lunes, 28 de diciembre de 2020

Un regreso accidentado

 

Un regreso accidentado

                                                                  Por Kurt Schleicher

 

Esta historia es verídica, no es un cuento; es lo que en el cine aparece como “Esta película se basa en hechos reales”. Hay ocasiones en la vida en las que varios eventos o sucesos se complican encadenándose todos seguidos, y ésta es una de ellas. Sucedió en el ya lejano 1988, por lo que no es fácil recordar todos los detalles, pero los hechos están reflejados con absoluta veracidad.

Se trata del final de un viaje programado por varios países de Sudamérica, siendo el último destino Colombia, visitando Cartagena de Indias, Bogotá y por último, las islas del Rosario. La parada en estas islas estaba prevista para terminar el viaje con un relajante día de playa; aquello se quedó en intenciones, pues hizo un frío poco habitual para ser el Caribe y además el día salió tormentoso. Allí empezó el accidentado final del viaje…

El hotel estaba a pie de playa, sencillo, de dos plantas. El cielo estaba negro, pero afortunadamente no hacía mucho viento y decidimos aprovechar la playa. Del grupo original sólo quedábamos ocho personas, dos parejas italianas y otra francesa; españoles solo éramos mi mujer y yo. Dado que hablo italiano y parloteo el francés, me nombraron automáticamente líder del grupo, pues ninguno de los otros seis hablaba español y me tocó hacer de portavoz y coordinador de cualquier evento que nos surgiera. No sé si este hecho tuvo que ver con lo que pasó después; quién sabe si aquellos días me tocó ser gafe.

La verdad es que estar sentado en la playa en el bar del hotel sin un sol que calentase el ambiente, algo fresco, no apetecía demasiado. El agua debía estar fría, pues no había ni un alma bañándose. Yo estaba frustrado, pues el día estaba previsto para eso, para bañarse, y en aquél perdido lugar de cuatro casas no había nada que ver y la isla ya se veía que no disponía de nada interesante que visitar. Resultado: un día perdido tomando combinados. Aquello no me resultaba atrayente y tomé una decisión.

Creo que me voy a meter en el agua a ver si buceando cojo algún coral, ya que aquí no parece estar prohibido hacerlo le dije a mi mujer en tono que no admitía discusión, pero no me valió de nada.

¿Estás loco? El agua debe estar helada…

Yo lo voy a intentar; vete a saber si no fuera para tanto. ¡Estamos en el trópico!

Pero es que en Agosto aquí es invierno me razonó ella, algo alterada.

Nada, nada; en la información turística dice que deberíamos estar a treinta grados…

¡Pero si no hay nadie en el agua! me espetó ella, que no se quería dar por vencida.

La verdad es que me estaba empezando a enfurruñar; la idea de buscar corales y poder llevármelos, cosa impensable en otros lugares, me resultaba muy atractiva y no me agradaba dar mi brazo a torcer. Cierto es que no estaba bien “asolar” una barrera de corales, pero me decía yo que  era lo mismo que llevarse un par de manzanas de un árbol en el borde de una propiedad llena de manzanos, pues ni se notaría. Era consciente de que el coral es un ser vivo, pero como había tal cantidad, llevarse un par de ellos era como arrancarle un par de pelos a la barrera coralina y además ya crecerían otros más. Probablemente no tenía razón, pero la tentación y la falta de vigilancia combinadas era muy fuerte.

Pues yo me largo; ya verás cómo me meto en el agua. Estoy seguro de que no será para tanto… respondí a la vez que cogía mis gafas de bucear y me levantaba bruscamente sin dar opción a más discusiones estériles.

El agua estaba fresquita, pero no más que la temperatura que podría encontrarme en la costa cantábrica o en Galicia. Una vez dentro, era agradable, pues fuera se notaba viento y no apetecía nada salir mojado. Desde allí le hice señas a mi mujer con el pulgar levantado, pero se veía que estaba enfurruñada y no me respondía. Lo de los corales lo sabía por lo que nos dijo el recepcionista del hotel, pero había que ir algo más adentro, donde debía estar la barrera coralina.

Decisión tomada: encontraría los corales buceando, aunque no me apetecía mucho ir a zonas más profundas estando completamente solo. Me zambullí y observé que el fondo estaba como cuadriculado con una serie de “caminos” más elevados, en los que se podía hacer pie. ¡Estupendo! Andando por encima de aquellos caminos me sentía más seguro, pues notaba una moderada corriente en el agua y de esa manera, no perdiendo pie, estaría protegido de la corriente, pudiendo además retornar siempre a cualquier otro de aquellos caminos elevados. Al bucear me di cuenta que más lejos había una mayor profusión de corales.

Decidí que me arriesgaría a meterme un poco más siguiendo uno de aquellos caminos hasta llegar al borde de la barrera coralina donde se entreveía que había muchos más corales, pese a que el agua estaba algo turbia a causa de la tormenta y las corrientes. No hacía falta zambullirse, pues tocaba fondo según me acercaba andando; iba más bien a saltos, pues la corriente ya era notoria. Me daba de tortas mentalmente al no haber previsto llevarme una bolsa de plástico, pues sólo podría llevarme los corales que me cupieran en las manos, salvo que me los metiera en el bañador, cosa muy molesta por razones obvias. Cuando quedaba ya poca distancia para alcanzar la meta y relamiéndome al distinguir la cantidad de corales de todos los colores que había por allí, me zambullí y fui nadando por encima de ellos. Logré arrancar un par no muy grandes y me los guardé en la mano; la verdad que nadar con una sola mano no resultaba fácil y hacer pie en los corales descalzo como estaba, tampoco, así que continuar con la recogida de corales no me resultaba ya tan atractivo y decidí volver. No me había fijado que la corriente me había alejado más de lo previsto y la zona cuadriculada bordeada por los caminos había quedado más lejos. No parecía ser un problema, pues estaba cerca y tanto buceando como nadando volvería allí; no contaba con la mano ocupada y así ya no era tan fácil. Además, la corriente era cada vez más fuerte, costándome mucho llegar a donde quería. Conseguí con mucha dificultad pisar en el primer camino que encontré, pero la corriente era ya tan fuerte que me tiraba a la zona más honda; no era capaz de hacer pie y guardar el equilibrio al mismo tiempo. Y eso no era lo peor, pues me di cuenta que la corriente me echaba otra vez hacia los corales y mar adentro, alejándome de la playa. Empecé a asustarme, pues, aunque no estaba muy lejos, no podía evitar que me arrastrara. Se me ocurrió una posible solución: si buceaba muy cerca del fondo, no habría tanta corriente y podría soslayarla. Error: no resultó como pensaba, y menos con una mano ocupada con los corales. Decidí que lo mejor sería desprenderme de ellos. Ya podía bucear mejor, pero la corriente era la misma en el fondo y seguía sin poder contrarrestarla. Intenté nadar en la superficie, pero era todavía peor; tuve que reconocer que la corriente me estaba llevando verdaderamente mar adentro. Me desprendí también de las gafas para que no me estorbaran y poder respirar mejor (eran gafas que tapaban también la nariz, como se llevaban en aquellos años). Encima me sentía cansado tras tanto luchar contra la corriente; agité los brazos para que me vieran y mi mujer me respondió, pensando que la saludaba.

