Tras los genes de
Caín,
por Kurt Schleicher
Introducción
Este cuento o lo que quiera que sea, pretende ser una especie
de refrescante relato combinado, agitado y revuelto, para solaz y esparcimiento
en estos calores veraniegos.
Abarca nada menos que cinco mil millones de años y propone además
una forma de resolver una polémica muy antigua: armonizar la Creación del mundo
y el origen paleontológico del Hombre con la Biblia. Después, por si esto fuera
poco, pretende también situar al Cielo, al Infierno y al Purgatorio en su lugar
en el Cosmos y descubrirnos sus entresijos.
Tras este magno esfuerzo, el relato se vuelve más filosófico,
analizando el pecado y su significado en nuestros días, imaginando un candoroso
diálogo en clave de humor entre los responsables de estos tres lugares a los
que se supone que irán nuestras almas algún día.
* * *
I.
El
origen del Mundo, la Vida y el Hombre.
Dios había creado la Tierra en el año 4500.000.000
a. d.C.; 400.000.000 años más tarde, con el planeta ya preparado para dar un
paso importante en su evolución, decidió que había que dotarlo de Vida. Por
medio de unos meteoritos sabiamente pertrechados con agua, carbono y unos
cuantos aminoácidos de cosecha propia, lo hizo así, dejando que aquél proceso
se pusiera en marcha por sí solo. Se encontró con una molécula muy particular,
el ADN, que formaba vínculos muy curiosos en dos cadenas helicoidales de
nucleótidos. El ADN tenía el problema de no ser auto-replicante; se necesitaba
un motor de arranque, que resultó ser una molécula de cadena simple: el ARN. Dios
no tuvo más que ponerlas en contacto y… ¡eureka!, aquello empezó a funcionar.
Dios se sintió
aliviado; ya tenía la Vida, pero su desarrollo era tremendamente lento; tuvo que esperar otros 300.000.000 años
más para que saliera el oxígeno del mar, pasara a la atmósfera y se formase un
organismo muy sencillo, una célula procariota con una membrana y unos ribosomas
a la que llamó LUCA (1). N. del A.: (1)
Siglas de “Last Universal Common Ancestor”
Esta célula
almacenaba su información dentro de la molécula de ARN, que empezó a actuar
como motor de vida, iniciándose así un ciclo vital y logrando que LUCA empezase
a evolucionar por sí sólo.
La radiación ultravioleta excitó parte del
oxígeno formando ozono, el cual se fue acumulando en una capa a gran altura, protegiendo
a las jóvenes células descendientes de LUCA de aquellas peligrosas radiaciones
solares.
Gracias a la fotosíntesis, las jóvenes células capaces de sobrevivir
aprendieron a usar el oxígeno para mejorar su metabolismo y obtener así
energía, prosiguiendo así la evolución de la vida.
Tras este complejo y largo proceso, fueron
apareciendo los primeros seres vivos con gran regocijo de Dios. Después de una
serie de extinciones masivas, “ajustes necesarios” los llamó, empezaron a
surgir formas de vida cada vez más complejas: los peces en los mares, los
insectos en tierra y los peces en el río. Tras otras cuantas extinciones masivas más,
que sirvieron para que sobrevivieran los organismos más fuertes siguiendo aquello
de las leyes de la Selección Natural, por fin, en el año 195.000.000 a. d.C., aparecieron
los primeros mamíferos a la vez que las aves; éstas evolucionaron a su vez y
surgieron los dinosaurios, algunos de los cuales fueron creciendo
desaforadamente.
En
el año 65.000.000 a. d.C. hubo otro cataclismo, esta vez meteórico, dada la
manía de Dios de importar elementos foráneos por este medio; el meteorito, todo
un meteorazo, se hincó entre Florida y México acabando con casi toda la vida en
la Tierra, sin que Dios tuviera tiempo de evitarlo. Los animales más grandes
desaparecieron primero, pero por fortuna sí que llegó a tiempo al menos de
salvar de la quema a muchas de sus otras criaturas. Los que fueron capaces de
sobrevivir fueron evolucionando de nuevo; surgieron así mamíferos cada vez más
desarrollados, entre los que se encontraban unos muy especiales: los primates,
cuyo aspecto le resultaba vagamente familiar. Hacia el año 4.400.000 a. d.C. hizo
su entrada en escena un primate especial, que ya andaba erguido sobre sus dos
piernas: el Ardipithecus Ramidus, que
comenzó a evolucionar durante esos más de cuatro millones de años.
Dios, tras todo aquél largo proceso, más que
cansado de tanta Creación, lo que estaba era harto; tenía bastantes virtudes en
grado infinito, pero la paciencia no era una de ellas.
Al
constatar el lento progreso en aquél Ardipithecus
en el que había puesto tantas esperanzas, alrededor del año 16.000 a. d.C. ya
se cansó y decidió intervenir por su cuenta y riesgo, aplicando el “soplo
divino” para insuflar vida en el barro y crear de golpe y porrazo un ser vivo a
su imagen y semejanza. Resultó así una especie de primate parecido al Ramidus, pero mucho más atractivo, con menos
pelo (excepto en la cabeza), con cara de buena persona y sin la expresión estúpida de aquél.
Satisfecho de su obra, le dotó de algo de su
invención: el raciocinio, sazonado
con un poco de libre albedrío. Había
que ponerle nombre, y se lo puso: “Adán”. (Primero había pensado en ponerle
“Adonis”, pero le pareció excesivamente pretencioso y Él quería seguir siendo
infinitamente modesto).
Fijándose
en sus otras creaciones, se dijo que lo más apropiado era hacerle mamífero. De
repente, se dio una palmada en la frente; ¡se había olvidado de la reproducción!
Hacer de Adán un auto–replicante sería muy aburrido para él y además en los
mamíferos ya existían los machos y las hembras; ¡no iba Su criatura a ser
menos! No tenía ganas de repetir lo del soplo divino, por lo que decidió meterle
mano en las costillas, de donde sacó un ejemplar apropiado con unas
características diferenciadoras a gusto del propio Adán, con el que ya había
mantenido largas conversaciones a este respecto. Al nuevo espécimen lo llamó
“Eva”. (Por cierto, de este hecho viene el que a las señoras casadas se las
conozca también como “mi costilla”, aunque hay que reconocer que esto no deja
de ser una cursilada).
Mirando
arrebolado sus dos creaciones, se sintió más que satisfecho y pensó que lo
mejor sería ya dejarles “a la buena de Dios”; para ello eligió un maravilloso lugar
especialmente protegido, al que llamó Paraíso.
Tras
unos pocos años de vida bucólica, Adán y Eva tuvieron que abandonar aquél
idílico lugar, saliendo escaldados de él tras una agria trifulca con Dios. Se
sintieron muy frustrados, pues la pobre Eva había sido vilmente engañada por
uno de los ángeles rebeldes y todo por una miserable manzana.
El
casero y dueño de aquellas tierras paradisíacas era también el propio Dios, que
no tuvo a bien mantenerles el contrato de alquiler del Paraíso. Como no habían
aprendido a trabajar y no tenían sueldo, no pudieron pagarle, por lo que Dios
los echó de allí.
