La copia cuántica.
Por Kurt
Schleicher
Soy radiólogo y esta profesión ha tenido un
impacto impensable en los aspectos sentimentales de mi vida. ¿Qué tendrá que
ver lo uno con lo otro? A ver si lo puedo contar, pues no es fácil.
Siempre me ha fascinado la Resonancia
Magnética (RMN) y su utilidad para visualizar los tejidos del cuerpo humano,
pues ése ha sido el objetivo de que existan estos aparatos en la gran mayoría
de los hospitales; un día me pregunté si no podrían valer para otra cosa y de
esta idea dio comienzo algo que ha marcado mi vida.
Empecemos por el principio,
cuando yo tenía diecisiete años; ya han pasado cuarenta desde entonces. Éramos un grupo de amigos -entonces
se llamaba “pandilla”- en
el que no faltaban chicas de nuestra edad; algunas eran recién llegadas. Un
buen día, durante una excursión, estábamos distrayéndonos con un juego de grupo
que consistía en cogernos de la mano todos en cadena "chico-chica" formando un círculo y
apretar de vez en cuando, estando uno de nosotros en el centro con la misión de
descubrir dónde se había producido el apretón o “chispazo”. Si lo descubría, tenía que indicar
dónde había sido y los afectados debían abandonar la cadena. A mi lado tenía
una guapa chica, morenilla y de mirada cálida y chispeante, a quien tenía cogida
de la mano; cada vez que me enviaba una “señal” con su suave y pequeña mano, yo
reaccionaba con un estremecimiento. ¿Sería acaso un nuevo fenómeno eléctrico? Pues
no, era más bien magnético, pues empecé a notar una extraña atracción por
aquella muchacha, lo que se evidenciaba por mi mirada embobada a la profundidad
de sus almendrados ojos; esto hizo que se nos descubriese pronto y tuvimos que
salir del juego. Así empezamos a hablar; ella había empezado Biológicas y yo
Medicina, y además me había matriculado en Físicas.
Empezamos a salir, primero en grupo y
después ya solos. No se me olvidará el primer beso, que si es de un primer
amor, resulta inolvidable. Era estupendo, pues todo era muy sencillo, sin
compromisos ni promesas. Sólo existía el presente. Seguimos así los años que
faltaban para terminar la carrera, aunque empezamos a vernos cada vez menos; los
estudios nos obligaban a reducir nuestros encuentros. Ella se decantó por la
Antropología y yo me especialicé en Radiología. También es posible que el
chispazo original se hubiera ido apagando y que siguiéramos juntos “por
costumbre”… y que nos estábamos haciendo mayores. Faltando poco para terminar
nuestras carreras, me dije que lo suyo sería casarse, tener hijos y formar una
familia, que era lo normal en aquella época; total, como si fuese lo más normal
del mundo, un buen día se lo propuse. No podía yo imaginar su reacción, pues
agachó su cabecita y después me miró triste con sus preciosos ojos almendrados.
─ Me
emociona tu petición, pero no puedo aceptar. Me ha salido una beca para
dedicarme a buscar fósiles de dinosaurios en Perú y un probable trabajo allí; no
puedo desaprovechar esta oportunidad. Me temo que tendremos que esperar…
Aquello me dolió como una patada en el
estómago; lo primero que me vino a la mente fue dejarla allí plantada, pero
después recapacité dándome cuenta que tenía razón, así que me tragué mi amor
propio. Además, yo tenía un problema parecido, pues me había salido una
excelente oferta para trabajar de radiólogo en uno de los más avanzados
hospitales de Madrid. Por aquél entonces pocas personas sabían qué era eso de
la RMN y la radiología era sinónimo de radiografías y ecografías; yo estaba
convencido que aquella técnica nos permitiría mejorar mucho la calidad de las
imágenes de los tejidos humanos, en especial zonas blandas, no visibles para
los rayos X y en aquél hospital se me brindaba la oportunidad de desarrollarla.
