Frescos panoramas de Gran Canaria… por Kurt Schleicher
“No hay mal que por bien no venga”, es probable que haya pensado tras haber decidido pasar una semana en Las Palmas de Gran Canaria y notar el
frío que estaba haciendo en febrero. Una de las razones fue conmemorar el viaje
de novios en los años setenta, como la mayoría de los españolitos que se
casaban por aquél entonces; además, tenía que ser en ese mes, pues el viaje había
sido coincidente con los Carnavales y con un tiempo magnífico, como suele hacer
allí. A las Islas habíamos vuelto varias veces, pero siempre fue a Tenerife, a
Lanzarote o a Fuerteventura, pero nunca hasta ahora, después de más de cuarenta
años, habíamos vuelto a la isla mayor, a Gran Canaria.
Los recuerdos de la isla de aquellos lejanos años se circunscribían a la playa, a las montañas de la Cruz de Tejeda y a un mirador que nos sorprendió extraordinariamente y que estaba localizado en un pueblo “perdido” en las montañas, que solamente recordaba que se llamaba Artenara. Lo sorprendente del mirador era que, atravesando un túnel, se pasaba desde un paisaje verde y relativamente húmedo, típico del norte de la isla, a uno cálido, seco y casi desértico. Lo extraordinario era que el túnel no mediría más allá de 60 metros, atravesando la montaña, por lo que en tan sólo un par de minutos se pasaba de un clima y un entorno a otros completamente diferentes. Eso había que volver a verlo.
Los recuerdos de la isla de aquellos lejanos años se circunscribían a la playa, a las montañas de la Cruz de Tejeda y a un mirador que nos sorprendió extraordinariamente y que estaba localizado en un pueblo “perdido” en las montañas, que solamente recordaba que se llamaba Artenara. Lo sorprendente del mirador era que, atravesando un túnel, se pasaba desde un paisaje verde y relativamente húmedo, típico del norte de la isla, a uno cálido, seco y casi desértico. Lo extraordinario era que el túnel no mediría más allá de 60 metros, atravesando la montaña, por lo que en tan sólo un par de minutos se pasaba de un clima y un entorno a otros completamente diferentes. Eso había que volver a verlo.
El
primer objetivo (disfrutar de baños playeros en el mar) se fue al garete nada
más llegar: el viento había “rolado” al
norte y las isobaras se habían juntado mucho, como dicen las guapas
señoritas del tiempo, que con sus propias curvas y largas piernas nos
impiden concentrarnos en las curvas isobáricas. “Eso quiere decir viento y frío, pero en Canarias no se notará, pues los
vientos polares ya tendrán ocasión de caldearse antes de llegar a las islas” -
me dije yo. Craso error. En Gran Canaria llegó a nevar y con ventisca; los canarios
aseguraban que eso no lo recordaban ni los más veteranos. Incluso los canarios (los
pajaritos) habían cambiado su trino clásico y alegre de pío pío por otro más tembloroso pirritití
pirrititó, pues se estaban quedando pajaritos de verdad.
Hubo que guardar bañadores, toallas y
chancletas en el fondo de la maleta y tirar de chaqueta y bufanda, pensando con
resignación en la tontería de desplazarse 1700 kilómetros para encontrarse uno allí con el mismo clima de Madrid en febrero. Pero – y de ahí viene lo de “no hay mal que…”, etc. – el aire era
límpido, sin calimas y no se sudaba, permitiendo pasear y recoger panorámicas
del lugar con una nitidez poco habitual.
Antes de que aquello fuese a peor, decidimos alquilar de coche y marchar de excursión al centro de la isla. Siguiendo los
recuerdos, la primera parada fue en Arucas, donde me llevé la primera sorpresa:
la iglesia que había allí parecía una catedral de empaque poco acorde con aquél
pueblo, que más tarde tuve que reconocer que era más grande de lo que había
pensado. Eso no era óbice para que mi impresión fuera que se había trasplantado
allí una catedral gótica y que se había pintado de negro, pues está hecha de la
piedra volcánica que hay por allí. Al parecer, la “catedral” de San Juan
Bautista (que así se llama aunque no sea catedral oficialmente) se levantó a
principios del siglo XX en el mismo lugar donde hubo otra anterior, siguiendo
las directrices de un arquitecto catalán admirador del estilo neo-gótico. La
planta es cuadrada y no se quedó corto en torres picudas, pues cada fachada
tiene dos (eso no quiere decir que haya 2x4=8 torres, sino 2x4=4, pues según se
va viendo cada fachada, una torre es siempre la misma sin que fallen las
matemáticas). Y no se queda ahí, pues hay más torres picudas secundarias y
terciarias, triplicando las anteriores. Me recordaba a esas figuras que se
hacen en la playa con la arena muy mojada a base de chorretones. ¡Será por
torres! Del interior destaco sus vidrieras, espectaculares.
