sábado, 7 de octubre de 2017

El empresario

El empresario, por Kurt Schleicher

“Buddy” Spencer se levantó satisfecho aquella mañana. Se miró en el espejo y su buen ánimo de aquél día se le vino abajo en cuanto se vio reflejado en él: seguía siendo pequeño, escuchimizado, el pelo ralo cada vez más escaso y además patizambo, pero al menos tenía mucha energía. Y también muy mala uva, pero es que, según él, no tenía otro remedio que portarse así para que no se lo comieran los demás, dado su precario físico. ¡Menuda broma le habían gastado sus padres! Teniendo el apellido Spencer por su padre, se les tuvo que ocurrir llamarle Bud, como el actor grandullón aquél de las películas de “Trinidad”. El pitorreo de sus compañeros de clase al verle tan enclenque, avisando por los pasillos del colegio “¡Apartaos, que viene el “grandullón” de Bud Spencer!”, le había generado un odio larvado hacia todos ellos... y por extensión a todo el género humano.
Buddy no era un hombre religioso, pero había leído algo sobre el hinduismo y le habían atraído siempre las religiones de corte oriental, con sus paraísos y nirvanas, pero sin profundizar en ellas; se dijo que, con un poco de suerte, después de morirse iría a parar a uno de aquellos lugares. De vez en cuando donaba unas cantidades (algo ridículas en comparación a su pecunio personal) para “comprar” el acceso a esos posibles paraísos. “Vaya uno a saber”, se decía.
Ya había conseguido su primer objetivo: ser millonario. ¿Cómo lo había logrado? Pues tal como correspondía a su modo de ser: sin piedad y sin escrúpulos.
 Había sido capaz de poner en pie una empresa punta en tecnología; su especialidad era la aeronáutica y estaba metido en el desarrollo de un nuevo avión supersónico. Su proyecto no era el único en el mercado y la competencia era brutal; entre todos ellos sólo sobreviviría el mejor y el más barato. El dinero no era problema, como para la mayoría de los demás; él tenía de sobra, pero como todos los avaros, miraba los presupuestos con lupa. Los empleados a su cargo eran los mejores; él ya se encargaba con mano dura de exprimirles el jugo al máximo, exigiendo que el diseño fuera el más avanzado, pero también a la vez el más económico, sobre todo pensando en la fabricación en serie. En aquél momento estaban en pleno desarrollo, liados con el prototipo y poniendo en marcha los ensayos estructurales.
  Buddy llamó a su despacho a los directores de las diferentes áreas para conocer de primera mano la evolución del proyecto. Allí estaban el de Compras, James Baldwin; el de Ingeniería, Cameron Mitchell y el de Calidad, Robert Karlowski. Se encaró con el primero.
—Escucha, Jim: me he enterado que los rusos venden materiales a muy buen precio; para la serie debemos contar con ellos — empezó Buddy, dirigiéndose al director de Compras.
—Ojo, Buddy, que yo no puedo garantizar las características de esos materiales — objetó Robert, “Bobby” para los amigos, el de Calidad, interrumpiendo sin pensárselo mucho y sin dejar que hablara el otro.
—¡Me importa un bledo! — aulló Buddy, fulminando con su mirada a Karlowski — Yo no tengo por qué conocer en profundidad lo que me mandan…
—Los materiales se distinguen por un dígito al final — intervino tímidamente Mitchell, el de Ingeniería — Ten en cuenta que las capas de fibra rusas llevan menos resina y son más rígidas; en cuanto se doblen, aparecerán despegados locales entre las capas, que además pudieran extenderse con el tiempo.  Eso sí, los componentes resultantes pesan mucho menos, claro, al llevar tan poca resina. En cuanto a los herrajes de Titanio ruso, serán mucho más baratos, pero no sabemos cómo se comportan a fatiga. ¿Y si salen grietas a las primeras de cambio? En lugares poco accesibles se podrían extender sin que las detectáramos hasta que ya estuvieran muy avanzadas; entonces nos podríamos estar enfrentando a un posible colapso estructural al cabo de varios vuelos, que nadie sabe cuántos serían.
 Buddy le miró con una sonrisa aviesa.
—Eso tiene fácil solución, Cameron; en los planos pones el dígito del material bueno y es el que montaremos, pero sólo en el componente de ensayo; en la serie pondremos el material ruso barato. Bobby, te encargo que no levantes esa liebre; a todos los efectos será éste el material. Si no hacemos eso, no lograremos el peso requerido y se nos comerá la competencia, empezando por nuestro mayor enemigo Richard Branson. Y si no hay avión, nos quedaremos todos a dos velas y sin trabajo.
El silencio se podía cortar con un cuchillo.
—Pero eso que propones es un riesgo para el proyecto más adelante y además es ilegal; me juego el puesto… — dijo el de Calidad, con voz aflautada y evidentemente asustado.
Buddy se levantó de la silla, iracundo de nuevo y señalando con el dedo a Jim Baldwin.
—¡Mucho antes te lo juegas conmigo! Si no haces lo que te diga, te despido…
Intervino de nuevo Cameron Mitchell, tratando de ser conciliador.
—Para mayor tranquilidad, podríamos hacer unos cuantos ensayos comparativos simples para las zonas más críticas, que serían muy baratos…
Buddy se calmó y esbozó una leve sonrisa, que más parecía una mueca.
—Me parece bien, pero apáñate con uno o dos ensayos, ni uno más...
—Eso es muy poco… y ten en cuenta que nos olvidaríamos del factor de envejecimiento; sigue habiendo excesivo riesgo con sólo dos ensayos — objetó Cameron con timidez.
Buddy volvió a sulfurarse; esta vez se levantó y se encaminó con la saliva saliéndosele por las comisuras de los labios hacia su responsable de Ingeniería, no mucho más alto que él.
—¡Estoy hasta las narices de tí! ¡Eso es ya un riesgo calculado y no voy a ceder en nada más! — aulló más que gritó Buddy — ¡Que no lo tenga que repetir!
De nuevo hubo un largo periodo de silencio, con todos los directores acurrucados a una cabeza más baja que su presidente, amo y señor.
—Pues ya sabéis lo que tenéis que hacer — terminó Buddy mirando alevosamente a cada uno —Vamos a comprar el material ruso tanto para la fibra como para el metal; en el componente de ensayo montaremos los materiales buenos y haremos las dos pequeñas pruebas comparativas para mitigar riesgos. Y ahora, ya podéis marcharos. ¡A trabajar!
Los tres directores abandonaron la sala de reunión cabizbajos y en silencio; “con este tipo no se puede hablar”, se decían para sus adentros, resignados.