—Esto es injusto — se quejaron Adán y Eva en cuanto
se tropezaron con Dios — ¡No nos has dado ni una sola oportunidad y además el
ángel ése de la manzana y con cara de reptil es de los tuyos!
Dios
reflexionó mirando de reojo a sus dos criaturas preferidas.
—Es
posible que tengáis razón — dijo Dios — Voy a tratar de compensaros, ya que soy
infinitamente justo; os voy a dotar de un regalo muy especial… — Dios bajó
mucho el tono de voz, acercándose a ellos con un gesto de complicidad — es algo que se llama “sexo”. Así podréis
disfrutar de él cuando os venga en gana y de paso me hacéis el favor de
quitarme trabajo, pues mi soplo divino anda últimamente muy desgastado; será
que me estoy haciendo viejo.
Eva
y Adán se miraron con gesto de no comprender.
—Ya
veo que no habéis captado el doble significado de mi regalo — prosiguió Dios,
sarcástico — Sé que al usarlo sentiréis placer, pero además está pensado para
que podáis replicaros sin mi divina intervención; esto seguirá siendo así por
los siglos de los siglos, permitiendo que yo descanse por fin de tanta Creación.
Adán
y Eva sonrieron a Dios, agradecidos, sin adivinar lo que les esperaba.
Eva
echaba de menos el Paraíso, pues ahora tenía que cocinar para su Adán y antes podía
estar todo el día holgazaneando; Adán supo convencerla que eso terminaba siendo
muy aburrido y más cuando todavía no se había inventado la televisión ni las
series del corazón en la sobremesa.
Eva
quedó pronto embarazada. Eso no dejaba de ser una “gracia” de Dios, pues no a
todo el mundo le apetece que le crezca un niño en la barriga; sin embargo, cuando
nació, todos aquellos malos ratos del embarazo pasaron pronto al olvido. Aquél
niño era precioso; decidieron llamarle Abel.
Ambos
le habían cogido el gusto a eso del sexo que les había regalado Dios, por lo
que Eva volvió a dar libre acceso a su marido poco después del parto. Nueve
meses más tarde apareció en su vida otro niño, al que pusieron por nombre Caín.
Fue entonces cuando aparecieron los problemas; ahora ya eran dos los niños a
atender, éste no era tan precioso, era un auténtico coñazo por no parar de
llorar por las noches, no les dejaba conciliar el sueño, les hacía pis en los
momentos más inoportunos y era desobediente a la vez que respondón desde el
mismo día en que empezó a hablar.
Abel,
por el contrario, era un niño aplicado y obediente, por lo que sus padres
cayeron en la tentación de prodigarle a él todas las carantoñas, sin dejar ni
una sola para su hermano menor; grave error.
Adán
aprendió a trabajar sin que nadie le enseñase y Eva se dedicó instintivamente a
las tareas del hogar; nunca llegó a saber si cocinaba bien o mal, pues sólo se
podía fiar del criterio de sus dos hijos y de su marido.
—Mamá,
esto está asqueroso — soltó un buen día Caín y
tiró el plato de comida a la cara de su hermano, que empezó a llorar
desconsoladamente. Tuvo que ser reconfortado amorosamente por Eva, quien le fue
quitando de la cara al pobre Abel uno a uno y con santa paciencia todos los spaghetti
con tomate que habían quedado prendidos en sus preciosos rubios y rizados
cabellos, castigando a Caín sin videojuegos. Esto fue el detonante del drama.
Caín
empezó a desarrollar un novedoso aspecto de su carácter, que ni Dios había
tenido en cuenta hasta ese momento: la envidia. Aquello sucedió por causa de
una mutación espontánea generada en su subconsciente, difícilmente detectable.
De esta mutación aparecieron en sus dobles cadenas de ADN unos nuevos genes,
que provocaron a su vez nuevas facetas en su carácter, que después se llamaron “vicios”.
Y eso no fue todo: su alma quedó corrompida, afectada por una nueva enfermedad;
se trataba de una variante primigenia de lo que varios miles de años más tarde
se llamaría corrupción. Todo aquello pasó a formar parte de algo que Dios
todavía no había legislado debidamente: el pecado.
Por
un quítame de ahí unas pajas, es decir, una tontería, un malhadado día Caín se
enfadó con su hermano, poniéndose en marcha una de aquellas nuevas
características promovidas por sus novedosos genes: la ira. Se olvidó del
raciocinio que había heredado de su padre y decidió que había que quitar de en medio
a aquél hermano que había sido el causante de sus desgracias; a falta de un
arma mejor, se le ocurrió matarle con una quijada de burro; de ahí que desde
entonces aquello se llamase “burrada”.
Sus
padres no le perdonaron esta cruel fechoría y le echaron de casa, afirmando que
no querían volver a verle jamás.
Caín
se había quedado solo sin poder volver a su casa; estuvo llamando a Dios desesperadamente
para que le metiera mano en sus costillas igual que a su padre y tener así a alguien
en quien descargar sus frustraciones, pero, como es lógico, Dios no le escuchó,
arrepentido de aquella decisión que había tomado por su cuenta y riesgo,
creando de forma tan precipitada a unos seres a su imagen y semejanza y no
dejando a la evolución humana que siguiera su propio ritmo, sin precisar de su
intervención divina.
Dios
no se había enterado de que no mucho tiempo antes de estos hechos se había
producido una mutación en el último eslabón de su cadena evolutiva a partir del
Ardipithecus Ramidus: el Homo Sapiens Sapiens. De esta mutación
espontánea aparecieron en la ya famosa doble cadena del ADN unos genes llamados
MCPH1 y ASPM. Estos genes lograron el milagro que tanto había estado esperando Dios
y que no había tenido la suficiente paciencia para aguardar a que aquello
pasara sin más: el Sapiens Sapiens despertó
un buen día con una sensación nueva: la curiosidad,
enmarcada, sin que todavía fuera consciente de ello, por lo mismo que Dios
había insuflado en Adán con su soplo divino: el raciocinio.
La
verdad es que ya se podría haber intuido que eso sucedería echando una simple
ojeada, pues el cráneo del Ardipithecus
había ido cambiando de forma en los últimos cuatro millones de años en que fue
evolucionando hasta llegar a ese punto, ganando además bastantes centímetros
cúbicos y preparándole para aquél momento, que muchos calificaron después como
el despertar de la inteligencia humana.
* * *
II. Primera y segunda
Humanidad
En este escenario, no hay que olvidar que
Caín seguía existiendo, solo y desterrado, portando aquellos genes malvados;
fue por entonces (no olvidar que seguimos en una época cercana al año 16.000 a.
d.C.) cuando sucedió lo imprevisible, tanto que ni Dios fue capaz de anticipar
tamaña casualidad.