Al final, tras el primer disgusto,
decidimos separarnos, manteniendo contacto epistolar. Ella se fue al lejano
Perú y yo me quedé en Madrid, aunque tuve que viajar con frecuencia al
extranjero para empaparme de los últimos avances en la resonancia magnética y
conocer de primera mano cómo funcionaba aquello en los hospitales foráneos
donde ya lo habían instalado; la verdad es que se estaba imponiendo. Los
enormes aparatos, pese a su alto coste, se fueron implantando también en
España, empezando por Barcelona y Madrid, así como en mi hospital. Al cabo de
poco tiempo, me nombraron jefe del departamento de radiología. Podía estar
contento; ¡trabajaba justo en lo que me gustaba; no todo el mundo podía decir
lo mismo! Sin embargo, me había olvidado de mí; mis padres habían fallecido, yo
me había dedicado en cuerpo y alma a mi profesión, pero cuando recibía
alguna carta de Perú a la vez me alegraba pero también sufría cada vez más un
sentimiento de angustia y tristeza. Me faltaba ella; nunca había pensado que la
necesitaría tanto. ¡Hasta pensé en dejarlo todo y marcharme por sorpresa al
Perú!
Al principio nos escribíamos cada
semana, después cada mes y al final nos carteábamos sólo en Navidades. Pasados
varios años, hasta eso desapareció. Decidí que tenía que quitarme de encima mis
soledades investigando más en el fenómeno físico de la resonancia magnética y
descubrir para qué otros usos podría servir. Eso me distraería.
A ver si puedo describir en pocas
palabras cómo funciona eso de la RMN. Se aprovecha la liberación de energía de
núcleos de hidrógeno magnetizados y puestos en línea en la misma dirección del
campo magnético aplicado; cada uno gira
sobre un eje produciendo un momento
magnético. La liberación de energía se produce al hacerles volver a su posición
de equilibrio por medio de impulsos magnéticos. Se utilizan núcleos de
hidrógeno, que son sólo protones; el cuerpo humano está compuesto de este elemento en su gran
parte. Los niveles energéticos originan, convenientemente medidos y
reproducidos, imágenes en diferentes tonalidades de grises, según sea la
cantidad de energía liberada. Esa es la imagen que obtenemos; el tiempo que
tardan los protones en recuperar su equilibrio es una característica diferente
para cada tejido humano y así podemos distinguirlos. He de decir que todo esto
es mucho más complejo, pues interviene el movimiento de precesión causado por
el spin separándolo de la dirección del campo magnético y los impulsos de
radiofrecuencia que se emplean para perturbar a los protones y sacarlos de su
estado de equilibrio, pero para contarlo todo bien necesitaría toda una
especificación y esto ya no sería un cuento…
A mí me traía loco el movimiento aquél
de giro de los protones llamado spin, que al aplicarle un campo magnético,
podría ser paralelo o anti-paralelo; el primero se podría asimilar para
entendernos a un sacacorchos perforando el corcho en el sentido de las agujas
de un reloj y el segundo en girar el sacacorchos en sentido contrario, dejando
el corcho donde estaba. Y sólo existen estas dos posibilidades. Yo me pregunté
qué sucedería en el cuerpo humano si lo magnetizábamos con el spin invertido,
igual que si fabricásemos un sacacorchos con el fileteado al revés: girando en
el sentido de las agujas del reloj no profundizaría en el corcho, sino que se
saldría. Como tenía a mi disposición varios equipos de RMN, estaba en una
posición estupenda para investigarlo, pero me lo tomé con calma empleando mis
ratos libres, fuera de las horas de oficina. Resultado: que iba a mi casa de
solterón sólo para dormir.
Sí, me había vuelto un solitario; las
mujeres que fui conociendo, o eran profesionales para calmar mis impulsos
físicos o no provocaban mi interés; suerte que internet pudo solucionar parte
de esos problemas, pero nunca a plena satisfacción.
Según iban pasando los años no volví a
recibir cartas de Perú; empecé a escribir entonces febrilmente, pero no obtenía
respuesta alguna. “Claro; se habrá casado o me debe haber olvidado…”, me decía
yo. Y mi desazón empezó a crecer cada
vez más.
