domingo, 17 de febrero de 2019

A propósito de San Valentín

A propósito de San Valentín
Por Kurt Schleicher




   
   Tras nuestro magnífico evento musical el pasado día de San Valentín, bien acompañados por nuestras féminas, se me ha ocurrido hacer unas cuantas reflexiones con respecto al enamoramiento. Según trabajaba en las fotos en pareja para la reseña, observé que se nos veía a todos a todos muy sonrientes y “amurracados”; es evidente que ya somos “nosotros y nuestra querida circunstancia”.

   Yo me temo que esto de San Valentín, aparte de una estrategia comercial, proviene de que enamorarse siempre se ha tomado como un misterio; para que se produjera, lo más indicado era encomendarse al tal santo. 
   También se ha rodeado al fenómeno de algo espiritual, producto de nuestro “yo” inconsciente; al encontrarnos por pura casualidad con la persona destinada a compartir nuestros sentimientos más profundos, se produce el “click”, acelerándosenos de paso el corazón volviéndonos tarumbas y somos ya sólo capaces de pensar en el objeto de nuestros anhelos. Y de esto han surgido miles, millones de novelas, películas y toda clase de ensoñaciones. Será que es algo muy importante para nosotros, los humanos, pues los animales (excepto en el caso de “la Dama y el Vagabundo”, de Walt Disney) no se da este fenómeno (por cierto, la fidelidad a la pareja sí, en algunos casos especiales).

   Dicho esto, lamento profundamente desilusionaros; enamorarse es un fenómeno químico, muy estudiado, pero que incluso hoy en día no se conoce al 100%. Será que de ahí surge el dicho “parece que hay química entre esos dos…”.

   Como introducción, voy a hacer un pequeño resumen de los protagonistas del fenómeno en nuestro cerebro, donde se generan.
   Las hormonas y los neurotransmisores: Las hormonas son sustancias segregadas en nuestro cuerpo por células especializadas, localizadas en glándulas endocrinas  cuyo fin es el de influir en la función de otras células; pertenecen al grupo de los mensajeros químicos, que incluye también a los neurotransmisores y las feromonas. A veces es difícil clasificar a un mensajero químico como hormona o neurotransmisor.


  Un neurotransmisor es una molécula liberada por las neuronas al espacio sináptico donde ejerce su función sobre otras neuronas u otras células (células musculares o glandulares); es el elemento clave en la transmisión de los estímulos nerviosos. A estas neuronas se les llama pre-sinápticas y contienen gran cantidad de neurotransmisores en vesículas sinápticas. Una vez liberado al espacio sináptico, el neurotransmisor difunde y llega a la membrana post-sináptica donde ejerce su función al unirse a su receptor. (La sinapsis es una aproximación funcional intercelular especializada entre neuronas, ya sea entre dos neuronas de asociación, una neurona y una célula receptora o entre una neurona y una célula efectora, casi siempre glandular o muscular). Las dentritas, ramificaciones cortas, son las entidades receptoras de información y el axón (rama larga y única) es la entidad emisora. Los receptores para neurotransmisores pueden encontrarse en otras neuronas, en células musculares o en células glandulares; las células que portan estos receptores se llaman células post-sinápticas. La función del neurotransmisor es transmitir una señal desde la célula pre-sináptica a la célula post-sináptica.

    Esto parece un poco lioso y muy poco romántico, pero son los ladrillos del proceso de enamorarse. ¿Pero cómo se produce el fenómeno?
   La teoría del “mapa-imagen”: Muchas investigaciones psicológicas demuestran que ciertas imágenes embebidas en nuestros recuerdos infantiles, sean éstos conscientes o inconscientes, son decisivas o son incluso el motor de arranque de ciertas funciones o reacciones que ponen en marcha el proceso del enamoramiento. Mucho antes de que una persona se fije en otra ya nos hemos construido -sin saberlo- un mapa mental o un conjunto de informaciones mayormente visuales -o sea, una imagen- que conforma un molde completo de circuitos cerebrales. 

