domingo, 31 de marzo de 2013


Retorno al Ramiro, por Kurt Schleicher

 

 “Si miráis al mundo con los ojos de un niño, probablemente no lo veréis como realmente es, sino como debiera  haber sido”

 

     Supongamos por un momento que fuéramos capaces de retornar desde nuestro presente -el futuro de entonces- a ése “entonces”, al de los años de nuestra niñez, adolescencia y juventud, los años 50 y 60, pero con los conocimientos, la visión y la experiencia acumulada hasta hoy. Sería jugar con ventaja, por lo que es mejor que dejemos a nuestro “yo-niño” que siga pensando como entonces y se haga las mismas preguntas que hoy nos haríamos con lo que sabemos … pero con el asombro que le (nos) causaríamos.

   A lo mejor el título pudiera recordarnos a “Retorno a Brideshead” y podría llegar a tener alguna similitud con esa novela y película, pero la intención no es la misma. Lo que se pretende es hacer una especie de transmutación temporal situándonos de mayores en la época en que fuimos niños y, en particular, rememorar a modo de testimonio nuestro viejo Instituto en el que nos formamos, pero con el criterio de hoy y la visión de entonces... ¿o al revés?  Lo cierto es que el título que había pensado como más apropiado era “Retorno del futuro”, pero recuerda demasiado a la película de  -casi- el mismo nombre y la verdad es que no tiene nada que ver con ella.

   Empecemos entonces por los primeros pasos de nuestra niñez, nuestro aprendizaje y nuestro entorno. ¿Qué factores lo condicionaron? De ahí surgen las primeras preguntas: ¿Quién soy? ¿Cómo soy?, preguntas que sólo se hace uno en la tercera fase de la vida y no en la tierna infancia.

   Habiendo nacido -como todos los de nuestra promoción-  en 1947, en 1953 no me hacía todavía tales preguntas tan filosóficas y además tenía toda la vida por delante; ése fue el año en el que mis padres me matricularon en el Instituto de Enseñanza Media “Ramiro de Maeztu”, por la sencilla razón de que a mi padre le habían dicho que era uno de los mejores colegios, si no el mejor, de Madrid.

  Volvamos a las preguntas:

     ¿Quién soy? Parece una perogrullada, pero en el sentido amplio de su significado no lo es. No se trata de si soy Fulano de Tal y no otro, sino de QUIÉN soy como persona, cuál es mi lugar en este mundo y cómo me ven los demás en contraprestación a cómo me veo yo. He nacido y después “me he hecho” de una cierta manera formando un algo que se supone es un alguien y que responde también al “cómo soy”.  ¿Qué ha podido contribuir en este proceso?. Pues el entorno. ¿Y qué entorno tenía yo cuando era tan pequeño? Bueno, antes de los 5 años la memoria no es capaz todavía de fijar imágenes ni experiencias  y sólo permite recordar pequeños y cortos retazos, especialmente del entorno familiar. Es cierto que algunas imágenes de la calle y pequeños descubrimientos a los 3, 4 y 5 años pueden llegar a quedarse marcados, y alguno recuerdo: el tren pasando bajo un puente cerca de donde vivía, un avión de juguete, … y no mucho más.

   El “cómo soy” responde en gran medida al periodo educacional –el Ramiro de Maeztu-  y al ambiente familiar, sin olvidar el periodo histórico y sus características en el que nos encontrábamos en aquella época. Veamos todo un poco.

  La verdad es que, en cierta forma, soy una consecuencia de la segunda guerra mundial; mis padres eran dos supervivientes que se habían encontrado en un lugar al sur de Alemania que en el año 1945 se encontraba al amparo –por decirlo así- de los americanos, ya que tras la división del destrozado país, aquél sector era el menos dado al revanchismo, si lo comparábamos con las zonas dominadas por rusos y franceses. Tras aparecer en el mundo en 1947, mis primeros años los viví en un ático alquilado, pues los bombardeos indiscriminados habían hecho desaparecer la vivienda que mis abuelos maternos poseían y, como tantos otros, se habían quedado “con lo puesto”. Mi abuelo materno me llegó a conocer (mi abuela ya había muerto antes), pero yo ya no le recuerdo, al fallecer no mucho más tarde de mi nacimiento, quién sabe si por causa de los sufrimientos pasados o la enfermedad que padecía. Viendo aquél entorno y que la familia se había convertido en cosa de tres, mi padre pensó que quedarse en un país así de destrozado no tenía caso y decidió “volver a empezar de cero” en un lugar que, aun habiendo pasado una guerra civil, debería estar más recompuesto tras más de 10 años desde que terminó aquella otra debacle, menos mundial, pero debacle al fin y al cabo: España. Era ahí donde había pasado su juventud y parte de su madurez, hasta que los hados del destino le habían llevado al lugar equivocado en el momento equivocado: Alemania, en 1939, escapando del otro país también roto en aquél año tras la fratricida guerra civil. Pero España no estaba ni mucho menos floreciente, como él había pensado; no había contado con la velocidad de crecimiento, parámetro en el que España no brillaba precisamente, siendo adelantada por Alemania poco tiempo más tarde. Pero eso no lo podía imaginar él; ¡cómo iba a desarrollarse más rápido un país formado por escombros y bajo el odio y la desconfianza del resto del mundo que otro que ya llevaba 10 años de recuperación? Impensable. De forma que siguió la corriente a muchos alemanes que pensaron lo mismo que él desde que terminó la IIGM: largarse a España, que siempre fue un país amigo y acogía a los alemanes sin odios ni revanchismos.

  No había contado con que España se había aislado “voluntariamente” del mundo bajo el nuevo régimen (y que tampoco era muy bien vista –aunque tolerada- por el resto del mundo, todo hay que decirlo, tras mostrar tantas afinidades y colaboraciones  con los “perdedores” en ambas guerras) y que tenía que levantarse con sus propias fuerzas, pese a algún que otro empujoncito gracias al plan Marshall con el que Estados Unidos pretendía ayudar a Europa y mantenerlo fuera de la creciente ola comunista (y de lo que el gobierno español siempre se mostró convencido). Lo malo es que se quedó compuesto y sin novia nada más empezar, por razones político-religiosas asociadas al Movimiento y por una clara falta de habilidad. Así que, al cabo de más de 10 años, que se levante un país exhausto sin ayuda no es fácil, y las articulaciones y el fuelle fallaban todavía. En definitiva, la España de los años 50 era un país estancado o atascado. ¿Por qué los países vecinos empezaron a recuperarse tan rápidamente, pese a que en los comienzos estaban aún lamiéndose las heridas de la guerra? ¿Por qué España se quedó atascada? Pues es probable que precisamente porque el gobierno del país estaba sostenido por dos principios fundamentales, que además estaban estrechamente unidos: la dictadura de Franco y la iglesia católica; no hay más que recordar cómo se le llamó a la guerra civil por los vencedores en 1939: la Cruzada, palabra que ya lo dice todo y nos quiere hacer recordar lo que sucedió mil años antes. Póngase esta situación frente a uno de los requerimientos del plan Marshall, que hubiese libertad de culto oficialmente en el país receptor de las ayudas; evidentemente, al gobierno de entonces le rechinaron los dientes, consultó con el Vaticano y allí se negaron en redondo. ¡Claro! ¡Vaya estupidez! Preguntar al Papa – y más por entonces, en la época preconciliar- si le parecía bien que hubiese libertad de culto es lo mismo que haber preguntado a Franco si le parecía bien que hubiese libertad de partidos políticos en la España de entonces, incluido el comunista. La respuesta era más que evidente. Total: España se quedó sin las ayudas del Plan Marshall y se empantanó. Y Franco debió de pensar que si los de fuera no le ayudaban, que para qué les quería y se aisló todavía más, pese a la coincidencia de intereses políticos de entonces en el sentido de poner freno al comunismo.

  Pues ésta era la situación española a principios de los 50, y era evidente que un niño de cinco años como yo estaba muy lejos de entender nada de todo aquello…¡ni siquiera los mayores eran capaces de ello y si lo fueran, se tenían que callar!  Alzarse contra el señor del bigote y los de la sotana negra era peligrosísimo; no es que no hubiese libertad de movimiento, pero se convivía entonces con unos cuantos tabús que al cabo de los años nos parece mentira que hayan existido. ¡A ver quién era el guapo que tosía a los que mandaban entonces! Eso explica porqué la “Política” entonces se llamaba “Formación del Espíritu Nacional”; lo que se pretendía era forjar ciudadanos en un ideal común, impuesto por decreto. Y eso trascendió a la mayoría de –mejor dicho, todas-  las escuelas por aquellos años.

  Dicho todo esto, se entenderá mejor lo que sigue.

   Mi padre decidió en 1951 dejarnos temporalmente en Italia (mi tía se había casado con un italiano y vivía en un entorno idílico casi en la frontera con Austria, en plenos Alpes Dolomitas y cerca del entorno estilo “Heidi y el abuelito” de los dibujos de la generación posterior a la nuestra), pensando que encontrar trabajo y construir un futuro en el Madrid de entonces no sería difícil, pero por las razones ante-expuestas, la cosa estaba lejos de ser así. El despegue era lento, muy lento, y hasta 1952 la cosa no cuajó mínimamente, tiempo en el que yo fui el típico niño rubito alpino con pantalones de cuero  y no desentonaba en aquél  entorno tirolés.
 
 

         Con mis padres, tíos y primos en el Tirol. El cabezón rubio es el mío; los pantalones de cuero casi ni se ven, pero están.

 Por cierto, por allí también había problemas, pues los afanes de las facciones independentistas tirolesas –“Tirol independiente”- daban mucho que hablar; con la Italia debilitada de entonces, pensaron que era un buen momento para conseguir algo. ¡A río revuelto, ganancia de pescadores! , deben haber pensado. ¡Curiosa la coincidencia con los afanes independistas catalanes 60 años más tarde, por cierto!

   Mis tíos formaba un matrimonio mixto muy curioso (alemana rubia ella y siciliano moreno él, siempre negándose a aprender alemán), lo que me proporcionaba un entorno familiar muy variopinto en aquellos años y la oportunidad de oír otra lengua, el italiano, aunque la realidad es que en el momento que salías de la ciudad e ibas al campo, el alemán dominaba con claridad. Curiosa situación: en el valle se hablaba más el italiano y en las alturas, exclusivamente el alemán. De forma que el idioma debería ser cuestión de altitud, pensaba yo entonces…

     Quizás sea el momento de hacer una reflexión sobre el destino. En alguna ocasión se me ha ocurrido que yo existo en este mundo debido a las dos grandes guerras del siglo XX y a otra más local, la civil española, así como a que Hitler subiese al poder, lo que a su vez también fue una consecuencia de la primera guerra mundial y sus coletazos posteriores. ¿Por qué? Pues porque mi padre aterrizó en la España de los años 30, sobrevivió a los avatares de la guerra civil, se le ocurrió marcharse a Alemania en el 1939 al ver cómo había quedado España entonces, suponiendo que Alemania estaría mejor. Se volvió a repetir después la misma historia, al estallar la II GM en aquél mismo año y encima como alemán en Alemania: sobrevivir de nuevo y aparecer en 1945 en un país también destrozado.  Juntando esta historia con el decreto hitleriano (anterior a la II GM) relativo a que todo pensionista que estuviese viviendo fuera de Alemania perdería toda su pensión, mi abuelo materno se vio forzado a volver de Italia, donde se recuperaba de una enfermedad respiratoria, y retornar enfermo a un país en plena guerra, acompañado por su otra hija, mi madre, quien le cuidaba.  Del encuentro de las dos personas causantes de mi existencia tras todas estas circunstancias, surgí yo. ¿Se lo tengo que agradecer a Hitler? Pues la pregunta tiene su aquél, pero tanto como “agradecer” parece un poco fuerte. Lo que sí debe ser cierto es que la propia vida de uno y su entorno se conforma a partir de los hechos de la historia y sus consecuencias y además tiene mucho que ver en cómo evolucionamos y cómo somos; no todo es innato y debido a los genes.

 

  Llegó el momento en que mi padre ya se hartó de la separación, nos sacó del aquél encantador entorno del Tirol y nos llamó para ir a Madrid con él. Otra vez casi con lo puesto, claro. Y allí nos dirigimos mi madre y yo, recién cumplidos los 5 tiernos años.


  Mi padre

 

  Pues aquél Madrid era bien diferente: no había ni Heidis, ni Pedros (bueno, Pedros muchos, pero con una pinta bien distinta), ni pantalones tiroleses. Recuerdo  que estuvimos viviendo unos pocos meses de realquilados hasta que encontramos un pequeño pisito cerca del Retiro –afortunadamente con terraza- en el que cabíamos muy justitos los tres miembros de la familia, hasta el punto que me pasé toda mi infancia – y juventud- durmiendo en el salón en el sofá-cama. A todo hay que acostumbrarse, y aquello tampoco era tan malo: tenía la radio cerca y, años más tarde, el televisor…

  Mis recuerdos de “cuando tenía 6 años” son bastante difusos y se componen de retazos. Por ejemplo, cuando aprendí a montar en bicicleta, haciéndome un asiduo del alquiler de bicis en el Retiro, donde, por cierto, aún se conserva al menos una de las dos chozas en las que se guardaban, habiéndose convertido en “punto de información” del memorial a los fallecidos por el ataque terrorista de Atocha en 2004 y que hoy se llama “el Bosque del Recuerdo”.

 


  Ex choza de alquiler de bicis

 

 ¡Quién iba a pensar entonces que una choza de alquiler de bicicletas se convertiría en memorial de un acto terrorista masivo en pleno Madrid a poco de comenzar el nuevo siglo! En los años 50 lo que había era miedo de que las grandes potencias agarraran sus bombas atómicas y la armasen de nuevo, llevándose de paso por delante a todos los demás. Pero que unas facciones terroristas, islámicas o independentistas, condicionasen y amenazasen al mundo, era inimaginable. Si me lo hubieran contado de niño, hubiese pensado que volvíamos a los tiempos de la Reconquista y las Cruzadas.

  Otros retazos de la memoria es el ambiente del Rastro en Madrid, pobre pero alegre, lleno de mil y un cacharros, gente vocinglera, niños como yo pero mucho más morenos y con pantalones de pana y no de cuero. Y la tortilla de patatas; aún recuerdo su olor y lo que me gustaba; es curioso que ha permanecido inalterable y gloriosa al cabo de tantos años, y lo que le queda…

    Y la ciudad llena de tranvías renqueantes y coches con grandes aletas y faros redondos ¡Vaya cambio! Como el susto que se llevaron mis padres cuando en plena plaza de Callao crucé la calle inopinadamente y se me llevó por delante unos de aquellos monstruos negros de aletas y faros, evento del que salí ileso, pero con la experiencia en carne propia de que aquello no eran los Alpes Dolomitas, donde a lo sumo te tropezabas con una vaca. Problemas del tráfico…¡quién iba a pensar el desarrollo que iba a alcanzar más tarde! Para mis infantiles ojos, había demasiados coches y no se podía andar tranquilo.

 


  En la Gran Vía, 1953.

 

  A partir de los 6 años, los retazos de la memoria empiezan a desarrollarse y van tomando forma. Vas a la escuela, al Ramiro, conoces otro mundo, conoces a compañeros, los “otros”, que son tan pequeños como tú.

   Ya empiezo a tener consciencia de que soy  ”alguien” distinto a mis otros colegas, a la vez que comienzo a identificar mi “yo”. Ya hay alguien que parece que cuida de mí, aparte de mis padres, pero a la vez parece que lo hace con otros cuantos niños también. Hay que repartir. Y además me paso el día aprendiendo y también alguna vez jugando con otros. Pues qué bien. Nuestra maestra se llama “señora María Luisa” y era como una segunda mamá a compartir con los demás; como era más bien bajita y de más edad, me parecía  como una abuelita, ya que yo nunca conocí a la mía.

