viernes, 30 de julio de 2021

Tutankhamon II

 

            Tutankhamon II…   por Kurt Schleicher

  

         ¿Será cierto que se repite la historia? Esta pregunta tiene respuesta cuando el tiempo transcurrido no es muy elevado y tenemos disponibles elementos de comparación, pero, si no es así, no seremos capaces de contestar. Es algo parecido a lo que nos pasa con el Big Bang; parece que hay bastante unanimidad en el entorno científico de que nuestro universo ha nacido de un fenómeno como éste hace trece mil y pico millones de años e incluso podemos “verlo” gracias a la radiación de fondo de microondas o CMB, que viene a ser la prueba de su existencia. La pregunta impertinente que surge inmediatamente es “¿Y qué hubo antes de ese Big Bang?” Es evidente que no lo sabemos, pero una buena respuesta podría ser “Pues otros Big Bangs, en un ciclo repetitivo que no tiene ni principio ni final”, lo cual nos introduce en ese extraño concepto que es la eternidad.

   Pues bien: con la historia ocurre algo parecido. Gracias a evidencias y transmisiones escritas u orales, tenemos una idea relativamente clara de nuestra historia como civilización si nos remontamos hasta los sumerios y a los egipcios, es decir, hace unos cinco mil o como mucho seis mil años, pero más allá nos empezamos a perder. “¿Qué pasó hace doce mil años?”, podría preguntarse alguien con toda la razón, pero sin elementos probatorios nos encontramos con falta de respuestas, aparte de mitos o leyendas. Un ejemplo podría ser el mito de la Atlántida, según cuenta Platón situándolo hace unos once mil años, pero creo que nadie aceptaría ahora mismo que se tratase de historia y no leyenda. Si volvemos a duplicar este tiempo y nos plantamos hace treinta mil años, como mucho podremos deducir que alguien cabal ya existía gracias a las pinturas rupestres como las de Altamira, y además con bastante estilo artístico.

   Todas estas disquisiciones nos llevan a preguntarnos si nuestra civilización es la única que ha existido o si ha habido otra muy anterior. Siempre hemos sido muy orgullosos, dando por hecho que nuestra civilización, nuestra Humanidad, es y ha sido la única a lo largo de toda la historia del mundo. Otro llamativo ejemplo es el de las piedras grabadas de Ica, en Perú, sobre las que ha habido un largo debate en cuanto a su autenticidad. Su descubridor, ya fallecido, el Dr. Cabrera, defendía que existió otra humanidad que llegó a convivir con los dinosaurios (es decir, hace unos sesenta millones de años), basándose en los grabados en algunas de estas piedras (hay un total de once mil en su museo de Ica). Y no sólo eso, sino que el nivel cultural de esa civilización debió ser entonces muy alto, al encontrarnos hasta con representaciones de operaciones de cerebro. Recientemente se ha realizado un estudio por parte del CSIC que cifra la antigüedad de estas piedras grabadas en 99.000 años, es decir que nos movemos en el entorno de los cien mil años, lo que ya nos deja al menos lejos de los dinosaurios. No olvidemos la escala temporal: después de esos cien mil años podrían haber existido 16 civilizaciones como la nuestra y tras los treinta mil de Altamira, quién sabe si pudieran haber surgido hasta cinco civilizaciones como la que conocemos; cierto es que no hemos visto evidencias de nada, si nos olvidamos de las famosas y misteriosas piedras grabadas de Ica. A partir de ahí, sólo podemos usar nuestra imaginación.

Piedras grabadas de Ica. Véase la figura humana en la piedra grande


El Dr. Cabrera enseñando su museo en Ica.

   Imaginemos, pues.