                                                      Mapa -imagen

    Según el especialista sexólogo John Morley, esto debe suceder cuando tenemos entre 5 y 8 años. ¡Pues vaya! Al tropezarnos años después con alguien que nos causa una asociación mental con esa imagen, se pone en marcha un proceso químico y eléctrico-neuronal, que se compone de varias fases o etapas:
1º: Comienza con un súbito desplome del nivel de serotonina (hormona existente en las neuronas que funciona como neurotransmisor) originado por una situación estresante.
 2º: El cerebro entonces, para compensar este déficit, empieza a producir desesperadamente fenitilamina (compuesto orgánico de la familia de las anfetaminas). Cuando nuestro cerebro se da cuenta que se está inundando de esta droga, reacciona de nuevo secretando dopamina (neurotransmisor responsable de los mecanismos de refuerzo del cerebro, es decir, de la capacidad de desear algo y de repetir un comportamiento que proporciona placer). Es una sustancia, pues, básica para enamorarse románticamente.
3º: Al mismo tiempo también se producen otras hormonas, como  la norepinefrina, la oxitocina y la vasopresina, que no hacen sino estimularnos y empujarnos a tirar para adelante y aguantar horas y horas sin cansarnos si estamos cerca de la persona que nos ha producido el “click”. Cuando no nos atrevemos, es que la producción de estas hormonas ha sido deficiente.
    La oxitocina surge cuando dos personas se miran a los ojos durante un lapso prolongado, se funden en un abrazo, proceden a tocarse, besarse o acariciarse y sigue estando presente durante la unión sexual. Es también la hormona que nos hace depositar nuestra confianza en el otro, nos ayuda a superar el "miedo social" y resulta indispensable para la unión ulterior.
     La vasopresina es una hormona que interviene en la formación de los vínculos emocionales. Se la llama la “hormona de la fidelidad”.

   Si nos pasa todo esto, es que ya nos hemos enamorado; sin embargo, este proceso tan placentero no está exento de “daños colaterales”. A la vez que se producen todos estos disparos de hormonas y entretanto las áreas de recompensa del cerebro están inundadas de dopamina, las regiones relacionadas con las emociones negativas y con el juicio crítico SE APAGAN. De ahí que nos falte juicio en esos momentos y además, en función del carácter de cada uno, todo nos parece posible, nos olvidamos de las potenciales consecuencias (se nos anula la percepción del riesgo)  y nos volvemos optimistas (comprobado gracias a escáneres cerebrales).
     El sentido del olfato también ayuda, máxime si lo relacionamos con la imagen, y es otro sentido que nos acelera el proceso, no solamente el de la vista. De ahí han surgido los perfumes, sin olvidar el efecto de las feromonas. El sentido del tacto está agazapado para hacer uso de él, pero eso ya suele suceder un poco más tarde.

      La sensación que percibimos tras dar comienzo todo este proceso, es que nuestro organismo entra en ebullición. A través del sistema nervioso, el hipotálamo envía mensajes a las diferentes glándulas del cuerpo ordenando a las glándulas suprarrenales que aumenten inmediatamente la producción de adrenalina y noradrenalina (neurotransmisores que comunican entre sí a las células nerviosas).
     Sus efectos se hacen notar al instante:
·       El corazón late más deprisa (130 pulsaciones por minuto)
·       La presión arterial sistólica sube, 
·       Se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular.
·       Se generan más glóbulos rojos a fin de mejorar el transporte de oxígeno por la corriente sanguínea.
¡No deja de tener gracia que enamorarse se parezca a hacer deporte…!
       A partir de aquí, se elimina estrés y nos invade una agradable sensación de plenitud y goce. Esto se debe a la acción de las endorfinas, también conocidas como las “hormonas de la felicidad”, que no son hormonas, sino opioides de secreción interna que suscitan en el cerebro sensaciones tales como éxtasis, anestesia y bienestar.  ¿Estaremos drogados? Es a partir de este momento cuando se ponen las bases de cierta estabilidad, o sea, por ejemplo, cuando se empieza a pedir una cita a la chica, seguido del “salir juntos” y la evolución clásica del proceso de noviazgo.
     Este mecanismo es muy similar al que sentimos cuando nos invade el miedo: corazón desbocado, rodillas con flojera y una sensación de irritabilidad muy característica en la boca del estómago. Todo esto depende de nuestro sistema nervioso vegetativo, que es el que rige las funciones corporales que no dependen de nuestra voluntad, como es el ritmo y la intensidad del ritmo cardíaco. Cuando nuestro cerebro detecta algún tipo de amenaza (o en el caso que nos ocupa con la presencia del “objeto de deseo”), se desencadena un conjunto de reacciones encaminadas a poner el cuerpo en condiciones de atención y velocidad de reacción máximas; se envía entonces la alarma al hipotálamo y éste actúa como se ha dicho más arriba.  Al mismo tiempo, determinados haces nerviosos transmiten al corazón la orden de estar preparado para cualquier eventualidad; quizás por esta causa se asocia al corazón con el proceso del enamoramiento.