 De repente me empiezo a preguntar ya no solamente quién soy, sino cómo soy, en comparación a los demás. Primero me doy cuenta que soy muy rubio y casi todos los demás son morenos, o sea, soy un poco “distinto”. Y también te empiezas a preguntar si eres mejor o no tan bueno como el que tienes al lado, pues parece que la maestra le hace más caso y pone mejores caras a los que dice que lo hacen “bien”. ¡No me estaba dando cuenta que estaba dando mis primeros escarceos con la competitividad y los atisbos de un futuro carácter! Mis reacciones lo conformarían, pero en aquél año desde luego no había otra cosa que hacer que obedecer a lo que te digan, pues cuando algo no me gustaba de lo que me mandaban, las sensaciones que percibía eran menos placenteras que si obedecía, por lo que al final optas por hacer aquello para lo que te ponían mejor cara y no te castigaban. Era más práctico, pues los castigos siempre era algo que te privaba de poder hacer otra cosa que te gustaba más y encima había que aguantar más decibelios. No valía la pena. Mejor era seguir la corriente.

  La verdad es que no recuerdo cómo aprendí a leer y a escribir, pero me gustaba eso de tener otro medio de comunicación y además indeleble; ahí quedaba escrito lo que quería decir. ¡Qué bien!

  De los primeros tebeos que cayeron en mis manos recuerdo al Super Ratón o el Ratón Atómico. Me gustaba eso de ser pequeño como lo éramos nosotros, pero con más fuerza.

 

   El ratón atómico

 

   Lo que no entendía bien era lo de “atómico”; lo pregunté y me contaron que era algo de mucha potencia, que existía no hace mucho tiempo y que si explotaba era mucho, pero que mucho más gordo que una bombita de las que los niños más mayores tiraban por las calles. Además, estaba de moda, pues sólo un par de meses antes, a finales de 1952, habían hecho explotar una que llamaban  “de hidrógeno” y que era otras muchas, pero que muchas veces más potente que la otra, la atómica.

 


  Imagen de “Ivy Mike”, la primera bomba de hidrógeno

 

   Todo aquello me impactó, pues me imaginaba que si me portaba mal podrían tirarme encima una de esas bombas y ya no quedaría nada, ni el colegio, ni mis padres y ni yo mismo. Me estremecí, pues no tendría ninguna gracia que ahora que había encontrado ya mi “yo”, me lo fueran a quitar de un plumazo. Decididamente, aquello no estaba bien y me dije que la única forma de librarme sería siendo yo mismo un “ratón atómico”, así que el personaje me cayó simpático  y me identifiqué con él.

  Sin darme cuenta, me había tropezado con algo que marcaría aquella época: el poderío nuclear, con dos países muy lejanos que tenían esas bombas y se amenazaban mutuamente, pero sabiendo que si uno empezaba, la cosa también se volvería contra cada uno de ellos. Bueno, al menos así ya no habría guerras… ¡qué equivocado estaba! Los políticos eran como gallos de pelea que presumían de fuerza y no podrían aniquilarse mutuamente, pues bastaba con decir que con las armas atómicas “no se vale” y así podrían seguir guerreando sin peligro.

  La verdad es que oía hablar mucho de todo aquello en la radio, así como con lo de la “guerra fría” (debía ser con algo que no daba calor) y no entendía nada. Pero me dije que eso de lo “atómico” tenía que entenderlo mejor. Tiempo al tiempo; era todavía demasiado  pequeño. Pero ése era el mundo en el que me había tocado vivir, el de la confrontación entre dos grandes bloques, uno detrás del telón de acero del que poco se sabía y los otros, los de delante del telón (¿los espectadores?), que debíamos ser nosotros.

  Recuerdo muy bien la primera radio que habían por entonces en mi casa: era un aparato grande, redondeado, con un altavoz desde el que se sintonizaban noticias o anuncios, como el de “…es el Cola Cao desayuno y merienda ideal…” y que salía a todas horas. Hacía poco que había salido al mercado y era una novedad. ¡Qué interesante! Si  tomaba aquello para desayunar a lo mejor me convertía en el ratón atómico…

 

Nuestra radio

 

   Pero la radio daba otras alegrías. Ya en aquél año de 1953 empezaron dos emisiones que no me podía perder: Diego Valor por las tardes y Pepe Iglesias El Zorro por las noches .

  “Yo soy el Zorro, zorrito, para mayores y pequeñitos…” Y las historias del pobre “finado Fernández”: ¿…y saben cómo quedó …? Y nos comparaba con las tortas más descomunales, igual pero … y no nos lo decía. Finalizaba con un: “…¿Y de qué le sirvió todo eso?...” con la voz aflautada y al borde de la extinción. Muy filosófico.

 

El Zorro

 

¡Qué maravilla aquella radio! ¡Cómo nos hacía disfrutar! Nos reíamos a mansalva después de cenar con “El Zorro”, que lo daban después del “Parte”  (Taa ta ta, la la la la la la láaa en trompeta para llamar la atención) , que era más aburrido, pues siempre hablaban del mismo señor, al que unas veces llamaban “el Caudillo”, otras “el jefe del Estado”, que se dedicaba a inaugurar muchos pantanos y todos le querían mucho. ¡Cuánto bien debía hacer! Gracias a él podíamos beber agua del grifo, sin las restricciones que papá y mamá nos contaban que había antes. ¡Hasta podíamos traer hielo en bloques para la nevera! Aunque era pequeño, alguna vez tenía que ir yo a por él; como era el super ratón, era capaz de llevarlo…Vamos, que todo lo bueno que teníamos era gracias a él…

 ¿Y Diego Valor? Era nuestro héroe (probablemente el único que no era de dibujos animados). En la primera época se limitaba inicialmente al programa de radio (1953-58), del que aún recuerdo perfectamente la impactante música (ta cháaan, brom brom bon bón) que precedía al comienzo. Nos ponía en tensión y se nos erizaba el poco vello de nuestros infantiles brazos. Más tarde, desde 1954 o 55 se pusieron a la venta los tebeos, que devorábamos, aunque sin desmerecer la emisión radiofónica, que iba por delante.

 


  El nº 1, una joya.

 


  La radio tenía una virtud nunca suficientemente ponderada: nos estimulaba la imaginación. Cada unos nos formábamos nuestra PROPIA imagen de Diego, Beatriz Fontana, Portolés (un compañero tiene este apellido y me preguntaba si no sería familia), Hank, Pierre Lafitte, el terrible Mekong, … a través de las ondas. Con la llegada de la televisión, se rompió algo de ese “hechizo” de nuestra imaginación, pues se les daba forma. Un avance indudable, el de la TV, pero que también conllevaba algún inconveniente, “matando” un poco nuestras capacidades inventivas y creativas.

  Dejando aparte las agradables fantasías, España y el Madrid en particular de los años 50 estaba intentando salir de la depresión y cartillas de racionamiento que –según nos contaban nuestros padres- había sido la tónica de los años 40. Es muy curioso pensar lo contentos que estaban con lo poco que tenían (absolutamente lógico mirando a a aquél pasado cercano todavía), y eso nos lo transmitían a nosotros, los niños. Es evidente que tras salir de una guerra, vale cualquier cosa con tal de no volver a caer en lo mismo. El listón estaba muy bajo y los niños de entonces nos formamos automáticamente dentro de un marco estrecho: pocos juguetes, ningún lujo, pocos caprichos, pocas demandas… sencillamente porque no se nos ocurría tampoco otra cosa. ¡Qué felicidad jugar a las chapas, haciendo caminitos desplazando la tierra con las manos! Nos podíamos pasar tiempo y tiempo sin cansarnos. En una ocasión debió tocarnos la pedrea de la lotería y me cayó un pequeño coche al que se le daba cuerda y dirigido a distancia mediante un cable que hacía girar el volante.. ¡Qué maravilla de la técnica! ¡Ya podía conducir como los mayores! Y era nada menos que un Mercedes 300 descapotable, de los que hacían al lado de donde había nacido.

  Reflexionando ahora, desde el futuro de entonces, me doy cuenta que muy posiblemente la prosperidad que hemos vivido y hemos ido alcanzando lentamente en la segunda mitad del siglo XX hasta la crisis que sufrimos en los comienzos del XXI se debe a la actitud de nuestros padres y que ellos nos transmitieron a nosotros. Hasta que, de repente, nos despertamos un día con que nos habíamos acostumbrado. Y lo que queríamos era que nuestros hijos no conocieran el lado amargo de la vida, el de las estrecheces y el de usar la imaginación para salir de la encrucijada. El trabajo, la honradez, la austeridad, la previsión y la generosidad era algo necesario y hasta consustancial para nuestros padres cuando éramos niños y nos lo transmitían. ¿Qué está pasando ahora? Pues que hemos acostumbrado a nuestros sucesores – quizás sin darnos realmente cuenta- a pensar que la honradez es cuestionable, que la austeridad es innecesaria, que la previsión es inútil y que la generosidad basta con usarla a cuentagotas. ¿Consecuencia? Que nos hemos cargado el trabajo, el que estaba al principio de la lista.

  El trabajo se entendía entonces como una oportunidad de progresar, como algo que se abría a un futuro mejor, y nuestros padres se entregaban a ello en condiciones muy difíciles. Han sido una generación que compraba las cosas cuando podían y del nivel que se podían permitir, que no pedían prestado más que por estricta necesidad, que pagaban sus facturas con celo (jamás se les hubiese ocurrido no hacerlo), ahorraban un poco “por si pasaba algo” y gastaban en ropa y lujos lo que la prudencia les dictaba. Y eso es lo que veíamos nosotros, pues nos lo transmitían inconscientemente. Nos bañábamos en ríos cercanos, en el Alberche, disfrutando de tortillas de patata y chorizo, en familiares domingos veraniegos. Así  éramos felices; ir de vacaciones a la costa era todo un lujo entonces.

 


  Veraneo


    Extrapolando, de esa actitud también salió muy posiblemente la fundación de gran parte de las empresas que hoy conocemos, que dan trabajo a la mayoría de los españoles y que ahora van camino de lo contrario.

  Nuestros padres sabían que el esfuerzo tenía recompensa y la honradez formaba parte del patrimonio de cada familia. Se podía ser pobre, pero nunca dejar de ser honrado, cosa que recalaba en nosotros siendo infantes, pero que con el tiempo ha ido perdiendo “valor”. Recuerdo que de pequeño cuando queríamos dar garantías de algo, decíamos “por mi palabra de honor”, aspecto que hoy en día parece ya una antigualla. Será que el “honor” también ha caído en desuso y sólo se le recuerda en algún museo.

  Nosotros, sin embargo, quizás cometimos un par de errores, a la par que la generación intermedia entre nuestros padres y nosotros: primero, “que mis hijos no trabajen tanto como trabajé yo”; así nos cargamos la cultura del esfuerzo y del mérito de un plumazo, convirtiendo el trabajo en algo a evitar, idolatrando de nuevo la antigua picaresca española; será que el Lazarillo de Tormes ha vuelto, renacido y con más bríos. Y segundo error, que “como tenemos unos ahorrillos, hijo, tu gasta, que para eso están tus padres”. Comprensible, pues nos habíamos pasado la infancia con estrecheces que no queríamos se repitieran en nuestros hijos. De esta forma, nuestros “sucesores” empezaron a pensar que el dinero nacía en las cuentas corrientes de sus papás, que daban la impresión de ser inagotables y que los bancos eran unas fuentes infinitas de hipotecas, rehipotecas y contra-rehipotecas. Les evitamos “la cultura de la necesidad”.

 Con estas bases y algunos añadidos más extremos, no es de extrañar que surgiera la generación de los nuevos ricos, la generación de “los pelotazos”, del gasto continuo, de la especulación, de la ingeniería financiera, de la exhibición del derroche, la de lo quiero todo y lo quiero ya y la del “papá dame”.

    Así, los de la nueva generación se volvieron ricos (en apariencia) y hasta se hicieron gastro-horteras. ¿Conocéis a alguien que se atreva a comer hoy un bocata de chorizo? Le corren a gorrazos por paleto. Ahora hay que comer hamburguesas de soja de-construidas al aroma de los almendros al atardecer. ¿Y qué decir del vino? Se pasa del Don Simón con Casera, a los Riojas, los Riberas y al Vega Sicilia de golpe y porrazo. El vino ya no está “bueno”, ahora tiene matices a fruta del bosque, con un retrogusto alcohólico, que adolece de un cierto punto astringente, con demasiada presencia de roble y medianamente afrutado. Esto, por supuesto, a golpe de euros (ya ni nos acordamos de la peseta, pues si recordásemos el factor de compresión al euro, se nos pondrían de punta los pocos pelos que nos quedan).
    A lo mejor hemos contribuido a crear la generación de “endeudarse para demostrar que eres rico”. Increíble, pero cierto.- “¿Sólo debes 500.000 €? Es que eres un cutre. Mira, nosotros debemos ya 2.000.000 y nos están estudiando una operación por otros 2 más”, frase al uso en los nuevos riquillos.


    En Alemania no daban abasto a fabricar Mercedes, Audis y BMW para los españoles. Irrumpió Europa en nuestras vidas y llegó en forma de mega infraestructuras que producían mega comisiones para todos los involucrados. Además llovían las subvenciones, se daban una fortuna por plantar  viñas y luego a los dos años otra fortuna por arrancarlas. Que llegaba un momento que no sabías si tenías que plantar o arrancar.
    Si algún “pirao” decía  que había que parar esto – y más si lo hicieran los del gobierno-, se le lapida y “que no pare la fiesta”. Por supuesto que todos están de acuerdo que esto es imposible que se sostenga sin cambiar los modus operandi, pero “hay que empezar a recortar por el vecino, que lo mío son todo derechos esculpidos en piedra en la sacrosanta Constitución”.

   No sé si hemos tenido mucha o poca culpa en este proceso, pero pienso que henos contribuido a él de forma inconsciente. Ahora ya es algo tarde para nuestra propia generación, pues empezamos a estar todos jubilados; los del 1947 estamos justo ahí, en los 65 años. Si la sociedad que hemos contribuido a formar como “generación bisagra” es incapaz de volver a los valores con los que se construye una sociedad sostenible, nos hundiremos, eso sí, cargados de reivindicaciones y clamores.


   Nuestros padres siempre han supuesto un ejemplo vivo de cordura, honradez y esfuerzo. Y no han sido menos felices que nosotros. Los psiquiatras, de hecho, dicen que al revés, que han sido bastante más, pese a las limitaciones de la época. Debe ser que la sencilla tortilla, el melón fresquito, comprar el sofá cuando se podía, poner las cortinas cosidas por nuestra madre con ayuda de la abuela, trabajar y echarle huevos para emprender (aunque no lo llamaban así entonces) no debía ser mala receta. Y nosotros hemos estado en medio, somos la generación “puente” entre la sensatez y el dispendio.


    Ahora se está preparando un país –España, o lo quede de él tras los afanes independentistas que reverdecen a la sombra de la debilidad o incapacidad gubernamental- que probablemente se convierta en un protectorado chino, donde nuestros nietos serán unos esclavos endeudados y tendrán unas historias legendarias sobre la prosperidad que crearon sus abuelos. ¡Quién nos lo iba a decir en los años 50, cuando China era un país exótico y olvidado y los chinitos unos seres pequeños, inofensivos y graciosillos con sus ojitos rasgados!


   No estaría de más pensar en reconsiderar ciertos valores y retornar del futuro al pasado para aprender ciertas cosas. Las lecciones a veces se aprenden con sudor y lágrimas. No se trata de que cualquier tiempo pasado fue mejor, tópico algo estúpido, sino de desarrollar ciertas capacidades que  -me temo- han quedado dormidas en la siguiente generación, rodeada de “jaujas” por todas partes. Si antes había que reconstruir, ahora nos vemos abocados a tratar de salvar los muebles. Cíclico y penoso.




  Los años 1954 y 1955 pasaron sin que me vengan muchas cosas a la memoria, pues éramos todavía demasiado pequeños. No podíamos intuir ni de lejos que se había constituido la CEE, pero sin España, lo que hacía que aún estuviese más lejos. El país en que vivíamos, del que por entonces tampoco teníamos consciencia, sencillamente era como una isla en medio de un océano desconocido, como los mares ignotos. Nuestro mundo era aquél, y lo que habría fuera nos parecía como si fuese de otro planeta, si es que existía, aunque por lo que decía la radio en el “Parte” nos hacía ver que sí. Pero no sabíamos lo filtradas que nos llegaban todas esas noticias… ¡menos mal que vivíamos aquí, donde todo era maravilloso, sin la polución (palabra que entendería muchísimo más tarde) del exterior!