“Son todos unos capullos; éstos me hunden el programa si les dejo solos…”, se dijo a su vez Buddy, viendo cómo salían todos sin osar mirarle a la cara.

Tras una opípara cena aquél mismo día con sus “pelotas” habituales, Buddy se fue a la cama sintiéndose algo mareado y con mala digestión. Tras dar varias vueltas, por fin logró dormirse. Buddy vivía y dormía solo, aunque tenía un criado y además una empleada de hogar; ésta, una mulata joven muy atractiva, ejercía también una “doble función”, chantajeada por su amo, obligándole a hacer el amor con él todas las mañanas a la vez que le servía de dulce despertador. Cuando no estaba de humor, sencillamente la despedía hasta el día siguiente.
Aquella vez, sin embargo, estaba solo y se despertó en plena madrugada sintiéndose muy extraño. En la semioscuridad, no reconocía su dormitorio. Se empezó a asustar. ¿Dónde estaría? ¿Quién lo habría llevado hasta allí? Cerró los ojos; “estoy soñando todavía, está claro…”, se dijo.
Los volvió a abrir; nada había cambiado. Poco a poco, sus ojos se fueron acostumbrando a la semioscuridad. Lo curioso era que veía bien, demasiado bien; en los bordes del campo de visión podía ver su entorno repetido varias veces, como si tuviese un ojo múltiple. Se tocó bajo la frente, por si se hubiese dejado las gafas puestas, ¡y se la encontró llena de pelos! Después se tocó la cara; imposible, él no llevaba barba y se había afeitado aquél día, pero era como si le hubiese crecido durante la noche. ¡Incluso sus mejillas estaban llenas de unos extraños y ásperos pelos! Cuando se tocó las cejas al frotarse los ojos, todavía se asustó más: ¡le habían salido dos antenas!
Aterrorizado ya, clavó la mirada en su entorno; vislumbraba una decoración muy extraña. El motivo que se repetía en todo lo que alcanzaba a ver eran unos extraños hexágonos que le recordaban los paneles de nido de abeja hechos de fibra de vidrio que usaba él mismo en elementos secundarios en sus aviones. “Nada, nada, esto es un sueño influenciado por mis estructuras aeronáuticas…”, se dijo.
Se incorporó; al menos se sentía ágil. Se miró las piernas y no las encontró; en su lugar se dio cuenta que lo que estaba moviendo eran seis patas, sobre las que se apoyaba. Era curiosa la sensación de dominar bien tantas piernas a la vez, algo que debía de ser muy difícil. Trató de mirarse las manos, pero lo que levantó fueron las dos patas delanteras, haciendo que tuviera que hacer un esfuerzo suplementario con sus otras cuatro para no caerse hacia adelante.
Se dijo que lo primero que tenía que hacer era explorar el entorno y averiguar dónde estaba; cuando hizo la intención de avanzar, notó que se le ponían en marcha unas alas que tenía a la espalda y… ¡salió volando! Desde allí arriba pudo ver que no estaba solo; debajo de él vislumbró un montón de abejas de un tamaño descomunal, todas ellas muy afanosas en diferentes celdillas hexagonales.
Entonces reconoció aquél olor, agradable por cierto, que le rodeaba: ¡era olor a miel! ¡Todo indicaba que estaba dentro de un panal!
Del susto, se le olvidó la intención de volar y terminó cayendo en picado encima de una de aquellas grandes abejas.
—¿Eres gilipollas o qué? — le espetó aquél ser en forma de abeja — ¡Ten más cuidado!
—Sorry, ha sido sin querer — respondió Buddy, asombrado de que estuviese en verdad hablando y entendiéndose con una abeja. “¿Será que yo también lo soy?”, se preguntó, cada vez más asustado.
“Desde luego, si estoy soñando ya es hora de que despierte; tengo que salir de aquí”, se dijo. Vio a lo lejos una luz y se dirigió hacia aquél lugar, dando por hecho que sería una salida. La luz era azulada y muy extraña, como si no fuese parte del entorno. Se acercó rápidamente, sorprendido de lo fácil que le estaba resultando volar y efectuar maniobras de vuelo en la dirección que quisiera.
Ya había atravesado una especie de portal de luz y se había sumergido en un entorno neblinoso; estaba muy asustado, pues se sentía realmente perdido; para eso preferiría estar en la colmena aquella, rodeado de más abejas como él.
De repente distinguió a alguien sentado a lo lejos; más que sentado, parecía levitar. Se dirigió hacia él.
—¿Quién eres? ¿Podrías decirme dónde estoy?
Aquél ser le miró con ojos relampagueantes; era un tipo alto, de aspecto oriental, vestido con una túnica brillante, sentado en postura reflexiva con las piernas cruzadas por delante y con la piel levemente azulada.
—¿Cómo osas interrumpirme en mis cábalas? Ya sé quién eres tú… — dijo el ser aquél.
—Pues yo no tengo el gusto de conocerte — dijo Buddy con sarcasmo, pues no estaba acostumbrado a que alguien le tratara de aquella forma; dadas las circunstancias, se lo pensó mejor y se tragó lo que iba a decir.
—Yo soy Iamarash, pero puedes llamarme Iama a secas — dijo el ser azulado — Estás en la Ciudad Prohibida, que lleva mi nombre, Iamapura.
—No he oído hablar de ti — respondió asombrado Buddy.
—¿Y tú eres el que presume de conocer el hinduismo? Si estás aquí es porque alguien por encima de mí lo ha decidido así. Ese alguien es quien tú conoces como Dios, pero como no crees en nada, Él ha decidido que tu primer encuentro sobrenatural fuera con alguien como yo. Para que lo entiendas: soy algo parecido a lo que tú llamarías demonio, pero con matices muy diferentes; soy una especie de Juez del Tribunal Supremo y quien va a determinar tu destino a partir de ahora.
Buddy se estremeció. ¿Estaría muerto? Sería una explicación a todo aquello, pero no entendía que se le hubiese puesto aspecto de abeja.
—Sí, estás en lo cierto — Iama parecía que podía leer sus pensamientos — Ayer por la noche sufriste un infarto mientras dormías. Se te ha conducido hasta mí porque yo soy el encargado de valorar tu Karma y enviarte donde debas estar después de muerto.
—Sí, del Karma he oído hablar, pero eso no es más que una sustancia espiritual…
—Es algo más — respondió Iama con gesto paciente, como quien habla con un niño — el Karma es tu balance personal entre el bien y el mal y determina tu reencarnación.
Buddy contuvo la respiración. ¡Reencarnación! Eso sí que lo había leído; ¿tendría que ver con su transformación en abeja?