Un
buen día, o mejor dicho, un malhadado día, andando Caín por el monte pegando
patadas a las piedras de puro aburrimiento, se encontró con una muchacha Sapiens Sapiens portando los nuevos
genes MCPH1 y ASPM, que habían favorecido de forma notable al cabo del tiempo su
aspecto físico, haciéndolo similar al de Eva. Caín echaba de menos a su madre,
pese a los desplantes que, en su percepción, le había hecho de niño; tampoco
tenía otras referencias femeninas.
La chica no era una
maravilla, al no haber alcanzado todavía el grado óptimo en su evolución, pero
a Caín le gustó. No se sabe si hubo o no enamoramiento, pero era evidente que,
o se emparejaba con aquella Sapiens que
la casualidad le había puesto a tiro, o tenía que seguir con sus prácticas en
solitario. Se decidió por lo primero. Ya que el destino o la casualidad habían
hecho que de la mutación en los descendientes del Ardipithecus Ramidus saliera aquella muchacha, sería un pecado
dejarla marchar.
Tuvo algunos problemas iniciales con el idioma; los sonidos
guturales de la chica no había Dios que los entendiera, pero para sus fines
primigenios, decidió entablar una conversación gestual. Haciendo una “O” con el
dedo pulgar y el índice y pasando el dedo corazón de la otra mano repetidamente
por el interior de esta “O”, a la vez que suspiraba y jadeaba de forma
entrecortada, sus intenciones fueron inequívocamente captadas por la chica, que
encontró a Caín mucho más atractivo que sus congéneres, más primitivos.
—¡Qué guapa eres! —exclamó Caín, a sabiendas que estaba
mintiendo, pero de alguna forma tenía que empezar a ligar y no se le ocurrió
nada más original.
—“Uh, uh, uh”, contestó ella, extasiada y con su ego por las
nubes.
Caín la abrazó y, haciendo de tripas corazón, la besó en la
boca en un largo y dulce beso, que terminó con un voraz chupeteo, dada su obvia
inexperiencia.
—¡Uuuhm! — contestó ella tan pronto fue capaz de hablar (es
un decir), una vez que el mancebo aquél despegó su boca de la suya.
Como el instinto sexual para la reproducción de los primates ya
llevaba varios millones de años existiendo, la Sapiens no tuvo que hacer otra cosa que conceder a Caín el debido
acceso; el sexo y el mencionado instinto ancestral ya hicieron el resto.
Al terminar, Caín pensó que se había portado groseramente con
ella, al no presentarse siquiera antes de intimar e intentó remediarlo, a falta
del clásico cigarrillo post-coyundam.
—Yo me llamo Caín; ¿y tú?
—Nascha — contestó ella, enseñando sus grandes y blancos
dientes en un esbozo de sonrisa.
Desde aquél día, Nascha y Caín dieron principio a algo que se
llamaría “familia”. De ellos descendieron los hombres, pero la entrada de Caín
en el proceso evolutivo trajo como amarga consecuencia que sus genes también lo
hicieron, formando desde entonces parte de la Humanidad.
Dios todavía dio una última oportunidad a Adán y Eva, bastante
longevos, que tuvieron un tercer y último hijo, al que llamaron Set. Con él
llegó un nuevo problema, pues muerto Abel y desaparecido Caín, ¿cómo iba a
tener descendientes? La única manera era tratar de parir a una hermana y
emparejarla con Set, pero esta consanguineidad no estaba bien vista por Dios,
quien prohibió a Adán y Eva tener más hijos (esto ha sido uno de los conflictos
más graves con los que se han tropezado los defensores de la Creación según la
Biblia, queriendo evitar que aparecieran relaciones sexuales entre hermanos).
Una vez que Set pasó la adolescencia y se dio cuenta que a falta de otro
espécimen similar a Eva no tenía a nadie con quien desfogarse, llegó incluso a
sentir atracción por su madre; al darse cuenta Adán, lo comentó con Dios y con
Eva y los tres hicieron piña contra el pobre Set, que decidió marcharse de
inmediato para evitar problemas mayores.
Set corrió la misma suerte que Caín; se encontró con una
muchacha Sapiens Sapiens bastante
potable, de ojos morunos y piel olivácea. Tras los consabidos escarceos y
dificultades idiomáticas, logró entender que tenía un nombre muy bonito y
sensual: Azura. ¡Era la primera pareja libre de los genes de Caín! Sus
descendientes se fueron dispersando por Oriente Medio siguiendo una única línea
pura, empezando por el primogénito de ambos: Enoc, abuelo de Matusalén en la
misma línea de seres humanos la mar de longevos. El problema surgió poco
después, cuando estos descendientes se cruzaron con los de Caín y Nascha, que
habían ido colonizando los mismos territorios y los malvados genes volvieron a hacer
de las suyas.
Generación tras generación, los susodichos genes fueron
activándose en mayor o menor medida en los nuevos hombres; aquellos más
refractarios a ellos se convirtieron en “hombres buenos”, mientras que los que
fueron más permeables a los mismos se fueron convirtiendo en “hombres malos”.
El problema alcanzó cierta gravedad cuando a lo largo del tiempo, los genes de
Caín se fueron imponiendo y la cantidad de “malos” empezó a superar en
porcentajes cada vez mayores a los “buenos”.
Fue entonces cuando Dios decidió intervenir.
Le costó mucho encontrar a un descendiente de Enoc libre de
los malvados genes de Caín; por los pelos dio con él: se llamaba Noé. Sin
embargo y desgraciadamente, su esposa sí que los llevaba. Ya tenía tres hijos y
parecía probable que heredasen de su padre sus virtudes y fueran con suerte refractarios
a los genes de Caín, por lo que Dios decidió correr el riesgo, advirtiendo a
Noé que el resto de aquella Humanidad, ya corrompida por los genes de Caín,
sería barrida de la faz de la Tierra por medio de un Diluvio Universal. “Muerto el perro, se acabó la rabia”,
les dijo.
Debido a la triste experiencia con Adán y Eva, Dios pensó que
no debía caer de nuevo en el mismo error, facilitando esta vez el desarrollo de
otra nueva Humanidad por medio de especímenes femeninos para los hijos; el que
se juntasen casualmente con especímenes descendientes del Ramidus no le acababa de gustar, pues éstos estaban en su criterio
aún un poco verdes en su evolución y le parecían todavía muy feos. En cuanto al
riesgo, decidió que ellos, los hijos, eran los más indicados para elegir a sus
parejas, advirtiéndoles que lo deberían hacer por sus virtudes; ahí fue donde se
equivocó, pues ni Dios conocía suficientemente a las mujeres. Sea como fuere,
decidió correr el riesgo. Los tres hijos eligieron a su pareja, con la que
compartieron el arca. No había indicios de que las mujeres llevasen los genes,
pero ya durante el viajecito se les fueron activando, a tenor de las
discusiones familiares que fueron cada vez a más. No es raro, pues cuarenta días
allí encerrados con tanto animal suelto estresa a cualquiera. Hasta Noé, que no
discutía por lo bueno que era sin los genes de Caín, pensó en mitigar su pena
por las discusiones familiares con algún que otro lingotazo. No se puede ser tan perfecto…
Sem cayó en desgracia cuando un mal día se cachondeó de su
padre ebrio; Noé, una vez que el arca tomó tierra en seco, le echó de casa.