  Es curioso que en aquél tiempo (1953) empezó a reinar Isabel II en Inglaterra y hoy, en 2013, todavía continúa. Parece que la vida no ha cambiado, y sin embargo, nos ha acompañado desde lejos a lo largo de la misma.

 


     Isabel II … en 1953

 

   Del exterior también me llamó la atención el libro (1953) y la película (1955) “El Mundo del Silencio”, de Jacques Yves Cousteau. Pues no todo era malo viniendo del extranjero: aquello era maravilloso ¡cuántas cosas había en el mar! Era fascinante. Las rayas, las mantas, los tiburones al alcance de la mano… y todo ello gracias a un sencillo invento que transformó la idea de los pesados buzos con trajes de presión pasando a esos gráciles buceadores que se veían en la película. No deja de ser curioso que a grandes rasgos los submarinistas de hoy en día, 60 años más tarde, utilizan lo mismo que por entonces la familia Cousteau.

 


    El mundo del silencio

 

  En aquellos años había un enemigo terrible de los niños como nosotros: la poliomelitis o parálisis infantil. ¡Nos podría ocurrir a cualquiera! Y además el contagio era rapidísimo y la parálisis podría acontecer en pocas horas. Nuestros padres estaban muy preocupados por ello, naturalmente, pero en aquél 1953, un rayo de esperanza nos iluminó: ¡se había descubierto la vacuna! Todavía tuvieron que pasar un par de años, pero finalmente, en 1957, la vacuna ya estuvo disponible y todos nosotros tuvimos que pasar en fila para que nos la dieran. No éramos conscientes de la suerte que habíamos tenido, pues los niños de generaciones anteriores estuvieron mucho más expuestos; a cualquiera le podría haber tocado. Y ya te quedabas sin presente y sin futuro…

 Una noticia nos llegó hasta a los niños, y nos causó admiración: ¡se había coronado por primera vez el Everest en mayo de 1953! Había sido un neozelandés (¿dónde estaría aquél país?),  Edmund Hillary, y su compañero el sherpa Tensing.- Así me enteré que existía un país lejano llamado el Tibet, de donde eran los sherpas, que eran capaces de soportar las condiciones a altas cotas. ¡Algún día tendría que ir por allí! Me contaban que por allá estaba también Shangri-La, un maravilloso lugar lleno de felicidad donde uno se hacía inmortal y no había enfermedades, pero que nadie sabía dónde estaba, aunque se suponía que no estaba lejos del Everest. También nos asustaban con un monstruo semi-humano que debía vivir por allí: el yeti.

    


Hillary y Tensing.                                                                       Y el yeti.
 
 

   Otra cosa que pasó en aquél 1953 fue el lanzamiento de la primera revista Play-Boy, a la vez, pues, que el tebeo de Diego Valor; lo que pasa es que no nos enteramos debido a una cosa oscura y que no entendíamos bien por entonces, claro: se llamaba “Censura”.  Pues la tal Censura tuvo mucho poder, ya que hasta tres años más tarde de que se muriese nuestro Caudillo de los pantanos, en 1978, no se pudo comprar el Play-Boy en España. Nos pilló, pues, un poco tarde, ya que en aquél año ya hacía cuatro que me había casado. En fin, nunca sabremos ya los de nuestra generación el impacto que nos podría haber causado, y menos en nuestros infantiles años de los 50… ¡ni tanto ni tan calvo!

 


Primera portada de Play Boy, que vimos mucho más tarde… y eso que era Marilyn.

 

    En 1954 ya sabíamos leer y escribir y se nos abría el mundo. Ya no era solamente por la radio por la que nos podíamos enterar de qué pasaba en ése mundo, lo que sucedía es que entonces todavía éramos todavía demasiado pequeños y vivíamos lejos de los problemas del mismo.

  A cada uno le impactan diferentes noticias y desde luego, las políticas tenían un nulo atractivo. Se reducían al mismo señor de bigote y sus ministros plenipotenciarios que siempre salían en el radio o en el NO-DO y que siempre decían lo mismo. ¡Qué aburrido! Había un tal señor Martín Artajo (el del Guadalquivir, que está más cerca), que era el ministro de Asuntos Exteriores, pero que nunca soltaba prenda; debía de ser porque eran “exteriores” y esos asuntos no eran de nuestra competencia.  De los demás, solamente recuerdo al del Aire, un general llamado Gallarza, que tenía muchos aviones.  Mucho más tarde, en 1957, recuerdo al sucesor del primero, muy repeinado él, Castiella, que salía en todos los NO-DO´s y seguía sin decir nada. Al que se veía mucho era al señor Solís, delegado de una cosa que se llamaban Sindicatos, muy moreno y calvo, que pasó a ser después Ministro del Movimiento (¿qué sería eso?). Y nos hablaba de una cosa misteriosa que era el sindicato vertical; yo me imaginaba que es que había que mirarlo de canto.  En fin, pese a eso, ¡qué invento el del NO-DO! Un poco fastidioso, pues te lo ponían siempre antes de empezar la película, de forma que cuando terminaba –menos mal que solamente duraba unos diez o quince minutos- ya ¡por fin! empezaba aquélla. A veces tras el NODO se volvían a dar las luces y aparecía el consabido “Descanso-visite nuestro bar”, y otra vez se postergaba el dulce comienzo del cine.

 

Solís Ruiz     
 
 
  Castiella

 

  Bueno, a veces el NO-DO nos traía cosas más interesantes, como por ejemplo que se había botado el primer submarino atómico (¡otra vez lo de atómico!), el Nautilus. ¡El mismo nombre que el de la película “20000 leguas de viaje submarino”! O sea, que lo de atómico ya valía para algo más que bombas. Tenía buena pinta, entonces. Y el protagonista de esa película –Kirk Douglas- era rubio como yo, de forma que ya se me fueron quitando los complejos de no ser moreno… Más tarde, como veremos en 1958, el mismo submarino hizo la machada de atravesar el polo Norte por debajo… y todo eso gracias a lo “atómico” que era. Seguía sin entenderlo…

  


 El Nautilus de verdad y el de ficción, en uno de mis dibujos.

 


   ¡Qué hubiera sido de nosotros sin el cine! Además, tuvimos la suerte de vivirlo en una época que los buenos eran siempre muy buenos y los malos muy malos, de forma que no había dudas, no como 60 años más tarde en que ya no sabemos distinguirlos. Las cosas eran más sencillas: los buenos sólo mataban en defensa propia y los malos lo hacían a traición. Y los padres estaban casados y tenían que estar juntos toda la vida, si no, ¿qué sería de nosotros? En fin, era impensable que se pudieran llegar a separar. Y cuando uno de los actores, casado, se metía en líos con otra señorita, pues no nos lo dejaban ver, ya que le ponían una cosa llamada 3 o 3R que nos impedía enterarnos. ¡Otra vez la señora oscura ésa, la Censura!  No deja de tener una triste gracia que precisamente a finales de 1955, se mató en accidente con un coche que a mí me gustaba mucho –el Porsche- el actor James Dean, al que no veríamos hasta muchos años más tarde, por culpa de nuevo de la señora ésa. O sea, que ni nos enteramos.

 


James Dean y el Porsche 550 Spyder

 

  A finales también de 1955, sale en el NO-DO a bombo y platillo que ya somos parte de una organización a nivel mundial, la ONU, o la UNO, como se empeñaban en denominarla los guiris. Hasta ése momento, los españoles hacíamos el consabido chiste: “pues si por ahí, en el exterior, tienen la UNO, nosotros tenemos DOS” Pues ya no; ya éramos parte del mismo grupo.

   Bueno, ¿y ahora qué? Tan aislados hasta ese momento y cuando tenemos el primer contacto, era para a lo mejor participar en una guerra que no fuese nuestra o contra nosotros. En fin, también se daba el caso contrario, si alguien nos atacaba, “se suponía” que nos echarían una mano. ¿O no?

 

  1956, ocho años. Con esa edad, ya estábamos más espabilados, bueno, todo lo espabilados que podíamos estar, por supuesto, pero ya los recuerdos empiezan a fijarse algo más en la mente. Los personajes del entorno cercano, en el Ramiro, eran el terrible Chupito (que luego de terrible no tenía nada) y el Pipero. Entrañables. Y teníamos que desfilar – ¡y lo que lo haríamos en los siguientes años! (así nos pillaba entrenados para la mili). Ya no teníamos a doña María Luisa, sino que ya llevábamos dos años con nuestro “maestro para todo”, D. Luis Muños Cobos. Ya no era una madre como la anterior, sino que era nuestro profesor, para lo bueno… y lo no tan bueno, cuando castigaba. Le teníamos que tener un  respeto sencillamente por eso, porque era nuestro profesor, el que nos enseñaba y nos exigía. Y si no lo hacíamos bien, pasábamos del A al B. A mí se me erizaba el vello de puro miedo de imaginar que  un día me presentara en casa y le tuviera que decir a mi padre que me habían bajado de clase. ¡Madre mía del amor hermoso! Impensable. Así que, a estudiar, lo que tampoco era tan malo, ya que te enterabas de muchas cosas.  Y el profesor no era un compañero, desde luego que no; ¡no podría ni  imaginarme lo que hubiese pasado si a nuestros 8 añitos nos hubiésemos subido a sus barbas – bueno, a su bigote, que lo tenía bien frondoso!

  Recuerdo asimismo a la señora Morales, que nos enseñaba no sólo francés, sino también modales (Morales<>modales à predestinada). Toda una señora, como las que salían en las películas antiguas.

  Cuando se tienen esos años, ya surgen las primeras aficiones. La primera fue leer, pues sumergirse en los relatos que te contaban en las novelas era maravilloso. Te hacías en tu mente la composición de tu propio mundo y ya no había que estar siempre dependiente de la radio. Se nos abría el mundo de la imaginación.

 


     En aquellos años había unos libros que mezclaban el tebeo con la “letra”, los de la colección “Historias”, de los que aún guardo alguno. Julio Verne era mi favorito, aunque no desdeñaba las novelillas de Guillermo el travieso. Como del hilo se pasa al ovillo, lo que más me llamaba la atención eran los aviones; todo lo que tenía que ver con eso lo devoraba. Y los dibujaba sin descanso, desde todos los ángulos. ¡Me había enamorado de los aviones!

 

en la Prepa…

 


  … y más tarde,  1962

 

O con plumilla en 1963:
 

 


    Pero tampoco olvidaba aquello de lo “atómico”, que, como no lo entendía, empecé a devorar también las novelas de ciencia-ficción, entonces de la colección “Espacio” la mayoría de ellas. Menos mal que había una librería cerca de casa donde podía cambiarlas; cada semana cambiaba siete, a razón, pues, de una por día. Tan grave fué esa “adicción”, que en mi casa me empecé a sentir perseguido y tuve que “diversificar”: primero estudiar, luego leer, después jugar si me quedaba tiempo, luego radio –Diego Valor y Zorro-  y a la cama. Algún día extraordinario podía ir al cine, ya que afortunadamente tenía varios en mi entorno cercano, uno justamente enfrente. Qué pena. Ya no queda ni uno. Los han matado a todos.

 


  Colección “Espacio”, lectura diaria.

 

   En esos años, probablemente influído por el cine y las novelas, te empiezas a fijar en la chicas, en las “del otro sexo” y que no teníamos “a mano” en nuestras clases. Hoy en día, el Ramiro de Maeztu es mixto… y no se ha hundido el mundo. Nunca sabremos ya si ha sido mejor o peor compartir nuestras vidas infantiles exclusivamente con compañeros y no compañeras; en cualquier caso, las prevenciones que había sobre el sexo en los años 50 en España nos ha privado hasta de la oportunidad, en virtud de lo cual, dejando a la madre aparte, las niñas eran un algo desconocido, unos bichos raros, excepto para el que tuviera hermanas. Menos mal que algunos amigos las tenían y las podíamos sentir cerca, pero en muy pocas ocasiones. De mayores se suponía que nos teníamos que casar con ellas, pero eso no nos lo planteábamos: la relación con  ellas debería terminar con un beso en la boca, como en las películas. Y nada más.

   Creo que fue en aquél 1956 cuando nos fuimos a un albergue de verano y pasó lo que tenía que pasar, con tanto cine y tanta novela: se me cruzó la hija de nuestra antigua maestra y me enamoré perdidamente de ella como en las películas. No me daba cuenta que era 10 años mayor que yo; ¡qué importaba!  Es evidente que esos amores tan asimétricos nunca llegan a ninguna parte, pero marcan; hasta pienso que los rasgos de la amada constituyen una impronta indeleble que ya te condiciona de por vida, por los siglos de los siglos…

  Hablando de novelas y romances, en aquél maravilloso 1956 se hizo realidad algo que solamente podía pasar en la ficción: ¡Grace Kelly se había casado con un príncipe!  Eso era señal que “todo podría llegar a ser”. Sólo habría que proponérselo.

 

Boda de Grace Kelly en 1956

 

  Se me ocurre preguntarme que, caso de haber estado en clases mixtas, si estas ensoñaciones se me hubiesen aparecido igualmente. Cuando lo intangible y misterioso deja de serlo, pierde atractivo. ¿Qué hubiera pasado si…? Ya nunca lo sabremos.

   Mirando desde el siglo XXI, descubres que aquél año 1956 un americano, un tal Forrester, patentó la memoria “RAM” de ferrita o de núcleo, que imperaría durante más de 20 años, pero de lo que aquí ni nos enteramos. La memoria ésa consiste en matrices de pequeños anillos o toros cerámico-magnéticos a través de los cuales se enhebraban hilos para escribir o leer información. Cada núcleo representa un “bit” de información. Los núcleos pueden estar polarizados de dos formas diferentes (en sentido horario o antihorario) y los bits almacenados en un núcleo, o son ceros o unos, dependiendo de la dirección de polarizacion del campo magnético del núcleo.. ¡Qué curioso! ¡Lo que se podía hacer jugando con “unos” y “ceros”!  Si nos lo cuentan, no nos lo creemos. Bueno, pues gracias a eso y que la memoria de ferrita no sería sustituida hasta los años 70 por semiconductores, nos pasamos todo el colegio con nuestros plumieres, cuadernos, libros de papel, todo analógico (¿qué sería eso?) y no digital (que debía algo relacionado con los dedos, naturalmente).  La infancia de entonces y la de ahora ya no es la misma y los mayores estamos algo más limitados que nuestros hijos y nietos. Debe de ser como lo de los idiomas: cuando tienes 5 años, aprendes un nuevo idioma en un par de meses y cuando eres mayor, te cuesta años. Hoy, nuestros infantes manejan los “bits” como nosotros el lápiz y los libros entonces. El acceso a información globalizada es sencillísimo; ¡vaya lujo por entonces poder acceder a una enciclopedia! Me pregunto qué habría sido de nosotros si la evolución de la informática se hubiese adelantado, digamos, unos 20 o 40 años. ¿Seríamos más listos? Indudablemente, hubiésemos aprendido muchas cosas mucho antes, lo que incrementaría las oportunidades, pero, ¿hubiésemos sido más felices que lo que fuimos nosotros? Pues igual, ya nunca lo sabremos. Volveremos sobre este tema más adelante…

   De lo poco que se filtraba por la radio, Octubre de 1956 fue muy sonado para un país muy lejano llamado Hungría, que estaba entonces detrás del telón de acero ése, donde imperaban los malvados. Y malos tenían que ser, pues sacaron tanques y se cargaron a medio país que ya estaba harto de stalinismo (Stalin nos sonaba ya, debía de ser algo infernal, innombrable por entonces, sinónimo de Satán).

 


Budapest, 1956

 

 Nunca pensábamos en lo que significa la palabra opresión y si a nosotros nos pasaba algo parecido. No, imposible. Se vivía bien, la delincuencia era algo lejano e infrecuente, la policía funcionaba sin tapujos. Hombre, no podíamos hablar mal del señor del bigote de los pantanos y tampoco podíamos cuestionar a los señores de sotana, pero como tampoco nos enterábamos de si por ahí fuera se vivía mejor, no teníamos elementos de juicio.

