El empresario, por Kurt Schleicher
“Buddy”
Spencer se levantó satisfecho aquella mañana. Se miró en el espejo y su buen
ánimo de aquél día se le vino abajo en cuanto se vio reflejado en él: seguía
siendo pequeño, escuchimizado, el pelo ralo cada vez más escaso y además patizambo,
pero al menos tenía mucha energía. Y también muy mala uva, pero es que, según
él, no tenía otro remedio que portarse así para que no se lo comieran los
demás, dado su precario físico. ¡Menuda broma le habían gastado sus padres! Teniendo
el apellido Spencer por su padre, se les tuvo que ocurrir llamarle Bud, como el
actor grandullón aquél de las películas de “Trinidad”. El pitorreo de sus
compañeros de clase al verle tan enclenque, avisando por los pasillos del
colegio “¡Apartaos, que viene el “grandullón” de Bud Spencer!”, le había
generado un odio larvado hacia todos ellos... y por extensión a todo el género
humano.
Buddy no era
un hombre religioso, pero había leído algo sobre el hinduismo y le habían
atraído siempre las religiones de corte oriental, con sus paraísos y nirvanas,
pero sin profundizar en ellas; se dijo que, con un poco de suerte, después de
morirse iría a parar a uno de aquellos lugares. De vez en cuando donaba unas
cantidades (algo ridículas en comparación a su pecunio personal) para “comprar”
el acceso a esos posibles paraísos. “Vaya uno a saber”, se decía.
Ya había
conseguido su primer objetivo: ser millonario. ¿Cómo lo había logrado? Pues tal
como correspondía a su modo de ser: sin piedad y sin escrúpulos.
Había sido capaz de poner en pie una empresa
punta en tecnología; su especialidad era la aeronáutica y estaba metido en el
desarrollo de un nuevo avión supersónico. Su proyecto no era el único en el
mercado y la competencia era brutal; entre todos ellos sólo sobreviviría el
mejor y el más barato. El dinero no era problema, como para la mayoría de los
demás; él tenía de sobra, pero como todos los avaros, miraba los presupuestos
con lupa. Los empleados a su cargo eran los mejores; él ya se encargaba con
mano dura de exprimirles el jugo al máximo, exigiendo que el diseño fuera el
más avanzado, pero también a la vez el más económico, sobre todo pensando en la
fabricación en serie. En aquél momento estaban en pleno desarrollo, liados con
el prototipo y poniendo en marcha los ensayos estructurales.
Buddy llamó a su despacho a los directores de
las diferentes áreas para conocer de primera mano la evolución del proyecto. Allí
estaban el de Compras, James Baldwin; el de Ingeniería, Cameron Mitchell y el
de Calidad, Robert Karlowski. Se encaró con el primero.
—Escucha,
Jim: me he enterado que los rusos venden materiales a muy buen precio; para la
serie debemos contar con ellos — empezó Buddy, dirigiéndose al director de
Compras.
—Ojo, Buddy,
que yo no puedo garantizar las características de esos materiales — objetó
Robert, “Bobby” para los amigos, el de Calidad, interrumpiendo sin pensárselo
mucho y sin dejar que hablara el otro.
—¡Me importa
un bledo! — aulló Buddy, fulminando con su mirada a Karlowski — Yo no tengo por
qué conocer en profundidad lo que me mandan…
—Los
materiales se distinguen por un dígito al final — intervino tímidamente Mitchell,
el de Ingeniería — Ten en cuenta que las capas de fibra rusas llevan menos
resina y son más rígidas; en cuanto se doblen, aparecerán despegados locales
entre las capas, que además pudieran extenderse con el tiempo. Eso sí, los componentes resultantes pesan
mucho menos, claro, al llevar tan poca resina. En cuanto a los herrajes de
Titanio ruso, serán mucho más baratos, pero no sabemos cómo se comportan a
fatiga. ¿Y si salen grietas a las primeras de cambio? En lugares poco
accesibles se podrían extender sin que las detectáramos hasta que ya estuvieran
muy avanzadas; entonces nos podríamos estar enfrentando a un posible colapso
estructural al cabo de varios vuelos, que nadie sabe cuántos serían.
Buddy le miró con una sonrisa aviesa.
—Eso tiene
fácil solución, Cameron; en los planos pones el dígito del material bueno y es
el que montaremos, pero sólo en el componente de ensayo; en la serie pondremos
el material ruso barato. Bobby, te encargo que no levantes esa liebre; a todos
los efectos será éste el material. Si no hacemos eso, no lograremos el peso
requerido y se nos comerá la competencia, empezando por nuestro mayor enemigo
Richard Branson. Y si no hay avión, nos quedaremos todos a dos velas y sin
trabajo.
El silencio
se podía cortar con un cuchillo.
—Pero eso que
propones es un riesgo para el proyecto más adelante y además es ilegal; me
juego el puesto… — dijo el de Calidad, con voz aflautada y evidentemente
asustado.
Buddy se
levantó de la silla, iracundo de nuevo y señalando con el dedo a Jim Baldwin.
—¡Mucho
antes te lo juegas conmigo! Si no haces lo que te diga, te despido…
Intervino de
nuevo Cameron Mitchell, tratando de ser conciliador.
—Para mayor
tranquilidad, podríamos hacer unos cuantos ensayos comparativos simples para
las zonas más críticas, que serían muy baratos…
Buddy se calmó
y esbozó una leve sonrisa, que más parecía una mueca.
—Me parece
bien, pero apáñate con uno o dos ensayos, ni uno más...
—Eso es muy
poco… y ten en cuenta que nos olvidaríamos del factor de envejecimiento; sigue
habiendo excesivo riesgo con sólo dos ensayos — objetó Cameron con timidez.
Buddy volvió
a sulfurarse; esta vez se levantó y se encaminó con la saliva saliéndosele por
las comisuras de los labios hacia su responsable de Ingeniería, no mucho más
alto que él.
—¡Estoy
hasta las narices de tí! ¡Eso es ya un riesgo calculado y no voy a ceder en
nada más! — aulló más que gritó Buddy — ¡Que no lo tenga que repetir!
De nuevo
hubo un largo periodo de silencio, con todos los directores acurrucados a una
cabeza más baja que su presidente, amo y señor.
—Pues ya
sabéis lo que tenéis que hacer — terminó Buddy mirando alevosamente a cada uno —Vamos
a comprar el material ruso tanto para la fibra como para el metal; en el
componente de ensayo montaremos los materiales buenos y haremos las dos
pequeñas pruebas comparativas para mitigar riesgos. Y ahora, ya podéis
marcharos. ¡A trabajar!
Los tres
directores abandonaron la sala de reunión cabizbajos y en silencio; “con este tipo
no se puede hablar”, se decían para sus adentros, resignados.