—Vuelves a acertar, señor Spencer — dijo Iamarash — Yo tomé la decisión. Me pareció que deberías saber lo que es trabajar en comunidad, arrimando el hombro como uno más. Una lección de humildad no te vendrá nada mal. Por cierto, tu Karma está en un estado lamentable, de forma que te correspondía la reencarnación en un insecto; da gracias que eligiera un insecto volador, pues me consta que te gusta volar. Podría haber elegido una cucaracha…
Buddy se iba calentando por momentos.
—¿Con qué derecho has decidido convertirme en esto?
—Estoy a tiempo de convertirte en cucaracha, así que baja esos humos…
Buddy se mordió los labios, pero no los encontró, masticando pelos; tenía las de perder.
—Ahora cálmate y escucha — continuó Iamarash — la única forma que tienes de recuperar tu Karma es haciendo buenas obras; cuanta más repercusión tengan, más te mejorará. Si eliges lo que ha sido habitual en ti en la otra vida, ya sabes lo que te espera. Si mueres como abeja defendiendo algo noble tras una buena acción, tu nueva reencarnación te prometo que será mejor que ésta. Ahora depende de tí.
Buddy seguía enfurruñado.
—También podrías haberme convertido al menos en una abeja macho; me da mucha vergüenza haber pasado al género femenino.
—No hay abejas macho, estúpido. De todas formas, no te preocupes por tu sexo; la función reproductora la tiene en exclusividad la abeja reina.
—Hombre, podrías haberme convertido en un zángano…
—Eso te hubiera gustado más, ¿verdad? No cuela, “macho”. Los zánganos no sirven para otra cosa que tirarse a la reina una vez al año en dura competición con otros zánganos de la misma ralea; el resto del tiempo se lo pasan holgazaneando. Me figuro que eso sería muy aburrido para tí. Además, así no creo que puedas mejorar tu Karma; ¡te estoy dando una oportunidad! Y ahora vete y vuelve a tu colmena.
Buddy miró con rencor a Iamarash.
—Todavía no sé cómo mejorar mi Karma; nunca he sido abeja antes…
—Se supone que eres un tipo listo con mucha imaginación; ya encontrarás la forma — respondió Iamarash mirándose las uñas y limpiándose con su túnica, displicente — Y ahora lárgate y no vuelvas por aquí sin un buen montón de Karma del bueno.
Resignado a su suerte, Buddy despegó y salió de la morada del demonio/juez.
Al salir de la neblina, se encontró con que ya estaba de nuevo dentro de la colmena; la luz desapareció al entrar en ella. “¿Y ahora, qué?”, se preguntó.
Una robusta abeja se le acercó con gesto autoritario.
—A ver, la nueva, que pareces un zángano… ¡Ponte a amasar cera para las celdillas!
Buddy iba a responder desabridamente, pero viendo las hechuras de su contrincante, decidió bajar la cabeza y apechugar.
—De acuerdo; dame una pala y me pongo a ello…
—¡Pero qué pala ni qué abejita muerta! ¿Te has olvidado que tienes ocho glándulas abdominales para amasar cera?
Buddy se miró el abdomen y vio algo así como sesenta y cuatro glándulas, pero enseguida se dio cuenta que no se había acostumbrado todavía a las peculiaridades de su vista; haciendo un esfuerzo de enfoque, ya fue capaz de distinguir las ocho que mencionaba la capataz o lo que fuera. Se puso a ello; en efecto, las glándulas funcionaban instintivamente y podía amasar la cera. Al poco tiempo, se dijo que aquél trabajo con esas glándulas tan pequeñas le parecía muy poco eficaz, al ser tan lento. Necesitaba un útil.
Sin decir nada a nadie, Buddy se puso a trabajar en construirse una especie de pala con una ramita que encontró por allí; uno de los extremos, al romperse, estaba aplanado. La agarró con sus dos patas delanteras, la sujetó bien y se puso a repartir la cera amasada para la construcción de las paredes de la celdilla.
Al cabo de algún tiempo, la abeja capataz pasó por allí con intención de examinar cómo se las apañaba la nueva. Al ver el resultado, levantó sus antenas con asombro.
—No está mal para ser la primera vez; hasta has corrido más que las otras…
—Es que esto me sirve de pala, que es lo que te había pedido antes.
—Perdona, pero es que yo no sé lo que es una pala — respondió la robusta abeja — Pareces muy lista y con recursos; te nombro mi ayudante, para que instruyas a las demás abejas en su manejo. ¿Cómo te llamas? Yo soy Amanda, la capataz en jefe.
Buddy se sintió henchido de orgullo; ¡alguien le reconocía sus méritos!
—Me llamo Buddy…
La capataz lanzó una carcajada amistosa, dándole una palmada en el “hombro” que casi le hizo perder el equilibrio, pese a sus seis patas. “Un poco bruta, la tal Amanda”, se dijo.
—¡Vaya! ¡La abeja Buddy! Muy propio, pero demasiado masculino. Tienes nombre de zángano. A ver, te voy a presentar a las demás abejas del grupo para que sepan de tu nueva autoridad y te encargo que mejores su rendimiento.
Buddy respiró, aliviado; eso se le daba bien.
Una vez presentado, lo primero que hizo fue organizarse y rodearse de abejas acólitas, a las que formó en el manejo de las palas, tras hacer el pedido correspondiente. Ellas se encargarían después de formar grupos para instruirlas como es debido.
Al cabo de poco tiempo, la construcción de celdillas había progresado de forma muy rápida. Los diferentes grupos que había formado Buddy llegaban a terminar celdillas en la mitad del tiempo que las demás.
Amanda estaba muy contenta; nombró a Buddy director de fabricación a su cargo y hasta se lo mencionó a su jefa, la abeja reina.
—Hay una nueva abeja de nombre Buddy que nos está ayudando mucho, mi reina — explicó Amanda.
—¿Buddy? Parece muy masculino — A la reina se le pusieron en marcha sus sensibles hormonas reproductoras.
—La verdad es que no sólo tiene nombre de zángano, sino que además dispone de un… bueno, de algo que parece un órgano fecundador, como los zánganos — Amanda se había sonrojado.
La reina se quedó mirando a Amanda, pensativa. “Si Buddy es una abeja y puede hacer además las “labores” propias de su sexo zanganil, tendrá un ADN muy conveniente”, se dijo, pues daba por hecho que con esos conocimientos y su capacidad de organización podría formar una generación de abejas más eficiente.
—A ver, Amanda; me vas a presentar a la -o al tal- Buddy. De paso, te encargo de que encierres a los zánganos en una celda aparte y que no me molesten.