    Hasta que empezamos a enterarnos de algo que se llamaba “emigración” y que muchos se iban a Alemania a trabajar y, según decían en las cartas que enviaban, aquello era “Jauja” y se ganaba dinero con mucha más velocidad. A lo mejor nos engañaban…

    En ese mismo mes de Octubre de 1956 se inaugura en Madrid la sede de la Televisión Española en el paseo de la Habana. ¡Hala, a olvidar nuestras queridas radios y a meter al enemigo en casa sin saberlo!. Ya no haría falta imaginar las escenas; nos las darían cocinadas. Ciertamente, aquello tampoco pasó de un día para otro, y se volvió un clásico el ir a los bares a ver televisión. Es evidente; los de los bares y cafeterías amortizaban el inmenso aparato aquél en un plis-plas a base de consumiciones y mayor afluencia de público. El día que había fútbol, se frotaban las manos.

  No recuerdo cuándo, pero un buen día a finales de los 50 o comienzos de los 60 celebramos en casa la llegada del  nuevo miembro de la familia: el televisor. ¡Qué bien! Hasta podíamos saber el tiempo que iba a hacer gracias a un amable señor que salía al final del NODO televisivo que se llamaba Mariano Medina y nos lo contaba. ¡Ése sí que era un profeta!  Ya podíamos ir de excursión sabiendo si teníamos que llevar chubasquero o no.

 


Mariano Medina

 

 

 Y aunque seguía habiendo filtros, gracias a la “pequeña pantalla” ya poníamos algo más en perspectiva lo que pasaba tanto fuera como dentro. ¡Y hasta podíamos ver al señor de bigote cómo inauguraba pantanos y cómo pescaba! Desde luego, era un magnífico pescador. A la vista (¡!) estaba.

 


  Franco y sus piezas

 

   Y en el colegio, en nuestro mundo particular, la vida seguía. D. Luis Muñoz-Cobos nos hacía redactar, pues solamente leer no era suficiente. Aquello me empezó a gustar, pues podía decir cosas sin necesidad de hablar y encima no se las llevaba el viento.  Nos enseñó también lo que es la competitividad, con eso de pasar a las filas delanteras a los que lo hacían mejor. Es evidente que todos queríamos estar en las primeras filas. Es discutible si esto era positivo pedagógicamente, pero no hay duda que  hacía que nos esforzáramos y nos preparaba en cierta forma para le dura vida de mayor. Luego, las clases ya serían por riguroso orden alfabético, y se terminaron los viajecitos para delante y para atrás. Había cosas que me gustaban más y otras menos, tenía que esforzarme, pues si no andaba con ojo, incluso podría bajar de clase. Qué mundo más cruel… Pero nos lo pasábamos muy bien jugando a lo de “Rusia y el caballo 21”. Un día se organizó un desfile con banderas y todo, con nuestros padres por allí cayéndoseles la baba…

  La Preparatoria se terminaba con el nuevo año, el 1957. Tras el verano de aquél año, nos matriculamos todos en Primero de Bachillerato. Eso suponía que ya éramos unos hombrecitos. Ya lo decía la palabra: “Preparatoria” era nuestro primer ciclo, en el que nos preparábamos para algo más serio. Ya las asignaturas se ponían tan sofisticadas que precisaban de un “experto” para cada una, es decir, íbamos a tener varios maestros. Desde luego, un cambio.

  Así conocimos al Sr. Galán, que nos daba Matemáticas, a D. Enrique Navarro, Lengua española y al Sr. Vigueras, que nos daba Geografía con su misteriosa mano de madera siempre en el bolsillo.

   Dibujo, con el sr Palomares y las más de las veces con Dª Helia Escuder, tan elegante ella , que me daba libertad en mi asignatura favorita con “los dibujos inventados”. Yo inventaba avioncitos, por lo que me figuro que más de una vez me habrá dicho eso de “¿es que no sabes pintar otra cosa?... eso sí, de forma muy amable.

 


 Boeing 707

 

 Religión, con el Padre  Gabino

 Formación del Espíritu Nacional (o F.E.N; evidentemente, no podía haberse llamado “Política” en aquellos tiempos), con el “camarada” Paco Giraldo y sus gafas negras.

 Educación Física con el sr. Pepín, siempre chuleta él.

  Nuestros primeros profesores, pues. A todos les teníamos respeto, quizás a unos más y a otros menos, pero es lo que imperaba. Excepto con Giraldo, que ya él se encargaba de dejar muy claro que era nuestro “camarada”  (pero con otras connotaciones), los demás NO eran nuestros camaradas, ni mucho menos coleguillas.

  Tengo que aclarar aquí que yo estaba “dispensado” de asistir a las clases de religión y del F.E.N. por ser protestante y alemán. Sin embargo, lo que sucedió de hecho es que participaba de las clases –era un poco ridículo marcharse un rato corto, ¿a dónde iba a ir?- pero con la ventaja de no tener que examinarme. Esto induce a otra reflexión: atender a las clases sin la presión de los exámenes hacía que estas dos asignaturas me fueran simpáticas. Curioso. Y tenía hasta los libros, de forma que incluso los estudiaba o al menos leía con interés; no quería sentirme “fuera de juego” frente a mis compañeros. En cuanto a la religión, hay que decir que pese a estar en un estado ultra-católico por decreto-ley, en el Ramiro de Maeztu existía la suficiente cordura y espíritu liberal para aceptarme como uno más y no echarme a las tinieblas y al crujir de dientes. Total, en los dos primeros cursos de Bachillerato se estudiaba el Antiguo y el Nuevo Testamento, cosa en la que realmente no se diferenciaban las dos facciones cristianas (o sea, que eso de estar exento entonces, en el fondo resultaba ser una estupidez). Recuerdo que el padre Gabino, con su sempiterna sonrisa, a veces un poco forzada, me acogió sin reservas en sus clases.

  Y aprendimos; el sr Galán era exigente y siempre nos pedía más, pero al final se portó bien. Recuerdo una vez un suspenso en un parcial de matemáticas en el “Diario de Clase” que en mi casa se convirtió en una tragedia… ¡un suspenso! Impensable… y la consabida zurra paterna. Hoy en día a lo mejor puedes hasta denunciar a tu padre por malos tratos; esos pensamientos no cabían entonces. Así que, callar, aguantar y hacerlo mejor la próxima vez.  Y no pasaba nada, ni le guardo rencor a mi padre, por supuesto. Como la nota final fue un 8, pelillos a la mar…

    El siniestro y temido sr. Vigueras alias “el manco” nos enseñó Geografía española  ¡y qué bien lo hizo!  Muy bien, con su invento de mapas mudos que luego se sorteaban en la clase y había que rellenarlos. Con la memoria fotográfica, que se ejercitaba aquí mucho, las cosas se te “quedaban” mejor; pienso que fue uno de nuestros mejores profesores. ¡Qué invento más bueno!

         
 


       Mapas mudos

 

     Al sr. Navarro le recuerdo menos, pero aprendimos igualmente; como yo ya leía mucho, aquello me ayudó  y no tuve dificultades. Y aún me aficioné más entonces, así como a escribir. Aprendimos, pues.

 

  Al final de aquél 1957, mis amadas novelas de ciencia-ficción empezaban a hacerse realidad: ¡los rusos habían lanzado con éxito el primer satélite artificial – el Sputnik! ¡Caray con los de tras el telón de acero!; a la chita callando, lo habían conseguido. Más triste fue lo de la perrita Laika, que fue la primera víctima del espacio; no en balde, sin duda, pues quién sabe si se evitaron más muertes con su sacrificio. A los niños nos dio mucha pena.

 


  Sputnik I   
 
 Laika

 

  1958: llegamos al segundo curso de bachillerato, con las mismas asignaturas que en el anterior y una más, idioma moderno. Había que elegir; la mayoría elegía francés, tanto es así, que de inglés casi no había nadie. Nos proporcionaron una oferta interesante, y era aprender francés y alemán al mismo tiempo don D. Domingo Sánchez, o sea, aprender dos por el precio de uno. Como mis conocimientos de gramática alemana brillaban por su ausencia dado mi historial, mis padres tuvieron el buen criterio de apuntarme a esta opción. Y bien contento que salí, pues disfrutamos también de la presencia de una ayudante joven, rubia, guapa y simpática ella, Carmina Ortiz. Para mis infantiles ojos, era maravillosa, aunque en mi vida particular me gustaba la hermana de un amigo mío y mi corazón ya estaba “partido”.  ¡Quién sabe si ese fervor enamoradizo se daba por la falta de representantes del otro sexo en nuestro entorno escolar y lo teníamos que buscar en la vecindad! Nunca lo sabremos. Ya no estaba el sr Galán, reemplazado por el sr Navarro, en matemáticas. En Lengua, el sr Herrero. En Geografía (ahora mundial) a la señorita Zamorano, que a medio curso se casó y nos dejó en manos de una profesora que debía ser gallega, pues se llamaba Piñeiro Peleteiro.  En Dibujo, estuvimos con el sr Ayala, un maestro en papiroflexia, por cierto. Y en religión (Nuevo Testamento) y FEN a los mismos del curso pasado.  A mí al menos me pareció un curso más anodino que el anterior, lo recuerdo menos, pese a que ya teníamos todos 11 años; sería porque ya nos sentíamos “veteranos” en el bachillerato.

 ¿Qué noticias nos llegaban a nuestras todavía infantiles mentes en 1958? Pues que los de “delante del telón de acero” habían reaccionado y habían lanzado también  el primer satélite artificial, el Explorer I, y poco más tarde se fundaría la NASA. Empezaba la carrera del espacio, y yo entusiasmado viendo que mis fantasías de las novelas de “Colección Espacio” poco a poco se irían haciendo realidad; ya llegaría el momento que visitaríamos la Luna, luego Marte y después el resto de los planetas. ¿Habría de verdad hombrecillos verdes? En aquellos años (ya en 1955) se estrenó la película “El experimento del Dr. Quatermass”, que recuerdo como si fuese hoy que la ví en el cine Salamanca en aquél año, hoy convertido en tienda. Me causó una gran impresión, pues venía a contarnos los riesgos que suponía volver del espacio y los potenciales contagios asociados. El protagonista se convertía al final en un monstruo, algo así como una ameba gigante.

 


   Película para temblar de miedo

 

    Aparte de miedo, aquello me preocupó; ya no era lo mismo que las ideales aventuras de Diego Valor. Renuncié mentalmente a ser cosmonauta, con lo que ya sólo me interesaban los aviones; tenía también claro que de mayor sería ingeniero aeronáutico y que me dedicaría a construirlos. Está bien que uno ponga objetivos en su vida, de forma que al menos ya sabe por lo que lucha y se esfuerza, ¿verdad?

  Pero los aviones tampoco estaban exentos de riesgo; aquél año se estrelló el avión que llevaba al equipo de fútbol del Manchester y de un plumazo se llevó por delante a casi todo el equipo. Aquello también nos impresionó, pues pensar que nuestros compañeros del Estudiantes se muriesen de golpe en un accidente de ésos, nos ponía los pelos de punta. Me dije a mí mismo que pondría especial cuidado en la seguridad de los aviones en un futuro…

  También me impresionó que el “Nautilus” cruzase el Polo Norte de lado a lado por debajo; ¡qué pasada! Y qué valor, pues si tenían que subir a respirar no iban a poder hacerlo, salvo que rompieran la capa de hielo con ése misterioso poder atómico.

    En otro orden de cosas, España formó parte aquél año del FMI (Fondo Monetario Internacional), noticia que, si la oímos, la olvidamos inmediatamente; nos traía completamente al pairo.

 Lo que no nos dejó indiferentes en absoluto fue la noticia de la muerte del Papa Pío XII, pues tanto su muerte como la elección de su sucesor, Juan XXIII, el Papa Bueno, el del Concilio, el del ecumenismo que nos acercaría a los cristianos, marcó mucho en el Ramiro de Maeztu aquél año… y eso que yo estaba exento.

 

  Y sin darnos cuenta, ya estábamos en el año 1959. Y en tercero de Bachillerato; empezábamos a ser conscientes de que se acercaba la “Reválida de cuarto”, cosa que bien se preocupaban de recordar en casa. El “niño, estudia para ser alguien de provecho en el día de mañana” no ha cambiado mucho en estos años, lo único –si acaso- en el “cómo”. Por aquél entonces lo que nuestros padres ansiaban era que fuésemos ingenieros, médicos, abogados y cosas así. Hoy, en el impensable futuro de entonces, ha cambiado un poco lo que se entiende por “hombre de provecho” y se ha asimilado inconscientemente a “hombre aprovechado”, lo que no es exactamente lo mismo. Pero en fin, lo que subyace en el fondo es que lo que se desea es “ambas cosas”. De todas formas, que les pregunten a los jóvenes lo que decía Pepe Iglesias “el Zorro”: … “Y de qué le sirvió todo eso…?,  cuando terminan la carrera y se encuentran que el mercado no da para más y que el paro juvenil alcanza cotas del 55%. Frustrante. Como el chiste aplicado a los tiempos actuales: 

      -  “Hola Fulano, ¿qué tal estás? Qué, ¿qué ha sido de tu hijo? ¿Qué ha hecho al final?

       - Pues sí, bueno, bien, ha terminado siendo ingeniero; se conoce que no valía para otra cosa…”

      Estaba claro que en el Ramiro nos educaban para ser auténticos hombres de provecho.  Lo otro llegaría alguna generación más tarde, excepto algún adelantadillo avispado poniendo las primeras semillas.

  Volviendo a lo de provecho, en aquél tercer curso se añadió una asignatura nueva, que para ciertas mentes como la mía chocaba un poco: el Latín. Y otra que ya desapareció: la Geografía, lo que tenía cierta lógica: habíamos estudiado primero la española y luego la mundial, mal llamada universal, con lo que sólo nos quedaría la Universal de verdad, añadiendo la Astronomía. Pero a nadie se le ocurrió.

   Y vaya cambio; ¿para qué serviría el Latín? Como no fuese para entender lo que se decía en misa… Cuando pasan los años, te das cuenta que tiene un sentido cultural profundo, pero a los trece años ese argumento debía de ser tan profundo, profundo, que no alcanzábamos a verlo. En fin, a sufrir. Y aquél Sr. Brañas, con su extraño acento gallego, que comenzó a repartir suspensos a diestro y siniestro. Sobre todo siniestro, pensando en nuestros padres, que cuando veían un suspenso se alborotaban mucho. En fin, que el latín debía de ser como la gripe, que había que pasarla sudando.

 También nos encontramos con una nueva asignatura, ésta maravillosa de verdad. Yo al menos disfrutaba de ella, en clase y estudiándola en casa: las Ciencias Naturales, a cargo de Dª María de los Desamparados de Alcedo, alias “la Bichos”. Ni comparación con la aridez del latín… Y encima hacíamos alguna visita al museo que estaba al lado del Ramiro.

 


Dibujo del cuaderno de Ciencias 3ºA

 

  Las Matemáticas, igual que siempre, pero con una nueva cara: la sra Pisón. No recuerdo mucho las clases, pero en fin, debí aprender, pues no se me dieron mal.

 El dibujo esta vez era más lineal y menos artístico, a cargo de un señor ya muy mayor él, Palomares, que me obligó a ser limpito y ordenado en medio de tanta tinta china y borrones. Lo demás era fácil. Se me ocurre que estas clases se verían desde la perspectiva del siglo XXI y su digitalización como algo tremendamente prehistórico; ¿para qué tanta perspectiva óptica o cartesiana si ahora podemos hasta pasar con facilidad al 3D? Los delineantes de entonces ya ni existen. Y hasta se empieza a hablar de las impresoras en 3D que te pone la pieza en tus manos… ¡vaya cambio! Pero entonces era entonces y hoy es hoy, señal que no hay que perder tampoco ripio con el devenir y nuestro entorno & posibilidades. Hay que seguir en la brecha y no quedarnos anquilosados.