“Son todos
unos capullos; éstos me hunden el programa si les dejo solos…”, se dijo a su
vez Buddy, viendo cómo salían todos sin osar mirarle a la cara.
Tras una
opípara cena aquél mismo día con sus “pelotas” habituales, Buddy se fue a la
cama sintiéndose algo mareado y con mala digestión. Tras dar varias vueltas, por
fin logró dormirse. Buddy vivía y dormía solo, aunque tenía un criado y además
una empleada de hogar; ésta, una mulata joven muy atractiva, ejercía también
una “doble función”, chantajeada por su amo, obligándole a hacer el amor con él
todas las mañanas a la vez que le servía de dulce despertador. Cuando no estaba
de humor, sencillamente la despedía hasta el día siguiente.
Aquella vez,
sin embargo, estaba solo y se despertó en plena madrugada sintiéndose muy
extraño. En la semioscuridad, no reconocía su dormitorio. Se empezó a asustar.
¿Dónde estaría? ¿Quién lo habría llevado hasta allí? Cerró los ojos; “estoy
soñando todavía, está claro…”, se dijo.
Los volvió a
abrir; nada había cambiado. Poco a poco, sus ojos se fueron acostumbrando a la
semioscuridad. Lo curioso era que veía bien, demasiado bien; en los bordes del
campo de visión podía ver su entorno repetido varias veces, como si tuviese un
ojo múltiple. Se tocó bajo la frente, por si se hubiese dejado las gafas
puestas, ¡y se la encontró llena de pelos! Después se tocó la cara; imposible,
él no llevaba barba y se había afeitado aquél día, pero era como si le hubiese
crecido durante la noche. ¡Incluso sus mejillas estaban llenas de unos extraños
y ásperos pelos! Cuando se tocó las cejas al frotarse los ojos, todavía se
asustó más: ¡le habían salido dos antenas!
Aterrorizado
ya, clavó la mirada en su entorno; vislumbraba una decoración muy extraña. El
motivo que se repetía en todo lo que alcanzaba a ver eran unos extraños hexágonos
que le recordaban los paneles de nido de abeja hechos de fibra de vidrio que
usaba él mismo en elementos secundarios en sus aviones. “Nada, nada, esto es un
sueño influenciado por mis estructuras aeronáuticas…”, se dijo.
Se incorporó;
al menos se sentía ágil. Se miró las piernas y no las encontró; en su lugar se
dio cuenta que lo que estaba moviendo eran seis patas, sobre las que se
apoyaba. Era curiosa la sensación de dominar bien tantas piernas a la vez, algo
que debía de ser muy difícil. Trató de mirarse las manos, pero lo que levantó
fueron las dos patas delanteras, haciendo que tuviera que hacer un esfuerzo
suplementario con sus otras cuatro para no caerse hacia adelante.
Se dijo que lo
primero que tenía que hacer era explorar el entorno y averiguar dónde estaba;
cuando hizo la intención de avanzar, notó que se le ponían en marcha unas alas
que tenía a la espalda y… ¡salió volando! Desde allí arriba pudo ver que no
estaba solo; debajo de él vislumbró un montón de abejas de un tamaño descomunal,
todas ellas muy afanosas en diferentes celdillas hexagonales.
Entonces
reconoció aquél olor, agradable por cierto, que le rodeaba: ¡era olor a miel! ¡Todo
indicaba que estaba dentro de un panal!
Del susto,
se le olvidó la intención de volar y terminó cayendo en picado encima de una de
aquellas grandes abejas.
—¿Eres
gilipollas o qué? — le espetó aquél ser en forma de abeja — ¡Ten más cuidado!
—Sorry, ha
sido sin querer — respondió Buddy, asombrado de que estuviese en verdad
hablando y entendiéndose con una abeja. “¿Será que yo también lo soy?”, se
preguntó, cada vez más asustado.
“Desde
luego, si estoy soñando ya es hora de que despierte; tengo que salir de aquí”,
se dijo. Vio a lo lejos una luz y se dirigió hacia aquél lugar, dando por hecho
que sería una salida. La luz era azulada y muy extraña, como si no fuese parte
del entorno. Se acercó rápidamente, sorprendido de lo fácil que le estaba
resultando volar y efectuar maniobras de vuelo en la dirección que quisiera.
Ya había
atravesado una especie de portal de luz y se había sumergido en un entorno
neblinoso; estaba muy asustado, pues se sentía realmente perdido; para eso
preferiría estar en la colmena aquella, rodeado de más abejas como él.
De repente
distinguió a alguien sentado a lo lejos; más que sentado, parecía levitar. Se
dirigió hacia él.
—¿Quién
eres? ¿Podrías decirme dónde estoy?
Aquél ser le
miró con ojos relampagueantes; era un tipo alto, de aspecto oriental, vestido
con una túnica brillante, sentado en postura reflexiva con las piernas cruzadas
por delante y con la piel levemente azulada.
—¿Cómo osas
interrumpirme en mis cábalas? Ya sé quién eres tú… — dijo el ser aquél.
—Pues yo no
tengo el gusto de conocerte — dijo Buddy con sarcasmo, pues no estaba
acostumbrado a que alguien le tratara de aquella forma; dadas las
circunstancias, se lo pensó mejor y se tragó lo que iba a decir.
—Yo soy Iamarash,
pero puedes llamarme Iama a secas — dijo el ser azulado — Estás en la Ciudad
Prohibida, que lleva mi nombre, Iamapura.
—No he oído
hablar de ti — respondió asombrado Buddy.
—¿Y tú eres
el que presume de conocer el hinduismo? Si estás aquí es porque alguien por
encima de mí lo ha decidido así. Ese alguien es quien tú conoces como Dios,
pero como no crees en nada, Él ha decidido que tu primer encuentro sobrenatural
fuera con alguien como yo. Para que lo entiendas: soy algo parecido a lo que tú
llamarías demonio, pero con matices muy diferentes; soy una especie de Juez del
Tribunal Supremo y quien va a determinar tu destino a partir de ahora.
Buddy se
estremeció. ¿Estaría muerto? Sería una explicación a todo aquello, pero no
entendía que se le hubiese puesto aspecto de abeja.
—Sí, estás
en lo cierto — Iama parecía que podía leer sus pensamientos — Ayer por la noche
sufriste un infarto mientras dormías. Se te ha conducido hasta mí porque yo soy
el encargado de valorar tu Karma y enviarte donde debas estar después de
muerto.
—Sí, del
Karma he oído hablar, pero eso no es más que una sustancia espiritual…
—Es algo más
— respondió Iama con gesto paciente, como quien habla con un niño — el Karma es
tu balance personal entre el bien y el mal y determina tu reencarnación.
Buddy
contuvo la respiración. ¡Reencarnación! Eso sí que lo había leído; ¿tendría que
ver con su transformación en abeja?