La reina sentía auténtica curiosidad; se puso unas llamativas galas monárquicas y se perfumó con sus mejores feromonas.
Buddy también se sintió muy honrado al saber que tendría una entrevista real. A la hora convenida se presentó en palacio. Nada más atravesar el umbral, se quedó impresionado al ver a la reina, que le miraba de reojo con una sonrisa conejil; no sabía por qué, pero se sintió inmediatamente atraído por ella. Según se acercaba, el perfume feromónico de la reina siguió haciendo su efecto, de manera que una de sus partes bajas, la situada por debajo de las ocho glándulas para amasar la cera, se pusiera a crecer notablemente. Buddy se dio cuenta; intentó taparse con sus dos patas traseras, pero no parecía ser suficiente. La reina abrió los ojos, muy sorprendida, a la vez que extasiada ante tal visión. Decidió disimular, sin embargo, como si no se hubiese dado cuenta.
—Acércate, Buddy; no tengas miedo, que no te voy a comer…
Buddy se aproximó a ella, con cierto respeto ante la majestuosidad de aquella señora abeja reina; decidió mostrarse atrevido, pues nunca se había achantado en su otra vida, por muy guapa que fuese la chavala en cuestión. Se sentó a su lado y la abrazó con su pata delantera derecha y acercó su boca a la de ella, mientras que con la otra pata la acariciaba. Se acordó que tenía otras dos disponibles sin caerse; las caricias con tres patas resultaban muy efectivas y cosquillosas. La reina ronroneaba como un gato, dejándose hacer, mirando de reojo el crecimiento de aquél apéndice de su compañero con embeleso ya no disimulado y mostrándose cada vez más melosa.
Lo que tenía que pasar pasó; aquella noche en la cámara nupcial de la reina se fue convirtiendo en un derroche de dulce placer. La reina aprovechó para descorchar una botella de jalea real cosecha de 1947 que tenía guardada para las ocasiones.
Al día siguiente, apareció un bando real en el que se nombraba a Buddy consorte primero, a la vez que general en jefe de los ejércitos abejeros. Los zánganos fueron expulsados, excepto los pocos que se avinieron a trabajar como abejas comunes.
Buddy estaba contento; ya se había olvidado de sus tiempos en la otra vida, del Karma y de Iamarash, y así fue pasando el tiempo.
Un buen día apareció en palacio de la mano de Amanda una abejita mensajera de otra colmena lejana, pidiendo audiencia real. Buddy también se encontraba allí y sentía curiosidad por lo que pudiera informar la mensajera; la pobre tenía muy mal aspecto, con varias heridas y coja de una pata.
—Mi reina, mi general — informó la mensajera — hemos sido atacadas por unas grandes avispas de ojos rasgados, por lo que deducimos que son asiáticas. Son muy fuertes y no pudimos hacer nada para frenar sus ataques; se han hecho con toda la colmena, quedamos muy pocas supervivientes y temo que puedan dirigirse después hacia aquí, pues ésta es la colmena más cercana. Cuando se harten de arrasar lo que queda de la nuestra, es probable que ataquen. Creo que debéis poneros a salvo y huir…
La reina se asustó ante estas noticias, pero Buddy, ya muy puesto en su papel de general en jefe, decidió que tenía que hacerse valer.
—Muchas gracias, mensajera; ¿Cuánto tiempo calculas que nos queda antes de que se produzca un ataque y cuántas avispas os han atacado, más o menos?
—Me temo que no nos queda ni una semana, mi general; en cuanto a la cantidad de avispas, estimo que el enjambre atacante lo componen unas doscientas, pero cada una puede vencer a varias abejas a la vez…
Buddy se quedó reflexionando. Ya que era el jefe y favorito de la reina, convertirse de golpe en un paria huido ante un avispado enemigo no le hacía ninguna gracia.
—¿De cuántas abejas disponemos en nuestra colmena, reina mía?
—Calculo que de unas mil, desde el último censo, pero no veo forma de frenar a esas gigantescas avispas carnívoras.
—¿Cuánto peso calculas que pueden levantar mil abejas, tú que las conoces mejor?
La reina se quedó pensativa, pero no supo darle una cifra exacta.
—No lo sé, pero si nos aliamos con unos cuantos abejorros que conozco, todos muy fuertes, podríamos formar un buen ejército, pero me temo que no tenemos experiencia militar ni armas para enfrentarnos a esas avispas asesinas.
Buddy reflexionó. Él sabía algo de pesca con redes y una idea le bullía en la cabeza.
—Que vengan a verme unas cuantas abejas exploradoras — ordenó Buddy.
Una vez todas reunidas en la sala del consejo (aquello le recordaba a sus reuniones con sus directores en la otra vida), Buddy ordenó a sus huestes que explorasen el entorno cercano de casas habitadas por humanos y que le informasen de lo que había tendido en los tendederos de ropa lavada y el momento en que se estimaba que la ropa estuviera seca.
—Lo que quiero es que me localicéis un tendedero en el que estén colgadas cortinas, cuanto más finas, mejor. Marcadme las coordenadas para que sea fácil su localización. Esperad, que no he terminado — Buddy se dirigió a dos de las abejas que parecían más espabiladas — vosotras dos os vais a acercar a la colmena devastada sin que os vean y debéis informarme de cualquier cambio que observéis que pueda hacer sospechar un próximo ataque de las avispas. ¿Entendido?
Todas asintieron, levantando la patita derecha hasta la cabeza para hacer un amago de saludo militar.
Al cabo de dos días, un grupo de abejas ya había localizado un tendedero con cortinas secándose; eran en realidad visillos. Buddy eligió el más grande. Acto seguido, llamó a todas sus huestes para reunión general fuera de la colmena. El enjambre de mil abejas juntas resultaba impresionante.
—Cuando lleguéis al tendedero, os repartís mitad y mitad para enganchar los dos extremos del visillo, quinientas abejas en cada lado formando las filas que sean necesarias — ordenó Buddy — Recemos para que no estén sujetos por pinzas; si así fuese, os coméis la zona de visillo que bordea a la pinza. Una vez concluida la faena, os traéis volando el visillo y lo extendéis aquí delante en la explanada; después os daré más instrucciones.
La familia que habitaba la casa del tendedero en cuestión no podía imaginarse lo que verían sus ojos. Justo cuando la madre iba a recoger los visillos del tendedero, oyó un enorme zumbido; ¡se estaba acercando un inmenso enjambre de abejas, derecho hacia donde estaba ella! Se asustó, claro, llamando a sus dos hijos para que entrasen con ella inmediatamente en la casa y cerraran cualquier ventana abierta. ¡Un ataque de abejas! ¡Increíble!