  Y los dos sempiternos padre Gabino y Paco Giraldo, pero con alguna novedad:

  Yo seguía asistiendo como “libre” a las clases de religión, pero algo había cambiado: ahora se  trataba de la historia de la Iglesia (católica, apostólica y romana, por cierto). Lo de apostólica me parecía bien, pero lo de católica y romana la verdad es que no lo entendía. Mal empezábamos. Y aún fue a peor: un buen día, se abre el libro por la lección de “la herejía luterana”, protagonizada por un señor de cara gruesa y sanguínea que yo conocía por las referencias de las reuniones con la comunidad evangélica alemana en Madrid de Castellana 6, durante las que se le citaba profusamente, eso sí, como Martin Luther (sin el King). Pues debía de ser el mismo. La palabra “hereje” no la entendía muy bien, pero sonaba a algo demoniaco y muy, pero que muy malo. No olvidaré la perspectiva desde la última fila de la clase (donde estaba por mi apellido), con el padre Gabino mirándome con una leve sonrisa mezcla de pena y de circunstancias y, sobre todo, a mis queridos compañeros mirando con la cara vuelta hacía mí con el ceño fruncido, igual que se mira a una alimaña. No tenían la culpa, claro, pero acababan de descubrir que yo era eso, un miserable hereje, que debía  de ser algo así como un delincuente o peor. Y yo, que me ponía colorado con facilidad, pues no tuve otra opción que abandonar la clase con la cara encendida de color amapola y la vista baja procurando no mirar a nadie; no hizo falta que nadie me echase. Horrible; me sentía estigmatizado. Y la verdad es que nadie tenía la culpa, excepto el libro, por lo que tampoco nadie podía salir en mi defensa. Me sentía como el patito feo. Mirando hacia el pasado, era comprensible, pues, lo de tantas y sangrantes luchas y guerras de religión; lo había sentido en mis carnes, pues no me parecía justo. ¿Quién tendría razón?

     Una vez que desapareció el régimen del inventor de la Cruzada y Gran Maestre de los Pantanos, todo aquello de “hereje” empezó a perder fuerza, afortunadamente, a lo que también contribuyó indudablemente el nueva Papa y su afán ecumenizador. Me cayó bien aquél rollizo y bondadoso Papa – hombre, hasta se le daba un aire al también rollizo Lutero- que contribuyó grandemente a la aceptación de los “no católicos”, cosa que tampoco habíamos elegido.

  Muchos años más tarde, un tal Miguel Delibes escribió una novela, por cierto la póstuma, que trataba precisamente de eso: “El hereje”. ¡Pues ya la podía haber escrito antes! En ella se describe la tremenda persecución de los luteranos españoles por la Inquisición, apoyados por los propios ciudadanos, que disfrutaban viendo cómo ardían en la hoguera, ya que estaban convencidos que éramos algo parecido al demonio o a las brujas. Y no hay que remontarse muy lejos: la última víctima “herética” española fue ahorcada en Valencia en 1826. Menos mal que yo nací más de un siglo después, que si no…

 


  Novela “El hereje”, de Delibes

 

   No puedo por menos que reflexionar sobre el episodio de la muerte del protagonista de esta novela hacia el final de la misma (se especula sobre que Cipriano Salcedo fué un personaje histórico en Valladolid, prototipo del hombre íntegro y de la libertad de conciencia):  el confesor, prácticamente con la antorcha en la mano, le insta a declarar que aceptase que la iglesia era Romana y que en tal caso, se salvaría, a lo que el hombre contestó: “Si la Romana es Apostólica, creo en ella con toda mi alma, padre”. Y le quemaron, naturalmente, porque no se retractó.   A esto también se le puede llamar extremismo; hoy solamente nos queda ya el islámico… Y unas visitas guiadas por las tierras de Valladolid donde tiene lugar la novela. Y la palabra “hereje”, que ya ha desaparecido en la práctica, ha sido sustituida por otra no menos antipática y rechazable: “infiel”. Nada, que hemos vuelto aún más lejos, a la Reconquista, solo que entonces las diferentes comunidades religiosas principales – cristianos, musulmanes y judíos- eran capaces de convivir razonablemente bien. Los reyes y emires eran a los que de vez en cuando les daba por dar trabajo a la soldadesca y se ponían a organizar batallitas, y así por 7 siglos. Pero entretanto, los ciudadanos llegaron a dar ejemplo de lo que significaba la palabra “tolerancia”.  Y hoy, si bien en el mundo que conocemos como “occidental” eso es así (facilitado también por la enorme diversificación religiosa, todo hay que decirlo), en el mundo islámico hasta se ha retrocedido. Cíclico y penoso, de nuevo. ¡Cuánto se podría escribir sobre esto! Y todo por no conceder prioridad a dos conceptos fundamentales: el Respeto y la Tolerancia. Mejor nos hubiese ido en la historia. Sin embargo, tampoco podemos ser tolerantes con la intolerancia; la mala hierba hay que eliminarla para que la otra crezca en paz.

  En fin, ¡no nos quejemos!; en el Ramiro jamás tuve el menor encontronazo; el espíritu era lo suficientemente abierto para que incluso en aquella época y entorno, tan católico, apostólico y romano, la tolerancia y el respeto hacia un luterano fuese algo realmente tangible, por muy “equivocado” que estuviere. Menos mal.

  Hubo otra novedad relacionada con Paco Giraldo: los campamentos de verano en la Fuenfría, cerca de Cercedilla y organizados por la OJE, que sonaba a menos “fuerte” que falangista. El uniforme era verde-gris, aunque entre los “mandos” algunos llevaban el azul oscuro, empezando por Paco Giraldo; era gracioso verle de pantalón corto… Creo que fueron dos veranos de tiendas de campaña y de cantar cancioncillas patrióticas y marchas, como “Montañas Nevadas” y  hasta llegando a extremos tales como “El novio de la Muerte”. Se exaltaba el sacrificio por el camarada, lo que sonaba muy noble y muy limpio, sobre todo a más de 1500 metros de altura. Tampoco teníamos ni idea de lo que estábamos cantando. Era como una “mili” en pequeñito; tenías que fregar tus cubiertos, pues tu mamá no estaba allí para hacerlo como en casa. En fin, algo parecido a los “boy-scouts”, pero a la española. Una experiencia que para unos a lo mejor no fue agradable, pero que para la mayoría a los 13 años  constituyó una novedad de la que después queda un buen recuerdo. Los niños de 2 generaciones posteriores ya me temo que están más resabiados y dudo que acojan aquello con la misma inocencia, pero los de la generación +1 a la nuestra todavía disfrutaron con algo parecido.

 


     El mismo campamento y el mismo Giraldo, pero años más tarde: en 1965.

 

  En 1959 también pasaban cosas fuera del entorno inmediato y que nos llegaban por el “parte” y el “NODO”, unas con mayor profusión de detalles y otras más sesgadas. Por ejemplo, ya en 1959, un tal Fidel Castro que hoy todavía nos suena mucho, a pesar de que está el hombre más “pa llá” que “pa acá”, aparecía en las noticias por terminar con la dictadura de Batista, hecho que seguramente nos llegaría de forma bien distinta: unos barbudos malencarados han asaltado el gobierno de Fulgencio Batista y han logrado (lamentablemente) hacerse con el poder. Y ha permanecido en el poder bastante más tiempo y encima –rara avis-  se ha ido tranquilamente sin que el régimen, que al cabo de los años también ha sufrido sus adaptaciones, haya desaparecido. Pocos años más tarde, con la crisis de los misiles soviéticos, nos daría un buen susto a los del resto del mundo…

  De lo que seguramente ni nos enteramos fue de la masacre que hicieron los chinos con el Tibet, genocidio que empezó ya varios años antes, en 1951, al entrar por allí a saco. Los tibetanos rodearon en aquella ocasión de 1959 al Potala, sede de los Dalai Lama desde muchos siglos antes para proteger a éste, que vivía allí y evitar que lo secuestrasen. Murieron a miles y los chinos destruyeron más de 2000 templos budistas. Como todo eso pasaba tan lejos, nos llegaba ya muy amortiguado, aunque el peregrinaje posterior del Dalai Lama sí que apareció en algún NODO. Para los niños de entonces nos parecía un tanto exótico. Y este problema sigue latente en el presente; no se ha resuelto no siquiera al cabo de más de medio siglo.

   Los rusos seguían teniendo una cierta delantera en toda aquella incipiente aventura del espacio que tanto me interesaba y subyugaba: lograron poner una sonda, la Lunik 2, en la Luna. Ya solo faltaba ver quién era el primero que lograra pisar la Luna con pies humanos…

 


  Lunik II

 

   La casualidad hizo que casi al mismo tiempo que sucedía esto para vergüenza de los americanos, el presidente de los mismos, Dwight D. “Ike” Eisenhower, visitara Madrid en Diciembre de 1959. Aquello fue todo un acontecimiento; como el Ramiro estaba cerca de la avenida de América por la que tendría que pasar, casualmente pude ser testigo de aquella visita. Esa fue la primera –y última- vez que ví a Franco de cerca, nuestro señor de los pantanos y el de los duros y pesetas, de pie junto a un tipo alto y ya algo mayor, con un abrigo negro, saludando a todo el enfervorizado público, que no paraba de gritar jaleando a los dos. ¡Y es que teníamos la primera señal de una apertura oficial al mundo! ¡Venían los americanos, con sus chicles y sus películas!... y se pusieron inmediatamente de moda. Aprovechando el tirón de la visita, un tal Sam Bronston montó unos estudios a lo Hollywood cerca de Madrid, lugar del que salieron películas tan sabrosas como “El Cid”, “La caída del Imperio Romano” o “55 días en Pekín”, gracias a las cuales salían en la prensa Sofía Loren (personaje muy prohibido para los inocentes niños y por eso todavía más deseada) o Charlton Heston alias Moisés  y algunos otros. América se ponía de moda en España y España en América, bueno, esto último un poco menos…

  

   
 

Diciembre 1959: Eisenhower en Madrid

 

Durante aquél tercer curso de Bachillerato, entramos en una nueva década: la de los 60. Los 50 habían quedado atrás, y era curioso que la década anterior terminara precisamente con aquella visita, que supuso el lento despegue de la estancada España de los 50. Y que en esa nueva década empezábamos a entrar también en nuestra propia adolescencia, dejando ya de ser unos niños pequeños.

  ¿Qué otras cosas nos llamaron la atención en 1960 a los niños de entonces? Pues que no sólo se había logrado llegar a la Luna, al menos una máquina terrestre, sino que un tal Auguste Piccard había tocado fondo en la fosa de las Marianas, la más profunda del planeta, en Enero de 1960, gracias a un invento llamado batiscafo.

 

        Batiscafo Trieste  

 
 Auguste Piccard 

 

 ¡Pues ya no quedaba mucho por conquistar! Hillary con la montaña más alta, el Everest, Los rusos la Luna con el Lunik y ahora Piccard con la fosa más profunda. ¿se nos acababan los récords?. Pues no; el radiotelescopio británico de Jodrell Bank lograba contactar por radio con la sonda  Pioneer V, situada ya a más de 600000 kilómetros.  A este paso, lo de Diego Valor estaba cada vez más cerca…

  En Brasil se inauguraba la nueva capital, en medio de la selva: Brasilia. ¡Ésa sí que era una ciudad futurista! Qué diferente a Madrid, donde nos conformábamos con la sosa Torre de Madrid. Empezábamos a saborear un nuevo mundo lejos de nosotros.

  También nos pegamos un susto: los rusos derribaron un avión espía que yo ya tenía bien catalogado y en maqueta, el U2, de un tal Gary Powers, haciendo que la “guerra fría” se calentase bastante y las olvidadas armas atómicas salieron de nuevo a relucir, haciendo que más de uno pensara que estábamos otra vez al borde del apocalipsis, y es que el tal Kruschef parecía un tanto bruto y nos daba miedo.

 


  Gary Powers y el U2

 

  Sin embargo, el apocalipsis o algo parecido no nos llegó por esa vía, sino por un terremoto de nada menos que 9,5 en la escala Richter en Chile, causando más de 2000 muertos. Para los chilenos sí que fue algo cercano al día del Juicio Final. ¡Qué barbaridad!

  Nosotros terminamos felizmente aquél tercer curso de bachillerato, ¡incluso aprobando el Latín, milagro! Empezaban las vacaciones, y con ellas unas nuevas Olimpiadas que ya sí que seguiríamos mejor, las de Roma. ¡Una pena que pocos meses antes falleciese en accidente de aviación el mejor atleta español, Joaquín Blume, en un accidente de aviación! Me impactó y me propuse que de mayor tenía que contribuir a evitar accidentes como aquél.

 Durante aquél verano, se inventó algo que nos ocultaron todo el tiempo posible, pero que al cabo de los años fue muy polémico: ¡se había inventado la píldora anticonceptiva! Bueno, a nosotros por entonces aquello nos traía todavía al fresco, y suponíamos entonces que los niños venían al mundo ya como venían, pero en ningún sitio nos lo dejaban muy claro. ¿Qué habría de malo en ello? Algo debía de haber y tenía que ver con los besos de las películas, que es por donde empezaba el proceso. Bueno, ya lo emularíamos… y en aquél tiempo ya sentíamos algo misterioso que nos atraía de las desnudeces femeninas y nos alteraba el cuerpo. Mis compañeros me contaban que en los confesionarios empezaban a agolparse los que tenían sentimiento de culpa, pues nuestros curas nos lo ponían bastante terrible; yo me libré de ello afortunadamente y tuve que ser autodidacta y aguzar el oído. Debía ser un  problema acumulativo, pues lo que más preocupaba era la cantidad de veces que se había pecado. Yo decidí no preocuparme de ello y callármelo para mí, pese a ciertas dudas con eso del arrepentimiento espontáneo.

 

 1960, cuarto de bachillerato… ¡y Reválida!

 Aquél curso 1960-61 se presentaba con bastantes novedades: volvía a haber Lengua Española, esta vez con un personaje también con gafas oscuras, D Basilio Palacios. Aunque era aparentemente seco en el trato, nos hizo aprender mucho en cuanto a la corrección del estilo literario y “pulir” nuestras ínfulas. Aprendí mucho sin darme cuenta. 

    Otra novedad: Historia de España y Universal, con un matrimonio, ya que nos lo daba alternativamente Dª Utrilla y su marido, el sr Pavía. No supieron entusiasmarme por la Historia, pero aprendimos mucho, a base de meterla con calzador. En esto me temo que seguimos igual o peor al cabo de los años; debe ser que la Historia sólo entusiasma cuando no hay que estudiarla y sí investigarla. Pienso que habría que ir por ahí.

 Y la novedad de oro: la Física y Química, que junto con las ciencias era lo que más me gustaba. Bueno, para ser sincero, la química clásica de las formulaciones era algo tostón, pero en fin, es que iba con el paquete. La Física era atractiva; ambas nos las dio una simpática señorita llamada Trinidad Jolín, que tuvo que soportar muchas “gracias” por su apellido, aunque todas a sus espaldas, claro; el respeto no podía faltar, aunque el profesor fuese más “cercano”, como lo era ella con nosotros.

 Y lo que se repetía: las Matemáticas, con la misma señora Pisón, que no nos despertó más amor por las mismas; había que superarlas y punto. Y lo peor; el Latín de nuevo, con un tal Sr Gimeno, del que no recuerdo absolutamente nada. Será porque la mente es selectiva y hace que lo que no interesa se tienda a olvidar en un cajón oculto de la mente.

 En religión se daba “el dogma católico”, por lo que no aparecí por allí ni un solo minuto; con la experiencia del año anterior había tenido suficiente. Sin embargo, en la clase del FEN, por vez primera sin Giraldo, sí que estuve en múltiples ocasiones, con la ventaja de siempre de no tener que examinarme y aprender “mejor”. La daba un tal sr Cubero, del que recuerdo que no sabíamos nunca hacia donde miraba, dado su estrabismo. “El hombre y la sociedad” ya era algo más interesante que los “dogmas falangistas” de cursos pasados. Ya éramos unos hombrecitos y nos tenían que dar algo más de“cancha”.

 Por vez primera no había dibujo, mi asignatura favorita. Además apareció un señor Benedito con su pito que nos daba clases no puntuables de música; dada mi dureza de oído, aquello quedó relegado al olvido.