—Vuelves a
acertar, señor Spencer — dijo Iamarash — Yo tomé la decisión. Me pareció que
deberías saber lo que es trabajar en comunidad, arrimando el hombro como uno
más. Una lección de humildad no te vendrá nada mal. Por cierto, tu Karma está
en un estado lamentable, de forma que te correspondía la reencarnación en un
insecto; da gracias que eligiera un insecto volador, pues me consta que te
gusta volar. Podría haber elegido una cucaracha…
Buddy se iba
calentando por momentos.
—¿Con qué
derecho has decidido convertirme en esto?
—Estoy a
tiempo de convertirte en cucaracha, así que baja esos humos…
Buddy se
mordió los labios, pero no los encontró, masticando pelos; tenía las de perder.
—Ahora
cálmate y escucha — continuó Iamarash — la única forma que tienes de recuperar
tu Karma es haciendo buenas obras; cuanta más repercusión tengan, más te
mejorará. Si eliges lo que ha sido habitual en ti en la otra vida, ya sabes lo
que te espera. Si mueres como abeja defendiendo algo noble tras una buena
acción, tu nueva reencarnación te prometo que será mejor que ésta. Ahora
depende de tí.
Buddy seguía
enfurruñado.
—También
podrías haberme convertido al menos en una abeja macho; me da mucha vergüenza
haber pasado al género femenino.
—No hay
abejas macho, estúpido. De todas formas, no te preocupes por tu sexo; la
función reproductora la tiene en exclusividad la abeja reina.
—Hombre,
podrías haberme convertido en un zángano…
—Eso te
hubiera gustado más, ¿verdad? No cuela, “macho”. Los zánganos no sirven para
otra cosa que tirarse a la reina una vez al año en dura competición con otros
zánganos de la misma ralea; el resto del tiempo se lo pasan holgazaneando. Me
figuro que eso sería muy aburrido para tí. Además, así no creo que puedas
mejorar tu Karma; ¡te estoy dando una oportunidad! Y ahora vete y vuelve a tu
colmena.
Buddy miró
con rencor a Iamarash.
—Todavía no
sé cómo mejorar mi Karma; nunca he sido abeja antes…
—Se supone
que eres un tipo listo con mucha imaginación; ya encontrarás la forma —
respondió Iamarash mirándose las uñas y limpiándose con su túnica, displicente
— Y ahora lárgate y no vuelvas por aquí sin un buen montón de Karma del bueno.
Resignado a
su suerte, Buddy despegó y salió de la morada del demonio/juez.
Al salir de
la neblina, se encontró con que ya estaba de nuevo dentro de la colmena; la luz
desapareció al entrar en ella. “¿Y ahora, qué?”, se preguntó.
Una robusta
abeja se le acercó con gesto autoritario.
—A ver, la
nueva, que pareces un zángano… ¡Ponte a amasar cera para las celdillas!
Buddy iba a
responder desabridamente, pero viendo las hechuras de su contrincante, decidió
bajar la cabeza y apechugar.
—De acuerdo;
dame una pala y me pongo a ello…
—¡Pero qué
pala ni qué abejita muerta! ¿Te has olvidado que tienes ocho glándulas
abdominales para amasar cera?
Buddy se
miró el abdomen y vio algo así como sesenta y cuatro glándulas, pero enseguida
se dio cuenta que no se había acostumbrado todavía a las peculiaridades de su
vista; haciendo un esfuerzo de enfoque, ya fue capaz de distinguir las ocho que
mencionaba la capataz o lo que fuera. Se puso a ello; en efecto, las glándulas
funcionaban instintivamente y podía amasar la cera. Al poco tiempo, se dijo que
aquél trabajo con esas glándulas tan pequeñas le parecía muy poco eficaz, al
ser tan lento. Necesitaba un útil.
Sin decir
nada a nadie, Buddy se puso a trabajar en construirse una especie de pala con
una ramita que encontró por allí; uno de los extremos, al romperse, estaba
aplanado. La agarró con sus dos patas delanteras, la sujetó bien y se puso a
repartir la cera amasada para la construcción de las paredes de la celdilla.
Al cabo de
algún tiempo, la abeja capataz pasó por allí con intención de examinar cómo se
las apañaba la nueva. Al ver el resultado, levantó sus antenas con asombro.
—No está mal
para ser la primera vez; hasta has corrido más que las otras…
—Es que esto
me sirve de pala, que es lo que te había pedido antes.
—Perdona,
pero es que yo no sé lo que es una pala — respondió la robusta abeja — Pareces
muy lista y con recursos; te nombro mi ayudante, para que instruyas a las demás
abejas en su manejo. ¿Cómo te llamas? Yo soy Amanda, la capataz en jefe.
Buddy se sintió
henchido de orgullo; ¡alguien le reconocía sus méritos!
—Me llamo
Buddy…
La capataz
lanzó una carcajada amistosa, dándole una palmada en el “hombro” que casi le
hizo perder el equilibrio, pese a sus seis patas. “Un poco bruta, la tal Amanda”,
se dijo.
—¡Vaya! ¡La
abeja Buddy! Muy propio, pero demasiado masculino. Tienes nombre de zángano. A
ver, te voy a presentar a las demás abejas del grupo para que sepan de tu nueva
autoridad y te encargo que mejores su rendimiento.
Buddy
respiró, aliviado; eso se le daba bien.
Una vez
presentado, lo primero que hizo fue organizarse y rodearse de abejas acólitas,
a las que formó en el manejo de las palas, tras hacer el pedido correspondiente.
Ellas se encargarían después de formar grupos para instruirlas como es debido.
Al cabo de
poco tiempo, la construcción de celdillas había progresado de forma muy rápida.
Los diferentes grupos que había formado Buddy llegaban a terminar celdillas en
la mitad del tiempo que las demás.
Amanda
estaba muy contenta; nombró a Buddy director de fabricación a su cargo y hasta
se lo mencionó a su jefa, la abeja reina.
—Hay una
nueva abeja de nombre Buddy que nos está ayudando mucho, mi reina — explicó
Amanda.
—¿Buddy?
Parece muy masculino — A la reina se le pusieron en marcha sus sensibles hormonas
reproductoras.
—La verdad
es que no sólo tiene nombre de zángano, sino que además dispone de un… bueno,
de algo que parece un órgano fecundador, como los zánganos — Amanda se había
sonrojado.
La reina se
quedó mirando a Amanda, pensativa. “Si Buddy es una abeja y puede hacer además
las “labores” propias de su sexo zanganil, tendrá un ADN muy conveniente”, se
dijo, pues daba por hecho que con esos conocimientos y su capacidad de
organización podría formar una generación de abejas más eficiente.
—A ver,
Amanda; me vas a presentar a la -o al tal- Buddy. De paso, te encargo de que
encierres a los zánganos en una celda aparte y que no me molesten.
