A propósito de San Valentín
Por Kurt
Schleicher
Tras
nuestro magnífico evento musical el pasado día de San Valentín, bien
acompañados por nuestras féminas, se me ha ocurrido hacer unas cuantas
reflexiones con respecto al enamoramiento. Según trabajaba en las fotos en pareja
para la reseña, observé que se nos veía a todos a todos muy sonrientes y “amurracados”; es evidente que ya somos “nosotros y nuestra querida circunstancia”.
Yo me temo que esto de San Valentín, aparte
de una estrategia comercial, proviene de que enamorarse siempre se ha tomado
como un misterio; para que se produjera, lo más indicado era encomendarse al tal
santo.
También se ha rodeado al fenómeno de algo espiritual, producto de nuestro “yo” inconsciente; al encontrarnos por pura casualidad con la persona destinada a compartir nuestros sentimientos más profundos, se produce el “click”, acelerándosenos de paso el corazón volviéndonos tarumbas y somos ya sólo capaces de pensar en el objeto de nuestros anhelos. Y de esto han surgido miles, millones de novelas, películas y toda clase de ensoñaciones. Será que es algo muy importante para nosotros, los humanos, pues los animales (excepto en el caso de “la Dama y el Vagabundo”, de Walt Disney) no se da este fenómeno (por cierto, la fidelidad a la pareja sí, en algunos casos especiales).
También se ha rodeado al fenómeno de algo espiritual, producto de nuestro “yo” inconsciente; al encontrarnos por pura casualidad con la persona destinada a compartir nuestros sentimientos más profundos, se produce el “click”, acelerándosenos de paso el corazón volviéndonos tarumbas y somos ya sólo capaces de pensar en el objeto de nuestros anhelos. Y de esto han surgido miles, millones de novelas, películas y toda clase de ensoñaciones. Será que es algo muy importante para nosotros, los humanos, pues los animales (excepto en el caso de “la Dama y el Vagabundo”, de Walt Disney) no se da este fenómeno (por cierto, la fidelidad a la pareja sí, en algunos casos especiales).
Dicho esto, lamento profundamente
desilusionaros; enamorarse es un fenómeno químico, muy estudiado, pero que
incluso hoy en día no se conoce al 100%. Será que de ahí surge el dicho “parece que hay química entre esos dos…”.
Como introducción, voy a hacer un pequeño
resumen de los protagonistas del fenómeno en nuestro cerebro, donde se generan.
Las
hormonas y los neurotransmisores: Las hormonas son sustancias
segregadas en nuestro cuerpo por células especializadas, localizadas en glándulas
endocrinas cuyo fin es el de influir en
la función de otras células; pertenecen al grupo de los mensajeros químicos,
que incluye también a los neurotransmisores y las feromonas. A veces es difícil clasificar a un
mensajero químico como hormona o neurotransmisor.
Un neurotransmisor es una
molécula liberada por las neuronas al espacio sináptico donde ejerce su función
sobre otras neuronas u otras células (células musculares o glandulares); es
el elemento clave en la transmisión de los estímulos nerviosos. A estas
neuronas se les llama pre-sinápticas y contienen gran cantidad de
neurotransmisores en vesículas sinápticas. Una vez liberado al espacio
sináptico, el neurotransmisor difunde y llega a la membrana post-sináptica
donde ejerce su función al unirse a su receptor. (La sinapsis es una
aproximación funcional intercelular especializada entre neuronas, ya sea
entre dos neuronas de asociación, una neurona y una célula receptora o entre una neurona y una
célula efectora, casi siempre glandular o muscular). Las dentritas, ramificaciones
cortas, son las entidades receptoras de información y el axón (rama larga y
única) es la entidad emisora. Los receptores para neurotransmisores pueden
encontrarse en otras neuronas, en células musculares o en células glandulares; las
células que portan estos receptores se llaman células post-sinápticas. La
función del neurotransmisor es transmitir una señal desde la célula
pre-sináptica a la célula post-sináptica.
Esto parece un poco lioso y muy poco
romántico, pero son los ladrillos del proceso de enamorarse. ¿Pero cómo se
produce el fenómeno?