   Horacio Carter se había ganado una bien merecida fama de arqueólogo en aquél año de 1920  N.E. (Nueva Era) (*)  al haber descubierto restos de una civilización anterior que él llamaba Plastiforme, pues había encontrado algunas evidencias sobre un material que en lo poco que había podido deducir se había llamado “plástico” en una época olvidada de la historia. Horacio tenía un aspecto enjuto, moreno y bigote negro a la moda de la época y su carácter se caracterizaba por una tozudez supina. Había llevado a buen término excavaciones en el norte del continente africano, en una zona en la que nadie hasta entonces se había fijado; sin embargo él había descubierto la parte superior de una pirámide que sobresalía del suelo poco más de cinco metros. Sin embargo, para Horacio una pirámide de ese tamaño no tenía sentido, así que decidió excavar alrededor de la base, encontrándose que la tal pequeña pirámide era en realidad mucho mayor. A medida que profundizaba, se dio cuenta que el terreno estaba formado por multitud de capas diversas, algo que encontró asimismo en otras excavaciones. Este hecho le llevó a desarrollar una teoría sobre los ancestros de la historia conocida de la civilización humana, de la que solamente se conocían los últimos cinco milenios; él estaba convencido de que había existido otra humanidad del doble de antigüedad, es decir, hacía 10.000 años aproximadamente. Había encontrado restos que indicaban que en aquél tiempo debió ocurrir una catástrofe a nivel mundial, con toda probabilidad causada por la caída de un cometa o un asteroide, produciendo una extinción masiva y además de forma brusca, impidiendo que quedasen huellas. Tras el impacto del cometa, lo primero que debió ocurrir fue que la atmósfera se llenó de un polvo oscuro irrespirable que ocultó el sol durante largo tiempo. A esto le debió seguir un periodo breve de glaciación de alrededor de un milenio, seguido de un calentamiento de la atmósfera según iba disipándose toda aquella capa en la atmósfera y dejando paso al calor del sol. La consecuencia de todo ello fue que el hielo acumulado sobre toda la superficie terrestre se fue derritiendo con gran rapidez y causó que el nivel de las aguas subiera del orden de 200 m., dependiendo de las zonas. Había leyendas y mitos en diferentes países del mundo mencionando una época antigua en la que una inundación global había borrado de la faz de la Tierra cualquier vestigio de una civilización anterior, de hecho ya desaparecida tras el cataclismo del impacto del cometa y la glaciación de mil años subsiguiente.

    Horacio estaba convencido de que esa civilización había existido y que habría que excavar esos 200 m. para encontrar algún vestigio; él estaba seguro de que deberían haber existido edificios de más de un kilómetro de altura, pero que debido a los cataclismos y terremotos tras el impacto estelar se habrían derrumbado y desaparecido. Bueno, no todos: había una excepción al menos, y era la pirámide que había descubierto y que parecía no tener final. Una masa tan enorme no podría derrumbarse; el problema era averiguar su antigüedad: ¿10.000 años? ¿20.000 años o incluso mucho más? En lo que había visto no existían vestigios de ese material plástico, por lo que deducía que sería mucho más antigua.

   El éxito de un arqueólogo es un muchas ocasiones función de su suerte, y Horacio la tuvo. Tan pronto supo que en una pequeña población se había formado una enorme sima, tragándose un camión de gran tonelaje, Horacio ni se lo pensó; reunió a su equipo y se dirigió hacia aquél lugar. Llegó justo cuando el camión ya había sido apartado con cierta dificultad gracias a una enorme grúa, despejando el camino. Uno de los lugareños, muy excitado, le habló de que habían descubierto parte de una especie de puerta en un lateral del fondo de la sima.

   Carter se dirigió a su colaborador más cercano, un excelente arqueólogo y antropólogo de nombre José Luis Arteaga.

         José, debemos proteger esta entrada para que nadie que no seamos nosotros se acerque por aquí. Intuyo que esta puerta nos puede llevar a una tumba no hollada con anterioridad.

─ Pues lo mejor será preparar una escalera de acceso por el lateral de la sima y después excavar. Tendremos que pedir permiso para que el acceso superior esté impedido con una verja con cerrojo y además se nos ponga una vigilancia ─ respondió Arteaga, atusándose el largo cabello que le distinguía.

Ambos se sentían excitados por el potencial descubrimiento; hasta entonces, lo poco que se había descubierto ya había sido precedido por ladrones y no había quedado ningún resto de interés; gracias al hundimiento de la sima, aquello era realmente prometedor.