La reina
sentía auténtica curiosidad; se puso unas llamativas galas monárquicas y se
perfumó con sus mejores feromonas.
Buddy
también se sintió muy honrado al saber que tendría una entrevista real. A la
hora convenida se presentó en palacio. Nada más atravesar el umbral, se quedó
impresionado al ver a la reina, que le miraba de reojo con una sonrisa conejil;
no sabía por qué, pero se sintió inmediatamente atraído por ella. Según se
acercaba, el perfume feromónico de la reina siguió haciendo su efecto, de
manera que una de sus partes bajas, la situada por debajo de las ocho glándulas
para amasar la cera, se pusiera a crecer notablemente. Buddy se dio cuenta;
intentó taparse con sus dos patas traseras, pero no parecía ser suficiente. La
reina abrió los ojos, muy sorprendida, a la vez que extasiada ante tal visión.
Decidió disimular, sin embargo, como si no se hubiese dado cuenta.
—Acércate,
Buddy; no tengas miedo, que no te voy a comer…
Buddy se
aproximó a ella, con cierto respeto ante la majestuosidad de aquella señora
abeja reina; decidió mostrarse atrevido, pues nunca se había achantado en su
otra vida, por muy guapa que fuese la chavala en cuestión. Se sentó a su lado y
la abrazó con su pata delantera derecha y acercó su boca a la de ella, mientras
que con la otra pata la acariciaba. Se acordó que tenía otras dos disponibles
sin caerse; las caricias con tres patas resultaban muy efectivas y cosquillosas.
La reina ronroneaba como un gato, dejándose hacer, mirando de reojo el
crecimiento de aquél apéndice de su compañero con embeleso ya no disimulado y
mostrándose cada vez más melosa.
Lo que tenía
que pasar pasó; aquella noche en la cámara nupcial de la reina se fue
convirtiendo en un derroche de dulce placer. La reina aprovechó para descorchar
una botella de jalea real cosecha de 1947 que tenía guardada para las
ocasiones.
Al día
siguiente, apareció un bando real en el que se nombraba a Buddy consorte
primero, a la vez que general en jefe de los ejércitos abejeros. Los zánganos
fueron expulsados, excepto los pocos que se avinieron a trabajar como abejas
comunes.
Buddy estaba
contento; ya se había olvidado de sus tiempos en la otra vida, del Karma y de
Iamarash, y así fue pasando el tiempo.
Un buen día
apareció en palacio de la mano de Amanda una abejita mensajera de otra colmena
lejana, pidiendo audiencia real. Buddy también se encontraba allí y sentía
curiosidad por lo que pudiera informar la mensajera; la pobre tenía muy mal
aspecto, con varias heridas y coja de una pata.
—Mi reina, mi
general — informó la mensajera — hemos sido atacadas por unas grandes avispas
de ojos rasgados, por lo que deducimos que son asiáticas. Son muy fuertes y no
pudimos hacer nada para frenar sus ataques; se han hecho con toda la colmena,
quedamos muy pocas supervivientes y temo que puedan dirigirse después hacia
aquí, pues ésta es la colmena más cercana. Cuando se harten de arrasar lo que
queda de la nuestra, es probable que ataquen. Creo que debéis poneros a salvo y
huir…
La reina se
asustó ante estas noticias, pero Buddy, ya muy puesto en su papel de general en
jefe, decidió que tenía que hacerse valer.
—Muchas
gracias, mensajera; ¿Cuánto tiempo calculas que nos queda antes de que se
produzca un ataque y cuántas avispas os han atacado, más o menos?
—Me temo que
no nos queda ni una semana, mi general; en cuanto a la cantidad de avispas,
estimo que el enjambre atacante lo componen unas doscientas, pero cada una
puede vencer a varias abejas a la vez…
Buddy se
quedó reflexionando. Ya que era el jefe y favorito de la reina, convertirse de
golpe en un paria huido ante un avispado enemigo no le hacía ninguna gracia.
—¿De cuántas
abejas disponemos en nuestra colmena, reina mía?
—Calculo que
de unas mil, desde el último censo, pero no veo forma de frenar a esas
gigantescas avispas carnívoras.
—¿Cuánto
peso calculas que pueden levantar mil abejas, tú que las conoces mejor?
La reina se
quedó pensativa, pero no supo darle una cifra exacta.
—No lo sé,
pero si nos aliamos con unos cuantos abejorros que conozco, todos muy fuertes,
podríamos formar un buen ejército, pero me temo que no tenemos experiencia
militar ni armas para enfrentarnos a esas avispas asesinas.
Buddy
reflexionó. Él sabía algo de pesca con redes y una idea le bullía en la cabeza.
—Que vengan
a verme unas cuantas abejas exploradoras — ordenó Buddy.
Una vez
todas reunidas en la sala del consejo (aquello le recordaba a sus reuniones con
sus directores en la otra vida), Buddy ordenó a sus huestes que explorasen el
entorno cercano de casas habitadas por humanos y que le informasen de lo que
había tendido en los tendederos de ropa lavada y el momento en que se estimaba
que la ropa estuviera seca.
—Lo que
quiero es que me localicéis un tendedero en el que estén colgadas cortinas,
cuanto más finas, mejor. Marcadme las coordenadas para que sea fácil su
localización. Esperad, que no he terminado — Buddy se dirigió a dos de las
abejas que parecían más espabiladas — vosotras dos os vais a acercar a la
colmena devastada sin que os vean y debéis informarme de cualquier cambio que
observéis que pueda hacer sospechar un próximo ataque de las avispas.
¿Entendido?
Todas
asintieron, levantando la patita derecha hasta la cabeza para hacer un amago de
saludo militar.
Al cabo de
dos días, un grupo de abejas ya había localizado un tendedero con cortinas
secándose; eran en realidad visillos. Buddy eligió el más grande. Acto seguido,
llamó a todas sus huestes para reunión general fuera de la colmena. El enjambre
de mil abejas juntas resultaba impresionante.
—Cuando
lleguéis al tendedero, os repartís mitad y mitad para enganchar los dos
extremos del visillo, quinientas abejas en cada lado formando las filas que
sean necesarias — ordenó Buddy — Recemos para que no estén sujetos por pinzas;
si así fuese, os coméis la zona de visillo que bordea a la pinza. Una vez
concluida la faena, os traéis volando el visillo y lo extendéis aquí delante en
la explanada; después os daré más instrucciones.
La familia
que habitaba la casa del tendedero en cuestión no podía imaginarse lo que
verían sus ojos. Justo cuando la madre iba a recoger los visillos del tendedero,
oyó un enorme zumbido; ¡se estaba acercando un inmenso enjambre de abejas,
derecho hacia donde estaba ella! Se asustó, claro, llamando a sus dos hijos
para que entrasen con ella inmediatamente en la casa y cerraran cualquier
ventana abierta. ¡Un ataque de abejas! ¡Increíble!