La
teoría del “mapa-imagen”: Muchas investigaciones psicológicas demuestran
que ciertas imágenes embebidas en nuestros recuerdos infantiles, sean éstos
conscientes o inconscientes, son decisivas o son incluso el motor de arranque
de ciertas funciones o reacciones que ponen en marcha el proceso del
enamoramiento. Mucho antes de que una persona se fije en otra ya nos hemos
construido -sin saberlo- un mapa mental o un conjunto de informaciones
mayormente visuales -o sea, una imagen- que conforma un molde completo
de circuitos cerebrales.
Mapa -imagen
Según el especialista sexólogo John Morley, esto debe suceder
cuando tenemos entre 5 y 8 años.
¡Pues vaya! Al tropezarnos años después con alguien que nos causa una
asociación mental con esa imagen, se pone en marcha un proceso químico y
eléctrico-neuronal, que se compone de varias fases o etapas:
1º: Comienza
con un súbito desplome del nivel de serotonina (hormona
existente en las neuronas que funciona como neurotransmisor) originado por una
situación estresante.
2º: El cerebro entonces, para compensar este
déficit, empieza a producir desesperadamente fenitilamina
(compuesto orgánico de la familia de las anfetaminas). Cuando nuestro
cerebro se da cuenta que se está inundando de esta droga, reacciona de nuevo
secretando dopamina (neurotransmisor responsable de los
mecanismos de refuerzo del cerebro, es decir, de la capacidad de desear algo y
de repetir un comportamiento que proporciona placer). Es una sustancia, pues,
básica para enamorarse románticamente.
3º: Al mismo
tiempo también se producen otras hormonas, como
la norepinefrina, la oxitocina y la vasopresina, que no
hacen sino estimularnos y empujarnos a tirar para adelante y aguantar horas y
horas sin cansarnos si estamos cerca de la persona que nos ha producido el
“click”. Cuando no nos atrevemos, es que la producción de estas hormonas ha
sido deficiente.
La oxitocina surge
cuando dos personas se miran a los ojos durante un lapso prolongado, se funden
en un abrazo, proceden a tocarse, besarse o acariciarse y sigue estando
presente durante la unión sexual. Es también la hormona que nos hace depositar nuestra confianza en
el otro, nos ayuda a superar el "miedo social" y resulta indispensable
para la unión ulterior.
La vasopresina
es una hormona que interviene en la formación de los vínculos emocionales. Se
la llama la “hormona de la fidelidad”.
Si nos pasa todo esto, es que ya nos hemos
enamorado; sin embargo, este proceso tan placentero no está exento de “daños colaterales”. A la vez que se
producen todos estos disparos de hormonas y entretanto las áreas de recompensa
del cerebro están inundadas de dopamina, las regiones relacionadas
con las emociones negativas y con el juicio crítico SE APAGAN. De ahí que nos
falte juicio en esos momentos y además, en función del carácter de cada
uno, todo nos parece posible, nos olvidamos de las potenciales consecuencias (se
nos anula la percepción del riesgo)
y nos volvemos optimistas (comprobado gracias a escáneres cerebrales).
El sentido del olfato también ayuda,
máxime si lo relacionamos con la imagen, y es otro sentido que nos acelera el
proceso, no solamente el de la vista. De ahí han surgido los perfumes, sin olvidar
el efecto de las feromonas. El sentido del tacto está agazapado para hacer uso
de él, pero eso ya suele suceder un poco más tarde.
La
sensación que percibimos tras dar comienzo todo este proceso, es que nuestro
organismo entra en ebullición.
A través del sistema nervioso, el hipotálamo envía mensajes a las diferentes
glándulas del cuerpo ordenando a las glándulas suprarrenales que aumenten
inmediatamente la producción de adrenalina y noradrenalina
(neurotransmisores que comunican entre sí a las células nerviosas).
Sus efectos se hacen notar al instante:
· El corazón late más deprisa (130 pulsaciones por
minuto)
· La presión arterial sistólica sube,
· Se liberan grasas y azúcares para aumentar la
capacidad muscular.
· Se generan más glóbulos rojos a fin de mejorar el
transporte de oxígeno por la corriente sanguínea.
¡No deja de tener gracia que enamorarse se parezca a
hacer deporte…!