Los preparativos les llevaron tres semanas más y Horacio ardía de impaciencia. Por fin llegó el gran día; la prensa ya era sabedora del descubrimiento, pero no se había formado ningún revuelo al no haber encontrado nada de interés hasta ese momento. Horacio había contratado a un fotógrafo de su confianza y los tres se dirigieron a la puerta y comenzaron a retirar los sellos que habían colocado. Tras cerciorarse de que estaban allí los tres solos, empezaron a apalancar la puerta para descubrir lo que había detrás.

Tras iluminar con una linterna, vieron que aquello tenía aspecto de ser una especie de antesala, no demasiado grande, con otra puerta al fondo. Lo de mayor tamaño era una especie de mueble sobre el que estaba colocada una pequeña urna o altar de material plástico con la parte trasera conectada por un cable a una conexión en la pared. José Luis dedujo que aquello podría servir para orar o hacer una plegaria antes de acceder al interior de la tumba, aunque no descartaba que en el frontal pudieran verse imágenes. Al lado había una pequeña joya compuesta por una semiesfera dorada sobre la que había lo que parecía un pulsador. Aquello debía formar parte del ceremonial; en efecto, Horacio golpeó con la palma de la mano el pulsador y surgió un sonido alegre que debía servir para llamar la atención y hacer callar a los asistentes. En la pared del fondo se veían los restos de un mueble en forma de cuadrícula con restos oxidados de algo que podrían haber sido llaves, ante el cual quedaban restos de una especie de silla giratoria, permitiendo el acceso tanto a la urna como al mueble de las llaves y la joya del pulsador.

─ Horacio, yo diría que esto es una antesala en la que debería haber un vigilante encargado de permitir o no el acceso a la propia tumba ─ indicó Arteaga, con gesto displicente.

─ Pues no perdamos tiempo; lo interesante debe estar tras la puerta del fondo… de momento me siento algo decepcionado.

Entre que el fotógrafo se hinchaba a hacer fotos, Horacio se acercó a la puerta, que estaba cerrada a cal y canto.

─ Vamos a tener que echarla abajo…

Tras forzar la puerta, segunda decepción: allí no había más que un pasillo y además el fondo estaba inundado de tierra; todo indicaba que el terreno se había hundido a partir de ahí, impidiendo el acceso a lo que hubiera más allá..

Horacio se sintió frustrado; ¡tantas expectativas y eso era todo!

─ No te preocupes todavía; aquí hay otra puerta… ─ exclamó José Luis, al ver la cara de su amigo.

─ Sí, ya veo ─ respondió Horacio ─ pero ésta es mucho más sólida y no creo que la podamos echar abajo como la otra. Tendremos que hacer un agujero…

Dicho y hecho. Al cabo de no mucho tiempo habían abierto un hueco a la altura de los ojos para atisbar lo que habría dentro. Horacio estaba impaciente y acercó su linterna al agujero para iluminar al menos parcialmente el interior, echando una primera ojeada.

─ ¿Ves algo, Horacio?

 Sí… ¡cosas maravillosas!... ─ respondió Carter emocionado.

Tras lograr forzar la segunda puerta, pudieron al fin ver lo que había en lo que parecía ser la Cámara Exterior de la tumba.

En una especie de baldaquino o dosel cubriendo lo que parecía una Plataforma Ceremonial elástica con espacio suficiente para dos personas, lo primero que se veía era un esqueleto tumbado boca arriba en posición horizontal; Horacio no estaba seguro si se trataba del faraón, pues carecía de una rica ornamentación. “Es posible que el cataclismo haya sido tan rápido que no haya dado tiempo a terminar la preparación del difunto”, se dijo. Al pie estaban dispuestas dos babuchas de tela. A los lados de la plataforma elástica había dos pequeños muebles haciendo juego con el baldaquino; sobre uno de ellos, en el lado del esqueleto, había un objeto bien conservado con información escrita; Horacio se estremeció, pues era la primera vez que un objeto así estaba tan bien conservado que podría ser legible, siempre y cuando se pudiera interpretar. Al lado había lo que parecía una representación de una deidad, con un cuerpo de serpiente flexible y una cabeza orientable; Arteaga objetó que también podría tratarse de un sistema de iluminación debido al cable que salía de la parte inferior. Al lado se veía una misteriosa joya cubierta por una cubierta de plástico y de pequeño tamaño; Horacio no tenía la menor idea de qué se podría tratar; en los bordes aparecían unas teclas. La tecnología parecía muy avanzada y miniaturizada. Por último, también en aquél mueble se encontraba un extraño aparato compuesto de dos piezas unidas por un cable enrollado, cuya función era desconocida para los dos arqueólogos. En el mueble situado al otro lado de la cama se encontraban objetos muy distintos, y que parecían ser recipientes que deberían haber contenido líquidos para libaciones u ofrendas, o bien aceites o perfumes; unos eran rígidos y parecían joyas, pero otros, los flexibles, eran más feos y estaban arrugados.