Ya no me calmaban ni siquiera mis
trabajos. Decidí investigar; suponía que sus padres ya habrían fallecido, pero
recordé que tenía unas primas. Tras mucho esfuerzo, logré encontrar a una de
ellas; ni corto ni perezoso me personé en el domicilio que había averiguado.
Allí me recibió en efecto una señora de
mediana edad, a la que recordaba haber visto en alguna ocasión hacía muchos
años. Tras la sorpresa inicial al decirle quién era, me invitó a pasar, pues
tenía que comunicarme algo.
─ Me temo que tengo malas noticias ─ me dijo
insegura y retorciéndose las manos ─ mi prima de Perú, como la conocíamos, ha fallecido en un
trágico accidente, tras despeñarse en una zona montañosa muy abrupta haciendo
unas excavaciones. De eso hace ya ocho años; no sabe cómo lo siento…
A mí se me vino el mundo encima; casi
me desmayé allí mismo. ¡Pobrecilla! ¡Y yo suponiendo que me había olvidado!
Antes de marcharme me dijo la fecha
exacta del accidente y dónde estaba enterrada. Mi primer impulso fue viajar hasta
allí para ver su tumba, pero luego sentí una enorme furia contra mí mismo; ¡no
había sido capaz de buscarla cuando estaba viva! ¿Qué sentido tenía que lo
hiciera estando muerta? ¿De qué serviría? No la podría resucitar…
De repente me vino un pensamiento;
“nada es imposible”, me dije. Había leído lo suficiente por mi afición a la
física teórica como para pergeñar un plan absolutamente fantástico; me había
llamado la atención todo aquello del Multiverso, de la Teoría de Cuerdas con
sus múltiples dimensiones, la existencia según la Teoría de Historias Múltiples
de Richard Feynman de muchos universos como el nuestro y los diferentes destinos
asociados a cada una de esas Historias según la Física Cuántica, basada en probabilidades. Me llamó especialmente la atención la
existencia de un Universo Espejo del nuestro, igual que el que conocemos, con
las mismas personas y su mismo entorno. ¡Hasta el destino de cada persona sería
el mismo, en tanto no sucediera algo externo que lo modificase! Todo aquello
sonaba a absurdo, pero los sesudos científicos parecía que se lo tomaban muy en
serio.
¿Y si fuera verdad?, me pregunté.
“Bueno, aunque lo fuera, a ver cómo puedo yo viajar a ese Universo Espejo…”, me
dije. Es inútil, pensé. Además, no se puede viajar en el tiempo hacia atrás, como
ya afirmó Stephen Hawking en su Teoría de la Protección Cronológica; si alguien
viajase al pasado podría matar a su padre antes de concebirle y no podría haber
nacido, lo cual sería absurdo…
Dando vueltas a todo aquello incluso en sueños, una noche
caí en la cuenta que si había varios universos, es verdad que dentro de cada
uno no se puede ir al pasado, pero eso no significa que tenga que ser así si
nos moviésemos a otro universo diferente, por ejemplo, a ese Universo Espejo
donde habría “una copia cuántica” de nosotros mismos; allí debía haber un
tiempo diferente, independiente del nuestro. ¡Bien!
En otra de esas noches en vela se me
ocurrió otra asociación; se me apareció la imagen del spin y el sacacorchos. ¿Y
si fuera capaz de crear en uno de mis equipos de RMN un spin “antisimétrico”,
que no existe en este mundo? ¿Y si fuera ésa la llave para acceder al Universo
Espejo? ¡Naturalmente! Toda la materia en aquél mundo-espejo debería ser igual
al nuestro, sólo que con el spin cambiado; más aún, como ese universo podía
estar junto al nuestro pero en otra dimensión, no habría ni que viajar. Tras
modificar el spin, automáticamente se debería acceder al otro universo, pues el
nuestro me rechazaría de forma inmediata y sería “absorbido” por el otro. Me
puse a investigar y desarrollar un método para lograrlo… y al final lo
conseguí. Para verificarlo experimentalmente, sólo podría hacerlo conmigo mismo
como cobaya, pero para eso me quedaban antes más asuntos por resolver, siendo
el fundamental cómo moverme en el tiempo y poder aparecer en una fecha
determinada. Tras analizarlo matemáticamente, descubrí que la precisión
resultaba muy pobre, pudiendo fallar en meses o hasta en años. Logré computerizarlo haciendo
uso de los microtúbulos del cerebro que están dentro de las redes neuronales,
pero la imprecisión temporal parecía ser insalvable. Esto me permitiría, sin embargo, controlar mentalmente el proceso.