Desterrado por su padre, se dirigió a los países del Sol Naciente. Su joven
esposa no soportó el largo viaje y falleció en el camino. Tras recorrer medio
mundo (nunca mejor dicho), se encontró un buen día con otra Sapiens, pero esta vez con la piel algo
más amarilla y los ojos achinados; el carácter oriental de aquella muchacha le
atrajo desde el primer momento. Se dedicaron a procrear con bastante eficacia,
característica que se ha mantenido incólume hasta nuestros días. (No hay más
que constatar la ingente cantidad de chinos que hay en el mundo).
Más adelante, unos cuantos descendientes de Sem cruzaron el
extremo de Asia (hoy es el estrecho de
Bering, que por entonces era mucho más estrecho) y se fueron dispersando
hacia el sur. Al cabo de los años, en las tierras más cálidas de aquél nuevo continente,
la piel amarillenta fue desapareciendo sin necesidad de una nueva mutación,
siendo reemplazada por una mezcla amarronada de amarillo y rojo tostado. Nació
así otra raza, con una extraña querencia por las plumas.
En cuanto a los otros dos hijos, los que taparon
pudorosamente a su ebrio padre sin reírse de él, una vez que tocaron tierra
firme, también se fueron dispersando.
Jafet se dirigió hacia el noroeste, hacia lo que hoy es
Europa. Con su esposa Aria tuvo muchos descendientes, pero todos ellos con los
genes de Caín más o menos activos. Aunque la torre de Babel se construyó años
más tarde, en aquellos territorios no hizo ni falta, pues sus descendientes no
se entendían entre sí, en especial los del norte con los del sur. Los primeros
salieron rubitos como la madre (de ahí la manía de Hitler con la raza “aria”) y
los del sur, más morenos “mediterráneos”, que desarrollaron con el tiempo un
carácter latino. Eso sí, de salud bien, gracias a la dieta que inventaron. Con
el correr de los años, se hizo evidente que allí hacía falta una conjunción de
países; por esta razón se considera a Jafet el padre primigenio de la Unión
Europea, con permiso de Schuman y Adenauer.
Cam decidió también emigrar con su pareja. Se dirigió a
territorios africanos más cálidos situados al sur, cerca del ecuador. Según
fueron pasando los años, se produjo otra mutación espontánea promovida por la
protección contra los fuertes rayos solares, haciendo que uno de sus nietos
adquiriese una sospechosa tez más oscura que la de los demás; la evolución hizo
el resto, descartando poco a poco los más blanquitos. Apareció así una nueva
raza, mejor protegida contra el efecto ambiental en aquellas cálidas tierras.
(Años más tarde, se descubrió que la mutación coincidió con el incremento puntual
de algo llamado “melanina”).
Había
surgido otra Humanidad, con nuevas variantes o razas.
Dios decidió esta vez hacerse infinitamente tolerante, por lo
que prometió que no montaría otro Diluvio, salvo que fuera absolutamente
necesario. Un día se dijo que la culpa igual la tenía Él mismo al no haber
dejado muy claro cómo quería que se portasen los hombres; decidió entonces
llamar a Moisés y pasarle los diez Mandamientos. Eran fáciles de recordar, pues
no eran demasiados y parecían ser bastante obvios. Sin embargo, los hombres se
los saltaron pronto a la torera, llevados por ambiciones de poder, por envidia,
por soberbia, por gula y unas cuantas características más que fueron
desarrollándose en aquella segunda Humanidad. Dios tenía fundadas sospechas de que
todo aquello eran manifestaciones de los genes de Caín, pues los niños nacían
buenos e inocentes y más tarde, independientemente de la educación recibida, algunos
se volvían perversos. Sus temores no eran infundados, pues los genes de Caín se
habían vuelto a activar sin que Él lo supiera, y ya era demasiado tarde.
De ahí surgieron después todos los desastres históricos de la
Humanidad, empezando por las guerras, las matanzas, los genocidios y tantas y
tantas maldades más. Por fortuna, surgieron también algunas sonadas excepciones
de personas extraordinarias que lograron calmar algo su temible ira y
frustración ante la especie humana.
Él había tenido parte de culpa, se dijo, al haber intervenido
en el largo proceso de la Creación con su falta de paciencia y no haber
conseguido desactivar para siempre los genes de Caín.
¿Qué podía hacer? Quedaban dos opciones: o un Diluvio-2 o una
conflagración atómica, cosa que decidió experimentar localmente en Sodoma y
Gomorra. Hasta Él se asustó por los efectos de la energía nuclear y decidió
mantener esta segunda opción en la recámara y armarse de paciencia; su objetivo
era lograr que ésta fuera infinita.
*
* *
III.
Cielo,
Infierno y Purgatorio
Dios era el dueño
absoluto de tres territorios localizados
en los confines del Universo, mejor dicho, del Multiverso. Había ideado unos mundos de dimensiones
adicionales, once según la Teoría de Cuerdas, invisibles para los hombres de la
Tierra que estaban confinados en sus tres dimensiones (y el tiempo, que alguien
osado se había empeñado en añadir como tal). En uno de aquellos universos
paralelos, como se dio en llamarles años más tarde, se hizo con un extenso
territorio, que parceló en siete niveles verticales y lo llamó Cielo.
Los tres territorios
eran el Cielo, que controlaba Él mismo; el Infierno, localizado dentro de un
enorme agujero negro (elegido por ser un lugar del que no es fácil salir por sus
propios medios; ni la luz lo ha logrado…), para cuyo gobierno
había delegado en Belcebú, un ángel muy eficiente y con grandes dotes
organizativas, y, por último, el Purgatorio, que colocó en el Horizonte de Sucesos, zona limítrofe del
agujero negro anterior; a cargo de él puso al ángel Custodio (2). N. del A.: (2). No
confundir con otro ángel, el llamado “De la Guarda”, que no tiene nada que ver
con éste, pese a empecinarse la Iglesia en lo contrario. Custodio custodia el
Purgatorio, aunque sólo sea por redundancia.
Para que fuera más sencillo desplazarse por sus dominios,
inventó lo que se dio en llamar después “Agujeros
de Gusano”; el Cielo estaba muy lejos del agujero negro donde había
confinado al Infierno, en cuyo extremo se situaba el Purgatorio, necesitando
una especie de autopista rápida interdimensional.
A Custodio ni le conocía y sus relaciones con Belcebú ya se
habían roto hacía tiempo; sin embargo, ambos consideraron que sería civilizado
mantener encuentros periódicos y mantenerse al tanto de los eventos más
relevantes.
Dios había creado en la fase final de su periodo creativo el Sistema
Automático de Admisión (SAA, o en inglés AAS, Automatic Admission System), para que las almas fueran dirigidas hacia
el lugar al que debían ir sin necesidad de Su intervención, basándose en una
normativa divina. El sistema empezó a funcionar desde los primeros tiempos de
los hombres.