¡Socorro! grité agitando los brazos, pero ella me respondía con más saludos.

¡¡Socorro, que va en serio!! grité ya todo lo fuerte que pude.

Ya no era capaz de verla, exhausto y ocupado como estaba en evitar el oleaje que me salpicaba y no me dejaba ver. Me puse de espaldas haciéndome el muerto para descansar y de vez en cuando agitar los brazos, pero en esa posición tampoco podía ver lo que sucedía en la playa.

¡¡Socorro, socorro, SOCORROOO!! continué gritando con todas mis fuerzas hasta quedarme ronco, pero sin saber si se me oía.

Desde luego, aquello se estaba poniendo feo de verdad, pues la corriente me seguía alejando. Ya me estaba figurando que me buscarían al cabo de algún tiempo, pero… ¿me encontrarían en aquél inmenso mar? ¿Y quién?

Cuando me recobré algo del cansancio, volví a intentar nadar contracorriente, pero la fuerza del agua podía más y me daba cuenta que estaba cada vez más lejos. Busqué a mi mujer con la vista, pero no la veía. ¡No estaba en el mismo sitio y nadie más que ella sabía lo que me estaba pasando! Empecé a sentir miedo y rabia a la vez; ¡de qué manera más tonta me había metido en ese lío, del que podía salir más muerto que vivo!

Volviendo a mirar hacia la playa, de repente vi a lo lejos una especie de canoa con doble quilla, como se llevaban por allí. La manejaban dos hercúleos remeros de color; me tranquilicé al observar que venían hacia mí. Volví a agitar los brazos, por si no me veían, pero al cabo de poco tiempo se habían colocado a mi lado.

¡Súbase, señor! me gritaron.

¡No puedo! ¡Estoy demasiado cansado! no me quedaban fuerzas para izarme, así que me agarré a la popa de la canoa y les indiqué que “me remolcasen”.

De esta guisa volvimos a la playa, donde ya divisé a mi mujer y a las dos parejas de italianos, expectantes.

¡Dale una propina a estos muchachos, que se lo han merecido! le dije a ella según llegábamos.

¡Claro! ¡Les envié yo! me respondió. ¡Era por esa razón que había dejado de verla, pues había estado buscando ayuda! La verdad es que fue muy eficiente, pues si hubiera estado menos atenta, Dios sabe hasta dónde podría haberme llevado el mar. Era muy posible que me hubiera salvado la vida, cosa que agradecí, naturalmente.

Ya más calmado, entendí la razón de que no hubiese nadie en el agua; ¡No era por el frío, sino por las corrientes! Había varios avisos, pero no los habíamos visto.

El susto no me había quitado el apetito, así que me recuperé con una estupenda fritura de pescado en la terraza del hotel.

Al día siguiente, pronto por la mañana, salimos hacia Bogotá desde el pequeño aeropuerto de las Islas del Rosario en un Fokker 50, un avión de unas sesenta plazas pero con más de la mitad de los asientos vacíos, para enlazar después con el vuelo de Avianca con destino a Madrid y Roma.  Daba la sensación de que volábamos en familia.

Yo siempre suelo verificar la duración del vuelo para saber si hubiera algún retraso, especialmente si como en aquella ocasión no podíamos permitirnos perderlo. La verdad es que teníamos margen; en el aeropuerto de Bogotá estaríamos dos horas, tiempo en principio más que suficiente para ir tranquilos, pero no contaba yo con la tormenta, la misma que casi me había costado la vida en el mar el día anterior. Debíamos tener un fuerte viento de cara. Me empecé a preocupar al darme cuenta que a la hora prevista para el aterrizaje estábamos todavía volando en crucero. Llamé a la azafata, que me dijo la tontería clásica de que llevábamos un ligero retraso que el comandante recuperaría.

Imposible le repliqué ya deberíamos estar aterrizando…

La azafata se mordió los labios y me aseguró que me daría todos los detalles tras hablar con el piloto.

En efecto, al poco tiempo volvió.

El comandante me ha dicho que debido al viento de cara llevamos un retraso de media hora, que espera recuperar en parte cuando nos acerquemos a la capital. En cualquier caso, no se preocupen, pues hemos contactado con la compañía aérea y nos han dicho que nos esperarán; allí los recogerán y les llevarán directamente al vuelo de Madrid.

Aquello sonaba reconfortante, pero el tiempo seguía pasando y yo notaba que seguíamos en vuelo de crucero. Decidí hablar personalmente con el comandante, si me dejaban pasar a la cabina; hoy en día eso sería impensable, pero entonces no había tantas restricciones y menos en un vuelo nacional colombiano. Tras dar los golpecitos de rigor en la puerta de comunicación, me recibió el copiloto y respondió a mis cuitas con exquisita amabilidad.

No se apure; nos esperarán en cualquier caso, pues son conscientes de que en este vuelo van bastantes pasajeros con destino a Madrid y Roma. Estamos en comunicación constante con los responsables de Avianca. Les estarán esperando nada más llegar a  la terminal.

Ya no insistí, pues suponía que todo aquello aseguraba nuestra vuelta.

Se lo comenté también a los italianos y a la pareja francesa con objeto de tranquilizarlos; también estaban preocupados.

Por fin tomamos tierra, con una hora de retraso. “Bueno”, me dije, “nos queda otra hora para hacer el check-in; debe ser suficiente y más estando ya avisados”.

Craso error; en la entrada no nos estaba esperando ni un alma. Perdimos además un tiempo inútil aguardando que apareciera alguien para llevarnos como me habían asegurado, con lo que se nos adelantaron los demás pasajeros. Pregunté al policía que estaba allí, pero no hizo otra cosa que poner cara de haba.

Nueva sorpresa: para coger un vuelo internacional, había que trasladarse en un autobús a otra terminal. Se me encogió el estómago; ¡estábamos solos y nos salían con eso!

Pues no había más narices que hacerlo. Empecé a sudar, pues el tiempo ya empezaba a ser crítico. Por fortuna, el transporte en autobús fue relativamente rápido, pero aun así nos acercábamos peligrosamente a la media hora escasa hasta la salida del vuelo.

 Ya nos fuimos corriendo. No me preocupaba el equipaje facturado, pues suponía que lo llevarían directamente desde la otra terminal al avión a tiempo para la salida.

Por fin llegamos todos sudando al mostrador de check-in del vuelo Madrid/Roma, donde no quedaba ya ningún pasajero. En nuestro grupo de ocho procurábamos permanecer juntos; del resto de pasajeros que debían ir en nuestro vuelo no sabíamos nada.