     Las áreas del cerebro implicadas en este proceso son las siguientes:
    Aparte del citado hipotálamo,
·        La corteza prefrontal
·        La amígdala
·        El núcleo accumbens       y
·        El área tegmental frontal (debe ser por esto último que, cuando nos damos cuenta que nos hemos enamorado, lo primero que hacemos es darnos un golpe con la mano abierta en la frente, gesto típico de “Pero…¡en qué estaría yo pensando!”) 
       Éstas no son las únicas zonas involucradas, pues la Dra. Stephanie Ortigue estimó que un total de 12 áreas del cerebro humano están involucradas en este sentimiento, lo que significa que es más complejo de lo que parece a primera vista; todo esto es una mera simplificación del proceso, que se continúa investigando.
        Esta misma doctora considera  que tardamos solamente medio segundo en enamorarnos, que es el tiempo que necesita nuestro cerebro para poder liberar las moléculas neurotransmisoras que generan las distintas respuestas emocionales.  Asimismo, afirma que el sentimiento amoroso provoca alteraciones neuronales en áreas del cerebro relacionadas con la percepción, lo que puede explicar el hecho de que las personas enamoradas encuentren a su pareja mucho más “especial” que las demás personas, sea eso cierto o no.

      ¿Enamorarse es como estar drogados? Pues en cierta forma, sí. En el cerebro se establece una relación biunívoca (comprobada y verificada) entre los niveles (altos en este caso) de fenitilamina (compuesto orgánico de la familia de las anfetaminas) y el que esa persona esté enamorada. A las anfetaminas se las considera drogas, o sea, que la fenitilamina podría decirse que es la “droga del enamoramiento”. También se produce el fenómeno inverso, es decir, que cuando el enamorado no se siente correspondido, tiene tendencia compulsiva a comer chocolate, alimento rico en fenitilaminas, al sentir “mono” por faltarle las sensaciones de enamoramiento. Todo indica que estamos entonces bajo el poder de anfetaminas naturales y que cuando nos enamoramos… ¡resulta que nos estamos drogando!