Una vez dentro de la casa, podían ver el tendedero desde la ventana de la cocina. Aquellas abejas estaban organizadas como un ejército; cuando llegaron volando encima de la ropa colgada, el enjambre se dividió en dos. Un mogollón de abejas estaban sujetando uno de los dos visillos grandes por un extremo y la otra mitad lo hacían por el otro lado, mientras dos pelotones de abejorros cortaban el visillo en la zona en la que había dos pinzas. No pasaron ni diez minutos, cuando las abejas levantaron el vuelo, llevándose el visillo en volandas. Los tres se miraron; ¡abejas ladronas! La madre decidió dar parte al “sheriff” del condado, denunciando el robo.
—¿Y dice usted que un enjambre de abejas se ha llevado parte de la ropa tendida en su casa? ¿Usted se da cuenta de la estupidez que me está contando? — el sheriff no quiso insistir al ver las lágrimas de la pobre señora, pero decidió para sus adentros comentarle el hecho al médico del pueblo para que fuera a visitarla lo antes posible. Lo curioso era que los niños afirmaban lo mismo, pero eso sería para no contradecir a su madre, se dijo.
En cuanto a las abejas, volaban llevando el visillo como les había indicado Buddy, en  horizontal y todo lo tenso posible, como si fuese un ala. Buddy sonrió para sus adentros; ¡a lo mejor hasta sustentaba un poco, como una placa plana! Siguiendo sus órdenes, el ejército de abejas dejó el visillo en el suelo cercano a la colmena, totalmente extendido.
—Ahora quiero que untéis de cera los bordes del visillo; tenemos un día para hacerlo — ordenó Buddy a su ejército de mil abejas.
Buddy estaba preocupado al no tener noticias de sus dos exploradoras a la otra colmena; ¿habrían sido descubiertas por las avispas?
Afortunadamente, las dos aparecieron al día siguiente muy excitadas.
—Creo que tendremos encima a las avispas esta misma tarde; están todas muy alborotadas.
—Bien, que se aposten varias exploradoras en diferente sitios para avisar de su posición según se acerquen.
Buddy se dirigió de nuevo a todas sus huestes.
   Bien, ya sabéis lo que tenéis que hacer; cuando os avise, levantad el vuelo llevando el visillo casi plegado en horizontal hasta que veamos el enjambre; a mi orden, las de arriba volarán hacia el cielo y las de abajo hacia el suelo. Sólo son doscientas avispas; si alguna escapa, os encargáis después de ella atacando varias a la vez. Es conveniente que no escape ni una…
Llegó el momento de la verdad. Las exploradoras confirmaron que el enjambre se acercaba. Con todo cuidado, las abejas fueron enganchando los bordes y levantaron de nuevo el vuelo. Cuando lo tuvieron a la vista, se desplegaron poniendo el visillo en vertical como una enorme red y chocaron contra el enjambre de frente.
—¡Rápido, cerrad los bordes y pegadlos con la cera! ¡Que no escape ninguna! — aulló Buddy.
El visillo se cerró como una enorme boca sobre las avispas; las mil abejas se afanaron con rapidez en sellar los bordes con la cera, apretando la zona de unión. Una vez formada la gran bolsa, con las avispas todavía sin comprender lo que había pasado, Buddy siguió dando órdenes.
—¡Ahora, volad a la piscina más cercana y dejad caer el paquete en ella para que se ahoguen todas!
La casualidad quiso que la piscina más cercana fuera la de la casa del tendedero; las mil abejas fueron llevando con rapidez el paquete sobre la pequeña piscina (ya estaban agotadas, pues el peso se había incrementado mucho con el de las doscientas avispas).
La madre con sus dos niños, atónitos, tuvieron ocasión de ver la maniobra desde la ventana de la cocina. Una vez que las abejas se marcharon, salieron rápidamente y se dieron cuenta que se trataba de avispas vivas. Viendo el panorama, que el visillo con las avispas revolviéndose no se hundía, que el paquete se había acercado a una orilla y que podrían escaparse mordiendo el visillo, la madre salió corriendo hacia el tendedero, agarró una lata de gasolina del trastero de al lado y las roció con su contenido, prendiendo fuego acto seguido. En poco tiempo, las avispas quedaron chamuscadas; algunas, pocas, lograron escapar, pero estaban tan asustadas y atufadas por el humo, que se fueron lejos volando sin pensar en atacar a nadie.
Al día siguiente, el sheriff se encontró con el médico del pueblo.
—Qué, ¿ya fuiste a ver a la señora de las abejas?
—Sí — respondió el médico con las cejas enarcadas por encima de sus antiparras — pero no te lo vas a creer. Me ha contado otra historia nueva, ahora de avispas quemadas, pero se da el caso que yo mismo he visto los restos. Parece ser que tenía razón…
El sheriff se dijo que en el mundo había misterios insondables y decidió olvidar todo aquello; total, ¿para qué? Si hubiera sabido que al mando de las abejas había estado el presidente de una compañía aeronáutica de aviones supersónicos, es probable que hubiera pedido su propio ingreso en una institución mental.
Entretanto, Buddy fue nombrado héroe de la colmena y la reina le susurró en voz baja que esa noche ya se encargaría ella de hacérsela inolvidable sacando más botellas de jalea real.
El tiempo fue pasando. En uno de los vuelos de polinización, Buddy acompañó a un grupo de abejas y ocurrió algo inesperado. Vio a un señor que estaba pegando a su mujer de forma inmisericorde en el jardín de su casa y decidió que tenía que hacer algo para evitarlo; al fin y al cabo, tenía un aguijón que hacía daño. Sin pensarlo y sin pedir ayuda a sus compañeras, realizó un vuelo en perfecto picado hacia la nariz indefensa de aquél tipo, metiendo su aguijón hasta la empuñadura. Cuando el hombre intentó defenderse con un manotazo, salió volando a toda velocidad; según lo hacía, sintió que su abdomen se vaciaba, dejando sus intestinos fuera, pegados a la nariz del individuo. “Estoy muerto” se dijo.
Y así era; al poco rato falleció, con gran desconsuelo de la reina cuando se enteró de su desaparición.

Buddy se despertó. Se sentía fuerte. ¡Vaya pesadilla que había tenido! ¡Convertido en abeja! ¡Valiente estupidez!
Miró a su alrededor; sus sentidos funcionaban muy bien, en especial el de la vista. Seguía soñando, claro, pues estaba en la copa de un árbol; desde allí distinguía los detalles más lejanos con claridad, tanta, que hasta enfocaba al mismo tiempo a izquierda y derecha. Nunca había podido ver con tanta nitidez.