El vuelo está cerrado nos advirtió con gesto displicente un individuo cetrino sentado tras el mostrador al alargarle los pasaportes y los billetes de todos Diríjanse al mostrador principal de Avianca, donde les acomodarán en los primeros vuelos que haya libres.

Se nos encogió a todos el estómago.

¡Nos han dicho que nos estaban esperando! le grité al impávido cetrino; me dieron ganas de agarrar al tipo aquél por las solapas y sacudirle. El otro se limitó a encogerse de hombros y allí me quedé con cara de idiota con los billetes y los pasaportes de todos en la mano.

Yo sabía que era posible que sobraran plazas y más en un vuelo tan concurrido y que sería probablemente el comandante el que podía decidir que entrásemos o no; se me ocurrió que habría que hablar para ello con alguien de más relevancia. Pregunté que dónde estaba el jefe del aeropuerto; me lo indicaron y salí como una bala para allá. Resulta que el pasillo que llevaba a su despacho estaba detrás de las mesas de los mostradores de check-in y no me lo pensé dos veces: salté por encima de donde se colocan las maletas y pasé al otro lado. De golpe y porrazo nunca mejor dicho apareció un policía con una metralleta que no se anduvo con chiquitas; me clavó el cañón del arma en el estómago haciendo que me encogiera.

¿Qué hace usted? ¡Aquí no se puede pasar! me espetó con gesto feroz el policía, sin dejar de mantener clavada la metralleta en mi barriga.

Quiero ver al jefe del aeropuerto; me han dicho que está aquí… ─ le solté con gesto lastimero.

¡Pues no se puede! Váyase o le detengo…

El hombre, que no era muy grande con lo que la metralleta destacaba todavía más, parecía muy capaz de meterme en la cárcel, así que decidí optar por la retirada y volver con el rabo entre las piernas y mi estómago dolorido a donde estaban los demás del grupo.

Fue mi mujer la que reaccionó primero con gran determinación.

¡Pues desde luego aquí no nos quedamos! Viendo cómo funciona esto, vamos a intentar colarnos sin la tarjeta de embarque; una vez dentro, ya veremos…

asentí yo, aunque algo incrédulo aquí desde luego no son muy amables…

Pasamos sorprendentemente sin problemas por la aduana, donde no nos pidieron la tarjeta de embarque; yo seguía llevando los pasaportes y los billetes en la mano, señalando a quiénes pertenecían. Una vez dentro, nos dirigimos a la puerta de embarque al avión. Ya se había sobrepasado por varios minutos la hora oficial de salida, pero todo parecía estar muy tranquilo; probablemente el avión a Madrid llevaba retraso, lo que tampoco era muy sorprendente al tratarse de un gigantesco Jumbo 747.

Fui corriendo con mis billetes y pasaportes al mostrador de embarque; allí nos recibieron afablemente dos azafatas de Avianca, que no perdieron la calma ni siquiera al saber que no teníamos tarjeta de embarque.

¿Cuántos son ustedes?

Somos ocho en total… respondí, ya más tranquilo.

La azafata se dirigió a su compañera para que verificase los billetes y los pasaportes y nos dijo que entretanto iba a averiguar la situación de plazas libres en el avión.

Voy a hablar con el comandante y ahora les diré. Quédense aquí que vuelvo enseguida…

“Extraordinario”, me dije. “A lo mejor se produce un milagro…”

Al cabo de unos minutos volvió corriendo.

Aunque no estamos del todo seguros, creemos que hay sitio para los ocho, pero tendrán que buscarse los asientos libres donde estén; no creo que haya tiempo de reubicarles antes del despegue, que será enseguida. El comandante me ha dicho que no pierdan tiempo y que pasen inmediatamente…

Me dieron ganas de darle un beso a aquella encantadora y eficaz azafata. ¡El milagro se había producido! Salimos como balas por el túnel hacia el avión, donde más de uno nos miró con extrañeza y gesto adusto por llegar tan tarde, asumiendo que el retraso del vuelo era por culpa nuestra. Nos acomodamos como pudimos, al mismo tiempo que se estaba dando ya el aviso de ajustarse los cinturones.

Sentados cada uno en los huecos libres y más tranquilos, al mirar hacia atrás vi que la francesita del grupo no había encontrado asiento y se había acurrucado en cuclillas al fondo del pasillo. Sorprendentemente, el enorme avión despegó con la muchacha tratando de evitar que la descubriesen; más tarde, una de las azafatas le cedió su asiento y en paz. ¡El vuelo había salido con un pasajero de más! Increíble…

¡Por fin estábamos en el aire! No nos lo podíamos creer. ¡Y todo gracias a la eficacia de las azafatas y la flexibilidad del comandante! Aquello era un claro ejemplo de “Primero el cliente, es decir, el pasajero, y después todo lo demás”. Mentalmente aplaudí el buen hacer de Avianca en este sentido compensando en cierto modo los errores que habían cometido hasta ese momento.

A partir de ahí ya no hubo más eventos inesperados. El equipaje facturado estaba efectivamente en el avión y llegó a Madrid sin problemas.

Parecía mentira; ¡Cuántas cosas habían pasado en poco más de 24 horas! Casi me ahogo en unas remotas islas del Caribe por culpa de una tormenta, la misma que retrasó el primer vuelo. Casi perdemos el enlace para la vuelta a España, pese a las múltiples promesas de esperarnos. Por poco me ametrallan en el aeropuerto; menos mal que no tenía pinta de terrorista, si no, vaya uno a saber lo que hubiera pasado. Logramos meternos sin tarjeta de embarque en un vuelo internacional y encima sin haber plazas para todos los del grupo, resultando así un polizón a bordo. Me lo cuentan antes y no me lo creo…

 

                                              KS, diciembre de 2020

 

 

jueves, 29 de octubre de 2020

 

                SUEÑOS HISTÓRICOS

                         por Kurt Schleicher

 

    Javier se despertó con un estremecimiento y bañado en sudor. “No me puedo creer que estos sueños se repitan de esta manera…” se dijo a sí mismo enjugándose la frente y frotándose la cara con agua.

      Hacía mucho tiempo que le pasaba lo mismo y había ido a más según iba creciendo. Ya había cumplido diecisiete años, acababa de empezar sus estudios de ingeniería electrónica e informática y por pura afición se había matriculado en Físicas. Le hubiera gustado hacerlo también en Medicina, pero eso ya le pareció un bocado demasiado grande y le faltaba vocación para hacerlo. Le atraía todo lo que tuviera que ver con el cerebro humano y su funcionamiento, pero, claro, no existía una disciplina limitada al campo que le interesaba. “Al fin y al cabo, el cerebro funciona como un ordenador y con mis dos disciplinas y además la física teórica ya me apañaré”, pensaba para sus adentros. En la Universidad también había dado comienzo a investigaciones sobre genética aplicada al cerebro humano, igualmente por pura afición o quién sabe si por algún impulso que le motivaba.

