¡Cómo cambian las
tornas! … Por Kurt Schleicher
Esto no es más que un
ejercicio de humor con ánimo de criticar el empleo cada vez más extendido de
los robots telefónicos que llegan a veces a desesperarnos y terminar clamando
eso de “¡Quiero hablar con un gestoooor!”
Por el contrario, con la capacidad de aprendizaje que la
Inteligencia Artificial está adquiriendo, quizás al cabo de poco tiempo ya no
seamos capaces de distinguir un robot de una persona a través del teléfono y no nos desesperemos tanto. Pero eso pudiera tener consecuencias
imprevisibles, como sucede tras este breve diálogo…
Una llamada de
teléfono en un momento cualquiera de un día cualquiera.
─ ¡Hola! Seguro que eres Carlos… (voz
femenina agradable y un poco ronca)
─ Pues no, se equivoca, soy Eusebio, no Carlos…
─ Ya, es que serás Carlos Eusebio y yo
lo ignoraba.
─ Que no, que no, que yo soy Eusebio a
secas; usted se confunde…
─ Te he conocido; no te preocupes, que da lo mismo. Si quieres te llamo Eusebio. A mí no me importa… ─ la voz femenina no cejaba en su empeño.
Tras unos instantes de reflexión, Eusebio insistió.
─ Ya, como quiera, pero es que usted querrá
hablar con otro, no conmigo…
─ Precisamente es lo contrario, querido
Eusebio; quiero hablar contigo. Ya sé que eres tú, picarón…
─
¡Y dale! ¡Que yo no soy, coñe…!
─ No me engañas, cariñín, que te conozco por la
voz…
Eusebio
comenzó a abrir los ojos, estupefacto. ¿Y si tuviera razón y fuera él el desmemoriado?
─ A ver, a ver, dame pistas. Por la voz no te
reconozco, puede ser por problemas de contagio, huy no, de contacto, ─ ¿en qué
estaría yo pensando? ─ Oye, ¿tú no serás
un robot?
La
voz femenina ignoró el último comentario.
─ Cielo, ¿no recuerdas la última vez que nos
vimos? ¡Tú estabas entusiasmado con mi canalillo!
Eusebio
empezó a sentir cierto calorcillo en los bajos y hasta una incipiente erección
que no experimentaba desde hacía tiempo. Pensó que no estaría de más seguir con
el juego; empezaba a divertirse.
─
Pues no recuerdo, pero si había canalillo es que detrás había buenas tetas…
─
No seas bruto, que me pones más cachonda que la última vez que nos vimos y ya
sabes cómo terminamos ─ insistió la voz femenina, un poco más ronca y sugestiva.
Eusebio
volvía a estar estupefacto; ya tenía sesenta años y no debería estar empezando
con síntomas de Alzheimer. ¿Cómo iba a olvidar estar revolcándose con una tía
de buenas tetazas?
─ Pero encanto, ¡si yo estoy casado desde hace
treinta años y tengo dos hijos!
─ Pues yo no lo puedo olvidar; ¡estuviste
fantástico! Y conste que no soy celosa, pero es que quiero verte de nuevo.
Estoy ahora de paso por Madrid y no quiero perder esta ocasión y poder
disfrutar contigo…
─ Pero en mi casa no es posible, con la jefa
rondando por aquí ─ Eusebio ya había bajado considerablemente su tono de voz y
miraba a todos lados para confirmar que seguía estando solo.
─ No te preocupes; podemos quedar en mi hotel.
Tú me dices cuándo puedes venir y yo te esperaré…
Eusebio
hacía esfuerzos para darse cuenta que aquello sonaba tan bien que podría no ser
real, pero tampoco llegaba a conseguirlo. Sonrió para sí: “Más tiran dos tetas
que dos carretas…” y decidió que no perdería nada con seguir la conversación
que tan sugestiva se había tornado.
─ Pues sí, eso suena muy bien, pero ahora que
me doy cuenta no recuerdo cómo te llamas; ¿Cómo pregunto por ti?
─ Me ofendes cariño ─ a Eusebio le parecía que
el tono de voz había cambiado a triste ─ estoy segura de que sí lo recuerdas;
no te preocupes, te dejaré un mensaje en recepción con mi número de habitación
antes de que llegues.
A
Eusebio le dio pena; no quería ofenderla. ¡Aquello no pasaba todos los días!