A partir de aquí, se elimina estrés y
nos invade una agradable sensación de plenitud y goce. Esto se debe a la acción
de las endorfinas, también conocidas como las “hormonas de la
felicidad”, que no son hormonas, sino opioides de secreción interna que
suscitan en el cerebro sensaciones tales como éxtasis, anestesia y
bienestar. ¿Estaremos drogados? Es a
partir de este momento cuando se ponen las bases de cierta estabilidad, o sea,
por ejemplo, cuando se empieza a pedir una cita a la chica, seguido del “salir
juntos” y la evolución clásica del proceso de noviazgo.
Este mecanismo es muy similar al que
sentimos cuando nos invade el miedo: corazón desbocado, rodillas con
flojera y una sensación de irritabilidad muy característica en la boca del
estómago. Todo esto depende de nuestro sistema nervioso vegetativo, que
es el que rige las funciones corporales que no dependen de nuestra voluntad,
como es el ritmo y la intensidad del ritmo cardíaco. Cuando nuestro cerebro
detecta algún tipo de amenaza (o en el caso que nos ocupa con la presencia del
“objeto de deseo”), se desencadena un conjunto de reacciones encaminadas a
poner el cuerpo en condiciones de atención y velocidad de reacción máximas; se
envía entonces la alarma al hipotálamo y éste actúa como se ha dicho más
arriba. Al mismo tiempo, determinados
haces nerviosos transmiten al corazón la orden de estar preparado para
cualquier eventualidad; quizás por esta causa se asocia al corazón con el
proceso del enamoramiento.
Las
áreas del cerebro implicadas en este proceso son las siguientes:
Aparte del citado hipotálamo,
· La corteza
prefrontal
· La amígdala
· El núcleo accumbens y
· El área
tegmental frontal (debe ser por esto
último que, cuando nos damos cuenta que nos hemos enamorado, lo primero que
hacemos es darnos un golpe con la mano abierta en la frente, gesto típico de “Pero…¡en
qué estaría yo pensando!”)
Éstas
no son las únicas zonas involucradas, pues la Dra. Stephanie Ortigue
estimó que un total de 12 áreas del cerebro humano están involucradas en
este sentimiento, lo que significa que es más complejo de lo que parece a
primera vista; todo esto es una mera simplificación del proceso, que se
continúa investigando.
Esta
misma doctora considera que tardamos
solamente medio segundo en enamorarnos, que es el tiempo que necesita
nuestro cerebro para poder liberar las moléculas neurotransmisoras que generan
las distintas respuestas emocionales.
Asimismo, afirma que el sentimiento amoroso provoca alteraciones
neuronales en áreas del cerebro relacionadas con la percepción, lo que
puede explicar el hecho de que las personas enamoradas encuentren a su pareja
mucho más “especial” que las demás personas, sea eso cierto o no.
¿Enamorarse es como estar drogados? Pues
en cierta forma, sí. En el cerebro se establece una relación biunívoca
(comprobada y verificada) entre los niveles (altos en este caso) de fenitilamina
(compuesto orgánico de la familia de las anfetaminas) y el que esa persona
esté enamorada. A las anfetaminas se las considera drogas, o sea, que la fenitilamina
podría decirse que es la “droga del enamoramiento”. También se produce
el fenómeno inverso, es decir, que cuando el enamorado no se siente
correspondido, tiene tendencia compulsiva a comer chocolate, alimento rico en fenitilaminas,
al sentir “mono” por faltarle las sensaciones de enamoramiento. Todo indica que
estamos entonces bajo el poder de anfetaminas naturales y que cuando nos
enamoramos… ¡resulta que nos estamos drogando!
¿Es peligroso enamorarse?
Pues también. Si es verdad que estamos drogados, no es extraño que se puedan
desarrollar emociones dolorosas o negativas cuando los centros de recompensa
del cerebro, acostumbrados a un nivel de dopamina alto, no encuentran "su
chute" necesario.