    Javier era alto y bien parecido, ojos agrisado-azules que denotaban una despierta inteligencia, tez un poco pálida y cabello que ya había empezado a huir de la parte frontal, lo que tampoco le inquietaba lo más mínimo. “Así la corteza prefrontal estará más ventilada”, decía cuando le sugerían que hiciera algo para remediarlo.

   Desde muy pequeño sufría de sueños y pesadillas, por lo que no le resultaba nada novedoso y ya estaba acostumbrado. Había hablado con su padre en muchas ocasiones, pero siempre obtuvo la misma respuesta, quitando importancia al hecho. Que si él era perfectamente normal, que eso desaparecería con el tiempo y que, si no lo hacía, siempre habría ocasión de hablar con un médico o un psicólogo en el futuro; su madre estaba más preocupada, pero tampoco podía aportar nada nuevo.

   De hecho, lo que le sorprendía era la repetitividad de aquellos sueños y su realismo; ¡era capaz hasta de recordar las caras que se le aparecían! Sin embargo, eso no era lo más sorprendente, sino la ambientación de aquellos sueños, su entorno: no pertenecían a la época actual, sino al pasado, a juzgar por las vestimentas. Javier no era experto en historia, pero las personas que veía en sueños eran de dos clases bien diferenciadas: unas parecían sacadas de la época de los conquistadores, con sus arcabuces, cotas de malla, cascos y demás aditamentos y otras, las menos, se fundían con rostros pertenecientes a todas luces a nativos de Sudamérica, con sus rasgos inconfundibles de indígenas y parcialmente desnudos. Que ambas imágenes coincidieran tenía su lógica, pero, ¿por qué siempre lo mismo? ¿Qué fijación se le había formado en un ambiente que parecía sacado del siglo XV o XVI? Sonrió para sí; en una ocasión había soñado con lo que parecían ser los Reyes Católicos. Le impresionó la reina Isabel, menos guapa que en las películas o en las series, pero con un rostro que emanaba determinación, dominando claramente a su consorte Fernando, más preocupado por asuntos terrenales que ella.

   Nadie supo nunca darle una explicación racional a aquellos sueños “medievales”; se suponía que eran figuraciones suyas, nadie les daba la tampoco mayor importancia y así fueron pasando los años. Lo molesto era cuando se le mezclaban dos tipos de sueños diferentes, unos más difusos y los ancestrales más definidos; el resultado era que se despertaba mareado y confundido. Al menos, aquella extraña “disfunción” no le había impedido ser un estudiante brillante. Cierto es que su afición al conocimiento del cerebro debía venir de encontrar una explicación racional para él mismo y sus extraños sueños; si no había quien fuera capaz de ayudarle, no tendría más remedio que ocuparse él mismo.

   Javier estaba al día, o incluso por delante, de los más recientes avances en física e informática relacionados con el cerebro; la Inteligencia Artificial (IA) le había fascinado y su Leitmotiv era precisamente conjugar ambos.

El cerebro “apartaba” las vivencias y los recuerdos que consideraba poco útiles; ¿Cómo? Pues registrándolos primero en el hipocampo, donde estarían controlados, y después, así como un 70 u 80%. pasaban a la corteza prefrontal, en la que quedaban archivados y, en la práctica, no disponibles. Eso evitaba que nos volviésemos locos si se nos inundaba el hipocampo de acumulación masiva de datos “big data” y por eso era tan importante encontrar una conexión a una IA que pudiese absorber esos datos perdidos y manejarlos sin sobrecargar la consciencia humana. La imagen que se le venía a la mente era estar sentado confortablemente en un sillón conectado a un ordenador, archivando tranquilamente lo “sobrante” para poder disponer de ello si fuese necesario. ¡Tenía que lograr que funcionase! Aun así, el margen de maniobra seguía siendo grande: nuestro cerebro tiene cerca de 100.000 millones de neuronas (la media está en torno a los 80.000 a 90.000), pero eso no es todo; cada una de ellas es capaz de establecer al menos un millar de conexiones con otras células, con lo que la capacidad global del cerebro se sitúa en torno a los 2,5 petabytes (1 Pb = 10 elevado a 15 b). No resulta extraño, pues,  que al cerebro no le apetezca mantener esas cantidades “a la vista”; disponiendo de un generoso ordenador al lado se le podría descargar al cerebro de un esfuerzo indeseado. De momento sólo podría contar con implantes de chips de memoria, pero Javier estaba convencido que mediante estimulación electrónica con electrodos conectados al ordenador sería mucho más sencillo, evitando farragosos implantes cerebrales. Hasta ese momento, la memoria global y los conocimientos adquiridos – y los olvidados, por supuesto se pierden en gran medida; siempre ha sido una meta su potencial recuperación.

    Sus sueños, dado su realismo, más parecían recuerdos que ensoñaciones. Más de una vez se había preguntado influido por novelas de ciencia-ficción si no estaba sufriendo una regresión temporal a aquella época tan repetida en su mente, pero tuvo que reconocer la fantasía que aquello suponía. Sin embargo, ¿Qué explicación podía haber para tener unos sueños más similares a recuerdos que a algo onírico? Aquello no tenía ninguna lógica.

   Javier tenía un buen compañero y amigo en Santiago, con el que había compartido sus problemas y afanes de resolución. Cuando los sueños eran más intensos, como aquél mismo día, siempre surgía entre ambos una conversación constructiva, pues también le fascinaba el cerebro y compartían las investigaciones en el laboratorio junto con un pequeño equipo de estudiantes y becarios.

Me gustaría entender, Santi, de qué forma decide el hipocampo con qué se queda y qué manda al gran archivo de memoria en la corteza prefrontal, almacenando recuerdos “sin control” y que en teoría ya no nos sirven…

Santiago sonrió.

Pues depende del interés que pongas, Javi; no siempre recordaremos todo lo que queremos, pero si instintivamente nos fijamos más en ciertos aspectos, el hipocampo lo retendrá, no te quepa duda.

Pero, ¿Cuánto tiempo se pueden mantener incólumes los recuerdos en ese gran archivo? ¿Y si mis sueños tuvieran que ver con un defecto de archivo, confundiendo sueños y recuerdos?

Santiago se encogió de hombros.

No es descartable, pero es que tu caso es rarísimo. Que sólo sueñes con conquistadores o indígenas tiene más pinta de ser una fijación psicológica que otra cosa y que no deja de martillearte. Voy a tener que estar de acuerdo con tu padre y restarle importancia; lo que fastidia es no hallar una explicación factual…

Javier no quería dar su brazo a torcer y decidió rebuscar en su pasado y en lo guardado en su casa por él mismo o sus padres. ¡Algún evento podría haber sucedido en su infancia y que él ya hubiese olvidado! Todavía tenía llave de la casa de sus padres y entró sin dificultad, pues no estaban en aquél momento.