  Aquél curso era más denso, especialmente por la amenaza de la Reválida, que sería la primera vez que nos enfrentaríamos en un examen con alguien  al frente que ni nos conocería, es decir, te lo jugabas todo a una carta. Eran las reglas… como todo, tiene sus ventajas e inconvenientes. Ventajas, que tenías que esforzarte aún más; tendrías que saberlo todo y estar seguro, para que la probabilidad de fallar fuera la menor posible. Desventaja: que podías tener mala suerte, tener un día tonto y echarlo todo por la borda. En aquella época no nos lo cuestionábamos: era así y punto. Pero, ¿era justo? Hombre, las propias notas eran un poco así: a partir de un 7 tenías un notable y a partir de un 10 era un sobresaliente. Además, también existía la matrícula de Honor cuando a alguno de 10 se le quería destacar especialmente, y estas matrículas estaban limitadas. Por debajo del 7 tenías un miserable aprobado y por debajo de 5 tenías un aún más miserable suspenso, cosa que realmente se usaba cuando el profesor era consciente de que el alumno realmente lo merecía. Pero, ¿y en los exámenes singulares como la Reválida? Ahí no había más ajuste que la media matemática, pues cada parte del examen tenía su nota y no existía un ente o jurado soberano que dictaminase teniendo en cuenta el historial del alumno. Era comprensible que no se pudieran conceder ajustes de última hora, pues en tal caso podría haber agravios comparativos en función de diferentes grados de “enchufe” específicos, de forma que no había solución. Lo malo era si sacabas un 6,9 y lo terrible si era un 4,9, pues en ambos casos quedabas “marcado” y por muy poco, pues un notable de 7,1 o un aprobado de 5,1 era algo muy distinto.

  Y todo esto se agudizaría en la reválida superior y no digamos en las pruebas de selectividad, entonces llamadas “de madurez”, que determinan el futuro profesional del alumno o incluso le impiden acceder a unos estudios para los que pudiera tener perfecta validez. Volveremos sobre esto…

   

 A finales de 1960, lo único destacable fué la boda de Balduino con la española Fabiola de Mora; ¡anda que no nos dieron la matraca con ello! En mi casa creo que coincidió con el estreno de la televisión como nuevo miembro de la familia. Y como solamente había dos cadenas, pues a soportarlo…

 


  Balduino y Fabiola

 

   Ya en 1961 -nuestro año de la Reválida Elemental como primer reto de enfrentar nuestra sapiencia a un tribunal desconocido- lo primero que salía del mundo en nuestras televisiones fue el debate Nixon – Kennedy para la presidencia y del que salió ganador el segundo.

 


  Debate televisivo Nixon – Kennedy

 

La verdad es que no lo sacaron mucho, por razones obvias; aquello suponía un contraste con nuestro sistema, y yo ya empezaba a preguntarme qué era eso de la Democracia que tanto se empeñaban en ocultarnos.   Y hasta el hecho en sí: ¡qué complicado era eso de les elecciones! Con lo fácil que era en España, donde ya teníamos a nuestro Caudillo (como el jefe indio con más plumas) y no había ninguna necesidad de ponerle a debatir con otro. Encima, ¡aquél lío se repetiría cada 4 años!. ¡Impensable! Si aquí ya llevaba 20 años y todo el mundo contento. Sería que los americanos eran unos tiquismiquis… Lo de la Democracia era algo que pese a la Reválida no lo entendíamos muy bien, al menos en su aplicación práctica en el entorno cercano; bueno, eso quedaría para los de Letras…

 

  Eso era precisamente el dilema que había que resolver entonces.  Antes de matricularte en quinto de bachillerato tenías que tener ABSOLUTAMENTE CLARO si ibas a Ciencias o a Letras; hasta se hicieron tests para ver la aptitud. En mi caso yo no tenía dudas; quería ser ingeniero aeronáutico, lo cual era totalmente incompatible con Letras, y además es que entonces las letras no me atraían, influenciado probablemente por lo del latín, que no quería volver a ver ni en pintura. La verdad es que teníamos libertad de elección y nadie nos pretendía imponer algo contrario… éramos unos buenos demócratas, pues.

  Eso era otro asunto del que no éramos conscientes: el de la libertad. Podíamos elegir, luego éramos libres.  Dentro del orden que marcaban nuestros padres y profesores, naturalmente, cosa que no nos cuestionábamos, pero a partir de aquellos años empezábamos a plantearnos pensamientos más profundos asociados a este concepto tan hermoso.

  Precisamente en Enero de 1961 hubo un hecho que nos hizo comenzar a abrir algo los ojos: a un tal Henrique (con hache) Galvao se le ocurre nada menos que secuestrar un trasatlántico; evidentemente, debería ser un hombre malo que querría robar o pedir un rescate millonario.

 


  Henrique Galvao

 

 Pero no; lo que quería era protestar por las 2 dictaduras ibéricas: la lusitana e incluso por la española. Pero, ¿quién le mandaba hacer eso? Si aquí nadie protestaba; ¿le habría hecho algo Franco? Misterio; ni había matado a nadie de su familia, ni nada parecido… Total, que los niños –bueno, ya no tan niños-  no entendíamos nada. Debía de estar chiflado, ¿o sería un iluminado? En cualquier caso, ahí había algo que no cuadraba del todo, aunque todo el mundo lo asimilaba por lo menos a un pirata y delincuente, a tenor de las informaciones que se recibían. Punto y pelota.

  Algo que conviene destacar de este año 1961 es un hecho que marcará al mundo por varios años: el levantamiento del muro de Berlín, que seguía siendo una ciudad dividida, una parte en el bloque oriental y la otra en el occidental. En el primero, el mundo se había quedado parado y las libertades (¡otra vez!) congeladas, y en el segundo la recuperación continuaba y se aceleraba, sobre todo la económica. Vamos, que cada día el desajuste era mayor, y los buenos alemanes que les había tocado vivir allí finalmente se decidían a abandonar su trullo y marcharse “al otro lado” aunque fuese con lo puesto. La progresión de fugas empezaba a pasar de aritmética a geométrica, y a ciertos dirigentes no se les ocurrió otra cosa para poner fin a esa desbandada que levantar un muro. Pero tan desesperados estaban los germano-orientales que se lo saltaban aunque fuese con pértiga. De forma que se inventaron  “los vopos”, militares con la misión asignada de cazar a los fugitivos como si fuesen conejos. En fin, triste acepción de las “libertades”.  Para mí como alemán, naturalmente, eso me afectaba, no sabía exactamente cómo, pero me decía que mejor estaba aquí, muy lejos de allá…

 


Levantamiento del muro de Berlín

  W. Ulbricht, negando que se fuese a construír

 


 Vamos a por 1962.  Una vez aprobada la Reválida Elemental, el presente de entonces coincidía con momentos de profundos cambios en nosotros mismos, lo cual resulta obvio si pensamos que teníamos entre 14 y 15 años, éramos adolescentes -un poco inocentes si lo comparamos con los “equivalentes” del futuro de entonces, el actual siglo XXI- pero adolescentes al fin y al cabo, bajo el sometimiento a algo que aún no conocíamos entonces:  las hormonas, y destacando entre ellas, la testosterona. Y los cambios se hacían notorios, así como la manera en que mirábamos al entorno, especialmente a las chicas, a las que hasta ese momento nos parecían algo “molesto”; ahora se nos mezclaban los instintos “básicos” con los amores incipientes. Mis compañeros tenían un “alivio” en sus pecados con la confesión (“Cuántas veces, hijo mío?”), pero yo lo tenía más fácil o más íntimo, pues la confesión “protestante” se apoyaba fundamentalmente en el arrepentimiento. Recuerdo que yo hacía esfuerzos por arrepentirme, cosa que ocasionalmente conseguía, pero no siempre;  ¡cada vez lo tenía más difícil, en especial con “ciertos” pecados, con los que no era nada severo conmigo mismo! Además, ya nos metíamos en los cines de “mayores de 16 años” y la vida se nos mostraba a través de las películas de las que bebíamos y aprendíamos. Hay que pensar que lo que se ve hoy en la televisión no tiene NADA, pero que NADA que ver con lo que se veía entonces. Y eso sin contar con internet, naturalmente. ¿Alguien – en especial educadores- se ha puesto a pensar en la diferente estructura emocional de un adolescente con el entorno y las posibilidades de hoy con los existentes entonces en 1962?  No es sólo el aspecto de educación sexual, que no van por ahí los tiros solamente, sino por la accesibilidad a información. Entonces, disponer de una enciclopedia era un lujo asiático, con lo que no había otro remedio que acudir a bibliotecas. ¿Quiere esto decir que lo que nos enseñaban en el Instituto era insuficiente? Pues depende; siendo un estudiante normalito y aprobando, pero con los ojos y la curiosidad cegados, pienso que no lo sería. No basta con ser un “bachiller”; había que dar un cierto salto hacia adelante o verse en la necesidad de enfrentarse al mundo y a la competitividad para sobrevivir, como le pasó a alguno de mis compañeros, que si lee esto ya sabe de qué estoy hablando.

   La verdad es que entonces éramos en cierto modo todavía unos “niños grandes”.

 Volvamos a la Tierra, o mejor dicho, salgamos de ella. En aquél 1962 los americanos ya reaccionaron frente a la delantera rusa en lo espacial; ahí estaba John Glenn dando tres vueltas a la Tierra dentro de su cápsula “Mercury”… Diego Valor ya estaba más cerca, pero mira que tardaba…

 


    John Glenn, Mercury

 


Recuerdo que yo estaba orgulloso de mi compatriota Von Braun y me decía que sería bonito hacer algo parecido cuando fuera más mayor. Pero no todo era que un señor diera vueltas por el espacio; en aquél año se lanzó el “Telstar I”, que revolucionó el mundo de las comunicaciones, pues toda persona, hasta los jóvenes, nos dábamos cuenta de lo que aquello podría significar. El Telstar aparecía hasta en la sopa; recuerdo hasta una melodía con el mismo nombre creada por un conjunto de música electrónica, “Los Relámpagos”, hispánicos ellos. Y nosotros, a soñar…

 Hablando de música, había un programa de radio que llevaba un piloto de Iberia –Angel Álvarez- aficionado a la música “folk” llamado “Vuelo 605”, quien nos traía las novedades de más allá del charco, donde ya se había dado cierta revolución con ése tipo de música en combinación con el “Rock´n Roll” del rey Elvis, que, junto con Joan Báez y Paul Anka (sin desmerecer a nuestro “Dúo Dinámico” que debía de beber en fuentes similares) eran de lo más escuchado en la ondas (y si no, que se lo pregunten a Raúl Matas…).

 


      Angel Alvarez, Vuelo 605

 

Evidentemente, era la música de los “60”, de los que subjetivamente opino que musicalmente no han tenido parangón con ninguna época posterior, al menos hasta ahora, en lo que significa a “revolución”. Un ejemplo –acá del charco- fueron los Beatles, que sacaron su primer disco –“Love me do”- precisamente aquél año, cosa que se le debió de pasar a Angel Álvarez, más pendiente de Simon y Garfunkel con los “Sonidos del Silencio” que al conjunto británico de las melenas.-

  Nuestros “héroes musicales” habían sido hasta entonces Elvis, con sus movimientos que misteriosamente excitaban a las chicas y su tupé, más que los melenudos británicos, que nuestros padres no hacían más que ponerles de ejemplo negativo (muy curioso que el tupé resultase algo aceptable y que las melenas significasen algo así como un “anatema” para nuestros padres). Y sin embargo, bebiendo de aquellas fuentes del folk de los 60, supieron aprovecharlo bien, desde luego. Y el mundo musical cambió a partir de entonces…

   En cualquier caso, creo que a quien habría que haber puesto un monumento por esas fechas es a Mary Quant, con la cantidad de buenos ratos que nos hacía pasar con su sencillo invento: ¡la minifalda!

 


      Mary Quant y la “mini”

 


 Y otra boda muy televisiva: un príncipe español llamado Juan Carlos se casaba en Grecia con una griega que según me decía mi madre, era también medio alemana: una tal Sofía. Me sonaba aquello parecido a las películas de Sissi, de moda entonces…

               


Bodas principescas

 

  Y nosotros, entretanto, en quinto curso de bachillerato. Los profesores:

  Matemáticas con la señora Prida. Un auténtico ejemplo de vocación de educadora. Era soltera y ya bastante mayor (al menos lo parecía con su rostro surcado por mil arrugas), pero con una energía tremenda. Su dedicación a la enseñanza era cercana al 100% y constituía el “leit motiv” de su vida; más tarde me enteré que también daba clases en el “nocturno”. Personalmente, creo que tengo muchísimo que agradecerle; con ella aprendí de veras. Y no solamente en clase, pues al darme cuenta de lo asequible que era, le daba la paliza hasta en la calle con mis dudas  y mis inventos. A ella sí que habría que haberle dedicado un monumento…

  Ciencias Naturales: sr Ybarra. También mayor, nada menos que todo un catedrático, le recuerdo algo menos, pero con él empecé a tener sobresalientes en algo más que con el dibujo y el idioma…

   Química: la srta. Gálvez. Joven, morena y muy guapa, la verdad es que para mí supuso lo mismo que el sodio con el agua…: ¡llamas! Y eso que a mí me gustaba más la Física (hoy creo que lo que siempre me gustó era la frontera entre la una y la otra), pues los moles y las valencias me eran profundamente desagradables. Pero Pilar Gálvez no. Me tuve que enfrentar a aquéllos con todas mis fuerzas, pues no podría permitirme quedar mal ante ella; me iba el honor en ello. Y lo conseguí: saqué un ocho, cosa que hubiera podido quizás superar si no me hubiese dejado llevar por mis ensoñaciones en clase. Un milagro de profesora, capaz pese a su juventud de “domar” a los cuarenta salvajes testosterónicos que éramos nosotros, aunque en mi caso me dio más por la vena romántica.

   Francés y alemán con D. Domingo (¡y Carmina Ortiz, rubia en dura competencia con la anterior!... pero las morenas ganaban; debía de ser algo ancestral en mí…)

   Dibujo: Sr Saúco. Ejemplo de caballero. Sin problemas, claro.

     En  Religión continuaba el sempiterno Padre Gabino, al que ya no me unía ninguna relación, pues la clase versaba sobre la liturgia católica, “prohibido” para mí, naturalmente. Por aquél entonces yo ya estaba asistiendo a unas clases de religión para la “Confirmación” en la Iglesia Evangélica alemana; de otra forma quizás hubiera llegado a ser un zote en esta materia. La verdad es que empezaba a ser muy contestatario con los temas fronterizos entre ambas confesiones – la Virgen María, rezar a los santos, etc.,-  asunto con los que daba la paliza al pastor protestante, tanto, que un día me cortó diciendo que si creía en Dios, ya era más que suficiente (probablemente, para quitarse de encima al pesado que tenía enfrente).  La verdad es que yo no estaba muy satisfecho con tal respuesta y no tuve más remedio que ir a los libros. ¡Qué barbaridad! Situado entre dos profesores, uno católico y otro evangélico, ¡y no poder apoyarme en ninguno! Tuve que hacerme autodidacta en Religión, lo que me ha supuesto alguna ventaja: me he hecho absolutamente tolerante (nada extremista) y ecuménico, incluyendo incluso otras confesiones no cristianas. Si se buscan los puntos comunes, se encuentran; si te fijas solamente en las diferencias, vas de ala (útil término aeronáutico).

  Hablando de estos temas, ayudó mucho que en ése mismo año 1962 se inaugurase el Concilio Vaticano II, por un Papa Roncalli que parecía ir bastante en mi línea (ecuménica) de opinión. Pena que no durase mucho, ya que falleció al año siguiente; pienso que de no ser por ello, otro gallo hubiese (probablemente) cantado. Un Concilio como ése, sin el empuje de alguien como el Papa Bueno, no sería ya lo mismo…

 


Juan XXIII

 

  En Octubre de ése año, estalló una crisis que hasta nos llegó a nosotros haciendo que se nos encogiese el estómago: la de los misiles rusos en Cuba.  Cerca estuvo entonces el profetizado “Fin del mundo”; sería una pena que se nos hubiese terminado el futuro de un plumazo a los 15 años…. Menos mal que se arregló pronto, gracias no sé si a Dios, a Kennedy o a Kruschef. Habrá que preguntar a Fidel Castro.