Con sus siete niveles, gestionar el Cielo era complicado. Era un
lujo; la “suite etérea” era el Séptimo
Cielo. En el nivel inferior había instalado la portería de San Pedro, a
quien encargó de la repartición entre los diferentes niveles a los que fueran
llegando las almas, categorizándolas por méritos. Dios se había guardado para
sí la gestión de los más elevados, al considerar que aquello debía estar bajo
su responsabilidad directa.
San Pedro fue observando que el ratio de entradas al Cielo
iba en disminución constante: dándose cuenta de ello, Dios le encargó mantener
contactos fluidos con Custodio para el debido control de las transferencias del
Purgatorio al Cielo. Los criterios de transferencia eran relativamente
flexibles, pudiendo adaptarse al nivel de población que hubiese en cada
territorio en un momento determinado, siempre y cuando no estuvieran en
flagrante contradicción con la normativa del SAA. Las transferencias eran muy
costosas, al precisar de vehículos especiales de diferentes tamaños, adaptados
a circular por los agujeros de gusano.
* * *
IV.
Del
pecado y la corrupción
Dios
reflexionaba con frecuencia sobre la Justicia imperante en su Reino y su
eficacia. A lo mejor tenía que dedicar más ángeles, pero también tenía un grave
problema de recursos; nadie se presentaba ya a las oposiciones a ángel.
La situación
del Cielo era ya tan anodina que hasta San Pedro se quejaba de aburrimiento.
A la
vista de aquello, Dios decidió darse un garbeo de inspección por el Infierno.
Belcebú le recibió amablemente, si bien con la misma clase de amabilidad que
Rajoy cuando recibía a Pedro Sánchez: más falsa que Judas (quien por cierto se
había hecho con una parcela preciosa en el Infierno a base de sobornar
"a todo Dios" con sus doce monedas, que habían adquirido con el
paso del tiempo un valor descomunal en el mercado de antigüedades).
Belcebú le
propuso a Dios comprar terrenos del Cielo, pues él sufría de una superpoblación
galopante y necesitaba expandirse.
—Creo que
antes de tomar una decisión deberíamos verificar la situación actual en tu
Infierno, así como la del Purgatorio de Custodio — le propuso Dios, cauto.
Belcebú
asintió, pues hasta a él le parecía justo.
Dios y Belcebú
descendieron juntos al Infierno, mejor dicho, a los Infiernos, pues Belcebú,
que era un demonio y no era ningún pobre diablo, lo había parcelado con profusión
en distintas regiones con parcelas separadas por cinturones de fuego.
—¿A qué se
debe tal cantidad de parcelaciones? — inquirió Dios, sorprendido.
—Pues viene a
ser por una cuestión de criterio y niveles, de forma similar a lo que has hecho
tú, pero de forma mucho más diversificada y no necesariamente en vertical, como
en tu caso para el Cielo — contestó Belcebú, falaz — El criterio es por razón
de la gravedad del pecado; aunque he tratado de seguir tus reglas primigenias,
no veas la cantidad de matices que hay, que han precisado de esta profusión de
parcelaciones.
—¿Qué quieres
decir con eso de las matizaciones?
—Es mejor que
te ponga un ejemplo; tus Mandamientos, si no los cumple uno, está en pecado
mortal y debe ir conmigo siguiendo la normativa en vigor del SAA, ¿no?
—Sí; sólo son
diez, de forma que si no se cumple alguno, la cosa es grave — replicó Dios, que
trataba de no quedar enredado en las artimañas de Belcebú.
—Eso te crees tú
— Belcebú le miraba con sonrisa demoniaca — Vamos al ejemplo. Uno de ellos es
“no mentir”, ¿verdad?
—Sí… —
respondió Dios enarcando sus pobladas y blancas cejas.
—Pero se puede
mentir por muchas razones y hay una de ellas que es la “mentira piadosa”, ¿no es verdad? Yo ya he tomado la iniciativa,
tras contactar con Custodio, para que la gran mayoría de mentirosos piadosos vayan
pasando con él al Purgatorio y, la verdad, no entiendo cómo es que no los
acoges tú desde un principio en el Cielo al ser “piadosa”, por mucho que se
trate de una variedad de mentira.
Dios se dijo
que tenía que hablar seriamente con San Pedro a la primera oportunidad y pensó
que sería conveniente salirse por la tangente.
—Lo pensaré,
no te preocupes. ¿Tienes otro ejemplo?
—Pues mira,
sí, y de lo mismo. ¿Sabes lo que es un “mentiroso
compulsivo”?
—Sí; es uno
que miente mucho, por lo que el pecado está aún más exacerbado, siendo además
reincidente… — Dios se empezaba a sentir incómodo en aquella discusión, que el
diablo aquél le estaba llevando por donde quería.
—Puede ser,
pero ¿no se te ha ocurrido pensar que se podría tratar de un “enfermo”, al que
hay que tratar y no castigar a las primeras de cambio? — planteó Belcebú,
sarcástico.
Dios pensó con
rapidez.
—Eso es
discutible. Te voy a poner otro ejemplo: mira lo que está pasando ahora con los
homosexuales y el lío en el que nos hemos metido — respondió Dios, dando
vueltas a su blanca barba con los dedos — Hasta hace poco era una “enfermedad”,
la gente la llamaba “desviación nefanda”,
se les tildaba de “invertidos” y eran toda una vergüenza; ahora se han
convertido en un ejemplo a seguir. Cada vez están saliendo del armario más y
más y su condición se ha llegado a convertir en algo imprescindible para ser
admitidos en las nóminas de algunas cadenas televisivas.
Dios hizo una
pausa para asegurarse de que su interlocutor le seguía en sus planteamientos.
—Yo he
inventado el sexo con fines procreativos — prosiguió Dios con el gesto más
serio — dotándole del placer como un regalo y promover así la reproducción de
los seres humanos; el que lo usen personas del mismo sexo, es como poco,
cuestionable, por mucho que estén en su derecho; se trataría entonces de “uso
inadecuado” de mi regalo. Yo ya le he dicho al Papa que lo arregle, pues todo
parece indicar que esto se nos ha ido de las manos…
Belcebú se
había quedado mirando a Dios con las orejas y el rabo tiesos, pues intuía lo
que estaba queriendo transmitirle. ¿Y si el mentiroso
compulsivo era un caso similar al de los gays? Ya no podría clasificarlo como enfermo, igual que se había aceptado para los homosexuales, que ya
nadie consideraba como tales. Decidió reflexionar sobre ello y pasar a otro
ejemplo más categórico que el de la mentira.
—Vale, vale, lo
pensaré; tu ejemplo no está mal — intervino Belcebú, con intenciones evidentes
de pasar a otro tema, pues él ya había mandado al Cielo a bastantes gays a escondidas de Dios tras ablandar
a San Pedro, constatando que había muchas buenas personas entre ellos y que su
sitio debería ser ése; de paso, se libraba de la enorme cantidad de ocupantes
homosexuales en el Infierno, con los que
no terminaba de congeniar por lo encantadores que solían ser, y eso le irritaba.