¿Pero qué hacía allí subido a un árbol? Trató de mirarse las manos y lo único que logró fue extender sus largas alas emplumadas. Con el susto, perdió el equilibrio y se cayó de la rama; como ya tenía las alas desplegadas, pudo planear sin esfuerzo. A su derecha divisó un lago con unos árboles caídos cerca del borde. Aterrizó allí para verse reflejado en el agua; entre las leves olas que había formado al tomar tierra, pudo distinguir su imagen algo borrosa, pero sí lo suficiente para reconocerse: ¡Ya no era una abeja, sino un águila!
Se acordó de Iamarash. Seguro que la culpa era de él. A lo lejos, por encima de la montaña más alta que había por allí, divisó una luz azulada; decidió dirigirse hasta ella, pues desde la cima podría ver mejor dónde estaba.
Al acercarse, se sintió atraído por aquella luz azul; al volar dentro, volvió a encontrarse con la extraña neblina. Lo que suponía; en efecto, allí, sentado sobre sus piernas cruzadas, estaba Iamarash aparentemente dedicado a sus reflexiones. Por el ruido del batir de sus alas, se despertó al demonio, dios, juez o lo que fuera de su aparente letargo, mirándole sin mostrar sorpresa.
—Te esperaba, Buddy; ya me he enterado de tu muerte. Enhorabuena.
—¿Cómo que enhorabuena? Sigo siendo un bicho, sólo que más grande — respondió Buddy, empezando a enojarse.
Iamarash le miró con los ojos entrecerrados.
—No te quejes; te he reencarnado en un animal muy bello, el rey de las aves. Tu Karma ha mejorado mucho, pero no lo suficiente como para reencarnarte en un humano.
—¿Y qué tengo que hacer entonces para volver a ser lo que era? — Buddy se sentía a la vez frustrado y enfadado.
—Eso debes descubrirlo tú mismo; lo primero que debes hacer es reprimir tu ira y después que actúes como te dicte tu conciencia, que espero haya aprendido algo.
Iamarash le miró más amablemente y continuó.
—Durante tu época de abeja, te has portado bien; has salvado a mil abejas de ser asesinadas por las invasoras avispas chinas y eso ha hecho subir el nivel de tu Karma, al pensar en los demás antes que en tí mismo. También, y eso ha sido lo más relevante, has puesto tu vida en peligro por salvar a aquella mujer atacada por su marido.
—Todo eso podría haber sido suficiente, ¿no? Tienes un criterio muy estricto, Iama…
Iamarash le miró con seriedad.
—El mérito baja muchos puntos si tenemos en cuenta que tu acto no fue tan altruista, pues tú mismo compartías el mismo peligro que tus compañeras y te aprovechaste de ellas también para salvarte tú. Y en cuanto al picotazo, ni te acordabas de que las abejas morían cuando lo hacían… ¿O no es verdad?
Buddy tuvo que reconocer que Iama tenía razón; recordaba que el hecho de verse devorado por una avispa asesina no le había hecho ninguna gracia y que eso fue lo que le movió a inventarse algo para evitarlo. Eso sí, el haberlas salvado le enorgullecía mucho y ser homenajeado como héroe le había complacido todavía más.
—Y ahora vete; no tengo más que decirte. Pórtate bien… —estaba claro que Iamarash le estaba despidiendo. Le fastidiaba tener que tragarse su orgullo ante aquél ser; no estaba acostumbrado a que le hablaran de esa forma.
Buddy levantó majestuosamente el vuelo y se alejó de allí. Aterrizó en la cima de aquella montaña. Hacía frío, por lo que suponía que era pleno invierno. Agradeció el calor que le daba su plumaje. “A lo mejor esto de las plumas podría ser un buen aislante para las cabinas de los aviones”, se dijo, pero enseguida rechazó el pensamiento. No parecía ser muy práctico.
La soledad que le rodeaba era inmensa; casi echaba de menos su época de general de las abejas; por lo menos siempre estaba muy acompañado. Sonrió para sus adentros. Sus necesidades físicas las había tenido resueltas con la abeja reina, que parecía una ninfómana; nunca terminaba de estar satisfecha. Con las águilas ya no había “reina” y ni siquiera podía descubrir hembras apetecibles. Aquellos recuerdos hicieron que se le despertase la líbido, pero estando solo, aquello no tenía ninguna gracia.
La verdad es que disfrutaba volando; las performances de vuelo del águila eran desde luego muy buenas. De repente divisó un conejo; sentía mucha hambre, pues hacía tiempo que no había comido. Se le despertó el instinto de la caza; encogió sus alas, las colocó en forma de “W” y se lanzó en picado a toda velocidad. Tras un frenazo increíble (lo tendría que estudiar para sus aviones), agarró al conejo con sus garras y lo mató de un picotazo, disfrutando del sabor de la sangre y de las vísceras. Hacía mucho que no había vuelto a tener esa sensación, al menos desde su vida anterior de humano; como abeja, no había experimentado nada parecido. Todo indicaba que volvía a ser el despiadado Buddy de siempre, disfrutando con despedazar a los demás.
Una vez aplacado su apetito, continuó la búsqueda de otras águilas, cosa que no parecía fácil. Por fin encontró lo que buscaba; divisó una pareja de aguiluchos. Pero, ¿qué estaban haciendo? Volaban aparentemente sin control, prendidos el uno de la otra; todo indicaba que se estaban apareando. Ver aquella escena tan erótica le excitó. Aprovechando que el águila macho estaba distraído en sus menesteres, levantó el vuelo por encima de ellos sin que le descubrieran y se lanzó en picado igual que había hecho con el conejo, sólo que esta vez sujetó con sus garras la cabeza del otro y le clavó varias veces el pico en el cerebro, con todo el salvajismo del que fue capaz hasta acabar con él; el otro águila se desplomó y cayó en barrena.
Buddy se enfrentó entonces al águila hembra que tenía delante, mirándole asombrada; estaba buena, con sus pectorales enhiestos a base de plumas blancas. Resultaba muy excitante. Sin embargo, también le estaba mirando con odio.
—Pero, ¿qué has hecho? ¡Era mi marido! Estamos en enero y nos toca aparearnos y tú no tenías por qué interrumpirnos. ¡Era nuestro ritual familiar! ¡Asesino!
Buddy se sorprendió, pues él suponía que a las hembras se las disputaban los machos como todo buen animal salvaje que se precie; el más fuerte, se lleva la pieza.
—Yo te he ganado en buena lid — graznó Buddy — así que ahora no te hagas la estrecha y date la vuelta.