En el cajón donde se guardaban los documentos de familia y de nacimiento encontró algo inesperado, algunos papeles de tipo médico. Con la respiración contenida, se puso a revisar con cuidado todos aquellos documentos, aprovechando que su padre no estaba en casa; ya le había dicho muchas veces desde niño que no tocase aquél cajón, pero al cabo de tantos años era algo ridículo. ¡Eran documentos que le atañían a él!

No pudo evitar estremecerse cuando se evidenció por aquellos papeles que él no había surgido de una unión conyugal entre sus padres biológicos, sino que su padre había estado relacionado con una empresa BIOGEN con la que había permitido que se le aplicase un tratamiento genético especial y que su origen era por inseminación artificial al útero de su madre. ¡Qué sorpresa! Tenía que hablar con su padre de todo ello: ¿por qué se lo habría ocultado? Eso significaba que su padre biológico no lo era en realidad, o al menos que su ADN no era el mismo, sino de procedencia desconocida.

Al cabo de no mucho tiempo sus padres entraban en casa; venían del médico, pues su madre no se encontraba muy bien.

¡Qué sorpresa! exclamó su progenitor con énfasis con tanta informática y electrónica ya no te dejas caer por aquí…

Javier le miró con gesto de guardarse intenciones malévolas, poniéndole con afecto la mano es un hombro.

Tenemos que hablar, papá. ¿Nos vamos a tu despacho?

Su padre se dejó hacer, aunque rebulló algo inquieto.

Ya sentados, Javier le alargó el documento.

El padre palideció, pero no fue capaz de enfadarse a esas alturas y decidió confesar.

Es cierto, Javi, pero debes comprender que la compensación de Biogen fue entonces muy generosa y nos permitió salir de un bache económico muy serio; sin ella, no te habría podido dar los estudios que bien has aprovechado y de los que ahora disfrutas. De una forma u otra siempre he sido tu padre, y eso no cambia el pasado.

Javier asintió, con cierta desgana.

─ No acabo de entender qué gana Biogen con eso de la inseminación… ─ replicó Javier, algo mosqueado. Su padre le miró con tristeza.

─ Es largo de contar, hijo; debo pedirte perdón, primero por haberte ocultado todo esto y segundo… que creo saber de qué vienen tus extraños sueños. Ten un poco de paciencia; no quiero ir en desorden.

Javier no pudo evitar el respingo; ¡su padre sabía mucho más de lo que pensaba!

─ Por lo del interés de Biogen, debes saber que están asociados con una entidad llamada E.N.M.H. (Empresa Nacional de Memoria Histórica), pues existe un compromiso de Biogen con ellos para aclarar aspectos históricos y probarlo. Puedes imaginarte el dinero que hay detrás de aclarar hechos históricos olvidados y que esta empresa podría sacar a la luz… ¡Nada menos que la verdad de la historia! No olvides que Biogen se ha especializado en los aspectos de conservación y archivado de la memoria…

Javier se sintió desconcertado. ¡Era también un aspecto de su propia especialización! ¡Y Biogen sabía mucho más de lo que había supuesto!

─ No veo cómo pueden hacer eso. ¿Qué tienen que ver la memoria de la historia con lo que se archive en el cerebro? ¿De quién van a sacar eso? No me digas ahora que eso tiene que ver con mis sueños…

Su padre volvió a mirarle a los ojos con profunda tristeza.

─ Aún tengo algo más por lo que pedirte perdón, hijo… Un equipo de Biogen te está vigilando y además, sin que tú hayas sido plenamente consciente de ello, han promovido tus investigaciones e incluso te están ayudando con gran discreción. Estoy seguro que habrás conocido a más de uno.

Javier empezaba a estar alucinado, atónito y, por qué no decirlo, enfadado. ¡Cómo se habían atrevido a hacer eso sin respetar su intimidad!

Su padre se dio cuenta del potencial enfado y decidió adelantarse.

─ He podido hacerme con gran parte de los documentos de Biogen sin que lo supieran; así  estoy protegido en caso de que vinieran mal dadas. Te lo tengo que enseñar, pues es muy denso y se escapa de mis entendederas. Intuyo que tú ya estás en condiciones de digerir todo ese galimatías de ADN, ARN y además te puede servir para aclararte tú mismo o hasta descubrir algo nuevo.

Javier todavía se enfadó más.

─ ¡Papá! ¿Cómo es posible que me hayas ocultado esos papeles en tu opinión tan reveladores? ¿No te das cuenta que a lo mejor he estado trabajando en lo mismo sin saber que alguien se había ocupado antes y evitar así que trabajase en balde? Más aún: si me vigilan, ¡quizás hasta lo hayan impedido!

─ Lo siento, hijo, pero si te los hubiera dado lo más fácil es que los de Biogen, que no sé ni quiénes son, lo hubieran descubierto y eso no podía permitirlo. Tampoco sabía que estarías investigando en lo mismo ─ suspiró avergonzado.

Javier se fue calmando; tampoco tenía caso que se enfadase más con su padre, al que veía ya bastante cariacontecido.

─ Déjame ver toda esa documentación, papá; si es realmente útil y responde a criterios científicos, se me pasará el cabreo, no te preocupes…

El padre tuvo que abrir un hueco en un falso tabique del que Javier desconocía su existencia y de allí sacó una urna de metal para que los papeles se mantuviesen a salvo.

Javier se enfrascó en los documentos; parecían prometedores.

El primero trataba de cómo evitar la degradación del ADN y almacenar información de manera mucho más eficiente con un nuevo tipo de computación. Parecía interesante.

El segundo versaba sobre el ácido ribonucleico ARN y de cómo lograr que fuese capaz de evolucionar. Javier se sorprendió; que él supiese, aún no se había logrado que el ARN se replicase por sí mismo, de forma automática, sin intervenir en el proceso. Si lo habían logrado, ¡podrían hasta crear vida! No sólo eso, sino que el ADN evolucionase y fabricase en un ser en formación unas experiencias totalmente nuevas. Increíble si fuese cierto.

Y la guinda del pastel: el ácido xenonucleico artificial AXN. Javier ya sabía algo de él, no era nada nuevo, pero nunca antes se había sabido aprovechar todas sus posibilidades. El AXN es un polímero sintético creado artificialmente con las cuatro letras o bases genéticas del código genético humano (timina T, adenina A, guanina G y citosina C), aparte de otras bases suplementarias (y las dos letras o bases X e Y, totalizando así seis) que intuía eran capaces de facilitar la evolución que se pretendía, es decir, está preparado para introducir, replicar  y almacenar información genética. Allí podría estar el quid de la cuestión, pues hasta ese momento las hebras del ADN solo se podían replicar a partir de enzimas copiadoras.