—Tengo otro
ejemplo — prosiguió Belcebú, impertérrito — Volviendo a los Mandamientos, hay
uno, el quinto, que nos implica mucho: no matar. Parece obvio que matar no está
bien, pero no lo es tanto como parece. Históricamente, he tenido muchos problemas
y con Custodio me he sentado en bastantes ocasiones para decidir una mayor
flexibilidad en este asunto.
—¿Y eso por
qué?
—Pues por las diversas
razones que hay para matar, hombre — Belcebú estaba inspirado aquél día — No es
igual hacerlo por el mero deseo de matar a alguien (ésos sí que están todos
conmigo), que matar en una guerra al enemigo siendo un soldado. Otro caso igual:
¿Qué hago con los verdugos? Tengo más ejemplos: tus amigos los Papas
promovieron las Cruzadas, prometiendo premiar al que matara infieles; no te
extrañe ahora que los del Isis hagan lo mismo con sus terroristas asesinando a
los que ellos llaman infieles; ya sabes, de aquellos barros, estos lodos. ¿Te
acuerdas de los herejes? ¿Te acuerdas cómo se ajusticiaban? No veas la cantidad
de herejes mártires que he mandado para arriba a San Pedro en aquellos tiempos,
mientras que los espectadores que se refocilaban viendo aquello, iban de
momento como medida preventiva al Purgatorio, por buenos que fueran. Otro
ejemplo: los extremistas musulmanes deberían ir todos a mi Infierno de cabeza,
y además les tengo reservada una extensa zona separada de los demás, con las
torturas más crueles. Son gente sanguinaria, pero muchos de ellos vienen
también engañados, dado que su propia normativa les induce a creer que irán a
su Paraíso cuando maten infieles. ¿Qué culpa tienen entonces? Están engañados y
eso es un indudable atenuante. Como ves, hasta en eso de matar hay muchos matices…
Dios se le
quedó mirando, pues algo de razón tenía el diablo aquél.
—Después hay
también aspectos de forma, que asimismo se me han producido por esa SAA tuya
que adolece de falta de actualización — Belcebú se estaba creciendo ante el
silencio divino — deberías ir pensando en un Comité de Sabios para modificar tu
normativa y adaptarla a los tiempos, lo mismo que plantean los socialistas
españoles ahora con eso de la Constitución. A lo mejor debes hasta formar un
Tribunal Constitucional; total, en el Cielo tienes buena gente para eso; además,
seguro que estarán ya hasta las narices
de tocar la lira. Podrías así dedicarles a algo más práctico y provechoso.
Dios se estaba
empezando a irritar por la desvergüenza de aquél demonio de diablo.
—¿A qué viene
eso ahora de defectos de forma? — inquirió Dios, frunciendo el ceño.
Belcebú sonrió,
dando claras muestras de suficiencia.
—Pues mira, un
ejemplo sin ir más lejos: tu noveno mandamiento reza “No desearás la mujer de
tu prójimo”. No te puedes ni figurar la cantidad de gente que pasa directamente
por mi puerta sólo por haber sentido deseos procaces hacia las mujeres de sus
amigos y conocidos, sin haberles llegado a tocar ni la punta de la ropa. Podrías
haber sido más explícito, con algo así como “No formarás coyunda con otras
prójimas sin su consentimiento explícito”. De esta forma, reducirías mucho el
volumen de castigados. También deberías de ir pensando en incluir “No te
tirarás al hombre de tus prójimas”, pues no veas también la cantidad de señoras
que están implicadas en lo mismo hoy en día, tanto o más que los hombres. Estos
ajustes serían muy convenientes, y además hasta te podrías ahorrar el sexto…
¿no crees?
Dios se sentía
incómodo ante aquella avalancha de críticas, que denotaban que Él no se había
preocupado mucho en atajar este tipo de problemas, habiendo delegado en los
papas y teólogos para ello, que con sus encíclicas hacían lo que podían, pero
nunca llegaban a atajar, y mucho menos resolver, los problemas de fondo.
—Creo que
antes de continuar, deberíamos hacer una visita al Purgatorio y hablar con
Custodio; así nos haremos una mejor idea de la magnitud del problema — planteó
Dios con su inefable autoridad, que el diablo aceptó, sonriendo por lo bajo, ya
que él llevaba ventaja al haber mantenido previamente frecuentes contactos con
el portero del Purgatorio y Dios no.
Ambos se
dirigieron hacia allá con paso rápido, pues no quedaba lejos; recuérdese que
estaba en el Horizonte de Sucesos en
un extremo del agujero negro del Infierno, a tiro de piedra, vamos.
Ya de lejos
les divisó Custodio, quien al ver que venía Dios en persona, se alarmó y se
acercó también a buen paso para recibir a sus ilustres visitantes.
—¡Hola! Soy
Ángel Custodio — dijo éste mirando hacia Dios — Me alegro mucho de recibir tan
inesperada y divina visita…
—Querrás decir
que eres el ángel Custodio — comentó Dios.
—No, no; ese
es el mismo error en el que cae todo el mundo. Yo soy Custodio de apellido y
Ángel de nombre, y soy descendiente lejano de aquél otro antiguo ángel
Custodio, pero no tengo nada que ver con él… A mí me nombró San Pedro.
Dios se dijo
para sus adentros que debía ser cierto que no se ocupaba mucho de ponerse al
día y conocer más a sus subordinados; se prometió a sí mismo que haría un
infinito esfuerzo por mejorar esta faceta suya a partir de aquél momento.
—Bueno, vamos
al grano — dijo Dios — ¿Cuál es la situación aquí?
—Horrenda o
algo peor… — saltó Custodio, con un gesto tan resignado que sólo al verlo se le
partía a uno el alma.
Dios y Belcebú
se miraron sorprendidos, aunque a éste le salía una leve sonrisa y un poco de
saliva por la comisura de sus labios.
—Explícate —
exigió Dios.
Custodio ya no
sabía a quién mirar, pero pensó que sería más conveniente dirigirse a Dios que
a Belcebú, pues éste tenía más mala uva.
—Pues que ya
hemos excedido el mil por cien de nuestra capacidad teórica, Señor Dios —
explicó Custodio, tartamudeando levemente — He tenido que hacer desaparecer
todo tipo de fronteras y vallas, de modo que ahora el Purgatorio es un recinto
único, sin compartimentar. No hay suficientes baños, por lo que los que hay,
muy pocos, son todos compartidos. Ya tan sólo este hecho es tan desagradable y
causa tan mal olor, que hemos eliminado cualquier otro género de castigo o tortura
leve entre las establecidas; viendo la progresión, dentro de poco llegaremos a
que las diferencias con el Infierno ya serán hasta de segundo orden de magnitud.
Belcebú enarcó
las cejas, por alusiones a su territorio.
—En mis
parcelas rodeadas por fuego siguen instauradas una serie de torturas a las que
no creo que te acerques tú ni de lejos — le advirtió el jefe de los demonios —
Aparte de eso, he inventado unas nuevas torturas psicológicas, que han tenido
mucho éxito entre mis diablillos, que disfrutan mucho con ellas y se lo pasan
de miedo. Por ejemplo, utilizo la megafonía para poner a todo volumen canciones
del estilo de “Borriquito como tú, que no
sabes ni la “u”, que conllevan tales daños colaterales de frustración, que
ni yo podía imaginármelo antes de experimentarlo. Es fantástico.