Era consciente que existían multitud de
incertidumbres, pero ya estaba lanzado y no podía parar. Mi plan era trasladarme
a nuestro propio mundo equivalente del Universo Espejo en una fecha anterior al
accidente y poder así evitarlo, salvando a mi amada o al menos a su copia
cuántica. A efectos prácticos, sería igual que resucitarla. Parecía de locos,
pero yo estaba desesperado.
Tras dos años logré desarrollarlo todo,
pero faltaba el experimento; tenía que hacerlo y acertar a la primera. ¡Y que
funcionase! Decidí darme el margen de varios años hacia atrás para salvar la
imprecisión temporal; si llegaba demasiado pronto sería mucho menos arriesgado,
pues así siempre podría avisar con antelación. Lo terrible sería que llegase
demasiado tarde…
Se me ocurrió proveerme de unos cuantos
soles, moneda de aquél país, y de algunos resultados de lotería que localicé en
internet; si llegaba antes del sorteo, sería muy probable que tocase el mismo
número, salvo incidencias inesperadas. Esto resolvería potenciales problemas de
efectivo en aquél otro mundo.
Ya lo tenía todo pensado y planificado,
pero era consciente del enorme riesgo ante tal cantidad de incertidumbres,
incluso que no funcionase nada en absoluto.
A las 21:30 del día “D” me tumbé en mi
equipo del hospital. Tenía que concentrarme en la fecha a la vez que pulsaba el
interruptor que ponía en marcha el proceso. Cerré los ojos, a la vez que oía el
zumbido cada vez mayor del equipo y recuerdo que me quedé inconsciente.
Abrí los ojos y observé que estaba todo
oscuro; seguía tumbado en la misma posición. Al levantarme me di un golpe en la
cabeza; con mis ojos ya acostumbrados a la oscuridad vi que me rodeaba una
campana. ¡Aquello debía ser un equipo de RMN! Pero, ¿dónde? Yo había dejado la
habitación iluminada… Tras incorporarme, busqué medio a tientas un interruptor
de luz; descubrí entonces que no era mi equipo; ¡era otro! Desde luego, estaba
en un hospital, ¿pero cuál? Procurando no tropezarme con ninguna persona, salí
de aquél recinto; en efecto, era un hospital. Me crucé con varias enfermeras y
médicos llevando unas batas de color azul claro, no habituales en Madrid. Me
dirigí hacia la salida; el reloj de pared indicaba que eran las siete de la
mañana, no coincidiendo con la hora de mi reloj, 21:40. ¡Algo había pasado, desde
luego! Si estuviera en Perú, deberían ser las tres y media de la tarde… Al
salir a la calle, no reconocí nada; de repente vi una caja de aquellas en las que
se podían coger periódicos gratis. Con las manos temblorosas, busqué la primera
plana. ¡Estaba en Lima! Volviendo la vista atrás, el hospital que había dejado
se llamaba San Juan de Lurigancho. ¡Había funcionado! Me sentí exultante y de
repente recordé que no había mirado la fecha. Del susto dejé caer el periódico;
¡había retrocedido más de veinte años! ¡Claro, con mi miedo de dejar un margen
amplio, me había pasado; faltaban doce años todavía para que sucediese el
accidente! Traté de tranquilizarme; mejor así que no al revés… al menos ya no
tenía prisa. Viendo los coches, desde luego eran modelos más antiguos.