Panorámica de Arucas
Iglesia de S. Juan Bautista, Arucas
Vidrieras
Dejando Arucas atrás, empieza la subida hacia
Teror, el siguiente pueblo que merece una visita detallada. Según se iba
ascendiendo, era conveniente mirar atrás, pues entre la capa de nubes se
filtraba una interesante visual de la capital. En Teror lo que hay que hacer es
perderse por sus calles, llenas de arte y colorido; el centro tiene edificios y
balconadas notables.
Panorámica de Las Palmas desde Teror
Centro de Teror
A partir de ahí ya empezaban a verse
indicaciones para la Cruz de Tejeda hacia el sur y hacia Artenara al oeste;
evidentemente, con lo del túnel “trans-climático” en mente, había que ir primero
a esta última población. La altura era ya notable y en los bordes de la carretera se iba viendo
nieve acumulada. Me figuro que en Gran Canaria no hay máquinas quitanieves, de
forma que es probable que días antes no se pudiera ni circular por allí.
Panorámica de Las Palmas desde Teror
Al
llegar a una indicación de “mirador”, al fin logré lo que íntimamente también estaba
deseando: ver el Teide desde Gran Canaria.
El Teide desde Gran Canaria
Allí estaba, majestuoso, asomando
totalmente nevado por encima de una capa de nubes. Evidentemente, agarré la
cámara y empecé a tirar fotos. Probablemente, la vista así de nítida del volcán
no debía ser habitual bajo el clima clásico de Canarias, pero aquél día, con la
atmósfera barrida por los fuertes vientos que aún soplaban, se veía todo muy
claro. Otro “bien” a costa del “mal” clima.
Continuamos viaje, pues, hacia Artenara, que se nos apareció de golpe.
Me llevé un pequeño chasco, pues recordaba el entorno aún más verde; será que hace
40 años había más arbolado y césped, pero al menos el paisaje seguía teniendo
sus arbolitos. A lo lejos, por detrás del pueblo, ya se vislumbraban unas
formaciones montañosas interesantes.
Artenara.
Tras preguntar a los viandantes por el
famoso túnel, resulta que se trataba de un restaurante que yo entendía que se
llamaba “la Silla”, pero no, se trataba de “La Cilla”. Estaba en una esquina
del pueblo, pero sin especiales indicaciones previas de lo que se iba uno a
encontrar detrás de la entrada. Al menos, con letra pequeña, debajo del nombre
ponía “Mirador”. Me figuro que todos los del lugar lo deben conocer, pero el
que llegue despistado allí y no sepa de su existencia, probablemente pase de
largo.
Allí estaba, pues; a poco de entrar en el
túnel, me encontré con una placa en la que se indicaba que aquél lugar había
sido restaurado y embellecido en 2011. El restaurante existía sin embargo desde hace más de
cuarenta años, pues tengo alguna constancia fotográfica de aquél entonces, con un aspecto más rústico. Más tarde he averiguado que el túnel se construyó en 1962.
Actualmente, la entrada al restaurante es la
que se ve en la foto, sin aviso previo del camino atravesando un túnel, que
ahora está levemente iluminado; creo recordar que hace 40 años no lo estaba. Según
se iba caminando por él y después de una curva, ya se vislumbraba la salida, tras la
cual se divisaban unos cuantos comensales.
Restaurante-mirador "La Cilla"
Túnel
Mirador y restaurante
La Caldera de Tejeda
Llegar allí y ver de nuevo aquél
paisaje sobre un farallón impresionante (se llama la Caldera de Tejeda), fue de nuevo toda una experiencia. Aquello era
una sinfonía de montañas, no tan desérticas como yo recordaba, pero bastante
yermas. A un lado se distinguía la llamada “Montaña
Sagrada de los guanches”, también conocida por Roque Bentayga. Al fondo, como un pulgar hacia arriba indicando
“OK”, estaba el Roque Nublo; hacia
allá nos dirigiríamos, cuando fuéramos a la Cruz de Tejeda.
Comparando las
fotos de hacía más de 40 años con las actuales, se veía que ahora se había
cuidado más de la seguridad; antaño, la valla era tan rústica y débil que no
inspiraba mucha confianza. Hoy ya hay una doble protección, como se puede ver
en las fotografías.