Una vez
dentro de la casa, podían ver el tendedero desde la ventana de la cocina.
Aquellas abejas estaban organizadas como un ejército; cuando llegaron volando
encima de la ropa colgada, el enjambre se dividió en dos. Un mogollón de abejas
estaban sujetando uno de los dos visillos grandes por un extremo y la otra
mitad lo hacían por el otro lado, mientras dos pelotones de abejorros cortaban
el visillo en la zona en la que había dos pinzas. No pasaron ni diez minutos,
cuando las abejas levantaron el vuelo, llevándose el visillo en volandas. Los
tres se miraron; ¡abejas ladronas! La madre decidió dar parte al “sheriff” del
condado, denunciando el robo.
—¿Y dice
usted que un enjambre de abejas se ha llevado parte de la ropa tendida en su
casa? ¿Usted se da cuenta de la estupidez que me está contando? — el sheriff no
quiso insistir al ver las lágrimas de la pobre señora, pero decidió para sus
adentros comentarle el hecho al médico del pueblo para que fuera a visitarla lo
antes posible. Lo curioso era que los niños afirmaban lo mismo, pero eso sería
para no contradecir a su madre, se dijo.
En cuanto a
las abejas, volaban llevando el visillo como les había indicado Buddy, en horizontal y todo lo tenso posible, como si
fuese un ala. Buddy sonrió para sus adentros; ¡a lo mejor hasta sustentaba un
poco, como una placa plana! Siguiendo sus órdenes, el ejército de abejas dejó
el visillo en el suelo cercano a la colmena, totalmente extendido.
—Ahora
quiero que untéis de cera los bordes del visillo; tenemos un día para hacerlo —
ordenó Buddy a su ejército de mil abejas.
Buddy estaba
preocupado al no tener noticias de sus dos exploradoras a la otra colmena; ¿habrían
sido descubiertas por las avispas?
Afortunadamente,
las dos aparecieron al día siguiente muy excitadas.
—Creo que
tendremos encima a las avispas esta misma tarde; están todas muy alborotadas.
—Bien, que
se aposten varias exploradoras en diferente sitios para avisar de su posición
según se acerquen.
Buddy se
dirigió de nuevo a todas sus huestes.
— Bien,
ya sabéis lo que tenéis que hacer; cuando os avise, levantad el vuelo llevando
el visillo casi plegado en horizontal hasta que veamos el enjambre; a mi orden,
las de arriba volarán hacia el cielo y las de abajo hacia el suelo. Sólo son
doscientas avispas; si alguna escapa, os encargáis después de ella atacando
varias a la vez. Es conveniente que no escape ni una…
Llegó el
momento de la verdad. Las exploradoras confirmaron que el enjambre se acercaba.
Con todo cuidado, las abejas fueron enganchando los bordes y levantaron de
nuevo el vuelo. Cuando lo tuvieron a la vista, se desplegaron poniendo el
visillo en vertical como una enorme red y chocaron contra el enjambre de
frente.
—¡Rápido,
cerrad los bordes y pegadlos con la cera! ¡Que no escape ninguna! — aulló
Buddy.
El visillo
se cerró como una enorme boca sobre las avispas; las mil abejas se afanaron con
rapidez en sellar los bordes con la cera, apretando la zona de unión. Una vez
formada la gran bolsa, con las avispas todavía sin comprender lo que había
pasado, Buddy siguió dando órdenes.
—¡Ahora, volad
a la piscina más cercana y dejad caer el paquete en ella para que se ahoguen
todas!
La
casualidad quiso que la piscina más cercana fuera la de la casa del tendedero;
las mil abejas fueron llevando con rapidez el paquete sobre la pequeña piscina
(ya estaban agotadas, pues el peso se había incrementado mucho con el de las
doscientas avispas).
La madre con
sus dos niños, atónitos, tuvieron ocasión de ver la maniobra desde la ventana
de la cocina. Una vez que las abejas se marcharon, salieron rápidamente y se
dieron cuenta que se trataba de avispas vivas. Viendo el panorama, que el
visillo con las avispas revolviéndose no se hundía, que el paquete se había
acercado a una orilla y que podrían escaparse mordiendo el visillo, la madre
salió corriendo hacia el tendedero, agarró una lata de gasolina del trastero de
al lado y las roció con su contenido, prendiendo fuego acto seguido. En poco
tiempo, las avispas quedaron chamuscadas; algunas, pocas, lograron escapar,
pero estaban tan asustadas y atufadas por el humo, que se fueron lejos volando
sin pensar en atacar a nadie.
Al día
siguiente, el sheriff se encontró con el médico del pueblo.
—Qué, ¿ya
fuiste a ver a la señora de las abejas?
—Sí —
respondió el médico con las cejas enarcadas por encima de sus antiparras — pero
no te lo vas a creer. Me ha contado otra historia nueva, ahora de avispas
quemadas, pero se da el caso que yo mismo he visto los restos. Parece ser que
tenía razón…
El sheriff
se dijo que en el mundo había misterios insondables y decidió olvidar todo
aquello; total, ¿para qué? Si hubiera sabido que al mando de las abejas había
estado el presidente de una compañía aeronáutica de aviones supersónicos, es
probable que hubiera pedido su propio ingreso en una institución mental.
Entretanto, Buddy
fue nombrado héroe de la colmena y la reina le susurró en voz baja que esa
noche ya se encargaría ella de hacérsela inolvidable sacando más botellas de
jalea real.
El tiempo
fue pasando. En uno de los vuelos de polinización, Buddy acompañó a un grupo de
abejas y ocurrió algo inesperado. Vio a un señor que estaba pegando a su mujer
de forma inmisericorde en el jardín de su casa y decidió que tenía que hacer
algo para evitarlo; al fin y al cabo, tenía un aguijón que hacía daño. Sin
pensarlo y sin pedir ayuda a sus compañeras, realizó un vuelo en perfecto
picado hacia la nariz indefensa de aquél tipo, metiendo su aguijón hasta la
empuñadura. Cuando el hombre intentó defenderse con un manotazo, salió volando
a toda velocidad; según lo hacía, sintió que su abdomen se vaciaba, dejando sus
intestinos fuera, pegados a la nariz del individuo. “Estoy muerto” se dijo.
Y así era;
al poco rato falleció, con gran desconsuelo de la reina cuando se enteró de su
desaparición.
Buddy se
despertó. Se sentía fuerte. ¡Vaya pesadilla que había tenido! ¡Convertido en
abeja! ¡Valiente estupidez!
Miró a su
alrededor; sus sentidos funcionaban muy bien, en especial el de la vista.
Seguía soñando, claro, pues estaba en la copa de un árbol; desde allí
distinguía los detalles más lejanos con claridad, tanta, que hasta enfocaba al
mismo tiempo a izquierda y derecha. Nunca había podido ver con tanta nitidez.