—¿Pero de dónde has salido tú? ¿No sabes que las águilas formamos una pareja monógama para siempre? Tú nos acabas de destrozar la unidad familiar, con nuestros polluelos todavía en el nido.
Buddy no sintió piedad; los polluelos le traían sin cuidado.
—Si eres cariñosa conmigo, adoptaré tus polluelos junto a los que tengamos nosotros después — dijo Buddy, tratando de aparentar seriedad.
El águila hembra reflexionó; no parecía que tuviera nada que perder al no existir ya el “pater familiam” de su prole y con la promesa de aquél águila se le solucionaría el problema familiar; “mejor eso que nada”, se dijo.
—De acuerdo; me presentaré, pues antes de hacer el amor lo mínimo es que sepamos cómo nos llamamos, ¿no te parece? Yo me llamo “Pecho Blanco”, ¿y tú?
—Yo soy Buddy; venga, date la vuelta…
Excitado como estaba a la vista de aquellas blancas plumas del pecho de aquella águila, la agarró fuertemente por ahí y la atrajo hacía sí, montándose encima y tratando de besarla desde atrás. El problema era que con aquél pico eso no resultaba muy reconfortante, de forma que Buddy decidió olvidar lo de los besos y se concentró en lo demás.
Una vez terminada la faena, Pecho Blanco se arrebujó cariñosamente contra él.
—¿Te quieres casar conmigo?
Buddy se quedó cortado; nunca se le había declarado una mujer y mucho menos una águila.
—Bueno, si te empeñas…
Pecho Blanco hinchó el ídem suspirando satisfecha.
—Pues muy bien, ya somos familia. Vamos al nido, que te presentaré a tus hijastros.
Buddy fue volando con ella hasta el nido, que no estaba lejos; de vez en cuando, Pecho Blanco le miraba y le sonreía, cosa que tenía su mérito para un águila.
—Deberías hacer otro nido para nuestra nueva camada, que nacerá en unos pocos meses; ahora estamos en enero, que es nuestra época de celo.
Buddy la verdad es que no lo sabía; “ahora me explico tanta excitación”, se dijo. Sin embargo, ya estaba la hembra aquella dando órdenes, que si otro nido, que si traer la compra con la caza diaria… “Me temo que la vida de casado no me va; si antes no lo he hecho, ahora no tengo por qué aguantar a una águila por esposa”, se dijo Buddy.
Pecho Blanco era muy cariñosa y le estaba haciendo carantoñas, abriendo y cerrando los ojos haciendo pestañitas. Buddy la miró, no muy convencido.
A los pocos días de compartir el nido, Buddy entrevió a lo lejos otro águila; esta vez estaba volando sola. Buddy se dio cuenta, sin saber cómo, que aquella águila era hembra y que estaba en celo.
“La ocasión la pintan calva”, se dijo. Sin pensarlo más, emprendió el vuelo y se lanzó sobre su presa. Empezaron el cortejo; el águila hembra no necesitó de muchas presentaciones para dejarle acceso a Buddy, volando hacia atrás en pompa. Buddy ya había aprendido y no era ya un novato en aquellas lides amorosas; sabía muy bien lo que les gustaba a las águilas hembra voluptuosas como aquélla.
El águila le cogió de la garra.
—Anda, ven guapo; ponte a hacer el nido que nos corresponde. Por cierto, yo me llamo “Garra Amarilla”.
—Y yo Buddy…
—¡Vaya nombre para un águila! — graznó Garra Amarilla a grandes carcajadas.
Buddy se encrespó; una de las cosas que menos toleraba era el cachondeo con su nombre.
—Pues anda y que te den — le espetó Buddy, abandonándola allí mismo.
Decidió que lo mejor sería volver a su nido con Pecho Blanco; nada más llegar, ésta le miró con ojos inquisitorios.
—¡Tú has estado con otra!
—¿Yo? Nooo… — respondió Buddy tratando de que no se le notase la mentira.
—Y esa pluma amarilla que tienes ahí, ¿de dónde ha salido entonces?
Buddy se sintió pillado, pero enseguida se volvió a encrespar; él no tenía por qué estar ligado a ninguna águila, por mucho que tuviera un precioso busto blanco.
—Pues ahí te quedas; yo no tengo ninguna obligación contigo. Te buscas a otro imbécil que te cuide la prole…
—¡Pero tú eres un águila, no puedes marcharte sin más y abandonarnos! ¡Somos una familia!
Buddy se volvió enfurecido, acercando su fuerte pico al de su pareja de hecho.
—¡Yo haré lo que me salga del pico!
Pecho Blanco también estaba furiosa; “eso no lo hacía un águila decente”, se dijo. Ni corta ni perezosa, aprovechando que Buddy tenía la cara pegada a ella, le lanzó un picotazo en todo el ojo, dándole de lleno.
Buddy lanzó un graznido de dolor, separándose de ella; ya no podía ver bien, al haber perdido la visión de enfoque doble y con el ojo colgando fuera de su órbita. Sin pensar en lo que estaba haciendo y con la poca visión que le quedaba, se lanzó furioso sobre ella, llenándola de picotazos y golpes por todos lados; asimismo, no satisfecho, destrozó el nido haciendo que los polluelos cayeran al suelo desde la gran altura en la que estaban.
Después de su fechoría, se alejó volando de allí, sangrando profusamente por su herida y casi a ciegas.
Fue por eso por lo que no vió al cazador que le estaba apuntando con su rifle. Se oyó un estampido y Buddy sintió un fuerte dolor en el encastre de una de sus alas, haciendo que perdiese toda su fuerza para volar desde ese lado; entró entonces en una barrena plana hasta caer boca arriba cerca del cazador. Buddy quedó atontado por el golpe y vio entre brumas cómo se le acercaba el hombre con un cuchillo. Se hizo el muerto para confiarle. En el momento que estuvo cerca, Buddy desplegó rápidamente sus alas, abrazando al cazador por detrás e inmovilizándole, a la vez que le clavaba el pico en ambos ojos y después en el corazón. El cazador tuvo tiempo, sin embargo, de clavar el cuchillo que aún llevaba en la mano en el pecho de Buddy.
Ambos, cazado y cazador, quedaron tendidos en medio del bosque, uno junto a otro y bien muertos.

Buddy despertó con una sensación extraña, aunque le parecía que seguía siendo un águila o al menos un pájaro grande. El panorama a su alrededor resultaba muy extraño, pues los árboles no eran nada comunes y los helechos tenían un tamaño inmenso. ¿Dónde estaría? No tuvo mucho tiempo para pensar; cerca de donde estaba descubrió la luz azulada que le era familiar. Allí estaba efectivamente Iamarash, mirándole con gesto muy serio desde su posición levemente alzada, levitando con las piernas cruzadas.