 


  Localización de misiles rusos en Cuba

 

   Como la dualidad “alemán<>nazi” ha sido algo con lo que siempre me he tenido que enfrentar, injustamente, claro, me impactó que se ajusticiase a Adolf Eichmann; aquello me sirvió como palanca para aclarar cualquier duda al respecto, pues íntimamente lo consideraba justo. El que la hace, la paga.

   Y otra muerte, nada justa en este caso, y que asimismo me impactó por razones bien distintas: que en 1962 se nos suicida Marilyn Monroe, nuestra musa de los hervores eróticos juveniles. ¡No había derecho! ¡Cómo me gustó “La tentación vive arriba”!  Siempre anhelé tener una vecina como ésa en el piso superior y no hacer el imbécil como el inefable protagonista de la película; ya lo decía el Capitán Trueno: “¡Santiago y cierra España !” (y por cierto, nunca entendí eso de “cerrar España” en boca del apóstol; si se refiriera a Franco, lo hubiera entendido mejor). En el caso que nos ocupa, yo hubiera cerrado sencillamente la puerta con Marilyn dentro, lo demás ya sería asunto mío, aunque por entonces no era todavía un experto. Pero el camino se hace andando, ¿verdad?

 


  “La tentación vive arriba”

 

   Entramos en 1963, con sexto de Bachillerato en el curso 62-63. Otra nueva etapa, que ya nos iba pillando más maduros. Y además, se nos acercaba peligrosamente la Reválida Superior, algo así como el paso a “ser hombres”. Posteriormente, el Preuniversitario ya era el comienzo de otra nueva etapa, en la que tendríamos que demostrar nuestras aptitudes para ser universitarios, cosa que nunca, ni en el siglo XXI ni entonces, ha sido justa ni en su concepto ni en su ejecución.

 Empecemos esta vez por los profesores.

 En Matemáticas, nuevamente la sra. Prida, y nuevamente me repito con mi infinito agradecimiento hacia ella. Hizo que me gustaran las Matemáticas (con sus trigonometrías y el cálculo infinitesimal, mucho más divertidos que los de cursos anteriores) y que les buscara las vueltas, y me enseñó. Lo pasé bien en sus clases, cosa extraña con una asignatura como ésta. Saqué un sobresaliente, probablemente como consecuencia de todo ello…

 Lengua y Literatura. Otro profesor para mí “rompedor”: D. Jaime Oliver Asín, corto en estatura (le llamaban “asín” de pequeñito), pero gigante como profesor. Le escribí una semblanza, de forma que no me voy a repetir aquí. Gran hombre como educador, como sabio y como persona.. y hasta me dió un sobresaliente, quizás igualmente por justa correspondencia de simpatía mutua. Pienso que el hecho de que hoy me guste escribir se lo debo en gran parte a él. Y que la corrección en la escritura, saber contar y explicar lo que queremos, describir las emociones con palabras, es algo que después de mayores nunca se valorará suficientemente. Hoy, en nuestro siglo XXI, nuestro futuro de entonces, rodeados de medios informáticos impensables en aquella época, le sacamos mucho jugo a estos medios, pero en contrapartida es posible que nuestra juventud de ahora,  nuestros nietos y antes –quizás- hasta nuestros hijos, no hayan exprimido suficientemente el noble arte de la escritura, en aras de la simplificación del lenguaje informático. Más aún, ya hay formas de escribir dictando al ordenador, que lo hará “correctamente” (¡!!!) mejor que nosotros… ¡Quién se lo hubiera dicho a D. Jaime!

  Hablando de ordenadores, hagamos un inciso y alguna reflexión al respecto.  Leí no hace mucho que se realizó un experimento en Estados Unidos con unos cuantos jóvenes (de los de hoy), y consistía en que se abstuvieran de usar cualquier medio de comunicación digital –tabletas y móviles fundamentalmente- durante un día completo. El resultado fue sorprendente, en el sentido de exceder lo que algunos temían: ¡muy pocos lo soportaron! Igual que el “mono” de la droga; te lo quitan y ya no sabes qué hacer, a la vez que te entra una inquietud insoportable. Un argentino llegó a decir “que se sentía como muerto”. Sorprendente y difícil de entender para nosotros, los de la generación de los 60/70 años, que hemos podido vivir sin nada de eso y no nos lo planteábamos siquiera (aunque hoy algo se nos va contagiando). Es como el fumar; una cosa es que te guste fumar algún pitillo y otra que no puedas prescindir de él, o sea, dependencia pura y dura.

  Tampoco te puedes inclinar descaradamente al lado contrario; sería estúpido remar contra corriente o prescindir de adelantos, como la electricidad, por poner un ejemplo tonto (aunque hay quien lo hace, como la comunidad de los Amish en Estados Unidos).

 Entonces, ¿qué está pasando? Hay psicólogos que alertan “¡apagad los móviles y empezad a vivir!” ¿No será que se ha desarrollado una incapacidad nueva en nuestros jóvenes en el sentido que ya no saben vivir solos, sea física o virtualmente, ni un solo momento? Y rizando el rizo: ¿no podría degenerar esto en que la preferencia final sea anteponer la compañía del PC (con sus cientos de contactos) al de la familia o los amigos de carne y hueso?  No suena descabellado que esto pudiera estar pasando.  Según otra encuesta, los jóvenes en 2012 habían duplicado la cantidad de mensajes en media en 5 años, desde 2007, llegando a casi ¡4000 mensajes al mes! en la actualidad. ¿Estarán pagando algo por ello? Pues seguramente que sí; el cerebro se “amolda” a la nueva situación y reclama “acción” si no se le da. Más aún: en otro experimento se midió la actividad cerebral y su localización en dos grupos diferentes: uno “virgen de influencias informáticas” (llamémosle grupo analógico)  y otro de habituales digitales. Pues la actividad cerebral en la corteza cerebral dorso-lateral de los digitales se activó muchísimo más que en los otros, donde era casi inexistente. Pero no se acaba ahí: tras entrenarse éstos durante 5 días, se pusieron a la par. Curioso, ¿verdad? Muestra la flexibilidad de nuestro cerebro… y que los de nuestra generación no tienen por qué quedarse atrás, aunque les cueste algún tiempo. Pero no olvidemos que también existen consecuencias no deseables que coartarían nuestra forma de vida, la harían más dependiente y en cierta forma nos limitarían en nuestro libre albedrío. En los niños se observó que largas horas ante el PC reducía su capacidad de concentración;  para mí, esto es debatible, pero ahí está. Se han dado casos:

   Internet engancha, de eso no hay duda; la pregunta del millón sería más bien “cuánto” o “en qué medida”. Sobrepasado cierto umbral de “normalidad”, ya se han registrado casos extremos, hasta graves, como el de un joven que ingresó en un centro de salud por serle imposible abandonar su i-phone durante las 24 horas del día ¡y de la noche!.

Una investigación en Corea del Sur (país en el que se han empezado a preocupar de este tema), se verificó que la adicción a internet se vinculó a un encogimiento de entre un 10% y un 20% de la zona neuronal responsable del lenguaje, la memoria, el control motor y hasta de las emociones. ¡Madre mía del Amor Hermoso! ¡Qué diría  D. Jaime Oliver si estuviese hoy con nosotros y se enterase de esto!

 La otra pregunta del millón es que si esa potencial reducción del 10 al 20% se compensara con otras indudables ventajas, ya que también se desarrollan nuevas habilidades, pues el encogimiento de aquellas zonas se compensa ampliamente también con la creación de nuevas cantidades ingentes de conexiones neuronales que hacen que nuestras reacciones a estímulos sean más rápidas, que tamicemos mejor ingentes cantidades de información (somos capaces de “digerirlas” mejor) e incluso se desarrollan algunas formas de atención nuevas. Será así, pero que no ignoremos tampoco la parte “oscura” de este fenómeno. No deja de ser un riesgo no anticipado, pues la siguiente generación y con mucho mayor motivo la siguiente, todavía no han llegado a una época en su vida que lo puedan constatar. En fin, será cosa de la evolución darwiniana… ¿se estará alumbrando a un nuevo “homo digitalis”, en especial si lo comparamos con nosotros?

 

  Volviendo de nuevo tras este largo inciso a los profesores de sexto curso: en Física, tuvimos a un tal sr. Sánchez del que solamente me suenan sus cejas. Lamento no recordar mucho más, y eso que siempre me gustó esa asignatura.

 Filosofía: D. Manuel Mindán Manero, catedrático y sacerdote, tengo la impresión que por carácter más lo primero que lo segundo. No parecía un “cura de religión”, con su perfil aguileño. Otra asignatura, acorde con nuestra “madurez”, y así lo reconocí, probablemente años más tarde, en los que encuentras realmente hasta placer buceando en la la Filosofía (igual que con la Historia).. Un lujo de profesor, desde luego.

 Y otra asignatura nueva e interesante, por mucho que no supiéramos valorarla como tal entonces: la Historia del Arte, con Dª Julia López Gómez. Nos impartió correctamente la asignatura, nos hizo trabajar y nos hizo también aprender Arte. Recuerdo un trabajo sobre Goya, que todavía conservo. Buena profesora, pese a que su dominio era más la Geografía.

  Y el último año en Educación Física, de la que nunca he hablado antes porque para mí no era una asignatura. Sin embargo, en aquél año, quizás por estar casi en la plenitud de facultades físicas, me hizo sentir aprecio por el gimnasio y los saltos de aparatos. No era tan fino como otros especialistas en la materia (yo era más bien “suicida”), ya que me imponía muchos retos. Lo recuerdo con agrado, pues tuve suerte y no me rompí ningún hueso, pese a algún notable trompazo.

  Y la temida Reválida, que en esta ocasión me causó cierta pena, pues por dos décimas no conseguí el sobresaliente, cuando en la anterior me había apuntado al aprobado. De todas formas, es mejor mejorar que no al revés, ¿verdad?

  ¿Qué me impactó más en aquél año de 1963?

  Pues probablemente algo de lo que aún se oye hablar: el escándalo Profumo. La razón entonces es que este asunto era notablemente novedoso (escándalos y de calibre, no había tantos como los hay hoy en el futuro de entonces,  momento en que a lo mejor hubiera resultado hasta anodino, dentro del enorme pastel escandaloso que nos rodea), pero la razón fundamental es que estaba “ambientado” por dos hechos que levantaban nuestro gusto por la morbosidad: la prostitución unida a la belleza de Christine Keeler, amante por un lado del ministro y por otro de un agregado de la embajada soviética, a todas luces un espía ruso. Perfecto marco para “transmisión de información sensitiva”. Y sorprendente que un señor como el tal Profumo echase por la borda en un momento toda su carrera profesional, por “buena” que estuviera la  Keeler.

            
 
 


John Profumo y Christine Keeler

 

 Ríos de tinta enmarcaban a los personajes; habría que imaginar a nuestro coetáneo Bárcenas ligado con un asunto así; lo tendríamos aún mucho más en la sopa.- Al menos las decisiones políticas eran bastante más veloces: Profumo dimitió a los 15 días de destaparse el asuntejo. No como otros.

   La verdad es que en aquella época -1963- y dada mi falta de formación política (como la mayoría), ésta me llamaba bastante poco la atención. De ahí mi asombro cuando nos visitó un primo mío italiano de mi misma edad, comunista declarado entonces y con unas ideas muy avanzadas si las comparaba con las mías, que no hacía más que empeñarse en fotografiar a una pareja formada por un cura y un policía para simbolizar la España de entonces. Yo no le veía la gracia, pues nos habían educado para que eso nos pareciese “normal”.

  La España de los militares y los curas. La verdad es que si te parabas a pensar, tenía razón; Franco parecía un artista del guiñol manejando marionetas en forma de militares y curas, pero de eso no nos dábamos cuenta. La democracia para los jóvenes que éramos entonces consistía en algo que debía de ser votar a los que nos pareciera bien, con tal que también se lo pareciera así al artista que mandaba, el maestro del guiñol. Luego quedaba por aclarar hasta qué punto éramos todos también marionetas en un gran teatro del ídem. Poco a poco ibas vislumbrado que algo faltaba por encajar en todo ese escenario, cosa que nunca nos habían enseñado; la Democracia sólo aparecía en el libro de historia asociado a los griegos como un hecho histórico. Lo de la Libertad la verdad es que ni nos lo planteábamos; debíamos de ser suficientemente libres cuando podíamos hacer lo que nos viniese en gana, salvo atentar contra los mandamientos o hablar mal de los curas, de los militares o de Franco y sus adláteres, cosa que no parecía muy difícil de hacer ni muy escandaloso, o bien era simplemente un precio suficientemente barato como para no cuestionarlo. Eso era nuestra “política”. Y lo demás, pamplinas. Pero mi primo el comunista tenía otros argumentos más complejos, sacando a relucir nuestro oxidado inconformismo y que había algo “más allá”.  Todo aquello nos tenía, pues, cada vez más “mosqueados”.  ¿Y por qué Franco no quería ni oír hablar de los políticos, excepto que fueran amigos suyos pensando igual? Pues porque era lo que mi primo decía que era, un dictador, equivalente a tirano, cosa que también sonaba a griego, pero en terrible. O porque era un gallego muy listo. Que le pregunten si no a día de hoy a la ciudadanía, eso…, que qué piensan de los políticos. No levantarían muchas simpatías tampoco… O sea, que los niños de entonces trasplantados a hoy resulta que llegamos ahora a la conclusión que nos sobran políticos; pues sería por eso por lo que Franco, astuto él (¿o visionario o profeta?), no los quería ver ni en pintura. Bueno, lo sus amigos era otra cosa, claro; eran solamente ministros, no políticos; no vayamos a confundir…

  Y mientras tanto, ¿qué pasaba con la conquista del espacio en 1963? Pues que los rusos, viendo que los americanos avanzaban muy deprisa y que los iban a pasar en breve (Kennedy se había empeñado en llegar a la Luna antes que ellos), se les ocurre enviar a la primera mujer al espacio: Valentina Thereskova. A eso ya no les ganaba nadie. En fin, que habían demostrado que ser astronauta no estaba reñido con el sexo. ¡Ya teníamos a nuestra Beatriz Fontana, la novia de Diego Valor, en ruso! Y nosotros nos decíamos que si una mujer puede ser astronauta, ¿por qué no teníamos otras chicas en el Ramiro y seguía habiendo colegios separados de chicos y chicas? Nos ahorrarían mucho trabajo, pues entonces ya no habría que saltar vallas o colarnos. Mundo cruel e injusto… que hasta en el Ramiro se arregló algo más tarde. Incluso la actual princesa Leticia fue ramirense como nosotros. Impensable, ¿verdad? Pues a lo mejor se lo debemos a Valentina Thereskova, según el racional anterior…

  Hablando de Kennedy, se acercó aquél año 1963 por Berlín, la ciudad dividida. No cambió nada trascendental en el terreno de lo factual, pero al menos dio muchos ánimos con eso de declarar “Ich bin ein Berliner”, que me parece innecesario traducir. Lágrimas que me saltaban…

 


  Kennedy en Berlín

 

   Y que casi me saltaron de verdad cuando en Noviembre de aquél año le asesinan en público. Me parece que fue, desde luego, el acontecimiento dramático del año. Tanto se habló y se seguirá hablando de aquél hecho luctuoso, que no pude por menos que hacerle un dibujo a bolígrafo (ya no usaba plumilla).

                                                     

                                        Kennedy, 23 Nov. 1963

 

 

   Y como quien no quiere la cosa, entramos en el último año, en Preuniversitario, entre el 1963 y el 1964. Por eso nos llamamos “La Promoción del 64”.

  En este último año 1964  en el Ramiro se celebraron también las siguientes Olimpiadas, esta vez en Tokio. Y destituyeron a Kruschef.

 Y nosotros,  ¡ya éramos casi universitarios! O nos lo creíamos; todavía nos faltaba mucho por aprender, cosa de la que me di cuenta después en el segundo curso de Ingeniería Aeronáutica, sólo un par de años más tarde y quizás demasiado joven todavía.  Y bien que me tuve que foguear, pero ésa es otra historia.