La misma vista, en 1974. ¡Ojo a la barandilla!
El que suscribe, hace 42 años y sin barba, en el restaurante
Antes de abandonar Artenara, decidimos
visitar la iglesia, sencilla pero muy bonita. Se llama de San Matías y llama la
atención por sus dos torres gemelas; no tan gemelas, pues una sirve para
albergar el reloj y la otra para las campanas. Ambas están coronadas por una
cúpula semiesférica blanca, con un pezoncillo oscuro del color ocre de la
tierra encima de cada una de ellas. El color es el mismo que predomina en ambas
torres, encima de una base casi completamente blanca. Se terminó de construir a
mediados del siglo XX y debe ser de un estilo canario indefinido, pues no se me
ocurre otra cosa; quizás un experto en arte me lo pueda clarificar. El interior
de la iglesia es del año 1960, de la misma época que el túnel, destacando un gran
mural pintado en el fondo.
Iglesia de San Matías, Artenara.
Cerca de la iglesia había otro mirador, en el
que también se veía la Caldera de Tejeda, aunque desde el farallón tras el
túnel impresiona más.
Dejamos Artenara con pena, pues es un lugar
donde merece la pena recalar con más tranquilidad. Al buscar la salida de la
carretera hacia la Cruz de Tejeda, nos encontramos con la desagradable sorpresa
de un cartel indicando que estaba cortada, probablemente por derrumbes tras la
nevada caída, al transcurrir a lo largo del farallón. No hubo más remedio que
volver por donde habíamos venido, desde donde al poco tiempo ya salía una estrecha carretera que
subía a cotas más altas todavía; ahí sí que encontramos nieve acumulada en los
bordes de la carretera, en gran cantidad por las zonas umbrías. Nieve en Gran
Canaria ¡increíble! Volvimos a ver el Teide asomando majestuoso al fondo desde
aquellas alturas.
La Montaña Sagrada de los Incas o Roque Bantayga
Mirador
Panorámica hacia el este
Tras varios kilómetros rodando por la cima, llegamos por fin
tras una leve bajada a la Cruz de Tejeda. Desde allí se podía tener una vista
diferente de las mismas montañas, el Roque
Nublo y la Montaña Sagrada o Roque
Bentayga, distinguiendo al fondo y a lo alto cómo se asomaba muy a lo lejos
Artenara y los miradores, desde donde veníamos.
Se veía que existía
efectivamente otra carretera más directa, que es la que estaba cortada.
La Cruz de Tejeda marca el epicentro de la isla y en su base hay una alegoría muy inquietante en
relación a la muerte, pues se distinguen calaveras y enterramientos labrados en
la piedra. Detrás de ella estaba la entrada al parador de Turismo,
recientemente restaurado.
La Cruz de Tejeda
El Roque Nublo, de cerca
Bajamos al valle para conocer el pueblo de
Tejeda, uno de los más bonitos de la isla, según dicen.
Tejeda, con el Roque Nublo al fondo
El día se nos estaba acabando y decidimos
prescindir de ir a un tercer lugar, San
Bartolomé de Tirajana, del que recuerdo que hace más de 40 años lo pasamos
realmente mal, debido a la densa niebla que se levantó y que no permitía ver
nada hacia adelante. Como la carretera era muy estrecha entonces (casi no había
sitio para dos coches), recuerdo la angustia de tener que verificar a cada
momento que no te caías al precipicio, pues en aquellos lejanos años 70 no
había muchas protecciones en los bordes de la calzada. Dado que ahora, cuarenta
años después, se estaba levantando de nuevo la niebla, decidimos que no había
necesidad de repetir el mal trago, aunque supongo que la carretera ya estaría
en muchas mejores condiciones.
Con esto se termina la descripción de un
“viaje al centro de la isla”, cuarenta años después.
Los siguientes tres días
que nos quedaban los dedicamos a recorrer la capital, Las Palmas, que también tiene sus lugares interesantes.
Lo primero a hacer fue visitar el centro histórico
alrededor de la catedral de Las Palmas, llamada Catedral-Basílica de Santa Ana.
Es otra muestra de arquitectura canaria, echando una ojeada a las torres, que
recordaban a las que habíamos visto en Artenara. Evidentemente, la catedral era
mucho más antigua, pues aunque se empezó a construir en tiempos de los Reyes
Católicos (época desde la cual Canarias es parte de España), ha recogido
diversas evoluciones artísticas en las diferentes épocas que pasaron hasta su
terminación, siglos más tarde. La consecuencia es una mezcla extraña de gótico
tardío en el interior, neoclásico en el exterior y coronado por un cierto
estilo “canario” en las torres. El resultado, al ser de piedra volcánica
oscura, es desde luego algo irrepetible y único, prestándose su arte a debate
según el gusto artístico de cada cual.
