia, R.G. Eckenhoff (U.
de Pennsylvania) descubrió que ésta deja inconsciente a una persona gracias a
que actúa –a nivel cuántico− sobre los microtúbulos de las neuronas del
cerebro.
Es curiosa la forma de funcionar de este
entrelazamiento cuántico, pues sería a base de colapsos sucesivos de sistemas
cuánticos que se producen en nanosegundos, causando “estallidos” de
consciencia. El efecto es el mismo que el de la coherencia cuántica (estado cuántico que mantiene su fase –recordar
la dualidad onda/partícula- durante un cierto tiempo), seguido de la decoherencia cuántica, proceso por el que se
pierde el estado cuántico, volviendo entonces al mundo físico de nuestra
percepción. La consciencia se movería así “a destellos” pasando de un estado
cuántico a otro que no lo es en brevísimos plazos de tiempo, pero suficientes
para aprovechar a favor de la consciencia el enorme potencial de las
propiedades cuánticas, incrementándose entonces la capacidad de las
conexiones entre las neuronas cerebrales en magnitudes del orden de 1013, como ya he dicho.
Evidentemente, todo esto son teorías entretanto
no se demuestren de forma experimental.
Por cierto, un reputado matemático y físico teórico ya fallecido, Richard Feynman, dijo un día una frase gloriosa: "El que diga que entiende la mecánica cuántica, miente..."
Por cierto, un reputado matemático y físico teórico ya fallecido, Richard Feynman, dijo un día una frase gloriosa: "El que diga que entiende la mecánica cuántica, miente..."
LA
REALIDAD, ¿ES COMO LA PERCIBIMOS?
Partiendo de que la física cuántica nos abre el
melón de la probabilística (que estemos aquí o allá es solamente más o menos
probable), ya podemos ir empezando a poner en cuestión cosas que ni habíamos
pensado. Aparte de expandirnos la consciencia a niveles cósmicos, ésta ya hemos
visto que trata básicamente de nuestra capacidad de percibir nuestro entorno,
saber interpretarlo y poder razonar sobre él. Pero es que además, como afirmaba
Raquel en su artículo (copio), la
consciencia se forja de acuerdo a la actividad cerebral a partir de un sinfín
de estímulos que el cerebro procesa y para la que genera predicciones en base a
la experiencia previa. Por consiguiente, la conciencia es subjetiva y relativa.
Junto a la necesidad del filtrado y las emociones entremezcladas con nuestra memoria,
el cerebro nos engaña; nuestras percepciones coincidirán con la realidad sólo
ocasionalmente. Los humanos es que somos así…
Y por si esto fuera poco, podríamos tener en
cuenta la Teoría de Cuerdas, llevándonos a un universo (mejor dicho, a un multiverso)
de 11 dimensiones. Esta teoría no está demostrada, pero permite al menos
conciliar otras dos que sí lo están: las dos teorías de la Relatividad
(Especial y General) de Einstein, que funcionan muy bien en el macrocosmos, y la ya
mencionada Cuántica, que funciona muy bien en el microcosmos. Con esto quiero
decir que nuestra consciencia tiene ciertas dificultades para imaginarse un
mundo de más de tres dimensiones, que es el que somos capaces de percibir. Considerando
el tiempo como cuarta dimensión, llegamos marginalmente a comprenderlo, aunque
no se nos aparezca de forma espacial "en 3D". Igual nos sucede con la curvatura
del espacio-tiempo y la gravedad causada por esta curvatura, que intuimos más
que comprendemos. Nuestra percepción se queda en Newton y la manzana…
Podríamos preguntar a un ciego de nacimiento
cómo percibe él la realidad; no es fácil que coincida con la nuestra.
Al vista de todo esto, resulta que somos
unos seres encantadoramente imperfectos que no somos capaces ni de captar la
realidad; la IA se partiría de risa al vernos, aunque después se tendría que
callar al no ser capaz de sentir emociones como nosotros.
Para ilustrar esto con un ejemplo, voy a
contaros una fábula que se me ha ocurrido.
Imaginemos a una hormiga que va andando
por una cuerda formando una amplia circunferencia horizontal en el espacio. La
hormiguita anda que te anda y de repente se encuentra con otra que venía en
sentido contrario.
- Hola, compañera; ¿podrías decirme, tú que vienes
de donde yo aún no he estado, si nuestro mundo es efectivamente de una sola
dimensión, tal y como yo lo veo?
- Pues yo lo percibo igual que tú – respondió la
otra − pero creo que vivimos en una dimensión más; a veces me da la sensación
que cambio levemente de dirección, pero sin referencias exteriores no lo puedo
asegurar, sólo imaginar. ¿Y si nuestro mundo fuese bidimensional y nos estemos moviendo formando un círculo? Sería
maravilloso crear un atajo, un puente, en esa nueva dimensión…
La primera
hormiga se quedó mirando a la otra con los ojos muy abiertos de sorpresa.
- Lo veo difícil – exclamó con voz ronca − yo sólo
sé caminar por este mundo lineal sin fin. ¿Qué es eso de un atajo? ¿Qué es un círculo?
La segunda
hormiga miró a la primera con gesto risueño.
- ¿Y tú estás segura que no repites en un momento
determinado el mismo camino? Si fuera así, creo que se podría formar un puente
entre dos puntos y te ahorrarías mucho trecho…
La primera hormiga miraba incrédula a su imaginativa compañera, pensando que estaba un poco loca y
siguió su camino moviendo la cabeza, diciéndose para sus adentros que todo aquello no eran más
que fantasías de una pobre mente calenturienta.