Dios hizo caso
omiso al comentario del demonio.
—A ver, Don
Angel Custodio, guíame por las calles principales del Purgatorio, para hacerme
una idea — propuso Dios con un cierto retintín de sarcasmo.
—Yo no me hago
responsable si le pasara algo, Señor Dios…
—¿Tan grave
es?
—Me han
llegado últimamente amenazas veladas hacia Su Persona — dijo tímidamente
Custodio.
La sonrisa
socarrona de Belcebú se hizo aún más grande, frotándose las manos sin que le
vieran, pero prefirió no comentar nada.
Dios se
dirigió hacia la entrada del Purgatorio, siguiendo a Custodio, que marchaba
delante con una especie de abanico. “No hace tanto calor aquí como para eso”,
se dijo Dios, al verlo.
Custodio sí se
había modernizado y abrió las puertas del Purgatorio desde lejos con su mando a
distancia. Los purgatorienses ya se habían enterado de la divina visita y se
acercaban corriendo exaltados hacia ellos con pancartas, caceroladas y hasta
con tomates maduros. Dios, que tenía buen olfato se olió dos cosas; una, el
pestazo que salía de allí, con olores a meadas, sudorinas y algo peor, y también
que iban a por Él. Ya empezaron a llover los primeros tomates, que Custodio
paraba y devolvía con su abanico, pero a Dios le pilló desprotegido y más de
uno le acertó en sus luengas y blancas barbas, tiñéndolas parcialmente de rojo
para regocijo de Belcebú, que se lo estaba pasando de miedo, inmune a las
tomatadas gracias a su propio color rojo.
En las
pancartas había de todo, protestas y requerimientos de pasar al Cielo cuanto
antes, pues aquellas condiciones higiénicas eran totalmente inaceptables para
los sufridos purgatorienses.
Dios, muy en
su papel, adoptó una postura digna pese al mal estado de Su ya bicolor barba,
dirigiéndose a la ingente cantidad de desesperados que le circundaban y
reclamando silencio. Todos quedaron a la expectativa.
—He venido a
veros al no estar informado hasta hoy de vuestra triste situación — Dios se
había elevado levitando ligeramente a un nivel superior, de forma que todos podían
verle y escucharle bien — Ahora ya me he hecho cargo y os prometo que haré lo
que pueda para mitigarla. (“Parezco un político”, se dijo Dios). Ya os podéis
imaginar — prosiguió — que Yo no prometo en balde y mucho menos con mi Nombre
en vano, así que podéis confiar en mí.
El gentío se
calmó como por ensalmo, pues era Dios quien hablaba, se dijeron, y volvieron
resignadamente a sus sitios compartidos; lo mejor que había por allí eran pisos
enanos de una sola habitación y sin vistas, compartiéndolo varias familias.
Dios se
enterneció por aquellas muestras de resignación y acatamiento y se prometió que
haría algo por ellos. Viendo a Custodio, le entró cierta furia divina al divisarle,
todavía con su abanico en la mano y mirándole con expresión estúpida.
—¡Custodio, ven
aquí inmediatamente! — exclamó Dios levantando por primera vez la voz, muy
enojado — ¿Cómo es que no he sido informado antes de este desastre?
Custodio se
encogió aún más sobre sí mismo, farfullando una disculpa.
—He ido muchas
veces a ver a San Pedro y hemos llegado a algunas conclusiones, pero no nos
habíamos atrevido a hablar contigo hasta no comprender bien lo que estaba
pasando — dijo Custodio, contrito.
—A ver, cuéntamelo
a ver si me entero y puedo ayudar… —dijo Dios, ya más calmado.
—Aquí, el
amigo Belcebú y yo creemos que es un fallo en las SAA, más que nada por la
falta de actualización para amoldar la vieja normativa a los tiempos modernos;
por ejemplo, el pecado no se considera ya de la misma forma que antaño. Otra
razón es la globalización en la Tierra, y, si me apuras, todo eso de internet.
—¿No podrías
ser más concreto?
—Lo intentaré,
Señor Dios — dijo Custodio, ya más tranquilo al ver que la ira de su Señor
había desaparecido — Verás: en los últimos años han ido apareciendo unos
términos que no figuran en las SAA, por ejemplo, “corrupción”, “business”,
“subvención ilícita” y otras muchas
de este estilo, cuyo significado se nos escapa. Hemos intentado cruzar estos
conceptos con nuestros habituales “pecado mortal, pecado grave o pecado leve” y
establecer la debida correlación, pero no lo hemos logrado todavía.
Dios no estaba
seguro de si estaba comprendiendo todo aquello, pero echando mano de su
infinita sabiduría, ya estaba empezando a adivinarlo.
Custodio, a la
vista de la expresión de Dios, se sintió aliviado, de forma que, con más ánimo,
prosiguió con sus reflexiones.
—Hay un ejemplo
que es casi auto-explicativo — dijo Custodio, más animado — todos tenemos una
vaga idea de lo que significa corrupción, que no tiene mucho que ver ya
con el brazo incorrupto de Santa Teresa, pongo por caso. Se trata en el fondo
de una falta grave contra uno de tus Mandamientos, el de “no robar”, pues al
fin y al cabo se trata de eso. Habiendo examinado la gran cantidad de
incorporaciones al Infierno y al Purgatorio en estos últimos años, hemos
detectado que la inmensa mayoría son por esta causa, por la corrupción. Entre
Belcebú y yo hicimos un esfuerzo de clasificación, pues en aquél momento empezó
a llenarse el Infierno con inusitada rapidez, y aquí el amigo de los cuernos no
estaba por la labor.
Belcebú, algo
fuera de la discusión, al oír su nombre asintió, un poco despistado.
—Más tarde —
prosiguió Custodio, ya lanzado — nos dimos cuenta que había un matiz
diferenciador que no habíamos considerado y decidimos incorporarlo como anexo a
las SAA; el tal matiz se refiere a que había que saber diferenciar entre la
corrupción directa, metiendo la mano sin pudor alguno en las arcas públicas, es
decir, el dinero de todos, cosa que llevaba al corrupto directamente al
Infierno, y el otro matiz es el de la corrupción indirecta o “corruptela”, que
es aquella de uso común en el mundo del “business”,
a base de lograr subvenciones de los políticos y conseguir ventajas
empresariales. Tengo que decir que los individuos que siguen éstas últimas prácticas
ni siquiera piensan que sean corruptos ni que estén en pecado; por lo tanto,
decidimos entre Belcebú y yo pasarlos directamente al Purgatorio. Si además
eran buena gente, ya les cosimos una papeleta en la solapa, indicando “prioridad
para acceder al Cielo”, de acuerdo incluso con San Pedro, que también está en
el ajo. Si no lo hubiésemos hecho así, el Cielo hoy estaría seguramente aún
mucho más vacío, con excepción de algunas –muy pocas– personas extraordinarias.