Paradójicamente, en cuanto aparezca un "nuevo objeto de deseo“,
tendremos tendencia a amar de nuevo con más fuerza; incluso el pánico
también se activa de forma similar a la ansiedad. Entonces el amor puede convertirse en ira
y odio, ya que las regiones asociadas con la recompensa están en el cerebro
estrechamente vinculadas a la ira. Finalmente, cuando los amantes despechados
se resignan a su suerte, a menudo entran en períodos prolongados de depresión
y desesperación. Estas emociones negativas pueden llegar a generar obsesión,
acoso e incluso, en caso de los más psicópatas, deseo criminal de
matar a sus seres queridos, cosa que adquiere especial y triste relevancia
en los casos de violencia de género (sería más correcto decir violencia
de sexo) que vemos en la prensa, lamentablemente con demasiada frecuencia…
Incluso dejando a un lado las
emociones negativas y considerando solamente las positivas, se considera por
determinados psicólogos que si el enamoramiento se mantuviera a los mismos
niveles de excitación y esto se prolongase por más de seis meses,
podría considerarse que es patológico y con riesgo de llevar aparejados
desórdenes mentales ¡Qué barbaridad! Y
si, mientras “perdemos la razón”, por los motivos químicos que hemos visto, se acelera nuestro corazón y pensamos de manera
obsesiva y recurrente en la persona querida y sin ser capaces de hacer otra
cosa, sufriremos altibajos emocionales, nos desprenderemos de nuestras
inhibiciones y perderemos la sensación de ridículo y del sentido común; es
decir, nuestro nivel de tolerancia a
la estupidez cae entonces bajo mínimos. Quizás por todo esto, el límite de
los 6 meses sea hasta una “defensa” del propio organismo, pues pudiera hasta
ser peligroso a la larga… Esto podría ser la causa del suicidio de
ciertas personas extremadamente sensibles que probablemente sufran esta
patología -por ejemplo, Mariano José de Larra- máxime si la persona objeto
del enamoramiento rompe la relación.
Una investigación impulsada por el psicólogo Arthur Aron de la Universidad de Nueva York ha
comprobado que el comienzo del enamoramiento puede producir en el organismo
humano el mismo efecto que el de recibir una dosis de cocaína, droga
que es un poderoso estimulante del sistema nervioso. Y no sólo eso: a los
participantes del experimento se les mostraron imágenes de las personas de
quienes estaban enamorados y en ese instante se registró la actividad de su cerebro
por medio de una tomografía. Se comprobó entonces que, al motivarse, una
determinada área se inundó de dopamina, sustancia que, como hemos visto,
aparece en la sangre cuando experimentamos sensaciones agradables (como hacer
el amor, comer chocolate o consumir ciertas drogas). Por lo tanto, sí podría
llegar a generarse cierta “adicción” al enamoramiento.
Según la doctora Helen
Fisher, la actividad neuronal es diferente según si se trate de apego, amor
o deseo sexual, por lo que nuestro cerebro no se activa de la misma forma en
las relaciones 'serias' o duraderas que en las primeras etapas del
enamoramiento. Plantea que la hormona responsable del amor romántico en su fase
inicial es la dopamina, como ya hemos visto. Interesante punto de
vista, ya que si mantenemos que el origen del proceso está en esa “imagen” de
la infancia, las imágenes posteriores se comparan con la primigenia y, según
sean los rasgos y las “diferencias”, los procesos químicos pueden derivar de
formas muy variopintas: en unos casos nos enamoramos “románticamente” y en
otros se nos genera testosterona y los subsiguientes impulsos sexuales. Al cabo
del tiempo, la propia “imagen” puede llegar a transformarse por el uso
continuado y hacer que los impulsos se vuelvan más tenues y hasta que ya ni se
generen, hasta que la aparición de una “nueva imagen” fuera capaz de activar
otra vez el proceso con renovados bríos. Nos encontraríamos entonces ante el
riesgo de cometer infidelidades con la persona objeto de nuestra “imagen”
primigenia.