¿Pero qué
hacía allí subido a un árbol? Trató de mirarse las manos y lo único que logró
fue extender sus largas alas emplumadas. Con el susto, perdió el equilibrio y
se cayó de la rama; como ya tenía las alas desplegadas, pudo planear sin
esfuerzo. A su derecha divisó un lago con unos árboles caídos cerca del borde.
Aterrizó allí para verse reflejado en el agua; entre las leves olas que había
formado al tomar tierra, pudo distinguir su imagen algo borrosa, pero sí lo
suficiente para reconocerse: ¡Ya no era una abeja, sino un águila!
Se acordó de
Iamarash. Seguro que la culpa era de él. A lo lejos, por encima de la montaña
más alta que había por allí, divisó una luz azulada; decidió dirigirse hasta
ella, pues desde la cima podría ver mejor dónde estaba.
Al
acercarse, se sintió atraído por aquella luz azul; al volar dentro, volvió a
encontrarse con la extraña neblina. Lo que suponía; en efecto, allí, sentado
sobre sus piernas cruzadas, estaba Iamarash aparentemente dedicado a sus
reflexiones. Por el ruido del batir de sus alas, se despertó al demonio, dios,
juez o lo que fuera de su aparente letargo, mirándole sin mostrar sorpresa.
—Te
esperaba, Buddy; ya me he enterado de tu muerte. Enhorabuena.
—¿Cómo que
enhorabuena? Sigo siendo un bicho, sólo que más grande — respondió Buddy,
empezando a enojarse.
Iamarash le
miró con los ojos entrecerrados.
—No te
quejes; te he reencarnado en un animal muy bello, el rey de las aves. Tu Karma
ha mejorado mucho, pero no lo suficiente como para reencarnarte en un humano.
—¿Y qué
tengo que hacer entonces para volver a ser lo que era? — Buddy se sentía a la
vez frustrado y enfadado.
—Eso debes
descubrirlo tú mismo; lo primero que debes hacer es reprimir tu ira y después que
actúes como te dicte tu conciencia, que espero haya aprendido algo.
Iamarash le
miró más amablemente y continuó.
—Durante tu
época de abeja, te has portado bien; has salvado a mil abejas de ser asesinadas
por las invasoras avispas chinas y eso ha hecho subir el nivel de tu Karma, al
pensar en los demás antes que en tí mismo. También, y eso ha sido lo más
relevante, has puesto tu vida en peligro por salvar a aquella mujer atacada por
su marido.
—Todo eso
podría haber sido suficiente, ¿no? Tienes un criterio muy estricto, Iama…
Iamarash le
miró con seriedad.
—El mérito
baja muchos puntos si tenemos en cuenta que tu acto no fue tan altruista, pues
tú mismo compartías el mismo peligro que tus compañeras y te aprovechaste de
ellas también para salvarte tú. Y en cuanto al picotazo, ni te acordabas de que
las abejas morían cuando lo hacían… ¿O no es verdad?
Buddy tuvo
que reconocer que Iama tenía razón; recordaba que el hecho de verse devorado
por una avispa asesina no le había hecho ninguna gracia y que eso fue lo que le
movió a inventarse algo para evitarlo. Eso sí, el haberlas salvado le
enorgullecía mucho y ser homenajeado como héroe le había complacido todavía
más.
—Y ahora
vete; no tengo más que decirte. Pórtate bien… —estaba claro que Iamarash le
estaba despidiendo. Le fastidiaba tener que tragarse su orgullo ante aquél ser;
no estaba acostumbrado a que le hablaran de esa forma.
Buddy
levantó majestuosamente el vuelo y se alejó de allí. Aterrizó en la cima de
aquella montaña. Hacía frío, por lo que suponía que era pleno invierno.
Agradeció el calor que le daba su plumaje. “A lo mejor esto de las plumas
podría ser un buen aislante para las cabinas de los aviones”, se dijo, pero
enseguida rechazó el pensamiento. No parecía ser muy práctico.
La soledad
que le rodeaba era inmensa; casi echaba de menos su época de general de las
abejas; por lo menos siempre estaba muy acompañado. Sonrió para sus adentros.
Sus necesidades físicas las había tenido resueltas con la abeja reina, que
parecía una ninfómana; nunca terminaba de estar satisfecha. Con las águilas ya
no había “reina” y ni siquiera podía descubrir hembras apetecibles. Aquellos
recuerdos hicieron que se le despertase la líbido, pero estando solo, aquello
no tenía ninguna gracia.
La verdad es
que disfrutaba volando; las performances de vuelo del águila eran desde luego
muy buenas. De repente divisó un conejo; sentía mucha hambre, pues hacía tiempo
que no había comido. Se le despertó el instinto de la caza; encogió sus alas,
las colocó en forma de “W” y se lanzó en picado a toda velocidad. Tras un
frenazo increíble (lo tendría que estudiar para sus aviones), agarró al conejo
con sus garras y lo mató de un picotazo, disfrutando del sabor de la sangre y
de las vísceras. Hacía mucho que no había vuelto a tener esa sensación, al
menos desde su vida anterior de humano; como abeja, no había experimentado nada
parecido. Todo indicaba que volvía a ser el despiadado Buddy de siempre,
disfrutando con despedazar a los demás.
Una vez
aplacado su apetito, continuó la búsqueda de otras águilas, cosa que no parecía
fácil. Por fin encontró lo que buscaba; divisó una pareja de aguiluchos. Pero,
¿qué estaban haciendo? Volaban aparentemente sin control, prendidos el uno de
la otra; todo indicaba que se estaban apareando. Ver aquella escena tan erótica
le excitó. Aprovechando que el águila macho estaba distraído en sus menesteres,
levantó el vuelo por encima de ellos sin que le descubrieran y se lanzó en picado
igual que había hecho con el conejo, sólo que esta vez sujetó con sus garras la
cabeza del otro y le clavó varias veces el pico en el cerebro, con todo el
salvajismo del que fue capaz hasta acabar con él; el otro águila se desplomó y
cayó en barrena.
Buddy se
enfrentó entonces al águila hembra que tenía delante, mirándole asombrada;
estaba buena, con sus pectorales enhiestos a base de plumas blancas. Resultaba
muy excitante. Sin embargo, también le estaba mirando con odio.
—Pero, ¿qué
has hecho? ¡Era mi marido! Estamos en enero y nos toca aparearnos y tú no
tenías por qué interrumpirnos. ¡Era nuestro ritual familiar! ¡Asesino!
Buddy se
sorprendió, pues él suponía que a las hembras se las disputaban los machos como
todo buen animal salvaje que se precie; el más fuerte, se lleva la pieza.
—Yo te he
ganado en buena lid — graznó Buddy — así que ahora no te hagas la estrecha y
date la vuelta.