    ¿Es peligroso enamorarse? Pues también. Si es verdad que estamos drogados, no es extraño que se puedan desarrollar emociones dolorosas o negativas cuando los centros de recompensa del cerebro, acostumbrados a un nivel de dopamina alto, no encuentran "su chute" necesario.  Paradójicamente, en cuanto aparezca un "nuevo objeto de deseo“, tendremos tendencia a amar de nuevo con más fuerza; incluso el pánico también se activa de forma similar a la ansiedad.  Entonces el amor puede convertirse en ira y odio, ya que las regiones asociadas con la recompensa están en el cerebro estrechamente vinculadas a la ira. Finalmente, cuando los amantes despechados se resignan a su suerte, a menudo entran en períodos prolongados de depresión y desesperación. Estas emociones negativas pueden llegar a generar obsesión, acoso e incluso, en caso de los más psicópatas, deseo criminal de matar a sus seres queridos, cosa que adquiere especial y triste relevancia en los casos de violencia de género (sería más correcto decir violencia de sexo) que vemos en la prensa, lamentablemente con demasiada frecuencia…
      Incluso dejando a un lado las emociones negativas y considerando solamente las positivas, se considera por determinados psicólogos que si el enamoramiento se mantuviera a los mismos niveles de excitación y esto se prolongase por más de seis meses, podría considerarse que es patológico y con riesgo de llevar aparejados desórdenes mentales ¡Qué barbaridad!  Y si, mientras “perdemos la razón”, por los motivos químicos que hemos visto, se acelera nuestro corazón y pensamos de manera obsesiva y recurrente en la persona querida y sin ser capaces de hacer otra cosa, sufriremos altibajos emocionales, nos desprenderemos de nuestras inhibiciones y perderemos la sensación de ridículo y del sentido común; es decir,  nuestro nivel de tolerancia a la estupidez cae entonces bajo mínimos. Quizás por todo esto, el límite de los 6 meses sea hasta una “defensa” del propio organismo, pues pudiera hasta ser peligroso a la larga… Esto podría ser la causa del suicidio de ciertas personas extremadamente sensibles que probablemente sufran esta patología -por ejemplo, Mariano José de Larra- máxime si la persona objeto del enamoramiento rompe la relación.
     Una investigación impulsada por el psicólogo Arthur Aron de la Universidad de Nueva York ha comprobado que el comienzo del enamoramiento puede producir en el organismo humano el mismo efecto que el de recibir una dosis de cocaína, droga que es un poderoso estimulante del sistema nervioso. Y no sólo eso: a los participantes del experimento se les mostraron imágenes de las personas de quienes estaban enamorados y en ese instante se registró la actividad de su cerebro por medio de una tomografía. Se comprobó entonces que, al motivarse, una determinada área se inundó de dopamina, sustancia que, como hemos visto, aparece en la sangre cuando experimentamos sensaciones agradables (como hacer el amor, comer chocolate o consumir ciertas drogas). Por lo tanto, sí podría llegar a generarse cierta “adicción” al enamoramiento.

    Según la doctora Helen Fisher, la actividad neuronal es diferente según si se trate de apego, amor o deseo sexual, por lo que nuestro cerebro no se activa de la misma forma en las relaciones 'serias' o duraderas que en las primeras etapas del enamoramiento. Plantea que la hormona responsable del amor romántico en su fase inicial es la dopamina, como ya hemos visto. Interesante punto de vista, ya que si mantenemos que el origen del proceso está en esa “imagen” de la infancia, las imágenes posteriores se comparan con la primigenia y, según sean los rasgos y las “diferencias”, los procesos químicos pueden derivar de formas muy variopintas: en unos casos nos enamoramos “románticamente” y en otros se nos genera testosterona y los subsiguientes impulsos sexuales. Al cabo del tiempo, la propia “imagen” puede llegar a transformarse por el uso continuado y hacer que los impulsos se vuelvan más tenues y hasta que ya ni se generen, hasta que la aparición de una “nueva imagen” fuera capaz de activar otra vez el proceso con renovados bríos. Nos encontraríamos entonces ante el riesgo de cometer infidelidades con la persona objeto de nuestra “imagen” primigenia.

    ¿Hay matices que diferencien a los hombres y las mujeres en esto de enamorarse? Pues sí. El Dr. Porta-Etessam afirma que: “Mientras que los hombres, cuando se enamoran, parecen tener una mayor actividad en la región cerebral asociada a los estímulos visuales, en las mujeres se activan más las áreas asociadas a la memoria”. Para ellas más que para ellos y según diferentes estudios, sea cual sea el origen del enamoramiento, las relaciones a largo plazo son sin duda importantes para hacernos sentir felices y plenos. Hoy en día, esto va siendo algo cada vez menos diferenciado entre hombres y mujeres, pues los papeles de la pareja en sociedad también están menos separados y esto ya está afectando a nuestro comportamiento social (por ejemplo, el cortejo, los piropos, ceder el paso o el asiento), haciendo que pudiera ser hasta “mal visto” por las féminas de hoy.
     Todo indica que las imágenes visuales son en general más importantes que otros sentidos, el olor, por ejemplo; de ahí que se diga “amor a primera vista y no “amor a primera olida”, aunque es muy posible que las mujeres sean bastante más sensibles al olor que los machotes…
     El impulso sexual evolucionó para que saliéramos a buscar a nuestras parejas, mientras que el “enamoramiento romántico” es un impulso más verdadero, porque emana del cerebro primitivo y es más fuerte que el impulso sexual. Cuando las mujeres se sienten “locamente enamoradas”, también quieren irse a la cama con su pareja, pero no de una forma inmediata; lo que realmente quieren es que se las llame por teléfono, que se las invite a cenar, en fin, que se vaya creando una unión emocional de forma progresiva. No les suele gustar el “aquí te pillo, aquí te mato” (salvo excepciones, claro). De hecho, una de las características principales del enamoramiento es el deseo más o menos soterrado de contacto íntimo y de exclusividad sexual. Cuando nos acostamos con alguien y no lo amamos, no nos importa realmente si también se acuesta con otros, pero cuando nos enamoramos, pasamos a ser realmente posesivos y ya nos importa muchísimo. Las “cornamentas” no se llevan bien con el enamoramiento.
     Habrá que preguntar a las damas qué opinan de todo esto…