¿Hay
matices que diferencien a los hombres y las mujeres en esto de enamorarse? Pues sí. El Dr. Porta-Etessam afirma que: “Mientras
que los hombres, cuando se enamoran, parecen tener una mayor actividad en la
región cerebral asociada a los estímulos visuales, en las mujeres se
activan más las áreas asociadas a la memoria”. Para ellas
más que para ellos y según diferentes estudios, sea cual sea el origen del
enamoramiento, las relaciones a largo plazo son sin duda importantes para
hacernos sentir felices y plenos. Hoy en día, esto va siendo algo cada vez
menos diferenciado entre hombres y mujeres, pues los papeles de la pareja en
sociedad también están menos separados y esto ya está afectando a nuestro
comportamiento social (por ejemplo, el cortejo, los piropos, ceder el paso o el
asiento), haciendo que pudiera ser hasta “mal visto” por las féminas de hoy.
Todo indica que las imágenes
visuales son en general más importantes que otros sentidos, el olor, por
ejemplo; de ahí que se diga “amor a primera vista” y no “amor
a primera olida”, aunque es muy posible que las mujeres sean
bastante más sensibles al olor que los machotes…
El impulso sexual evolucionó
para que saliéramos a buscar a nuestras parejas, mientras que el “enamoramiento
romántico” es un impulso más verdadero, porque emana del cerebro primitivo y es
más fuerte que el impulso sexual. Cuando las mujeres se sienten “locamente
enamoradas”, también quieren irse a la cama con su pareja, pero no de una forma
inmediata; lo que realmente quieren es que se las llame por teléfono, que se
las invite a cenar, en fin, que se vaya creando una unión emocional de forma
progresiva. No les suele gustar el “aquí te pillo, aquí te mato” (salvo
excepciones, claro). De hecho, una de las características principales del
enamoramiento es el deseo más o menos soterrado de contacto íntimo y de
exclusividad sexual. Cuando nos acostamos con alguien y no lo amamos, no nos
importa realmente si también se acuesta con otros, pero cuando nos enamoramos,
pasamos a ser realmente posesivos y ya nos importa muchísimo. Las
“cornamentas” no se llevan bien con el enamoramiento.
Habrá que preguntar a las
damas qué opinan de todo esto…
Se dice que la actividad
neuronal asociada al enamoramiento (no
los primeros síntomas ya mencionados, los “patológicos) puede llegar a durar
de 2 a 3 años, incluso a veces más, pero al final la atracción bioquímica
decae. La fase de atracción del enamoramiento no dura para siempre,
lamentablemente. La pareja, entonces, se encuentra ante una dicotomía: o
separarse o habituarse a manifestaciones más tibias y menos químicas del amor,
como compañerismo, afecto, tolerancia, etc.
Como decía D. Jacinto
Benavente: “El amor es como Don Quijote: cuando recobra el juicio es para
morir”.
Con el tiempo el organismo se va haciendo
resistente a los efectos de estas sustancias y toda la locura de la pasión se
desvanece gradualmente, la fase de atracción no dura siempre y comienza
entonces una segunda que podemos denominar de pertenencia mutua, dando
paso a un amor más sosegado; la pasión se ha convertido así en un
sentimiento de seguridad, comodidad, relajo y paz.
Dicho estado de sosiego
también está asociado a otro proceso químico; en este caso son las endorfinas (compuestos químicos naturales de estructura
similar a la de la morfina y otros opiáceos) las que confieren la sensación
común de seguridad comenzando una nueva etapa, la del apego. Por esta
razón se sufre tanto al perder a nuestra pareja, pues dejamos de recibir esa
dosis diaria de narcóticos… Para conservarla es muy conveniente entonces buscar
mecanismos socioculturales (grata convivencia, costumbre, intereses mutuos,
etc.) que ya poco tienen que ver con la bioquímica del enamoramiento.
Soy consciente de que conjugar
los estímulos químicos ya bastante más débiles o degradados por el tiempo con
estos mecanismos y mantener la pareja unida no es nada fácil… pero tampoco es
imposible.
He tenido la suerte de
intercambiar estas opiniones recogidas en informes o libros diversos nada menos
que con Raquel Marín, la
neuro-científica autora del libro “Dale
vida a tu cerebro”, del que nos ha informado Vicente Ramos en su reciente
reseña en este blog. Raquel es una persona extraordinaria y encantadora, pues
no ha tenido inconveniente en dedicar parte de su escaso tiempo en este
intercambio de opiniones con un aficionado profano como yo. En su libro también
aparece alguna mención al enamoramiento, así como en su blog.
