Tutankhamon II… por Kurt Schleicher
¿Será cierto que se repite la
historia? Esta pregunta tiene respuesta cuando el tiempo transcurrido no es muy
elevado y tenemos disponibles elementos de comparación, pero, si no es así, no
seremos capaces de contestar. Es algo parecido a lo que nos pasa con el Big
Bang; parece que hay bastante unanimidad en el entorno científico de que
nuestro universo ha nacido de un fenómeno como éste hace trece mil y pico
millones de años e incluso podemos “verlo” gracias a la radiación de fondo de
microondas o CMB, que viene a ser la prueba de su existencia. La pregunta
impertinente que surge inmediatamente es “¿Y qué hubo antes de ese Big Bang?”
Es evidente que no lo sabemos, pero una buena respuesta podría ser “Pues otros
Big Bangs, en un ciclo repetitivo que no tiene ni principio ni final”, lo cual
nos introduce en ese extraño concepto que es la eternidad.
Pues bien: con la historia ocurre algo parecido. Gracias a evidencias y
transmisiones escritas u orales, tenemos una idea relativamente clara de nuestra
historia como civilización si nos remontamos hasta los sumerios y a los
egipcios, es decir, hace unos cinco mil o como mucho seis mil años, pero más
allá nos empezamos a perder. “¿Qué pasó hace doce mil años?”, podría
preguntarse alguien con toda la razón, pero sin elementos probatorios nos
encontramos con falta de respuestas, aparte de mitos o leyendas. Un ejemplo
podría ser el mito de la Atlántida, según cuenta Platón situándolo hace unos
once mil años, pero creo que nadie aceptaría ahora mismo que se tratase de
historia y no leyenda. Si volvemos a duplicar este tiempo y nos plantamos hace
treinta mil años, como mucho podremos deducir que alguien cabal ya existía
gracias a las pinturas rupestres como las de Altamira, y además con bastante
estilo artístico.
Todas estas disquisiciones nos llevan a preguntarnos si nuestra
civilización es la única que ha existido o si ha habido otra muy anterior.
Siempre hemos sido muy orgullosos, dando por hecho que nuestra civilización,
nuestra Humanidad, es y ha sido la única a lo largo de toda la historia del
mundo. Otro llamativo ejemplo es el de las piedras grabadas de Ica, en Perú,
sobre las que ha habido un largo debate en cuanto a su autenticidad. Su
descubridor, ya fallecido, el Dr. Cabrera, defendía que existió otra humanidad
que llegó a convivir con los dinosaurios (es decir, hace unos sesenta millones
de años), basándose en los grabados en algunas de estas piedras (hay un total
de once mil en su museo de Ica). Y no sólo eso, sino que el nivel cultural de
esa civilización debió ser entonces muy alto, al encontrarnos hasta con
representaciones de operaciones de cerebro. Recientemente se ha realizado un
estudio por parte del CSIC que cifra la antigüedad de estas piedras grabadas en
99.000 años, es decir que nos movemos en el entorno de los cien mil años, lo
que ya nos deja al menos lejos de los dinosaurios. No olvidemos la escala
temporal: después de esos cien mil años podrían haber existido 16
civilizaciones como la nuestra y tras los treinta mil de Altamira, quién sabe
si pudieran haber surgido hasta cinco civilizaciones como la que conocemos;
cierto es que no hemos visto evidencias de nada, si nos olvidamos de las
famosas y misteriosas piedras grabadas de Ica. A partir de ahí, sólo podemos
usar nuestra imaginación.
Imaginemos, pues.
Horacio Carter se había ganado una bien merecida fama de arqueólogo en
aquél año de 1920 N.E. (Nueva Era)
(*) al haber descubierto restos de una
civilización anterior que él llamaba
Plastiforme, pues había encontrado algunas evidencias sobre un material que
en lo poco que había podido deducir se había llamado “plástico” en una época
olvidada de la historia. Horacio tenía un aspecto enjuto, moreno y bigote negro
a la moda de la época y su carácter se caracterizaba por una tozudez supina.