     Se dice que la actividad neuronal asociada al  enamoramiento (no los primeros síntomas ya mencionados, los “patológicos) puede llegar a durar de 2 a 3 años, incluso a veces más, pero al final la atracción bioquímica decae. La fase de atracción del enamoramiento no dura para siempre, lamentablemente. La pareja, entonces, se encuentra ante una dicotomía: o separarse o habituarse a manifestaciones más tibias y menos químicas del amor, como compañerismo, afecto, tolerancia, etc.
          Como decía D. Jacinto Benavente: “El amor es como Don Quijote: cuando recobra el juicio es para morir”.
          Con el tiempo el organismo se va haciendo resistente a los efectos de estas sustancias y toda la locura de la pasión se desvanece gradualmente, la fase de atracción no dura siempre y comienza entonces una segunda que podemos denominar de pertenencia mutua, dando paso a un amor más sosegado; la pasión se ha convertido así en un sentimiento de seguridad, comodidad, relajo y paz.
      Dicho estado de sosiego también está asociado a otro proceso químico; en este caso son las endorfinas  (compuestos químicos naturales de estructura similar a la de la morfina y otros opiáceos) las que confieren la sensación común de seguridad comenzando una nueva etapa, la del apego. Por esta razón se sufre tanto al perder a nuestra pareja, pues dejamos de recibir esa dosis diaria de narcóticos… Para conservarla es muy conveniente entonces buscar mecanismos socioculturales (grata convivencia, costumbre, intereses mutuos, etc.) que ya poco tienen que ver con la bioquímica del enamoramiento. 
       Soy consciente de que conjugar los estímulos químicos ya bastante más débiles o degradados por el tiempo con estos mecanismos y mantener la pareja unida no es nada fácil… pero tampoco es imposible.

    He tenido la suerte de intercambiar estas opiniones recogidas en informes o libros diversos nada menos que con Raquel Marín, la neuro-científica autora del libro “Dale vida a tu cerebro”, del que nos ha informado Vicente Ramos en su reciente reseña en este blog. Raquel es una persona extraordinaria y encantadora, pues no ha tenido inconveniente en dedicar parte de su escaso tiempo en este intercambio de opiniones con un aficionado profano como yo. En su libro también aparece alguna mención al enamoramiento, así como en su blog.


   
    Viendo este mapa-imagen de Raquel que le he dedicado no sería extraño que se nos pusiera en marcha el proceso de enamoramiento, y si no fuera así, al menos nos enamoraríamos de su libro: 

    Nos cuenta en él de una manera científica y a la vez amena y sencilla qué tenemos que hacer para evitar que nos atrape el Alzheimer ése; si perdiésemos nuestro propio “yo”, ¿qué podríamos hacer entonces? Se nos habría acabado el disfrutar de los placeres de la vida, ya no nos enamoraríamos y lo peor, que no reconoceríamos ni siquiera a esa persona de la que estamos enamorados. Terrible… 
    En el libro hace también una mención especial a que el deporte, es decir, el ejercicio físico, es fundamental para mantener "vivo" el cerebro, más aún que los ejercicios mentales, crucigramas, etc. Si lo recordáis, antes he dicho que los efectos del enamoramiento en el cuerpo son similares a los que se producen haciendo deporte (ritmo cardiaco 130, presión arterial incrementada, etc.), es decir, enamorarse resulta ser "muy sano" para el cerebro. Por lo tanto, "re-enamorarnos" de nuestra pareja o enamorarnos muchas veces resulta ser muy saludable.