Del remite de sus cartas tenía su
dirección, así que tomé un taxi; me dejó delante de un moderno chalet, no muy
grande, en una urbanización de buen aspecto, aunque sin lujos.
Con los latidos del corazón a todo
trapo, llamé al timbre; en pocos segundos me reencontraría con “ella”. Era aún
muy temprano, por lo que supuse que estaría en casa. En la puerta apareció un
hombre de unos treinta y tantos años que me resultaba familiar, dirigiéndose a
la de la valla donde yo estaba. Pregunté si ella vivía allí y asintió, abriendo
la puerta y acompañándome al interior.
─ ¿Qué desea? ─
me preguntó mirándome de hito en hito.
─ Pues vengo de su tierra natal, de España, por un asunto
familiar ─
respondí. Desde luego, yo a aquél tipo lo había visto antes, pero no lograba
identificarle. Como estaba muy ansioso por encontrarme con ella, no era capaz
de razonar. Pasamos ambos al interior de la casa.
─ ¡Cariño, tienes visita de Madrid! ─ exclamó
el otro, provocándome un estremecimiento. “¡Cariño, había dicho! ¿Sería entonces
su marido?”, pensé, y se me vino el ánimo al suelo.
La reconocí enseguida, con sus ojos
almendrados y todavía con aspecto juvenil. Intenté abrazarla, con un poco de
timidez, pero me miraba con gesto espantado.
─ ¿No me has reconocido? ─ exclamé con mis pulsaciones a cien.
─ Tú, tú… él, el… ─ balbució y se desmayó en mis brazos.
El otro se acercó corriendo y quiso que
se la traspasara, pero yo no quise, sentándome con ella todavía entre mis
brazos en un sofá. En eso apareció un niño de unos tres años, corriendo
torpemente hacia su madre.
“¡Mami, mami…!” ─
exclamaba el chavalín, logrando despertarla al cabo de unos segundos.
─ Tráigale un poco de agua, por favor ─ le pedí
al otro, sin soltar a mi presa. ¡Después de tantos años sin verla, no tenía
ningunas ganas de separarme de ella!
Poco a poco abrió los ojos y yo seguí
mis impulsos ante aquella mirada, dándole un dulce y suave beso en los labios.
Tras unos segundos que me parecieron eternos, ella me miró con preocupación y
se separó de mí, con los ojos muy abiertos.
─ ¿Quién eres? No puede ser que seas tú; te pareces mucho a
él…
─ ¿Quién es “él”? ─ respondí, confuso,
En ese momento entraba el otro con el
vaso de agua en la mano.
─ Pues él eres tú… pero más joven ─ soltó
ella entre balbuceos.
Me volví a mirar al otro, que se había
quedado inmóvil con el vaso de agua en la mano y con una expresión de sorpresa.
─ Es verdad que nos parecemos mucho, desde luego, pero todo
eso deben ser fantasías ─
afirmó mi “sosias” juvenil ─
A ver, ¿cómo nos conocimos ella y yo?
─ Bueno, ella Y YO ─ remaché mucho el “yo” ─ nos conocimos en la sierra de Madrid dándonos apretones de
mano jugando en círculo con nuestros amigos…
Ahora fueron ellos dos los que se
quedaron mudos de asombro.
─ Debo explicaros algo ─ dije, pues yo tenía la ventaja de conocer toda la historia ─ y os
ruego que tratéis de seguirme en el relato.
─ Yo soy efectivamente “tú” y tú eres “yo”, sólo que veinte
años antes de “mi” tiempo ─
afirmé ─ Si tú
eres en efecto yo, te habrás empezado a aficionar a la física teórica y me
entenderás. Yo soy tu copia cuántica en un mundo idéntico al nuestro en un
Universo Espejo de éste, pero en un tiempo diferente, lo cual no ha sido
intencionado, hasta cierto punto ─ en ese momento dirigí mi mirada hacia ella con cariño ─ El
objetivo que me ha movido ha sido salvarte la vida, pues en “mi mundo” te
despeñabas en un risco de una montaña de aquí, en Perú, según pude saber por tu
prima, cuando ya habían pasado más de ocho años de ese hecho. Tenía que
advertirte o evitarlo, sólo que ahora es posible que ya no suceda, pues mi realidad ya no es
la misma que la de aquí, provocada por algún hecho que ha cambiado la línea del
devenir.