Había llevado a buen término excavaciones en el norte del continente africano,
en una zona en la que nadie hasta entonces se había fijado; sin embargo él
había descubierto la parte superior de una pirámide que sobresalía del suelo
poco más de cinco metros. Sin embargo, para Horacio una pirámide de ese tamaño
no tenía sentido, así que decidió excavar alrededor de la base, encontrándose
que la tal pequeña pirámide era en realidad mucho mayor. A medida que
profundizaba, se dio cuenta que el terreno estaba formado por multitud de capas
diversas, algo que encontró asimismo en otras excavaciones. Este hecho le llevó
a desarrollar una teoría sobre los ancestros de la historia conocida de la
civilización humana, de la que solamente se conocían los últimos cinco
milenios; él estaba convencido de que había existido otra humanidad del doble
de antigüedad, es decir, hacía 10.000 años aproximadamente. Había encontrado
restos que indicaban que en aquél tiempo debió ocurrir una catástrofe a nivel
mundial, con toda probabilidad causada por la caída de un cometa o un asteroide,
produciendo una extinción masiva y además de forma brusca, impidiendo que
quedasen huellas. Tras el impacto del cometa, lo primero que debió ocurrir fue
que la atmósfera se llenó de un polvo oscuro irrespirable que ocultó el sol
durante largo tiempo. A esto le debió seguir un periodo breve de glaciación de
alrededor de un milenio, seguido de un calentamiento de la atmósfera según iba
disipándose toda aquella capa en la atmósfera y dejando paso al calor del sol.
La consecuencia de todo ello fue que el hielo acumulado sobre toda la
superficie terrestre se fue derritiendo con gran rapidez y causó que el nivel
de las aguas subiera del orden de 200 m., dependiendo de las zonas. Había
leyendas y mitos en diferentes países del mundo mencionando una época antigua
en la que una inundación global había borrado de la faz de la Tierra cualquier
vestigio de una civilización anterior, de hecho ya desaparecida tras el
cataclismo del impacto del cometa y la glaciación de mil años subsiguiente.
Horacio estaba convencido de que esa civilización había existido y que
habría que excavar esos 200 m. para encontrar algún vestigio; él estaba seguro
de que deberían haber existido edificios de más de un kilómetro de altura, pero
que debido a los cataclismos y terremotos tras el impacto estelar se habrían
derrumbado y desaparecido. Bueno, no todos: había una excepción al menos, y era
la pirámide que había descubierto y que parecía no tener final. Una masa tan
enorme no podría derrumbarse; el problema era averiguar su antigüedad: ¿10.000
años? ¿20.000 años o incluso mucho más? En lo que había visto no existían
vestigios de ese material plástico, por lo que deducía que sería mucho más
antigua.
El éxito de un arqueólogo es un muchas ocasiones función de su suerte, y
Horacio la tuvo. Tan pronto supo que en una pequeña población se había formado
una enorme sima, tragándose un camión de gran tonelaje, Horacio ni se lo pensó;
reunió a su equipo y se dirigió hacia aquél lugar. Llegó justo cuando el camión
ya había sido apartado con cierta dificultad gracias a una enorme grúa,
despejando el camino. Uno de los lugareños, muy excitado, le habló de que
habían descubierto parte de una especie de puerta en un lateral del fondo de la
sima.
Carter se dirigió a su colaborador más cercano, un excelente arqueólogo
y antropólogo de nombre José Luis Arteaga.
─ José, debemos proteger esta entrada
para que nadie que no seamos nosotros se acerque por aquí. Intuyo que esta
puerta nos puede llevar a una tumba no hollada con anterioridad.
─ Pues lo mejor será preparar una escalera de
acceso por el lateral de la sima y después excavar. Tendremos que pedir permiso
para que el acceso superior esté impedido con una verja con cerrojo y además se
nos ponga una vigilancia ─ respondió Arteaga, atusándose el largo cabello que
le distinguía.
Ambos se sentían excitados por el potencial
descubrimiento; hasta entonces, lo poco que se había descubierto ya había sido
precedido por ladrones y no había quedado ningún resto de interés; gracias al
hundimiento de la sima, aquello era realmente prometedor.