Esto explica también la sobresaturación del Purgatorio, pues en el mundo actual
del “business” ése, al final todo el
mundo peca de lo mismo. No hay empresa que no emplee subterfugios de todo tipo
para arrimar el ascua a su sardina, repartiendo favores, creando demandas,
consiguiendo subvenciones, etc. La cosa está tan extendida, que yo diría que no
queda nadie inocente y esta “corruptela” es ya la norma y no la excepción.
Dios se quedó
un buen rato reflexionando.
—Hombre, todo
indica que con levantar la mano en las corruptelas y pasar a estos eventuales
pecadores al nivel inferior del Cielo, al menos se resolvería el grave problema
del Purgatorio de un plumazo, pero antes quiero hablar con San Pedro. No hace
falta que me acompañéis; ya me encargo yo — terminó Dios.
Belcebú, que
había estado muy callado, se sumó a la conversación.
—Hombre —
intervino el cornudo demonio — si nos ponemos en ese plan y se desatascase el
Purgatorio, yo tengo un montón de casos que podría pasar para allá, aunque yo
preferiría que Dios me cediese o vendiese uno de sus niveles; son tan extensos,
que sólo con uno ya me las apañaría.
—No — le cortó
Dios en seco — vamos por orden. Primero hay que solucionar el Purgatorio. Ya
sabréis de mí. Adiós y gracias por vuestro tiempo — estaba claro que tenía
prisa y quería hablar cuanto antes con San Pedro.
Dios prefirió
utilizar un agujero de gusano para llegar en el menor tiempo posible al Cielo. San
Pedro estaba tranquilamente en la puerta fumándose un puro, regalo de Fidel
Castro enviado por correo certificado desde el Infierno, tratando de sobornarle
a ver si le dejaba pasar.
—Hombre, Pedro
— le increpó Dios nada más verle en tal tesitura — ¿No te parece feo fumarte un
puro de Fidel intentando comprar tus favores? Deberías haberlo rechazado…
San Pedro le
miró con tristeza.
—Tienes razón,
pero ¿a quién hago daño por fumármelo, excepto a mí mismo en todo caso?
Dios se lo
quedó mirando, pues precisamente eso era uno de los “quids” del problema de las
corruptelas, en las que más pecado había en el corrompido que en el corruptor.
Prefirió callarse la respuesta y tener en cuenta este aspecto en lo sucesivo,
pues el dar ejemplo a otros podría ser relevante.
—Olvida lo del
puro, Pedro, pero estoy muy enojado contigo — dijo Dios — No me has informado
de tus conversaciones con Custodio y hasta con Belcebú.
San Pedro casi
se atraganta con el puro y empezó a toser hasta saltársele las lágrimas, lo que
le dio tiempo para pensarse una respuesta.
—Estoy preparando
un plan; quería enseñártelo cuando estuviera maduro — se disculpó San Pedro, entre
toses — Podríamos utilizar todo el nivel inferior del Cielo para descargar al
Purgatorio y además empezar a acondicionar el segundo nivel celestial para los
que vayan redimiéndose más y mejor. Estoy preparando una propuesta, que quiero
que después firmes, con los criterios a modificar en las SAA y que nos
facilitarían mucho la vida. Podríamos hasta pensar en extender esta filosofía a
los demás niveles de abajo a arriba, sucesivamente.
—Pero eso
supondría ir mermando el terreno a nuestra buena gente, la que ya lleva casi
una eternidad con nosotros… — planteó Dios dubitativo.
San Pedro le
miró, sintiéndose otra vez azorado por lo que iba a proponer nada menos que a
Dios.
—Oye, Señor,
¿sería para ti un grave problema crear más niveles en el Cielo, como medida de
anticipación? Ya ves lo que está pasando por ahí abajo, tendremos que
flexibilizar muchos criterios y podríamos hasta crear un espacio, quizás todo
un nivel, para las ánimas del Purgatorio. Esto además lo podríamos hacer de
forma sucesiva, nivel a nivel; tú siempre podrías crear uno nuevo, octavo
Cielo, noveno Cielo, etc.
—La idea no es
mala —contestó Dios — pero no estoy de acuerdo en convertir “pecados” en “no
pecados” o pecadores en no pecadores con un simple chasquido de dedos, aunque
sean los míos…
Tampoco hay
que llegar a eso; nos moveríamos sobre las fronteras del pecado, que son líneas
muy gruesas, más de lo que te figuras; podríamos jugar con ellas… — planteó San
Pedro, esperanzado.
—¡Parece como
si quisieras que el Cielo se nos llene de corruptos, Pedro! Tengo que decirte
algo; no veo tanta diferencia entre la corrupción y las corruptelas, pues si
las subvenciones que se manejen en las segundas provienen de los políticos, ¿de
dónde crees que van a sacar el dinero? Pues del mismo sitio que los corruptos,
del dinero público que se pagan con los impuestos de todos, y eso sigue siendo robar.
Además, “los grupos organizados de corruptelistas”, vamos a llamarlos así para
quitar hierro, terminarán usando cuentas opacas en paraísos fiscales, que, por
cierto, no tienen nada que ver con el de mi invención.
Dios hizo una
pausa para tomar aire.
—Para eso
prefiero convertir parte de mi Cielo en una ampliación del Purgatorio y hasta
vender parte a Belcebú, que es lo que quiere — prosiguió Dios, muy en su papel —
Si el mundo se hace cada vez más corrupto, habrá que adaptarse a ello, pero en
razón de la cantidad, no de la calidad. Me repugna entrar en negocios de “business” con Belcebú, por lo que creo
que me inclinaré por la solución de adaptación directamente, es decir,
transformar mi nivel inferior del Cielo en Purgatorio, y, si fuera necesario, podría
hasta ceder algún rincón lejano para ser usado como Infierno, acondicionándolo
adecuadamente; para eso no me importaría pedirle ayuda al mismísimo demonio.
Dios terminó
su perorata y se quedó muy pensativo, dejando pasar un largo rato sin decir
nada.
—¿Has tomado
ya una decisión final, Señor? — preguntó San Pedro, rompiendo el silencio.
—No; esto hay
que pensarlo con mucha calma — dijo Dios — Nos veremos la semana que viene en
mi despacho para mantener una nueva reunión. Cuento contigo, Pedro, no vayas a
fallarme como hiciste con mi Hijo…
San Pedro se
puso colorado hasta la coronilla, pues ya había sufrido bastante por ese hecho
del que siempre se había arrepentido y que tan mala fama le había dado; decidió
ponerse dos dedos cruzados en la boca, besándolos.
—No te
preocupes, Señor; “por éstas” que eso no volverá a suceder…— terminó San Pedro.
Tal parecía que
el problema de la corrupción, cuyo origen primigenio se remontaba a los genes
de Caín, no lo solucionaba ni Dios.
Demos tiempo al tiempo, algún día se logrará,
pero a condición de no intervenir ningún político; sus genes de Caín suelen
estar más exacerbados que los del resto de los mortales.
* * *
K.
S., en el cálido verano de 2017.
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