─ Creo que en este lado debería estar la Reina, pues todos estos objetos al final creo que son cosméticos; me pregunto si eran de uso cotidiano o si, por el contrario, forman parte del rito de embalsamamiento ─ objetó Arteaga ─ Mira, sobre el mueble está colgado un Pectoral Ceremonial, aunque también podría tratarse de una prenda íntima de vestir, dada su forma cóncava, con objeto de embellecer el torso femenino, sobre todo si la Reina tenía ya cierta edad. Me sorprende no ver en esta sala ningún sarcófago…

─ Muy agudo, José Luis… ─ respondió Horacio ─ continuemos observando. ¡Eh, fotógrafo, no olvides que quiero fotos de cada uno de estos objetos para hacer después la debida clasificación y catalogación!

Al fondo de la sala, en una esquina, había una gran ánfora que con toda probabilidad debería ser usada para conservar los órganos internos del difunto, pero estaba vacía.

Lo más impactante estaba al frente; se trataba de un altar de plástico similar al de la antesala, pero mucho más grande. Su forma era rectangular y parecía que todo giraba alrededor de este objeto; debía tratarse de un objeto de veneración. Debajo había espacios sellados para las ofrendas. Horacio empezaba a sospechar que aquél altar podría tener la parte frontal iluminada o incluso permitir ver imágenes; se dijo que más adelante lo investigaría con un científico. Podría también tener relación con el Comunicador Sagrado que el muerto llevaba sujeto en su mano derecha; el objeto era de plástico y contenía infinidad de teclas. El resto de objetos, por primera vez bien conservados a lo largo de la historia, debía tratarse de objetos ornamentales. En las paredes seguían colgados unos objetos planos y rectangulares mostrando paisajes, algo diferentes a los que él estaba acostumbrado a ver; esto podría ser una prueba de su teoría de la catástrofe, pues la naturaleza no siempre se desarrolla de la misma forma. Aquellas plantas que aparecían en los paisajes no eran iguales a las que se podían contemplar en la actualidad.

Al fondo de la sala había otras dos puertas; una de ellas daba paso a un receptáculo vertical en el que había ropajes que debían pertenecer al faraón, aunque no eran especialmente llamativos. Sin embargo, los que debían pertenecer a la Reina, estaban en comparación mucho más cuidados. Debajo de los ropajes había dos receptáculos grandes abiertos con unos asideros móviles y que debían servir para llevar objetos personales del faraón y de la reina. Dentro de ellos, los objetos estaban más deteriorados, pero había unos pocos bastante reconocibles. A Horacio se le aceleró el corazón cuando vio unas pequeñas representaciones con personajes, quizás del propio faraón y de la reina, incluyendo unos niños que podrían muy bien ser de los príncipes. La calidad de las representaciones era buena, y era asimismo la primera vez que podía contemplarse con tanta calidad. Al lado había un objeto negro con una lente, en el que aparecía una simbología que Arteaga copió con cuidado: se leía C A N O N. “No será fácil descubrir su significado”, se dijo Horacio, pero todo indicaba que con aquél objeto podrían realizarse esas representaciones. “Quizás dentro haya más…”, pensó para sí.