Los preparativos les llevaron tres semanas más
y Horacio ardía de impaciencia. Por fin llegó el gran día; la prensa ya era
sabedora del descubrimiento, pero no se había formado ningún revuelo al no
haber encontrado nada de interés hasta ese momento. Horacio había contratado a un
fotógrafo de su confianza y los tres se dirigieron a la puerta y comenzaron a
retirar los sellos que habían colocado. Tras cerciorarse de que estaban allí
los tres solos, empezaron a apalancar la puerta para descubrir lo que había
detrás.
Tras iluminar con una linterna, vieron que
aquello tenía aspecto de ser una especie de antesala, no demasiado grande, con
otra puerta al fondo. Lo de mayor tamaño era una especie de mueble sobre el que estaba colocada una pequeña urna o altar de material
plástico con la parte trasera conectada por un cable a una conexión en la pared. José Luis dedujo que aquello podría servir para orar o hacer una
plegaria antes de acceder al interior de la tumba, aunque no descartaba que en
el frontal pudieran verse imágenes. Al lado había una pequeña joya compuesta
por una semiesfera dorada sobre la que había lo que parecía un pulsador.
Aquello debía formar parte del ceremonial; en efecto, Horacio golpeó con la
palma de la mano el pulsador y surgió un sonido alegre que debía servir para
llamar la atención y hacer callar a los asistentes. En la pared del fondo se
veían los restos de un mueble en forma de cuadrícula con restos oxidados de
algo que podrían haber sido llaves, ante el cual quedaban restos de una especie
de silla giratoria, permitiendo el acceso tanto a la urna como al mueble de las
llaves y la joya del pulsador.
─ Horacio, yo diría que esto es una antesala
en la que debería haber un vigilante encargado de permitir o no el acceso a la
propia tumba ─ indicó Arteaga, con gesto displicente.
─ Pues no perdamos tiempo; lo interesante debe
estar tras la puerta del fondo… de momento me siento algo decepcionado.
Entre que el fotógrafo se hinchaba a hacer
fotos, Horacio se acercó a la puerta, que estaba cerrada a cal y canto.
─ Vamos a tener que echarla abajo…
Tras forzar la puerta, segunda decepción: allí
no había más que un pasillo y además el fondo estaba inundado de tierra; todo
indicaba que el terreno se había hundido a partir de ahí, impidiendo el acceso
a lo que hubiera más allá..
Horacio se sintió frustrado; ¡tantas
expectativas y eso era todo!
─ No te preocupes todavía; aquí hay otra
puerta… ─ exclamó José Luis, al ver la cara de su amigo.
─ Sí, ya veo ─ respondió Horacio ─ pero ésta
es mucho más sólida y no creo que la podamos echar abajo como la otra.
Tendremos que hacer un agujero…
Dicho y hecho. Al cabo de no mucho tiempo
habían abierto un hueco a la altura de los ojos para atisbar lo que habría
dentro. Horacio estaba impaciente y acercó su linterna al agujero para iluminar
al menos parcialmente el interior, echando una primera ojeada.
─ ¿Ves algo, Horacio?
─ Sí…
¡cosas maravillosas!... ─ respondió Carter emocionado.
Tras lograr forzar la segunda puerta, pudieron
al fin ver lo que había en lo que parecía ser la Cámara Exterior de la tumba.
En una especie de baldaquino o dosel cubriendo
lo que parecía una Plataforma Ceremonial elástica con espacio suficiente para
dos personas, lo primero que se veía era un esqueleto tumbado boca arriba en
posición horizontal; Horacio no estaba seguro si se trataba del faraón, pues
carecía de una rica ornamentación. “Es posible que el cataclismo haya sido tan
rápido que no haya dado tiempo a terminar la preparación del difunto”, se dijo.
Al pie estaban dispuestas dos babuchas de tela. A los lados de la plataforma
elástica había dos pequeños muebles haciendo juego con el baldaquino; sobre uno
de ellos, en el lado del esqueleto, había un objeto bien conservado con
información escrita; Horacio se estremeció, pues era la primera vez que un
objeto así estaba tan bien conservado que podría ser legible, siempre y cuando
se pudiera interpretar. Al lado había lo que parecía una representación de una
deidad, con un cuerpo de serpiente flexible y una cabeza orientable; Arteaga
objetó que también podría tratarse de un sistema de iluminación debido al cable
que salía de la parte inferior. Al lado se veía una misteriosa joya cubierta
por una cubierta de plástico y de pequeño tamaño; Horacio no tenía
la menor idea de qué se podría tratar; en los bordes aparecían unas teclas. La
tecnología parecía muy avanzada y miniaturizada. Por último, también en aquél
mueble se encontraba un extraño aparato compuesto de dos piezas unidas por un
cable enrollado, cuya función era desconocida para los dos arqueólogos. En el
mueble situado al otro lado de la cama se encontraban objetos muy distintos, y
que parecían ser recipientes que deberían haber contenido líquidos para
libaciones u ofrendas, o bien aceites o perfumes; unos eran rígidos y parecían
joyas, pero otros, los flexibles, eran más feos y estaban arrugados.