—¿Pero de
dónde has salido tú? ¿No sabes que las águilas formamos una pareja monógama
para siempre? Tú nos acabas de destrozar la unidad familiar, con nuestros polluelos
todavía en el nido.
Buddy no
sintió piedad; los polluelos le traían sin cuidado.
—Si eres
cariñosa conmigo, adoptaré tus polluelos junto a los que tengamos nosotros
después — dijo Buddy, tratando de aparentar seriedad.
El águila
hembra reflexionó; no parecía que tuviera nada que perder al no existir ya el
“pater familiam” de su prole y con la promesa de aquél águila se le
solucionaría el problema familiar; “mejor eso que nada”, se dijo.
—De acuerdo;
me presentaré, pues antes de hacer el amor lo mínimo es que sepamos cómo nos
llamamos, ¿no te parece? Yo me llamo “Pecho Blanco”, ¿y tú?
—Yo soy
Buddy; venga, date la vuelta…
Excitado
como estaba a la vista de aquellas blancas plumas del pecho de aquella águila,
la agarró fuertemente por ahí y la atrajo hacía sí, montándose encima y
tratando de besarla desde atrás. El problema era que con aquél pico eso no
resultaba muy reconfortante, de forma que Buddy decidió olvidar lo de los besos
y se concentró en lo demás.
Una vez
terminada la faena, Pecho Blanco se arrebujó cariñosamente contra él.
—¿Te quieres
casar conmigo?
Buddy se
quedó cortado; nunca se le había declarado una mujer y mucho menos una águila.
—Bueno, si
te empeñas…
Pecho Blanco
hinchó el ídem suspirando satisfecha.
—Pues muy
bien, ya somos familia. Vamos al nido, que te presentaré a tus hijastros.
Buddy fue
volando con ella hasta el nido, que no estaba lejos; de vez en cuando, Pecho
Blanco le miraba y le sonreía, cosa que tenía su mérito para un águila.
—Deberías
hacer otro nido para nuestra nueva camada, que nacerá en unos pocos meses;
ahora estamos en enero, que es nuestra época de celo.
Buddy la
verdad es que no lo sabía; “ahora me explico tanta excitación”, se dijo. Sin
embargo, ya estaba la hembra aquella dando órdenes, que si otro nido, que si
traer la compra con la caza diaria… “Me temo que la vida de casado no me va; si
antes no lo he hecho, ahora no tengo por qué aguantar a una águila por esposa”,
se dijo Buddy.
Pecho Blanco
era muy cariñosa y le estaba haciendo carantoñas, abriendo y cerrando los ojos
haciendo pestañitas. Buddy la miró, no muy convencido.
A los pocos
días de compartir el nido, Buddy entrevió a lo lejos otro águila; esta vez
estaba volando sola. Buddy se dio cuenta, sin saber cómo, que aquella águila
era hembra y que estaba en celo.
“La ocasión
la pintan calva”, se dijo. Sin pensarlo más, emprendió el vuelo y se lanzó
sobre su presa. Empezaron el cortejo; el águila hembra no necesitó de muchas presentaciones
para dejarle acceso a Buddy, volando hacia atrás en pompa. Buddy ya había
aprendido y no era ya un novato en aquellas lides amorosas; sabía muy bien lo
que les gustaba a las águilas hembra voluptuosas como aquélla.
El águila le
cogió de la garra.
—Anda, ven
guapo; ponte a hacer el nido que nos corresponde. Por cierto, yo me llamo
“Garra Amarilla”.
—Y yo Buddy…
—¡Vaya
nombre para un águila! — graznó Garra Amarilla a grandes carcajadas.
Buddy se
encrespó; una de las cosas que menos toleraba era el cachondeo con su nombre.
—Pues anda y
que te den — le espetó Buddy, abandonándola allí mismo.
Decidió que lo
mejor sería volver a su nido con Pecho Blanco; nada más llegar, ésta le miró
con ojos inquisitorios.
—¡Tú has
estado con otra!
—¿Yo? Nooo…
— respondió Buddy tratando de que no se le notase la mentira.
—Y esa pluma
amarilla que tienes ahí, ¿de dónde ha salido entonces?
Buddy se
sintió pillado, pero enseguida se volvió a encrespar; él no tenía por qué estar
ligado a ninguna águila, por mucho que tuviera un precioso busto blanco.
—Pues ahí te
quedas; yo no tengo ninguna obligación contigo. Te buscas a otro imbécil que te
cuide la prole…
—¡Pero tú
eres un águila, no puedes marcharte sin más y abandonarnos! ¡Somos una familia!
Buddy se
volvió enfurecido, acercando su fuerte pico al de su pareja de hecho.
—¡Yo haré lo
que me salga del pico!
Pecho Blanco
también estaba furiosa; “eso no lo hacía un águila decente”, se dijo. Ni corta
ni perezosa, aprovechando que Buddy tenía la cara pegada a ella, le lanzó un
picotazo en todo el ojo, dándole de lleno.
Buddy lanzó
un graznido de dolor, separándose de ella; ya no podía ver bien, al haber
perdido la visión de enfoque doble y con el ojo colgando fuera de su órbita.
Sin pensar en lo que estaba haciendo y con la poca visión que le quedaba, se
lanzó furioso sobre ella, llenándola de picotazos y golpes por todos lados;
asimismo, no satisfecho, destrozó el nido haciendo que los polluelos cayeran al
suelo desde la gran altura en la que estaban.
Después de
su fechoría, se alejó volando de allí, sangrando profusamente por su herida y
casi a ciegas.
Fue por eso
por lo que no vió al cazador que le estaba apuntando con su rifle. Se oyó un
estampido y Buddy sintió un fuerte dolor en el encastre de una de sus alas,
haciendo que perdiese toda su fuerza para volar desde ese lado; entró entonces en
una barrena plana hasta caer boca arriba cerca del cazador. Buddy quedó
atontado por el golpe y vio entre brumas cómo se le acercaba el hombre con un
cuchillo. Se hizo el muerto para confiarle. En el momento que estuvo cerca,
Buddy desplegó rápidamente sus alas, abrazando al cazador por detrás e
inmovilizándole, a la vez que le clavaba el pico en ambos ojos y después en el
corazón. El cazador tuvo tiempo, sin embargo, de clavar el cuchillo que aún llevaba
en la mano en el pecho de Buddy.
Ambos,
cazado y cazador, quedaron tendidos en medio del bosque, uno junto a otro y
bien muertos.
Buddy
despertó con una sensación extraña, aunque le parecía que seguía siendo un
águila o al menos un pájaro grande. El panorama a su alrededor resultaba muy
extraño, pues los árboles no eran nada comunes y los helechos tenían un tamaño
inmenso. ¿Dónde estaría? No tuvo mucho tiempo para pensar; cerca de donde
estaba descubrió la luz azulada que le era familiar. Allí estaba efectivamente
Iamarash, mirándole con gesto muy serio desde su posición levemente alzada,
levitando con las piernas cruzadas.