Me di cuenta que mi otro yo empezaba ya a
entender todo aquello; a ella le entró de repente una risa histérica.
─ O sea, que ahora me encuentro de golpe y
porrazo con dos maridos, uno joven y otro mayor, y con uno tengo un hijo ─
soltó ella entre carcajadas nerviosas ─ ¿Y ahora, qué hacemos?
Nos miramos los tres en silencio, tras el cual yo
inicié una serie de preguntas.
─ ¿Tú eres radiólogo?
─ Sí; trabajo en el hospital de San Juan en Lima…
─ Pero tú deberías estar en el hospital de
Madrid, no aquí…
─ Sí, pero tras pasarnos varios años
escribiéndonos ─ dijo “mi otro yo” mirando también con cariño a su mujer ─ no
resistí seguir viviendo lejos de ella, investigué y pedí plaza en este hospital
en Lima para vivir juntos. Así, en un plazo bastante corto, le pedí casarnos y
ella aceptó. El resultado ya lo ves, este precioso niño a sus tres añitos.
Me quedé mirando al niño; ¡así que ese era “mi”
hijo, sólo que “yo” no era quien lo había concebido! Reflexioné, entre que los
dos me miraban todavía con cierto estupor. ¡Cuando yo deseé marcharme a Perú
pero no lo hice, se conoce que mi “yo en este mundo” fue capaz de romper el
destino decidiendo y tomando acción para encontrarse con su – con nuestra─
amada, rompiendo amarras y hacer realidad su – nuestro − sueño! ¡Ése había sido
el punto de deflexión del destino! Se me saltaron las lágrimas; ¡estaba viendo
lo que podría haber sido MI futuro y no la triste realidad quedándome en Madrid
convirtiéndome en un ser solitario por mi falta de decisión!
Estaba claro; el que sobraba allí era yo. Ni
siquiera era mi mundo. Todo el trabajo que me había tomado no había sido
necesario, pues otro se me había adelantado; al romper el destino evitó, sin
saberlo, la muerte de mi – nuestra − amada, que ahora seguiría viva en
cualquier caso.
Miré a mi otro yo − ¿debería decir “me miré”? − y
pensé que, siendo él yo, podría ofrecerle mi trabajo de años para que él lo
desarrollara en Lima y de paso me podría quedar un breve tiempo allí teniendo
cerca a la persona que seguía amando y contemplándola. Total, ¿de qué me
quejaba? “Yo” me había casado con ella, éramos felices y habíamos tenido un
niño precioso… y sobre todo ella ya no moriría en un accidente.
─ Os dejo estos resultados de lotería, a ver si
hay suerte y salen premiados los mismos. Podría resultar un buen regalo de
despedida ─ les ofrecí el día que decidí marcharme, con una sonrisa.
Me despedí de ella con un intenso abrazo y un
interminable beso que nunca olvidaré. Mi otro yo ni se inmutó; ¿se pueden tener
acaso celos de uno mismo? Igualmente, cogí a “mi hijo” en brazos, disfrutando
de su contacto. Me había cogido cariño, aunque no llegó a llamarme “papá”.
Mejor así, no fuera que soltase en su colegio que “tenía dos papás”…
“Yo” me acompañó al hospital para facilitarme la
entrada sin que nadie me viese; a hurtadillas fuimos a donde estaba el mismo
equipo con el que había llegado. Antes de tumbarme, nos abrazamos – debo ser la
única persona en el mundo que ha podido abrazarse a sí mismo – y ya puse en
marcha el proceso que ya conocía.
Todo fue aparentemente bien. Me desperté dentro
de mi equipo de RMN en el hospital. No había duda; era el mío en Madrid. Miré
la hora: marcaba las 21:35. Me estremecí; ¿no se habría tratado todo de un
sueño?
Kurt
Schleicher, 18 de enero de 2020.