─ Creo que en este lado debería estar la Reina,
pues todos estos objetos al final creo que son cosméticos; me pregunto si eran
de uso cotidiano o si, por el contrario, forman parte del rito de
embalsamamiento ─ objetó Arteaga ─ Mira, sobre el mueble está colgado un
Pectoral Ceremonial, aunque también podría tratarse de una prenda íntima de
vestir, dada su forma cóncava, con objeto de embellecer el torso femenino,
sobre todo si la Reina tenía ya cierta edad. Me sorprende no ver en esta sala
ningún sarcófago…
─ Muy agudo, José Luis… ─ respondió Horacio ─ continuemos
observando. ¡Eh, fotógrafo, no olvides que quiero fotos de cada uno de estos
objetos para hacer después la debida clasificación y catalogación!
Al fondo de la sala, en una esquina, había una
gran ánfora que con toda probabilidad debería ser usada para conservar los
órganos internos del difunto, pero estaba vacía.
Lo más impactante estaba al frente; se trataba
de un altar de plástico similar al de la antesala, pero mucho más grande. Su
forma era rectangular y parecía que todo giraba alrededor de este objeto; debía
tratarse de un objeto de veneración. Debajo había espacios sellados para las
ofrendas. Horacio empezaba a sospechar que aquél altar podría tener la parte
frontal iluminada o incluso permitir ver imágenes; se dijo que más adelante lo
investigaría con un científico. Podría también tener relación con el
Comunicador Sagrado que el muerto llevaba sujeto en su mano derecha; el objeto
era de plástico y contenía infinidad de teclas. El resto de objetos, por
primera vez bien conservados a lo largo de la historia, debía tratarse de
objetos ornamentales. En las paredes seguían colgados unos objetos planos y
rectangulares mostrando paisajes, algo diferentes a los que él estaba
acostumbrado a ver; esto podría ser una prueba de su teoría de la catástrofe,
pues la naturaleza no siempre se desarrolla de la misma forma. Aquellas plantas
que aparecían en los paisajes no eran iguales a las que se podían contemplar en
la actualidad.
Al fondo de la sala había otras dos puertas;
una de ellas daba paso a un receptáculo vertical en el que había ropajes que
debían pertenecer al faraón, aunque no eran especialmente llamativos. Sin
embargo, los que debían pertenecer a la Reina, estaban en comparación mucho más
cuidados. Debajo de los ropajes había dos receptáculos grandes abiertos con
unos asideros móviles y que debían servir para llevar objetos personales del
faraón y de la reina. Dentro de ellos, los objetos estaban más deteriorados,
pero había unos pocos bastante reconocibles. A Horacio se le aceleró el corazón
cuando vio unas pequeñas representaciones con personajes, quizás del propio
faraón y de la reina, incluyendo unos niños que podrían muy bien ser de los
príncipes. La calidad de las representaciones era buena, y era asimismo la
primera vez que podía contemplarse con tanta calidad. Al lado había un objeto
negro con una lente, en el que aparecía una simbología que Arteaga copió con
cuidado: se leía C A N O N. “No será
fácil descubrir su significado”, se dijo Horacio, pero todo indicaba que con
aquél objeto podrían realizarse esas representaciones. “Quizás dentro haya más…”,
pensó para sí.