Como ya sospechaba Horacio, la otra puerta llevaba a la Cámara Interior, a la vista de la cual se le cortó el aliento; ¡era aún más deslumbrante que la Cámara Exterior! Como Horacio ya había sospechado, allí se encontraba el cuerpo de la reina, esta vez sí dentro de un sarcófago de color blanco abierto en su parte superior y con una superficie muy lisa. El esqueleto tenía la cabeza apoyada en el extremo del sarcófago en la parte que permitía un mejor apoyo para la espalda, todo un detalle para la Reina, pensó el arqueólogo, pero la postura ceremonial en este caso para su enterramiento debía ser con la barbilla sobre el pecho. El cuerpo de la reina llevaba un tocado ceremonial translúcido sobre su cabeza y uno de sus brazos colgaba por fuera del sarcófago. Por encima de éste, se veía un tejido transparente para el ulterior embalsamamiento, asimismo del habitual material plástico, en este caso muy fino y similar al tocado ceremonial; al tocarlo, se empezó a descomponer dada su finura.

En la pared frente a la difunta, sobresalían dos extraños objetos dorados que parecían trompetas; una estaba marcada con el símbolo “C” y la otra con “F”. “Tengo que investigar esto con más profundidad…”, se dijo Horacio.

A la derecha del sarcófago y pegada a la pared se distinguía una Urna Sagrada con una tapa giratoria; no se la veía especialmente ornamentada, por lo que dedujo que su contenido debía ser de poca importancia. A su lado estaba sujeto a la pared el Pergamino Sagrado, enrollado sobre un eje. José Luis se sintió frustrado cuando observó que no había nada escrito sobre él, sino que estaba en blanco.

En una repisa al lado del sarcófago estaban dispuestos en fila varios objetos que servirían para la preparación del cuerpo en su viaje final. No destacaban especialmente por su ornamentación.

Entretanto el fotógrafo seguía con su trabajo, tocó en el hombro a Horacio.

─ Sr. Carter, el objeto identificado como “Canon” en la Cámara anterior me da la impresión que se trata de una máquina de fotografía, aunque desconozco cómo funciona.

─ Pues quedas encargado de la investigación y su posterior catalogación… ─ propuso Horacio con una sibilina sonrisa.

Tanto Carter como Arteaga se sentían frustrados al constatar que no había ya más Cámaras. Si las hubiera, estaban completamente taponadas; tomaron la decisión de seguir excavando.

Al volver a la Antecámara, en una esquina encontraron una especie de cartel; copiando la simbología, lo grabado allí era: “M O T E L”. Como es lógico, no tenían ni idea de su significado, pero podría tratarse del nombre original de la tumba.

Al continuar con las excavaciones, se fueron descubriendo más tumbas, muy similares a la primera, pero todas ellas habían sido ya holladas o estaban en lamentables condiciones.

El descubrimiento de la tumba fue muy celebrado por los medios de comunicación. Carter adquirió gran notoriedad y junto a su amigo Arteaga estuvieron bastante tiempo dando conferencias. Se suscitó cierto escepticismo con respecto a las teorías del cataclismo de Horacio ¡una segunda humanidad anterior a toda la historia conocida y con un alto nivel cultural y tecnológico! Pese a algunas de las evidencias encontradas en la tumba, todavía sin catalogar, era algo demasiado increíble para ser aceptado sin más.

Horacio Carter falleció poco tiempo después asesinado a manos de uno de sus colaboradores, que fue posteriormente internado en un manicomio. Este no fue el único caso; el financiero responsable de las excavaciones murió también al poco tiempo víctima de un cáncer y el fotógrafo se cayó desde un último piso, se supone que por resbalar al hacer una fotografía complicada. José Luis Arteaga se libró de estas misteriosas repercusiones, pero siempre tuvo presente que cualquier día podría ser la siguiente víctima de la ya conocida como “Maldición del Faraón”…

                                                                                       KS, 30 julio de 2021

 

(*) NOTA: el año 1920 N.E. equivale al año de la era Cristiana 12.029 d.C., asumiendo que en el año 2029 d.C. se produjo el cataclismo astral mencionado, es decir, 10.000 años antes. A lo largo de esos diez mil años, hubo primero una extinción masiva (atmósfera irrespirable), una glaciación de aproximadamente un milenio y un diluvio universal. Con los pocos supervivientes, surgió poco a poco una nueva civilización, de sorprendente parecido a la anterior.

 

 

 

 

 


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