Catedral-Basílica de Santa Ana, Las Palmas
Los perros de bronce de la plaza de Santa Ana
Las vistas desde el campanario son
impactantes y dan una idea de Las Palmas en su totalidad. Al lado de la
Catedral hay un Museo Sacro y la Casa de Colón; ambos son interesantes de
visitar. En el de Colón hay algunas joyas marineras y mapas de la época, que
despiertan curiosidad, así como maquetas de la isla.
Casa de Colón y Catedral
Plaza de Santa Ana
Panorámica desde la Catedral
Catedral y Casa de colón
Interior de la Catedral
Como anécdota, en el patio
central de la Casa de Colón habían dejado sueltos a dos inteligentes guacamayos; eran
bastante sociables en tanto no vieran una mano que se les acercase
excesivamente, momento en que hacen un amago de picar, pero con poca alevosía. Desde luego, están muy "ojo avizor".
Guacamayos de la Casa de Colón
Dado que el museo-casa ocupa toda una manzana y la salida no coincide con la
entrada, al terminar la visita se encuentra uno momentáneamente perdido. Dar un
paseo después por las estrechas calles peatonales de la parte vieja de la
ciudad con su panoplia de colores es algo que tampoco puede faltar.
Dejando ya el centro histórico, al día
siguiente decidimos que había que visitar un edificio que se distinguía
majestuoso al final de la playa de Las Canteras: el Auditorio Alfredo Kraus.
Debe ser el primer edificio que combina la audición de conciertos con ser a la
vez un faro y también que desde la sala se pueda ver el océano a través de un
gran ventanal situado por detrás de la orquesta. Construido entre 1993 y 1997,
está dedicado al insigne tenor canario ya fallecido, del que hay una estatua
moderna también en el exterior, como si fuese un conquistador de las tierras de
más allá. El estilo es moderno y como siempre debatible, pero el interior, con
su enorme cristalera, es realmente notable e impactante.
Auditorio Alfredo Kraus
El día se había vuelto lluvioso a ráfagas,
alternando chubascos y sol, por lo que terminamos caminando a lo largo del
paseo marítimo de Las Canteras; había muchos más paseantes allí que en la
propia playa, en la que solamente se distinguía algún valiente surfista bien
protegido contra el frío.
Panorámica playa de Las Canteras
Grafitti
Ver la playa prácticamente vacía debe ser un
espectáculo también poco habitual; el frío viento no invitaba precisamente a
mojarse y el horizonte amenazaba con más lluvia todavía.
De vez en cuando se podían ver expresiones artísticas de escultores playeros con arena; se conoce que a falta de bañistas, una de ellas mostraba un orondo caballero tomando el sol.
De vez en cuando se podían ver expresiones artísticas de escultores playeros con arena; se conoce que a falta de bañistas, una de ellas mostraba un orondo caballero tomando el sol.
Arte en la playa
Playa de las Canteras
Barrio de Las Palmas con buena vista
En el extremo norte de la playa se podía ver
a lo lejos la montaña llamada La Atalaya
sobre la población de Guía; por la forma cónica casi perfecta podría tratarse
de un antiguo volcán. Como curiosidad lingüística: el nombre de atalaya aquí es de origen guanche y no
tiene nada que ver con la palabra árabe de atalaya
que todos conocemos como torre de observación.
La Atalaya y Guía
Aquella zona era completamente rocosa,
dejando ver de vez en cuando algún paisaje interesante.
Una cafetería había
tenido la humorada de colocar un esqueleto vestido y sentado en una de sus
mesas. Cada cual puede interpretarlo como quiera, pero el caso es que no había
por allí ningún otro comensal. Cuando a uno le gusta la
fotografía, se descubren ángulos interesantes, como los colores del cabello de
una moderna señora contrastando con el gris del fondo, un mural de graffitis realmente decorativos en una
fachada o bien una misteriosa entrada a una casa entre las rocas, sin dejar de lado
a una afanosa electricista perdida entre el maremágnum de cables y circuitos en
la fachada de una casa.
¡Qué lento está el servicio!
Señora colorista
La puerta misteriosa
Grafitti artístico
Nudo gordiano eléctrico
En resumen, que no hay mal que por bien no venga, como decía al principio; al menos
quedan estas fotografías como recuerdo, terminando con una despedida nocturna del Teide desde el avión.
KS, Abril 2016