                       


                                                         Acido xenonucleico o AXN


Javier estaba tan excitado que hasta sonrió a su padre.

─ Creo que esto es genial, papá; si es verdad, me servirá… y te perdono que hasta ahora me lo hayas ocultado. Más vale tarde que nunca…

Javier continuó leyendo.

Allí se detallaba cómo hacer una transcripción de las instrucciones guardadas en el ADN dentro del núcleo celular. El “artificial” AXN era capaz de transportar información genética; allí se explicaba cómo con pequeños trozos de AXN introducidos en genomas bacterianos, cuya lectura necesitaban los microbios involucrados en el proceso y así poder sobrevivir, ya sí que lo podrían hacer, es decir, ¡había garantía de que aquello funcionase!. Fantástico; a Javier le temblaban las manos.

Otro documento detallaba cómo se habían creado enzimas artificiales del nuevo AXN capaces de “leer” las hebras originales del ácido xenonucleico original… ¡y de generar copias de ADN que a su vez serían transcritas al AXN, o sea, a sus descendientes! ¡Ésa era la solución que buscaba! No estaba todavía claro que las xenoenzimas fueran realmente capaces de reproducirse, pero todo indicaba que sí; en cualquier caso, eso ya lo podría solucionar él mismo. Se sintió muy excitado; se pondría a ello de manera inmediata.

Javier se lo explicó a su padre, que había seguido su explicación con sonrisa despistada.

─ Mira, hijo, no me he enterado ni de la mitad de todo eso que me cuentas sobre esos papeles de Biogen, pero intuyo algo que puede tener que ver contigo.

Javier enarcó las cejas.

─ ¿Y eso?

─ No me ha dado tiempo a contarte que tú tienes a través mío un nuevo ADN que ha crecido en ti desde que eras un embrión, formando parte de ti y evolucionando contigo. Supongo que el tal AXN que has mencionado de los documentos ha tenido algo que ver en todo ello, pues tú eres el descendiente que se precisa para que el ADN haga su trabajo de evolución y se desarrolle en tí.

Javier ya no se sorprendió.

─ Supongo que me lo contarás ahora…

─ Por supuesto, pero permíteme de nuevo que vaya por orden y evitar así mezclar los hechos ─ replicó su padre en tono misterioso ─ dejaré para el final los detalles.

Javier accedió a regañadientes, pues ya estaba ansioso.

─ Te recuerdo, hijo, que el quid de la cuestión está en el acuerdo entre la E.N.M.H. y Biogen. Todo gira alrededor de la veracidad de hechos históricos, lo que esconde potenciales beneficios millonarios si tales hechos se pudieran probar con rigor científico. Biogen, con tu ayuda “involuntaria” gracias a los estudios de memoria - a memoria histórica me estoy refiriendo - siempre ha creído que lo podrá hacer y está cuidando de que así sea.

─ Se me escapa qué tiene que ver eso con tu ADN heredado por mí e incluso con mis sueños…

─ ¿Por qué crees que me lo han implantado a mí, sino que ha sido preciso que tú crecieras con él desde el mismo momento de tu concepción y todos, en especial Biogen, ha tenido la sacrosanta paciencia de esperar varios años? ¿Aún no has caído, hijo? Tú mismo acabas de ver cómo funciona el AXN, pues a su través el cerebro se va adaptando al evolucionar a medida que fueras creciendo y tú eres mi descendiente. Estoy hablando de tu propia memoria, ésa del hipocampo que acaba en la corteza prefrontal y que no somos capaces de controlar salvo que podamos transferirla a un medio informático, como ya sabes mucho mejor que yo. Eso es lo que quieren.

Javier ya iba entreviendo el encaje de todo aquél galimatías.

─ Entonces, ¿mis sueños no son tales sino que son realmente recuerdos de hechos reales? Ahora entiendo que sean tan repetitivos y detallados, siendo capaz hasta de recordar caras… ─  Javier sonrió para sí mismo por lo que se le acababa de ocurrir, terminando con una gran carcajada ─ ¡A lo mejor soy el único ser humano hoy en día que ha visto en persona a los Reyes Católicos y encima transferir sus efigies a una base de datos!

─ Sí, pero es mucho más que eso, ya que podrás contar la verdadera historia y en imágenes, lo cual significa para el beneficiario un auténtico pastón…

─ Déjame que adivine, papá. Gracias a la aportación del AXN y su capacidad de réplica y copia, el ADN misterioso que me has transferido ha logrado que revivan los recuerdos incrustados en el ADN de no sé quién del siglo XV o XVI a juzgar por las vestimentas, permitiendo resucitar sus verdaderos recuerdos… ¿De quién es finalmente ese ADN, papá?

El padre soltó una sonrisa conejil.

─ Por eso lo guardé hasta ahora; se trata de un personaje importante y polémico, en especial en estos días que se denuesta tanto a los conquistadores españoles y su verdadero papel en la historia, cada vez más controvertida al no haber defensa posible contra los infundios que se lanzan en Hispanoamérica e incluso en la propia España. A ver si lo adivinas: ¿a quién pertenecen unos restos humanos guardados en un catafalco de la Catedral de Sevilla, aparte de otros en Santo Domingo?

La historia no era el fuerte de Javier, pero ya iba intuyendo de quién se trataba.

Sí, hijo mío, es quien estás pensando. Ahora mismo eres genéticamente nada menos que el gran almirante Cristóbal Colón, pues tu ADN ha evolucionado al implantarse y “resucitar” en tu hipocampo; además, ésos y más recuerdos de Colón a partir de su propio ADN deben estar archivados en tu corteza prefrontal. El ADN fue extraído ya hace tiempo, en 2003, cuando esos restos, los de Sevilla, fueron exhumados. Se ha comprobado que es ciertamente del almirante comparándolo con el de sus reconocidos descendientes. Los de la catedral de Santo Domingo están aún pendientes de estudio. Gracias a ti, es muy posible que la verdadera historia de Cristóbal Colón sea por fin conocida…

Sí, y en 2003 nací yo... coincidiendo con la exhumación y extracción del ADN respondió Javier pensativo.

Javier se sentía al mismo tiempo aliviado y atónito, pero todo encajaba. No era muy aficionado a la historia, pero asumiendo que todo aquello fuera verdad, le apetecía comparar la biografía del almirante nada menos que con sus propios recuerdos, es decir, su auténtica y única biografía. ¡Fascinante! Y eso no era todo, pues las posibilidades de todo aquél proceso de evolución del ADN eran enormes, aunque la ética de sacar a la luz las intimidades de cualquier persona era algo más que discutible. Si Biogen y la E.N.M.H se apropiaban del proceso, montarían un negocio muy lucrativo. Sí, la historia terminaría por no tener secretos, pero, ¿era eso mejor que la falta de ética al poder penetrar en los recuerdos más íntimos de cualquier persona elegida como “blanco”, fuera o no un personaje histórico? Si no se controlase esa actividad, se generaría un potencial problema social inaceptable.