─ Vale, vale, dime cuál es tu hotel y lo
hacemos así. ¡No veas las ganas que tengo también de verte! El recuerdo de tu
canalillo… y de otras cositas me ha puesto calentorro ─ Eusebio, con su ansia
de evitar ofenderla, ya no sabía ni lo que decía.
─ Estoy en el Intercontinental Madrid, ya
sabes, el antiguo Hilton ─ replicó la voz ─ Es muy grande y por eso también muy
discreto… allí puedes hacer conmigo lo que quieras, que nadie se va a enterar.
Eusebio
había oído hablar del hotel. ¡Qué nivel! Eso aún lo hacía más atractivo.
La
voz femenina ronca y cálida prosiguió.
─ Ya sabes que yo resido en Brasil y antes de
que vengas a verme me gustaría decirte que me encantaría pudieras decidir
venirte conmigo allí una temporada. Lo pasaríamos genial y no tendrías ni que
preocuparte de reservar hotel; ahora no tengo pareja y mi preciosa casita
cuenta con piscina entre otras cosas, situada además cerca de la playa de
Ipanema. Ahora que lo pienso; invéntate alguna excusa y ya te vienes con una
maleta hecha, nos marchamos directamente desde aquí a Río de Janeiro y me
acompañas. ¿Qué te parece?
A
Eusebio ya se le había puesto su erección a tope. ¿Cómo iba a dejar escapar tal
invitación? Incluso aunque la buena señora fuera un poco callo, merecería la
pena. Tras un somero análisis de probabilidades, estaba harto de su mujer tras
volverse tan mandona y encima ella sí que era un auténtico callo. Sus hijos ya
estaban emancipados y no serían motivo de preocupación. Tenía una buena y
saneada cuenta en el banco que con sesenta años ya no iba a tener ocasiones
como aquella para gastar; en cualquier caso sería una atractiva aventura. ¡Cómo
iba a rechazarla! Encima, no le saldría muy caro al vivir de invitado y no
precisar hotel. ¡Miel sobre hojuelas! Eso sí, tenía que inventarse algo (¿una
herencia sorpresiva quizás?) para justificar ante su mujer lo del viajecito y
retirar el suficiente dinero del banco para vivir allí como un señor, de
restaurantes y salidas nocturnas. Con el escaso sentido común que le quedaba,
decidió que sería mejor no comprometerse, al menos todavía.
─
Te propongo una cosa ─ replicó Eusebio en
tono más reflexivo, rascándose una oreja ─ para decidir lo de ir al Brasil me
cuesta un poco hacerlo ahora sin más, pero te prometo que lo pensaré y además creo
que será lo más seguro que haga. Pasado mañana, coincidiendo con el fin de
semana, me presento en tu hotel y vete contando ya que lo más probable es que
nos vayamos juntos ─ exclamó Eusebio en voz baja y ronca, pues se le había
secado la garganta tras tanta emoción seguida, sin seguir siendo capaz de
creerse lo que estaba diciendo.
─ ¡No sabes lo que me alegro de oír eso! ─
respondió la misteriosa voz femenina, muy animada ─ Prepárate que te voy a
chupar por todos los sitios que más te gustan; estoy convencida de que no te
vas a poder resistir a irte conmigo. ¡Eres un Cielo! No veas las ganas que
tengo de tenerte aquí y sentir tu potente masculinidad en mí…!
Eusebio
se miraba sus partes bajas y se dijo que podría quedar hasta bien. Le había
halagado mucho el comentario. ¡Pocas veces podría ya tener tal ocasión a su
edad!
─ Y yo también tengo ganas de chuparte esas
teticas tan ricas… ─ Eusebio estaba ya convencido de su falta de memoria y el
entusiasmo no le dejaba ver más allá, sintiéndose feliz y desinhibido.
─ ¡No sabes lo que te quiero y lo feliz que te voy
a hacer! ─ replicó la ronca voz femenina, logrando que se le erizara hasta el
vello de la espalda de emoción.
Al
darse cuenta que la voz femenina había colgado, sin saber ya lo que estaba
haciendo, también colgó, todavía alucinado.
Eusebio
se dijo que esas cosas no las podría decir un robot, que es lo primero que
había pensado. Decidió calmarse y hacer las cosas por orden: convencer a la
vieja, sacar la pasta del banco, reservar el billete a Río, preparar una maleta
pequeña… ¡Ya habría ocasión de comprar en Río trajes más compatibles con un digno
conquistador español!
Se
le estaba haciendo la boca agua.
Dejo
a cada lector que decida cuál termina siendo el final de esta sugerente
historia. Se admiten propuestas…
K.S., marzo 2021.
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