—¿Tú te has dado cuenta de lo que has hecho en tan poco tiempo? — le espetó indignado el juez supremo.
—Pues que soy un águila y que ejercía como tal — respondió Buddy, provocativo.
—Te equivocas, Buddy, y además ya no eres un águila…
Buddy trató de verse sus manos o garras y las vio, pero no eran las mismas. Ahora, sus “manos” estaban sujetas a una especie de larguero anterior de las alas, sin plumas, hechas de un extraño tejido que no supo identificar. Se quedó con el pico abierto por la sorpresa de verse así y sin saber reconocerse.
—¿Pero qué has hecho, desgraciado? — le espetó Buddy.
—Ya veo que nunca aprenderás — dijo Iamarash — Te he dado varias oportunidades; te he ascendido de abeja a águila, confiando en que habías cambiado y ya veo que no es así. En tan sólo un par de días, has faltado al código de vida de las águilas, le has sido infiel a tu esposa y has abandonado a sus hijos y a los que ibas a tener con ella, aparte de dejarla medio muerta, tanto a ella como a sus pobres aguiluchos. Encima has matado a otro águila, que era un buen marido, y te acostaste enseguida con su viuda. Además, disfrutar como lo has hecho despedazando a un pobre conejito, tampoco es muy honroso… ¿Te parece poco? Ahora, tu Karma ha vuelto a estar en los mismos niveles que al principio, antes de que fueras abeja.
—Por todo ello — continuó Iamarash impertérrito — te has merecido un castigo. Ahora eres un pterodáctilo, y te he retrocedido en el tiempo sesenta y cinco millones de años. Ahora es cuando vas a tener que luchar por tu supervivencia de verdad, en un mundo que no conoces. Ahí tendrás sin embargo una nueva oportunidad, así que sugiero que la aproveches bien. ¡Ah, y no te quejes!; sigues siendo un animal volador y además grande. Debería haberte convertido en cucaracha, como pensé al principio, pero me has caído simpático, pese a todo.
Iamarash le lanzó una última mirada despectiva y empezó a marcharse levitando.
Buddy sentía que estaba hirviendo de ira contra aquél ser tan desvergonzado.
—¡No te vayas, que te alcanzaré y vas a saber lo que es bueno! — graznó Buddy fuera de sí y haciendo mucho ruido con su enorme pico triangular.
—No lo creo; inténtalo y verás. Ya he tomado mis medidas… — le sonrió con sarcasmo Iamarash desde lejos.
Buddy intentó despegar con sus nuevas y grandes alas, pero sus brazos carecían de la suficiente fuerza para ello y se dio de bruces contra el suelo sin haberse levantado ni un milímetro.
“¡Será asqueroso! Ahora tendré que aprender a volar, aunque sea como un murciélago gigante…”, se dijo.
Miró a su alrededor. A lo lejos divisó un frondoso bosque y decidió que sería conveniente ocultarse en él. Arrastrándose con mucha dificultad, poco a poco llegó a sus lindes. A lo lejos entrevió varios animales enormes, con un cuello muy largo. Eran dinosaurios, naturalmente.
“Esto parece el Parque Jurásico”, se dijo, aunque no estaba de humor para bromas cinematográficas.
Siguió deslizándose como podía en dirección al bosque, cuando oyó un bramido estremecedor. Un tiranosaurio Rex, como bien sabía por las películas, le había descubierto y se estaba lanzando contra él con toda la velocidad que le permitían sus dos grandes patas, mientras que su enorme boca estaba abierta mostrando sus impresionantes y retorcidos dientes.
Buddy intentó despegar, pero no podía; desesperado, empezó a remar sobre el suelo arrastrándose con sus dos pesadas alas, pero casi ni avanzaba; intentó darse más velocidad, pero se dio cuenta que estaba perdido. Ya tenía encima la boca del monstruo aquél, echándole su fétido aliento en la nuca; era el fin.
—¡Señorito, señorito! ¿Qué hace usted arremolinando las sábanas? Que soy yo, Raquelita, su muchacha. Despierte, que ya es muy tarde…
La chica estaba desnuda subida a su espalda, besándole el pescuezo y echándole a la vez su aliento, que según le había dicho su señor, eso le erotizaba mucho.
Buddy se volvió de golpe, aullando de terror, echándola a un lado con fuerza, pues la imagen de la mulata se le mezclaba con la del tiranosaurio. La muchacha echó a correr, asustada, y salió del dormitorio tratando de taparse con una toalla.
Buddy estaba sudoroso y con el corazón al máximo de pulsaciones. ¡Estaba vivo! ¡Había sido todo una pesadilla! O quizás no…
Se levantó, todavía tembloroso, y se dirigió a la ventana por si veía la luz azulada, pero no descubrió nada; allí no estaba Iamarash, como otras veces. Fue corriendo al baño para mirarse al espejo, que le devolvió su imagen de siempre, enclenque y con su rictus desagradable.
“Qué feo soy; me gustaba más de águila”, se dijo para sus adentros.

Ya en la oficina, recuperado tras una buena ducha, lo primero que hizo fue llamar a su despacho a los tres directores.
—¿Qué querrá ahora el capullo éste? — comentaron los tres según se acercaban con miedo a la puerta del despacho, mirándose unos a otros.
—Pasad, pasad — les dijo Buddy con gesto amable — poneos cómodos.
“Qué amabilidad; es extraño”, pensaron los tres, sentándose muy juntos para darse ánimos.
Buddy les miró con gesto levemente irónico y con una mueca que debía corresponder a una sonrisa.
—Sólo es para deciros que os olvidéis de lo que os dije ayer, pues lo he consultado con la almohada y he cambiado de opinión — Buddy ni siquiera levantaba la voz — No compréis materiales a los rusos, sino hacedlo con los de referencia, los que diga Cameron. ¿Está claro? Pues eso es todo; ya podéis iros.
Los tres se miraron con sorpresa, a la vez que se levantaban para marcharse. Cuando ya estaban en la puerta, volvieron a oír la voz del gran jefe, extrañamente suave y melodiosa.
—Os he ascendido a los tres, como premio por haberme ayudado a darme cuenta de lo que es más conveniente para el programa — terminó Buddy, mirándoles con gesto cachazudo y haciéndoles un guiño desde su enorme mesa.
Después, estando ya solos en el pasillo,  los tres se miraron desconcertados y sin saber si echarse a reír o a llorar.

KS, octubre de 2017


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