Javier hizo un esfuerzo para alejar de su mente esa indeseada repercusión. ¡Él sólo quería aclarar la debatida biografía de Colón!

                                   

 

                         EPÍLOGO. Los recuerdos de Colón.

 

“Gestionar recuerdos es más difícil de lo que parece”, mascullaba Javier para sí al empezar con la labor de rascar lo que tuviera en su memoria que estuviera relacionado con Colón.

Aparte de otras muchas, las mayores dificultades eran localizar los recuerdos, ponerlos en orden o asociarles fechas; antes de los diez años eran muy difusos, como nos sucede a todos en mayor o menor medida. Esto dificultaba aclarar el tan debatido asunto de su nacimiento; la sorpresa se la llevó al no encontrar ninguna imagen de sus padres. ¿Por qué sería? Por fortuna, de aquella época de la infancia había algunas imágenes borrosas, pero se entremezclaban las de barcos veleros (la mayoría) con escasas imágenes de una ciudad que parecía ser Génova por el puerto, así como de otras, las menos, pero en las que se reconocía Florencia. Curioso. Tenía la sensación además de que las imágenes de Génova eran unos recuerdos que el propio Colón quería olvidar intencionadamente, pues cada vez que accedía a ellas se borraban como las de un viejo televisor que no sintonizara bien, cosa que no ocurría con las otras.

En definitiva, los primeros recuerdos de Colón eran de viajes por mar y de una ciudad que parecía ser Génova; las de Florencia eran posteriores y en consecuencia, más nítidas. En conclusión: que Colón era de origen italiano, pero el idioma que hablaba mejor de niño era portugués, no italiano, idioma que parecía rechazar. La explicación la fue descubriendo Javier con muchas dificultades: Colón sentía vergüenza por su humilde origen, más humilde de lo que se decía en algunas hipótesis, así como de no haber podido asistir a una escuela como Dios manda que le pudiera haber dado una formación más digna de la nobleza. Poniendo orden en los de barcos, desde muy pequeño había estado como grumete en buques portugueses, con los que pudo viajar tanto por el Mediterráneo como en el Atlántico. Ahí se desarrolló su vocación marinera y por eso hablaba ¡y escribía! mejor el portugués que el italiano, además de estar asociadas muchas imágenes de marineros portugueses y algunas de costas que parecían pertenecer a Portugal, incluyendo conocimientos sobre el comportamiento del mar.

En cuanto al lugar y la fecha de nacimiento, no había ningún recuerdo asociado, por lo que todo indicaba analizando el entorno histórico que debió nacer en Génova en una horquilla de cinco años entre 1446 y 1451. No estaba claro desde cuándo le habían acogido como grumete, pero entre los seis y los diez años aprendió mucho de navegación, gracias a la ayuda de los marinos portugueses. En cuanto a imágenes de personas, aparecía su hermano Bartolomé, pero de mayor; las demás resultaban difusas y no identificables.

A partir de los diez años, las imágenes mejoraban; el problema era asociarlas con una determinada edad, por lo que se supone que las primeras correspondían a un Colón entre los diez y quince años. Aparecían una serie de mapas y una efigie muy repetida de un marino turco con aspecto de caudillo; estaba claro que ambas habían impresionado al joven Colón y los recuerdos estarían en el hipocampo. Tras investigar en libros y comparar efigies, aquél marino se correspondía con el almirante Kemal Reis, inconfundible con su puntiaguda barba. Colón atesoraba gran cantidad de recuerdos en el barco del almirante, incluyendo sus experiencias en batallas navales. Kemal Reis fue encargado años más tarde, al ser nombrado Almirante de la flota otomana (gracias a lo cual se trata de un personaje conocido) de apoyar al ya disminuido reino árabe de Granada contra los Reyes Católicos, antes de le rendición de Boabdil.

Las otras imágenes correspondían a unos bocetos de un antiguo mapa en poder del almirante y que se suponía correspondía al océano Atlántico, pues las costas occidentales de Europa se reconocían con facilidad. Al otro lado del océano se dibujaban unas costas que muy bien podrían ser las orientales de Catay (China) y de Cipango (Japón) y más al sur otras imposibles de identificar. El joven Kemal Reis mencionó al joven Colón con el que debió de coincidir en sus primeras correrías de pirata en el mismo barco que la procedencia era de un sultán, según se lo contó su propio padre.

De Kemal Reis se sabe que fue coetáneo de Colón (el nacimiento del futuro almirante de nombre real Ahmed Kemaleddin se sabe que es 1451) y por lo tanto servía de referencia para asociar acontecimientos históricos alrededor de 1465-67 en los que ambos debieron estar juntos. A Colón le debió impresionar mucho aquél mapa, pues en sus recuerdos está marcado que se dedicó a copiarlo cuidadosamente a espaldas de su amigo (¿?) Ahmed Kemaleddin.

Después de todos sus viajes con portugueses y turcos en los que se forjó su educación y experiencia marinera, Colón retornó a Italia y pasó una temporada en Florencia. Allí entró en contacto hacia 1468 con un prestigioso matemático, astrónomo y cartógrafo de nombre Paolo del Pozzo Toscanelli, al que mostró la copia o copias que había hecho del mapa de Kemal Reis; la sorpresa del viejo cartógrafo fue mayúscula, momento que estaba muy bien grabado en sus recuerdos. Lo sorprendente era la coincidencia de aquél mapa con el que acababa de calcular el propio Toscanelli en aquellas mismas fechas sin basarse en ninguna información previa (además, Toscanelli nunca salió de Florencia). ¡Allí estaban las costas occidentales de Europa y al  otro lado las de Cipango (Japón) y Catay (China), corroborando además las distancias aproximadas que habían partido del propio Toscanelli! Colón, medio siglo más joven que el matemático, también quedó impresionado, por supuesto, pues las fuentes eran tan distintas que aquella coincidencia no podía ser sino cierta. Por parte de Toscanelli, al ver que sus cálculos coincidían con tal precisión con una información antigua procedente de un marino turco basada en no se sabe qué fuentes desconocidas más antiguas, le daba seguridad y reafirmación de que aquellos cálculos eran sin duda correctos. Hoy sabemos que no lo eran, por supuesto; los errores de Toscanelli se debían a fiarse de los 30 grados de longitud estimados por Marco Polo para el extremo oriental de China y no haber tenido en cuenta que la milla árabe era 500 metros más larga que la italiana, desvirtuando las referencias. Sumando a esto el sorprendente error de cálculo en un sabio como él de atribuir a la Tierra una circunferencia de 29000 km en lugar de los 40000 que tiene, resultaba que Cipango (Japón) se localizaba tan sólo a 4000 millas náuticas de Cabo Verde en el mapa, cuando en realidad estaba a 10600 nm.