    Quizás eso lo es lo único que le pudiera reprochar al Ramiro de Maeztu: nos habían enseñado -y mucho- y habíamos aprendido también mucho y bien, pero algo no nos habían enseñado nunca en ninguna asignatura y era a estudiar de verdad.  Desde la perspectiva de “uno de Ciencias”,  aprendí después que estudiar no es “hincar los codos”, sino que se parece más al duro entrenamiento de un boxeador preparándose para un combate. No bastaba con entender y solidificar lo que has aprendido (por ejemplo, inventé un sistema de fichas que utilicé en gran parte de los cursos del Ramiro, especialmente en los últimos, pero eso no era más que una forma de estudiar), sino que había que “dominar” una asignatura a base de entrenarse resolviendo todo género de problemas que pudieran darse en un examen. En cierta forma, se podía llamar a eso “expertizarse”. Y estudiar en grupo. Y fajarse.  Lo que no se le ocurre a uno puede que se le ocurra a otro…

 ¿Y qué profesores tuvimos en aquél último curso?

Pues en parte los mismos: D. Jaime en Literatura Española (una delicia de clases) y D. Manuel Mindán en Filosofía e Historia de las Ciencias, sobre un texto suyo, por lo que se lo sabía muy bien.

 En Historia de España, el sr Navarro Latorre, apodado cariñosamente “El Topo” por sus gruesas gafas. No lo recuerdo tanto, pero sencillamente porque en aquella época todavía no había aprendido a apreciar la historia y su contexto. Nos faltaba todavía un poco de “madurez” para ello.

 Matemáticas: un caballero ya mayor, el sr Royo, que nos empapó del libro del padre de uno de nuestros compañeros: el Abellanas. Al menos nos preparó bien para lo que se nos venía encima (prueba de Madurez y Universidad).

  Insisto en un breve inciso en que eso de la prueba de Madurez, ni entonces ni ahora, es algo justo. Tengo un ejemplo muy cercano, en mi hijo, y lo viví muy cerca. Él siempre ha tenido vocación de ingeniero, aunque le gustara mucho la Física, pero se quedó en puertas con el famoso número clausus: sacó un 5,9 en la prueba, cuando en ingeniería se requería al menos un 6. ¿Qué pasó? Pues que tuvo que matricularse en Físicas, donde sacó brillante y desahogadamente el primer curso, a la vez que se preparaba para volver a presentarse al temido examen. Tras un intensivo entrenamiento que le hice sufrir –acabo de hablar de ello-   lo pasó sin problemas. Y después completó un primer ciclo de ingeniería técnica industrial en el que fue nº2 de promoción, seguido de ingeniería electrónica superior en el que sacó el nº1 y finalmente de un doctorado con Matrícula de Honor y  Cum Laude. ¡Y la prueba de selectividad lo había clasificado como “insuficiente para estudiar una carrera de ingeniería”! Más claro, agua…

      Inciso cerrado. Seguimos con los profesores de Preu:

 Química, por D Pedro Dellmans, con el famoso y enorme Babor-Ibarz que más que Química era de Física Atómica –¡por fin iba a comprender todo aquello que de pequeño en Párvulos no era capaz de entender!-.  ¡Qué lejos quedaba ya el Ratón Atómico!  Muy interesante, desde luego, y aprendimos.

  Biología: D Tomás Alvira. Todo un señor, pausado y buena persona. Yo me aficioné mucho a esta asignatura –todavía hoy me apasiona- y D. Tomás me llamó junto con otros dos compañeros para formar un equipo con el objetivo de preparar un trabajo para la UNESCO. No sé si por eso, por mi afición o por mis dibujos, lo cierto es que me largó mi primera Matrícula de Honor de la que aún hoy estoy orgulloso.

 


Un incunable del trabajo de la UNESCO y la foto de rigor, en el laboratorio, con los americanos.

 


D. Tomás insistió mucho para que hiciera Medicina, pero pinchó en hueso; mi vocación seguía inmutable por la Ingeniería Aeronáutica. Hasta empezaba a diseñar avioncitos:

 


Mi primer diseño de avión, sospechosamente similar al F-104 Starfighter, uno de mis avioncitos preferidos.


50 años más tarde, aquí estoy posando con él:

 


 

 Dejo para el final lo único negativo, que fue la Física. ¡Con lo que me gustaba –y me apasiona- esta asignatura! No lo aprovechamos del todo en aquél curso, debido a que la dimos con un ayudante del que solamente se nos ha quedado el nombre de pila, ya que el catedrático no nos la podía dar. En fin, un pequeño borrón que no empaña en absoluto la generalidad de una exquisita educación que recibimos.

  Como anécdota, en Religión fue el primer año que no teníamos ya al sempiterno padre Gabino. Recuerdo que, como siempre, en los inicios de curso me quedaba y era “voluntario” al menos en presencia y atención, especialmente cuando ya de más mayor tienes más criterio, pero el cura que vino empezó pasando lista y al ver que yo estaba marcado por una “cruz” dando a entender que no era católico, sencillamente me echó de clase. Sin opción a discutir. Mal ejemplo, en mi opinión; cierto es que se trataba de la doctrina social de la Iglesia, pero… ¿por qué me coartaba en mi opción a elegir? Eso era una clara limitación a mi libertad.  Líbranos, Señor, de los convencidos de “lo sé a punto fijo” y   del “no hay más que hablar”.  ¡Qué lejos queda ya hoy todo eso! Lo mismo que lo de los herejes…

     Es una lástima, insisto, que haya dejado para el final estos dos pequeños “borrones” en los enseñantes del Ramiro, que fueron excelentes, insisto. Si no lo hubieran sido, probablemente no hubiera escrito este panfleto, en parte como pequeño homenaje a todos ellos.

    Hablando de Educación, hace solamente unos pocos días que saltaron a los medios los desastrosos resultados de una prueba de selección de profesorado, con un nivel tan bajo que solamente superaron la prueba algo así como el 14%. Vergonzoso. Al igual que los estudiantes españoles están hoy en día, en el futuro de entonces, en la cola de Europa – y si se me apura, del mundo civilizado- en el  nivel educacional. Insisto en que esto no era así antes; éramos la envidia hasta de los americanos por el nivel de nuestra Cultura, si bien en especialización estábamos algo por debajo. Si los maestros tienen hoy ése nivel, ¡cómo resultará el de los alumnos!

De lo que carecíamos entonces, por razones del entorno político, era de educación en eso precisamente, en Política.

   Está claro que se han dado pasos hacia atrás, demasiados, hasta el punto que volver a una cierta excelencia parece ahora muy difícil. Y si a eso añadimos la zafiedad generalizada, el desprecio por el señorío bien entendido y la oclocracia en la que nos quieren seguir manteniendo, no veo un futuro gratificante para nuestros nietos, si tenemos además en cuenta la crisis generalizada que limita aún más las posibilidades y no favorece otra cosa que más recortes en Educación. Lastimoso.

 

   Repito que no quiero entrar en la estupidez de que cualquier época pasada fue mejor, pero no estaría de más que repasásemos en los rincones de nuestra memoria cómo nos educaron en el Ramiro y hagamos algo por nuestros nietos, sin que se nos achaque que solamente contamos las batallitas del abuelete.

 

  La verdad es que pensándolo bien, no me siento abuelete, independientemente de que tenga o no nietos. Eso es lo bueno del futuro de entonces; cuando éramos niños, pocas veces pensábamos  en qué pasará cuando tengamos más de 60 años, edad que entonces relacionábamos más bien con el final de todo. Nadie quiere pensar en eso; ni los niños.

 Pero es que resulta que pertenecemos a una generación –la de los 60 a 70 años de HOY- que constituimos una “generación nueva”: ni somos cincuentones ni somos sexagenarios. Somos una generación especial, independiente y autosuficiente (excluyo a los enfermos, que lamentablemente no cumplen con estas características). Somos personas que normalmente hemos trabajado en lo que nos gustaba (en mi caso de forma clarísima, toda la vida pegado a los “seres” objeto de mi vocación, los aviones), nos hemos ganado la vida con eso y no en el entorno de la “oficina siniestra” de La Codorniz de aquellos años. Los hay que no han pensado ni en jubilarse, aunque en mi caso sencillamente llegó un momento que el tren de la vida hizo una parada en “mi estación” y decidí sencillamente cogerlo, pero no para “retirarme” del mundanal ruido, sino sencillamente para CAMBIAR de actividad. Hay más “vida” aparte de los aviones, a los que me dediqué en cuerpo y alma durante 38 años y que tampoco se me hicieron largos. Ya me bajaría en otra estación y quién sabe si también en otra, en otra y en otra más allá, hasta que el cuerpo aguante. En los años de trabajo me impuse unas prioridades (bueno, en cierta forma me las impusieron y yo hice que coincidieran con las mías) basadas en sacar unos proyectos para adelante; me arremangué y me puse a ello con entusiasmo. Ahora sencillamente me impongo otras, voy a por ellas y si no las consigo del todo me invento otras nuevas, siendo flexible y benévolo conmigo mismo. Me sucede lo mismo que cuando en un cierto momento en mi trabajo fui responsable a la vez de programa y de ingeniería  (cosa que por el extranjero no se concebía) y más de una vez me tildaron que eso no era posible, pues los objetivos pudieran ser contrapuestos; cuando me hacían esta serie de comentarios relativos a mis funciones, respondía siempre de la misma forma: “no hay problema: me llevo estupendamente bien conmigo mismo; lo que importa es lograr el objetivo final”. En esta nueva etapa hay, sin embargo, un nuevo matiz que he descubierto no hace mucho: es el “durante” y no exclusivamente el “objetivo final” lo que importa. Y eso se debe a que en nuestra flamante generación ya no es tan fundamental el futuro, más cortito ya, sino saber disfrutar del presente. Escribir este artículo es un ejemplo de ello; no sé cuándo lo terminaré, no sé siquiera si me gustará al final, pero disfruto haciéndolo y lo único que sucede es que al hacerlo dejo de realizar otra cosa - que también ya haré cuando me dé la real y santísima gana- y hasta segrego jugos gástricos pensando en que volveré a disfrutar con lo siguiente que haga.

Como menciona Howard Thurman:
-> "Don't ask yourself what the world needs; ask yourself what makes you come alive. And then go and do that”

    Somos una generación que nos acostumbramos a los medios de nuestro entorno, a los ordenadores, internet, etc.,... hombre, no tan bien como los de la siguiente, la de nuestros hijos, que los manejan ya como si hubiesen nacido con esa capacidad (cosa que casi es cierta).

   Somos una generación que sabemos ponderar, que no nos lanzamos a pretender ser  rutilantes astro del cine o del deporte, que sabemos reconocer nuestras propias limitaciones y eso no nos frustra. Lo único que hay que hacer es cuidar razonablemente bien de la maquinaria de nuestro cuerpo, engrasarlo bien con aceite de oliva virgen y omegas 3 sin que destilemos grasa y poder dedicarnos libremente a lo mencionado antes

   Somos una generación que sabemos recordar y valorar nuestra infancia y juventud, sin nostalgias fútiles. El ejemplo no puede estar más claro: ¡cómo estamos disfrutando ahora, en nuestro famoso futuro de entonces, de nuestros encuentros con ésos que compartieron nuestra infancia y juventud! Lo digo siempre: no es suficiente dedicarse a hacer lo que a uno le gusta, sino que hay que saber disfrutarlo desde el presente y además compartirlo con alguien, cuantos más mejor.

   Hoy  estamos estrenando una edad que todavía no tiene un nombre (¿la Tercera Fase?); antes, a los de esa edad se les llamaba viejos y hoy ya no lo somos, hoy estamos plenos físicamente  (con nuestros dignos achaques) poniendo, eso sí, un poquito de nuestra parte;  intelectualmente, estamos mucho mejor situados tras una ya larga vida de recoger experiencias. Celebramos que el sol sale cada mañana y sonreímos para adentro muy a menudo. Y que nos quiten lo bailao.

   ¿Responde esto a la idea que en nuestro pasado teníamos de lo que sería nuestra vida tras retirarnos? Probablemente no, pero porque nunca se nos ocurrió pensarlo. Evidentemente, el entorno tampoco es como nos lo imaginamos, pero es que habría que haber sido profeta para hacerlo coincidir. Igual que con nuestro Diego Valor de pequeños; siguiendo sus profecías de ciencia –ficción, hoy deberíamos ya estar hace años en Venus y Marte enfrentándonos al Mekong y al príncipe Senrok, y lo que ha sucedido es que nos tenemos que enfrentar a la crisis y hasta a nuestro propio gobierno, quedando Marte y Venus todavía muy lejos. Y es que las cosas no siempre son perfectas ni salen como las imaginamos de pequeñines, pero habrá que tomarlo como vienen.

   Y hablando de imperfecciones, vuelvo a lo de la Educación, así, con mayúsculas. Nosotros, en el Ramiro, la tuvimos buena, pero… ¿y hoy, en el futuro de entonces? ¿Es acaso mejor? Pues me temo que ahí pinchamos en hueso.

  La pobre educación de hoy es resultado de una conjunción “estelar” poco afortunada; estamos viviendo una crisis de valores que se nota por la “pringue” de tantas cosa que tenemos en nuestro entorno, que nosotros sabemos ponderar, pero los niños y jóvenes no tanto, y se dejan influenciar. La caja tonta con imágenes a todo color y de alta definición ya se encarga de ello (¿recordáis nuestra vieja radio?). Siempre nos ha gustado el morbo, pero ahora nos lo meten a presión. Igual que el mazapán; en pequeñas dosis es muy placentero, pero si te metes una pastilla entera y luego otra y otra, acabas ahito.

  Los niños de hoy, de nuestro famoso futuro de entonces, se permiten el lujo de tutear a sus profesores, de tratar de imponerse a él constantemente,  de ser contestatarios y no respetar nada. Están “impregnados” y los profesores tampoco son ya capaces de imponerse, y quién sabe si es que ellos mismos tampoco tienen la suficiente formación para saber hacerlo. Pero no nos metamos con ellos, que no tienen la culpa tampoco; en un entorno que no les favorece y ni les considera, no es de extrañar. Y el gato que se come la cola; si los profesores están también “impregnados” de la influencia indeseable del entorno, no le podemos pedir peras al olmo a su profesión, que debiera ser de “excelencia”. Una pena. Si a eso juntamos unos gobernantes y legisladores inútiles o, como poco, ineficaces, que sólo han sabido gestionar unas leyes educativas siempre cambiantes ocultando bajo una gruesa capa opaca a eso que nosotros llamamos “los valores de siempre”, despreciando el honor y el respeto en aras de la libertad extrema que ya se parece más al libertinaje, haciendo y deshaciendo normas continuamente… pues no es de extrañar. Eso lleva a un fracaso que ya está más que demostrado.

    Vuelvo a decir que el profesor es nuestro maestro, no es nuestro colega; los padres tampoco somos colegas de nuestros hijos, aunque ahora sabemos ser probablemente más amigos de ellos y de nuestros nietos que en nuestro presente-pasado de entonces, en los que la figura del padre era más sacrosanta. Sin embargo, saber ser amigo de nuestros hijos sí es un valor positivo; lo único que hay que hacer es saber administrarlo bien y sentirlo muy hondamente

   ¿Podemos hacer algo entonces para mejorar todo esto de la Educación? Pues siempre se puede hacer algo para mejorar, desde luego, se hará lo que se pueda desde nuestra experiencia, tan rica como hemos mencionado, empezando por nuestro entorno más cercano y aprovechando los medios de nuestro futuro de entonces, de los que ahora sí disponemos.

   Si este testimonio y recuerdo de una época lejana, volviendo momentáneamente del presente al pasado nos sirviese para arreglar “algo”, pues bienvenido sea, pero sin olvidar que se trata en realidad del futuro de entonces, en el que hemos abierto una ventanita para retornar a aquélla de hurtadillas.  

    Y si solamente sirviera para arrancar alguna sonrisa, pues bien también. Nunca es de despreciar.

KS, Marzo 2013.

 

 

 



 

 

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