Como ya sospechaba Horacio, la otra puerta
llevaba a la Cámara Interior, a la vista de la cual se le cortó el aliento;
¡era aún más deslumbrante que la Cámara Exterior! Como Horacio ya había
sospechado, allí se encontraba el cuerpo de la reina, esta vez sí dentro de un
sarcófago de color blanco abierto en su parte superior y con una superficie muy
lisa. El esqueleto tenía la cabeza apoyada en el extremo del sarcófago en la
parte que permitía un mejor apoyo para la espalda, todo un detalle para la
Reina, pensó el arqueólogo, pero la postura ceremonial en este caso para su
enterramiento debía ser con la barbilla sobre el pecho. El cuerpo de la reina
llevaba un tocado ceremonial translúcido sobre su cabeza y uno de sus brazos
colgaba por fuera del sarcófago. Por encima de éste, se veía un tejido transparente
para el ulterior embalsamamiento, asimismo del habitual material plástico, en
este caso muy fino y similar al tocado ceremonial; al tocarlo, se empezó a
descomponer dada su finura.
En la pared frente a la difunta, sobresalían
dos extraños objetos dorados que parecían trompetas; una estaba marcada con el
símbolo “C” y la otra con “F”. “Tengo que investigar esto con más profundidad…”,
se dijo Horacio.
A la derecha del sarcófago y pegada a la pared
se distinguía una Urna Sagrada con una tapa giratoria; no se la veía
especialmente ornamentada, por lo que dedujo que su contenido debía ser de poca
importancia. A su lado estaba sujeto a la pared el Pergamino Sagrado, enrollado
sobre un eje. José Luis se sintió frustrado cuando observó que no había nada
escrito sobre él, sino que estaba en blanco.
En una repisa al lado del sarcófago estaban
dispuestos en fila varios objetos que servirían para la preparación del cuerpo
en su viaje final. No destacaban especialmente por su ornamentación.
Entretanto el fotógrafo seguía con su trabajo,
tocó en el hombro a Horacio.
─ Sr. Carter, el objeto identificado como “Canon” en la Cámara anterior me da la
impresión que se trata de una máquina de fotografía, aunque desconozco cómo
funciona.
─ Pues quedas encargado de la investigación y
su posterior catalogación… ─ propuso Horacio con una sibilina sonrisa.
Tanto Carter como Arteaga se sentían
frustrados al constatar que no había ya más Cámaras. Si las hubiera, estaban
completamente taponadas; tomaron la decisión de seguir excavando.
Al volver a la Antecámara, en una esquina
encontraron una especie de cartel; copiando la simbología, lo grabado allí era:
“M O T E L”. Como es lógico, no
tenían ni idea de su significado, pero podría tratarse del nombre original de
la tumba.
Al continuar con las excavaciones, se fueron
descubriendo más tumbas, muy similares a la primera, pero todas ellas habían
sido ya holladas o estaban en lamentables condiciones.
El descubrimiento de la tumba fue muy
celebrado por los medios de comunicación. Carter adquirió gran notoriedad y
junto a su amigo Arteaga estuvieron bastante tiempo dando conferencias. Se
suscitó cierto escepticismo con respecto a las teorías del cataclismo de
Horacio ¡una segunda humanidad anterior a toda la historia conocida y con un
alto nivel cultural y tecnológico! Pese a algunas de las evidencias encontradas
en la tumba, todavía sin catalogar, era algo demasiado increíble para ser
aceptado sin más.
Horacio Carter falleció poco tiempo después
asesinado a manos de uno de sus colaboradores, que fue posteriormente internado en un
manicomio. Este no fue el único caso; el financiero responsable de las
excavaciones murió también al poco tiempo víctima de un cáncer y el fotógrafo
se cayó desde un último piso, se supone que por resbalar al hacer una
fotografía complicada. José Luis Arteaga se libró de estas misteriosas
repercusiones, pero siempre tuvo presente que cualquier día podría ser la
siguiente víctima de la ya conocida como “Maldición
del Faraón”…
KS, 30 julio de 2021
(*) NOTA: el año 1920 N.E. equivale al año de
la era Cristiana 12.029 d.C., asumiendo que en el año 2029 d.C. se produjo el
cataclismo astral mencionado, es decir, 10.000 años antes. A lo largo de esos
diez mil años, hubo primero una extinción masiva (atmósfera irrespirable), una
glaciación de aproximadamente un milenio y un diluvio universal. Con los pocos
supervivientes, surgió poco a poco una nueva civilización, de sorprendente
parecido a la anterior.