—¿Tú te has
dado cuenta de lo que has hecho en tan poco tiempo? — le espetó indignado el
juez supremo.
—Pues que
soy un águila y que ejercía como tal — respondió Buddy, provocativo.
—Te
equivocas, Buddy, y además ya no eres un águila…
Buddy trató
de verse sus manos o garras y las vio, pero no eran las mismas. Ahora, sus
“manos” estaban sujetas a una especie de larguero anterior de las alas, sin
plumas, hechas de un extraño tejido que no supo identificar. Se quedó con el
pico abierto por la sorpresa de verse así y sin saber reconocerse.
—¿Pero qué
has hecho, desgraciado? — le espetó Buddy.
—Ya veo que
nunca aprenderás — dijo Iamarash — Te he dado varias oportunidades; te he
ascendido de abeja a águila, confiando en que habías cambiado y ya veo que no
es así. En tan sólo un par de días, has faltado al código de vida de las
águilas, le has sido infiel a tu esposa y has abandonado a sus hijos y a los
que ibas a tener con ella, aparte de dejarla medio muerta, tanto a ella como a
sus pobres aguiluchos. Encima has matado a otro águila, que era un buen marido,
y te acostaste enseguida con su viuda. Además, disfrutar como lo has hecho
despedazando a un pobre conejito, tampoco es muy honroso… ¿Te parece poco? Ahora,
tu Karma ha vuelto a estar en los mismos niveles que al principio, antes de que
fueras abeja.
—Por todo
ello — continuó Iamarash impertérrito — te has merecido un castigo. Ahora eres
un pterodáctilo, y te he retrocedido en el tiempo sesenta y cinco millones de
años. Ahora es cuando vas a tener que luchar por tu supervivencia de verdad, en
un mundo que no conoces. Ahí tendrás sin embargo una nueva oportunidad, así que
sugiero que la aproveches bien. ¡Ah, y no te quejes!; sigues siendo un animal
volador y además grande. Debería haberte convertido en cucaracha, como pensé al
principio, pero me has caído simpático, pese a todo.
Iamarash le
lanzó una última mirada despectiva y empezó a marcharse levitando.
Buddy sentía
que estaba hirviendo de ira contra aquél ser tan desvergonzado.
—¡No te
vayas, que te alcanzaré y vas a saber lo que es bueno! — graznó Buddy fuera de
sí y haciendo mucho ruido con su enorme pico triangular.
—No lo creo;
inténtalo y verás. Ya he tomado mis medidas… — le sonrió con sarcasmo Iamarash desde
lejos.
Buddy
intentó despegar con sus nuevas y grandes alas, pero sus brazos carecían de la
suficiente fuerza para ello y se dio de bruces contra el suelo sin haberse
levantado ni un milímetro.
“¡Será
asqueroso! Ahora tendré que aprender a volar, aunque sea como un murciélago
gigante…”, se dijo.
Miró a su
alrededor. A lo lejos divisó un frondoso bosque y decidió que sería conveniente
ocultarse en él. Arrastrándose con mucha dificultad, poco a poco llegó a sus
lindes. A lo lejos entrevió varios animales enormes, con un cuello muy largo.
Eran dinosaurios, naturalmente.
“Esto parece
el Parque Jurásico”, se dijo, aunque no estaba de humor para bromas
cinematográficas.
Siguió
deslizándose como podía en dirección al bosque, cuando oyó un bramido estremecedor.
Un tiranosaurio Rex, como bien sabía por las películas, le había descubierto y
se estaba lanzando contra él con toda la velocidad que le permitían sus dos
grandes patas, mientras que su enorme boca estaba abierta mostrando sus
impresionantes y retorcidos dientes.
Buddy
intentó despegar, pero no podía; desesperado, empezó a remar sobre el suelo
arrastrándose con sus dos pesadas alas, pero casi ni avanzaba; intentó darse
más velocidad, pero se dio cuenta que estaba perdido. Ya tenía encima la boca
del monstruo aquél, echándole su fétido aliento en la nuca; era el fin.
—¡Señorito,
señorito! ¿Qué hace usted arremolinando las sábanas? Que soy yo, Raquelita, su
muchacha. Despierte, que ya es muy tarde…
La chica
estaba desnuda subida a su espalda, besándole el pescuezo y echándole a la vez su
aliento, que según le había dicho su señor, eso le erotizaba mucho.
Buddy se
volvió de golpe, aullando de terror, echándola a un lado con fuerza, pues la
imagen de la mulata se le mezclaba con la del tiranosaurio. La muchacha echó a
correr, asustada, y salió del dormitorio tratando de taparse con una toalla.
Buddy estaba
sudoroso y con el corazón al máximo de pulsaciones. ¡Estaba vivo! ¡Había sido
todo una pesadilla! O quizás no…
Se levantó,
todavía tembloroso, y se dirigió a la ventana por si veía la luz azulada, pero
no descubrió nada; allí no estaba Iamarash, como otras veces. Fue corriendo al
baño para mirarse al espejo, que le devolvió su imagen de siempre, enclenque y con
su rictus desagradable.
“Qué feo
soy; me gustaba más de águila”, se dijo para sus adentros.
Ya en la
oficina, recuperado tras una buena ducha, lo primero que hizo fue llamar a su
despacho a los tres directores.
—¿Qué querrá
ahora el capullo éste? — comentaron los tres según se acercaban con miedo a la
puerta del despacho, mirándose unos a otros.
—Pasad,
pasad — les dijo Buddy con gesto amable — poneos cómodos.
“Qué
amabilidad; es extraño”, pensaron los tres, sentándose muy juntos para darse
ánimos.
Buddy les
miró con gesto levemente irónico y con una mueca que debía corresponder a una
sonrisa.
—Sólo es
para deciros que os olvidéis de lo que os dije ayer, pues lo he consultado con
la almohada y he cambiado de opinión — Buddy ni siquiera levantaba la voz — No
compréis materiales a los rusos, sino hacedlo con los de referencia, los que
diga Cameron. ¿Está claro? Pues eso es todo; ya podéis iros.
Los tres se
miraron con sorpresa, a la vez que se levantaban para marcharse. Cuando ya
estaban en la puerta, volvieron a oír la voz del gran jefe, extrañamente suave
y melodiosa.
—Os he
ascendido a los tres, como premio por haberme ayudado a darme cuenta de lo que
es más conveniente para el programa — terminó Buddy, mirándoles con gesto
cachazudo y haciéndoles un guiño desde su enorme mesa.
Después, estando
ya solos en el pasillo, los tres se
miraron desconcertados y sin saber si echarse a reír o a llorar.
KS, octubre de 2017
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