Viendo este mapa-imagen de
Raquel que le he dedicado no sería extraño que se nos pusiera en marcha el
proceso de enamoramiento, y si no fuera así, al menos nos enamoraríamos de su
libro:
Nos cuenta en él de una manera científica y a la vez amena y sencilla
qué tenemos que hacer para evitar que nos atrape el Alzheimer ése; si
perdiésemos nuestro propio “yo”, ¿qué podríamos hacer entonces? Se nos habría
acabado el disfrutar de los placeres de la vida, ya no nos enamoraríamos y lo
peor, que no reconoceríamos ni siquiera a esa persona de la que estamos
enamorados. Terrible…
En el libro hace también una mención especial a que el deporte, es decir, el ejercicio físico, es fundamental para mantener "vivo" el cerebro, más aún que los ejercicios mentales, crucigramas, etc. Si lo recordáis, antes he dicho que los efectos del enamoramiento en el cuerpo son similares a los que se producen haciendo deporte (ritmo cardiaco 130, presión arterial incrementada, etc.), es decir, enamorarse resulta ser "muy sano" para el cerebro. Por lo tanto, "re-enamorarnos" de nuestra pareja o enamorarnos muchas veces resulta ser muy saludable.
En el libro hace también una mención especial a que el deporte, es decir, el ejercicio físico, es fundamental para mantener "vivo" el cerebro, más aún que los ejercicios mentales, crucigramas, etc. Si lo recordáis, antes he dicho que los efectos del enamoramiento en el cuerpo son similares a los que se producen haciendo deporte (ritmo cardiaco 130, presión arterial incrementada, etc.), es decir, enamorarse resulta ser "muy sano" para el cerebro. Por lo tanto, "re-enamorarnos" de nuestra pareja o enamorarnos muchas veces resulta ser muy saludable.
En cuanto al proceso cerebral del enamoramiento, Raquel
y yo estamos globalmente en sintonia, aunque ella no opina igual con respecto a
la duración del fenómeno, asegurando que puede durar mucho más que esos dos o
tres años que he dicho antes. Es muy posible que ella tenga razón y que yo sea
demasiado pesimista; lo de coger a nuestra pareja por sorpresa, abrazarla y
darle un beso “a tornillo” a nuestras edades y tras cuarenta años de vida en común no debe ser muy habitual, pero tampoco lo podemos -¡ni lo debemos!- excluir. En caso de ser así, ¡Chapó! ¡Braaavo!
En conclusión: “El
enamoramiento, base de tantas novelas y películas, resulta que es un proceso bioquímico que se
inicia en la corteza cerebral, pasa a las neuronas y de allí al sistema
endocrino, dando lugar a respuestas fisiológicas intensas”. En el intento
por desentrañar qué hay detrás de este proceso, los científicos han descubierto
que ese enamoramiento tan ampliamente novelado es un cóctel de hormonas
que ponen en funcionamiento una serie de regiones concretas del cerebro.
¿Se puede producir entonces este proceso a cualquier edad, incluso a la
nuestra? Desde luego que sí; no hay nada que lo impida, y más si mantenemos
nuestro “corazón joven” (léase cerebro) y conservamos la capacidad de
fascinarnos. Ahora bien, ¡ojo!, como se nos cruce un ejemplar “ejemplar” que
encima se acomode a nuestro mapa-imagen… correríamos un serio peligro. Habrá
que superar la fase ésa de “pérdida repentina de juicio” y tragar saliva. La
tentación está allí agazapada…
Otras citas curiosas al
respective:
· “Hay dos cosas que el hombre no puede
ocultar: que está borracho y que está enamorado”. Antífanes
(388-311 a. C.), comediógrafo griego.
· “El amor es como la salsa mayonesa: cuando
se corta, hay que tirarlo y empezar otro nuevo”. Enrique
Jardiel Poncela.
· “Dicen que el hombre no es hombre mientras
no oye su nombre
de labios de una mujer”. Antonio Machado
de labios de una mujer”. Antonio Machado
· “El amor es ciego, el matrimonio le devuelve
la vista”. Anónimo
*********
KS, 17 de febrero de 2019