    En cuanto al proceso cerebral del enamoramiento, Raquel y yo estamos globalmente en sintonia, aunque ella no opina igual con respecto a la duración del fenómeno, asegurando que puede durar mucho más que esos dos o tres años que he dicho antes. Es muy posible que ella tenga razón y que yo sea demasiado pesimista; lo de coger a nuestra pareja por sorpresa, abrazarla y darle un beso “a tornillo” a nuestras edades y tras cuarenta años de vida en común no debe ser muy habitual, pero tampoco lo podemos -¡ni lo debemos!- excluir. En caso de ser así, ¡Chapó! ¡Braaavo!

     En conclusión: “El enamoramiento, base de tantas novelas y películas,  resulta que es un proceso bioquímico que se inicia en la corteza cerebral, pasa a las neuronas y de allí al sistema endocrino, dando lugar a respuestas fisiológicas intensas”. En el intento por desentrañar qué hay detrás de este proceso, los científicos han descubierto que ese enamoramiento tan ampliamente novelado es un cóctel de hormonas que ponen en funcionamiento una serie de regiones concretas del cerebro.

   ¿Se puede producir entonces este proceso a cualquier edad, incluso a la nuestra? Desde luego que sí; no hay nada que lo impida, y más si mantenemos nuestro “corazón joven” (léase cerebro) y conservamos la capacidad de fascinarnos. Ahora bien, ¡ojo!, como se nos cruce un ejemplar “ejemplar” que encima se acomode a nuestro mapa-imagen… correríamos un serio peligro. Habrá que superar la fase ésa de “pérdida repentina de juicio” y tragar saliva. La tentación está allí agazapada…



   Otras citas curiosas al respective:

·          “Hay dos cosas que el hombre no puede ocultar: que está borracho y que está enamorado”. Antífanes (388-311 a. C.), comediógrafo griego.
·          “El amor es como la salsa mayonesa: cuando se corta, hay que tirarlo y empezar otro nuevo”. Enrique Jardiel Poncela.
·          “Dicen que el hombre no es hombre mientras no oye su nombre
de labios de una mujer”
.
  Antonio Machado
·          “El amor es ciego, el matrimonio le devuelve la vista”. Anónimo

                                            *********

   KS, 17 de febrero de 2019  

   

4 comentarios:

  1. Hola Kurt. Un artículo muy divertido e informativo. Hay personas que sufren una tremenda decepción cuando visualizan que se ama con la cabeza más que con el corazón. El rojo parece un color más apropiado para estas lides. El gris es menos vistoso, hay que reconocerlo.
    Muchas gracias por mencionarme a mí y a mi creación en papel. Me llena de satisfacción tu entusiasmo, y si he podido aportarte nuevos aprendizajes, desde luego la misión está cumplida. Lo más importante: haber arrancado alguna sonrisa.
    Un abrazo
    Raquel

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a tí, Raquel.
      En todo ese complejo entramado del enamoramiento, el corazón también está implicado y lo notamos cuando se nos acelera. Lo que sí es cierto es que el "culpable" es el cerebro ¡y eso que se pierde bastante el juicio!
      Hay algo que no he dicho y se me ha ocurrido a partir de tu comentario: el entusiasmo también forma parte del enamoramiento; sin él quedaría algo cojo, ¿verdad? Gracias de nuevo por tus aportaciones; me ha entusiasmado tu generosidad y simpatía. Un abrazo, Kurt

      Eliminar
  2. Bienvenidas sean las hormonas, pero ¿no habrá algo más?
    Buen y fino artículo
    Abrazo,

    Francis González

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Claro que hay más; en algún sitio he dicho que hay al menos doce áreas del cerebro implicadas en el proceso y no sólo las cuatro que he mencionado. El cerebro es el director de orquesta y me temo que no hemos llegado a descubrir todavía a todos los músicos ni a los instrumentos que tocan. Eso sí, los chispazos neuronales son los que abren camino ¡y todo en medio segundo!

      Eliminar