                                             Mapa de Toscanelli (1468)


Es muy difícil que se sepa algún día por qué el antiguo mapa que copió Colón y le reafirmó a Toscanelli en sus cálculos eran tan similares y ambos erróneos; no es de extrañar que ambos, Colón y Toscanelli, se fueran a la tumba convencidos de la cercanía de Asia y Europa, pero al menos hicieron posible el descubrimiento de América.

No acaban aquí las casualidades, pues Piri Reis, el sobrino de Kemal Reis, pergeñó en 1513 su famoso mapa partiendo de la misma fuente antigua de su tío añadiendo informaciones del propio Colón de fecha 1501 tras el descubrimiento, con el contorno de las costas norteñas de Sudamérica, sorprendentemente coincidentes con la realidad.

Véanse las coincidencias entre los tres mapas, incluyendo las distancias relativas y la forma de Cipango (Japón)

             

                                              Mapa de Piri Reis (1513)


  Colón ya había acumulado en plena juventud (entre su época de grumete a los seis años y a los cerca de veinte años en que conoció a Toscanelli) una gran experiencia de navegación a lo largo y ancho del Mediterráneo. Ya con el acicate del mapa de Toscanelli decidió hacer recorridos por la costa atlántica y estudiar de paso las corrientes marinas desde las islas Azores, Canarias, bordeando España, recalando en Portugal y recorriendo las Islas Británicas llegando incluso a Islandia hacia 1477. Allí tuvo ocasión de saber que, según los islandeses, hacia el oeste había tierras; aquello podían ser leyendas, pero a Colón le reafirmaba una vez más que podría muy bien tratarse del norte de Catay. En cuanto a Irlanda, visitó la iglesia de San Nicolás en Galway, donde dejó constancia de su paso en ese año de 1477, cuando tenía aproximadamente entre 27 y 30 años. Estudió la corriente del Golfo y los vientos alisios, pues su afán era cruzar hacia Cipango y Catay con la certeza de que los vientos le llevasen allí con seguridad; habiendo atesorado más de veinte años de experiencia marina, se consideraba preparado para emprender esa aventura, pero necesitaba patrocinador, dinero y barcos.

De todo aquello había tantos recuerdos entremezclados sin determinar fechas, que cualquier referencia que relacionase los recuerdos archivados en su memoria con alguna fecha documentada era un tesoro. Por ejemplo, sabemos que su estancia en Portugal hasta que pudo contactar con el rey Juan II fue a la vuelta de sus viajes por el atlántico norte, entre 1480 y 1485. Al no tener éxito con este rey que no creyó en él ni en su proyecto de viaje a las Indias, lo que se sabe es que fue a España hasta que logró en enero de 1486 el contacto con los Reyes Católicos. A partir de ese momento, los años fueron transcurriendo en gestiones de preparación del viaje hasta 1492.

No es el objeto de este epílogo detallar y repetir la historia más o menos conocida del futuro almirante, pues no hay diferencias relevantes a partir de estas fechas. Lo que Javier podía aportar buceando en los recuerdos a los que tenía acceso era sobre aquello que más le había impresionado a Colón, pues la calidad de las imágenes y que seguían estando en su hipocampo era de gran nitidez y fácilmente archivables en un ordenador.

Comparando con la historia o biografía “oficial” de Colón, hay sin embargo un par de hechos que merece la pena destacar. Una es su vida amorosa, pues entre tantos viajes siempre hay encuentros con féminas; unas que le impresionaron más que otras y eso queda marcado en los recuerdos.

La historia oficial destaca su matrimonio con Felipa Muñiz, de la clase alta portuguesa y que le abrió las puertas al rey Juan II. Con ella tuvo a Diego Colón, como es bien sabido. Tuvo más tarde otra pareja, con la que no se casó, Beatriz Enríquez de Boadilla, con la que tuvo otro hijo, Hernando. ¿Estuvo Colón enamorado de alguna de estas dos damas? Pues analizando los recuerdos, resulta que no. Su auténtico amor fue otra Beatriz, apodada “La Cazadora”, de nombre Beatriz de Bobadilla y Ulloa, gobernadora de las islas de La Gomera y Hierro en Canarias, con la que mantuvo relaciones amorosas esporádicas, pero que en su recuerdo ha quedado marcado con gran intensidad. Parece ser y se comprueba en el cuadro adjunto que esta dama era muy bella y de gran temperamento, erigiéndose en protectora y abastecedora de avituallamientos en tres de los cuatro viajes de Colón, en 1492, 1493 y 1498.

                     


                                       Beatriz de Bobadilla, “La Cazadora”

Esta es la razón por la que sus paradas en las Canarias no fueron en Las Palmas, como parecería lógico, sino en La Gomera, ya que su dama, como gran mandamás de la isla, le garantizaba una calidad y eficiencia en los suministros, sin contar por supuesto con los dulces encuentros amorosos que la ocasión le brindaba.

Otro hecho bien marcado en su memoria fue el primer encuentro con los indígenas. Le sorprendió su aspecto primitivo, pues la ancestral cultura china era conocida tras las informaciones de Marco Polo y las relaciones comerciales subsiguientes, no acabando de encajar el aspecto de aquellos indígenas con la imagen de las historias de este otro gran viajero. Colón no paraba de preguntar por el Gran Khan y los jefes de tribu ni asentían ni dejaban de asentir, pero estaba claro que no sabían nada de aquél personaje. Colón asumió que Catay era muy grande y que en las zonas limítrofes del país pudieran no saber nada del emperador, cosa que no le evitaba cierta frustración.

Cristóbal Colón no tenía espíritu de conquistador y trató a los indígenas con respeto, aunque en alguna ocasión, siendo gobernador con hermano Bartolomé, se vio forzado a sofocar levantamientos de  indígenas, siendo acusado de haberlo hecho de forma cruenta y hasta encarcelado por mandato de la reina. Aparte de este hecho, no hay constatación alguna de ínfulas conquistadoras al estilo Pizarro o Cortés. Colón era un descubridor y su única ambición era promover que los territorios descubiertos se asignasen a sus patrocinadores los Reyes Católicos, que era además lo que le habían encargado y su medio de vida entonces.

 



No parece justa, por tanto, la animadversión que en estos últimos tiempos ha surgido en países sud- y centroamericanos hacia su persona, derribando estatuas y generando infundios por los que España debiera pedir perdón. Menos comprensible todavía es que esto mismo se repita en España, como ha sucedido recientemente.

En la memoria y recuerdos de Colón no hay sentimientos de arrepentimiento hacia acciones contra los indígenas sudamericanos, por lo que lo más lógico es que no hayan existido y lo furia levantisca hacia este personaje histórico resulte ser absolutamente vergonzosa hacia la historia de España. Todavía no he visto derribar ninguna estatua de piratas ingleses, sino más bien lo contrario, por lo que pienso que hay trampa y cartón tras estas actitudes.

 

                                                       KS, octubre de 2020