Ahora ya sólo tenemos que extrapolar para
entender lo que nos pasa al pasar a mundos de > 4 dimensiones, como
preconiza la Tª de Cuerdas… o dicho de otra forma: el que nuestra consciencia no sea capaz de percibir, comprender o imaginar algo, no quiere decir que no exista.
Y otra: ha habido personas -las solemos llamar genios- que han imaginado y hasta concretado algo en su consciencia, aunque fuera tan sólo una teoría, y luego, mucho tiempo más tarde, a veces toda una vida, aquello se ha verificado empíricamente. Ahí está por ejemplo Higgs y su bosón con su Campo de Higgs asociado, descubierto en el LHC medio siglo después...
Y otra: ha habido personas -las solemos llamar genios- que han imaginado y hasta concretado algo en su consciencia, aunque fuera tan sólo una teoría, y luego, mucho tiempo más tarde, a veces toda una vida, aquello se ha verificado empíricamente. Ahí está por ejemplo Higgs y su bosón con su Campo de Higgs asociado, descubierto en el LHC medio siglo después...
INTELIGENCIA
ARTIFICIAL
Nuestro mundo, nuestro entorno, es muy probable
que se vea bastante afectado por la incorporación de la IA en nuestra sociedad
humana en los próximos años. No se trata tan sólo de que unas maquinitas nos
hagan el favor de hacernos los trabajos repetitivos o más desagradables, sino que
la IA dará algunos pasos más, tomando sus propias decisiones. Por poner sólo un par de ejemplos, el tráfico
estará constituido sólo por coches autosuficientes, debidamente programados. No
se nos permitirá conducir (al menos en las ciudades) coches propios, con lo que
sobrarán los policías, los semáforos y las multas. Los médicos sólo serán
necesarios en casos aislados. La cirugía será cada vez más autosuficiente. Las
prótesis con tejidos llevando nuestro ADN se fabricarán a medida como si fueran
repuestos de coches. Sobrarán los
jueces, los abogados y los fiscales. Los maestros tendrán que reconvertirse
también, apoyados por terminales informáticos interconectados. Las comidas
elaboradas serán las más sanas, pues responderán a los requerimientos de salud;
comerse un solomillo producido por una impresora 3D a base de proteínas
optimizadas que no tengan nada que ver con los terneros o las vacas podría
llegar a estar a la orden del día. Con un poco de buena voluntad, podrían incluso
desaparecer las emigraciones africanas, haciendo que esos países fueran más
productivos al poner nuevos medios a su alcance.
Lo que ya será un poco más difícil es que
la IA sea consciente; eso ya se ve hoy en día, con una máquina que siempre
ganará al mejor ajedrecista del mundo, sólo que no será consciente de que está
jugando al ajedrez.
No es fácil que una máquina adquiera ni
siquiera una protoconsciencia o que tenga sentido común. O que tome decisiones
altruistas. O que disponga de una creatividad sin experiencias previas, es
decir, hará unas copias magníficas de una obra de arte, pero crear una
totalmente nueva le será más difícil. Sin embargo, no se puede decir de esta agua no beberé; ya existen
máquinas poetas, pues han aprendido a escribir poesías a partir de haber leído
millones de ellas. Harán poesía, sí, pero no serán capaces de sentirla.
Los
beneficios de contar con la IA son innumerables y están cada vez más
individualizadas: asistente personal inteligente, apoyo diagnóstico en
hospitales, optimización de tratamientos médicos, dispositivos inteligentes en
el hogar capaces de aprender los gustos o preferencias de los dueños, etc.
También surgirán nuevos problemas y algunos riesgos; pueden reproducir datos
que inciten al racismo o interferir en las relaciones humanas, problemas
jurídicos si las decisiones resultaran equivocadas y hay lesiones, necesidad de
adaptar el mundo laboral a la nueva situación, etc.
A la velocidad que evolucionan las
computadoras y que nadie sabe si hay límites para el aprendizaje por parte de
una IA, no se puede descartar que a largo plazo y aprovechando las propiedades
de la física cuántica antes mencionadas, se consiga una IA dotada de algo
parecido a una consciencia, sea humana o no. Igualmente, partiendo de que las
emociones en el fondo son procesos electroquímicos, tampoco es descartable que
puedan reproducirse en una IA.
Entonces podría pasar lo que aparece en
algunas películas de ciencia-ficción tan en boga: que nos enamoremos de una
guapa robot, ¡o que ella se enamore de nosotros!
CONCLUSIONES
1. En mi opinión, no se precisa
una dualidad cerebro / mente. El cerebro es perfectamente capaz de lidiar con
la consciencia y todas las características inherentes a ella, tanto las físicas
como las “etéreas”, es decir, el razonamiento abstracto, los sentimientos, las
emociones, etc. Los aspectos metafísicos es posible imaginarlos con nuestro
cerebro, independientemente de la existencia de Dios (cosa que trajo de cabeza
a Descartes) y que no quiero mezclar aquí con la consciencia. En cuanto a la
IA, me figuro que no estaría muy interesada por la metafísica.
2. La Inteligencia Artificial
debe seguir usándose como complemento a la humana; lo ideal es formar una
simbiosis entre ambas. Suponiendo que algún día la IA desarrollase cierto nivel
de consciencia, creo que será lo suficientemente inteligente –valga la
redundancia− como para “aprovecharse” de la humana con todas sus
imperfecciones. Si algún día delegásemos funciones en la IA en cuanto a cargos
políticos y decisiones que nos afecten a los humanos como sociedad, sería
conveniente que la IA fuera “consciente” de que debe seguir contando con
nosotros. Es evidente que las personas con capacidades creativas serían muy
bienvenidas en ese hipotético entorno de colaboración.
KS,
abril 2019